miércoles, 21 de diciembre de 2011

Recuerdos para vivir

Hemos tenido motivos para recordar con el fallecimiento estas últimas fechas de banderilleros como Manolo Carmona y Almensilla y matadores de toros como Diego Puerta, al que a mi nunca me gustó llamarle “Diego Valor” porque creía que minusvaloraba su significado como primera figura del toreo en unos años 60 y 70, en los que era difícil entrar dentro de esa categoría, y la de César Faraco, también rebautizado con el rimbombante sobrenombre de “El Cóndor de los Andes”. Majestuoso ese vuelo sobre las montañas de Venezuela. Casi siempre estaba por medio la imaginación de Gonzalo Carvajal, buen aficionado, buen escritor y mejor lector que se consagró con el apelativo de “Niño Sabio de Camas” para Paco Camino frente al “Faraón” del mismo lugar que era, y es y que lo sea por muchos años, Curro Romero, pese a sus actuales circunstancias de esposo de la Tello, la amiga inseparable de la Duquesa de Alba. El que no admitió mote alguno fue Antonio Ordóñez Araujo. Ni el de” Niño de la Palma” de su padre, hijo del propietario de la zapatería “La Palma”, de Ronda como su tercer hijo Antonio. “Es de Ronda y se llama Cayetano”. Su hijo mayor sí llevó el famoso apelativo, otro hijo, Juan de la Palma, y los otros dos, como Antonio, Pepe y Alfonso. Juan y Alfonso dos excepcionales banderilleros. Antonio, la cumbre de la familia de toreros, de cuya muerte se han cumplido trece años el día 19 del presente mes de diciembre en su casa sevillana de la calle Iris, por donde entran los toreros a la Maestranza y en donde cortinas y faldas de mesas camillas estaban confeccionadas con tela de capote torero.

De Antonio Ordóñez tengo magníficos recuerdos y algún sinsabor muy particular. Un día de no sé cuantos años hace, fui a Sevilla a hacerle una entrevista acompañado de un fotógrafo. Nos encontramos cerca de la Real Maestranza y le propuse hacer las fotos con el fondo de la Torre del Oro. “Muy original”, me comentó en tono sarcástico. “Antonio, es que quiero que los lectores sepan que estamos en Sevilla”. Allí se hicieron las fotos. Hay dos documentos gráficos que siempre me vienen a la memoria cuando pienso en la figura del rondeño: uno se lo hicieron en Roma sobre una columna dando un lance y otro lo que disparó ese genio de la cámara que fue Arjona de una verónica ejecutada con la rodilla derecha sobre el albero de la Real Maestranza, lo que inspiró a otro artista, Pablo Ignacio Lozano, una escultura admirable. Antonio, indiscutible maestro del arte de torear, era un hombre complicado. Y puede ser que si yo tuviera capacidad sicológica encontraría los motivos de esa su especial manera de ser. En plena juventud asistió al derrumbamiento de su padre, “El Niño de la Palma”, que de gran figura del toreo pasó a tener que vestirse de banderillero porque, como confesó a mi padre en una entrevista, no tenía ni para tabaco. Menos para mantener a seis hijos, los cinco que serían toreros como él y una niña, Ana. A ello se añadieron las opiniones de Hemingway y algún comentario desafortunado de Luis Miguel cuando era el patriarca de los Dominguín el que apoderaba al de Ronda. Y algo que no entendí ni entiendo ahora: en la gran obra biográfica de Antonio Abad Ojuel no se menciona que la madre de Antonio era gitana y yo supongo que el de Tudela lo sabía, pero no se le autorizó a revelarlo. Tampoco figura en la relación de toreros gitanos de José Julio García y sí en la de Joaquín Albaicín (Joaquín Bernadó García) con el argumento de que está en las mismas circunstancias de los Gallo, padre torero y payo, y madre artista gitana, de los Cuco. Los Ordóñez, hijos de torero payo y madre artista y gitana, la hija de Coral de los Reyes y N. Araujo, Consuelo, cantante y actriz, protagonista de tres películas de los años 20, “La Reina Mora” (1922), “Quintín el Amargao” (1925) y “Cabrita que tira al monte” (1926). Después de esta película se casó con “El Niño de la Palma” y ya no conozco más episodios artísticos de Consuelo y su madre, Coral, de la que oí hablar en otros tiempos a Suarez Merino, vinculado con los Molina, Antonio y su parentela, y los Ordóñez.

Antonio Ordóñez tenía una corte selecta e incondicional. Un grupo de aficionados de más arriba del Ebro que le seguían por toda España a la manera de los seguidores de un equipo de fútbol. Furibundos, como los béticos antes de Lopera. Recuerdo un día, en Linares, en el que toreaba Ordóñez con Diego Puerta y Santiago Martín “El Viti” y en el que sucedió algo que retrata el fuerte carácter del torero. Antonio Galisteo, buen torero, lidiaba al primero de la tarde y, en un capotazo, el toro metió el pitón en la arena y se lo rompió, lo que no fue óbice para que luego el diestro le cortara una oreja. Pero, al iniciar la vuelta al ruedo, se volvió hacia Galisteo, le ordenó que se retirara al callejón y que no le acompañara en su paseo triunfal. En el cuarto toro estuvo colosal y entonces vino el gesto insólito de sus partidarios, la mayoría bilbaínos. Se levantaron a la vez y abandonaron la plaza porque, decían, “ya no querían ver nada más”. Entre los seguidores yo conocía en especial al aragonés Justo Rocafort y su esposa Amparo y al Conde de la Unión, en cuya casa de Buñuel, en Navarra, tuve el placer de charlar con un señor de la talla de Serrano Suñer. Pero Antonio Ordóñez fue un torero universal, del Norte al Sur, del Este al Oeste, Francia y América. Llegó a torear hasta en Estados Unidos, en un festejo en el que en la pantalla aparecía la voz de “olé” para que los espectadores acompañaran la labor del torero. “Papa Ernesto” había mediado en la disputa, se había puesto del lado del hijo de “El Niño de la Palma” y Luis Miguel se atrevía a decir que Hemingway no sabía escribir y menos de toros. El verano sangriento se hacía eterno. Y Antonio Ordóñez, al margen de su gran categoría, sufrió lo indecible en lo físico y en lo humano. Su apolínea silueta estaba marcada por las cicatrices y los huesos quebrados y fueron muchas las lágrimas derramadas por las anomalías familiares: su padre, su hermano Juan, su yerno Paquirri, su hija Carmina… Tuvo la gran suerte de casarse con Carmina González Lucas, la hija de don Domingo, el de Quismondo, y hermana de los tres Dominguines, un prodigio de mujer, inteligente, discreta, conciliadora, mano derecha o izquierda, siempre en el quite y en la atención a sus amigos, allá por Valcargado en Medina Sidonia o junto a los Nuevos Ministerios de la prolongación de la Castellana de Madrid, cuatro años mayor que Antonio, con el que se casó el 19 de octubre de 1953 en Villa Paz, la finca de Luis Miguel, camino de Cuenca. Murió a finales de agosto de 1984, creo que el 29, aniversario de la muerte de “Manolete”. Antonio contrajo segundas nupcias con otra gran mujer, Pilar Lezcano. En esto, al menos, Antonio Ordóñez fue un hombre de suerte. Con los nietos también, pero con sus misterios. Primero, Francisco Rivera. Un comienzo ilusionado y luego la sigilosa huída. Con Cayetano, ni intentarlo. Un hombre nunca sencillo, del gótico flamígero al barroco florido sobre la base de un románico de piedra berroqueña, nazareno de La Soledad. Muchas incógnitas que se despejan como una tremenda carcasa cuando explota y se lee en el oscuro de la noche: “Antonio Ordóñez Araujo, torero”

Alguna duda más: en un portal de la moderna comunicación que se titula Wikipedia se pone en duda el que Antonio naciera en Ronda, en la finca de El Recreo de San Cayetano, donde se esparcieron las cenizas de Orson Welles. Se apunta entre interrogantes a Majadahonda. De Rafael el Gallo decían que había nacido en Pozuelo de Alarcón y cuando le enseñaron el pueblo, alargo el brazo derecho y sentenció: “Pozuelo, que grande eres”.Otra duda es sobre el toreo al natural del rondeño, parecida duda que se plantea al hablar de Domingo Ortega y rechazo por mi parte del pase de costadillo por alto. Esto para certificar su humanidad. Y un recuerdo para don José María Jardón, el jefe del trío de Las Ventas de Madrid con Escanciano y don Livinio, que fue el destinatario del brindis del toro “Colombiano” de Pablo Romero en la primera despedida de Ordóñez el 12 de agosto de 1971 en San Sebastián, reaparición en 1981 y luego, las goyescas de Ronda, lugar al que peregrinaron todos los fieles creyentes de ordoñismo, “per saecula saeculorum”.

domingo, 11 de diciembre de 2011

EN CORTO Y POR DERECHO

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Ha muerto Diego Puerta, don Antonio Burgos. El jefe de cuadrilla de su admirado y también fallecido “Almensilla”. ¿No merece Diego un recuadro en ABC, al menos similar al del subalterno? Los tres mosqueteros: Diego Puerta, Paco Camino y Santiago Martín “El Viti”. También eran cuatro en mi opinión. Yo añadiría a Juan García “Mondeño”, que es el espejo mágico de José Tomás. Athos, agricultor, Porthos, casado con una viuda rica, Aramis y D`Artagnan. “Mondeño” , como Aramis, se hizo cura. Para Madrid, su plaza, también se prepara otro trío de cuatro. Lo que hace falta es saber quién es cada cual y si tenemos otro Alejandro Dumas que escriba la novela del arrendamiento de Las Ventas del Espíritu Santo. José Antonio Chopera es “rey de espadas” y se volverá a batir con Rochefort para vencerle por cuarta vez. Y es posible, con permiso del cardenal Richelieu, que también gane la plaza de Zaragoza en la encrucijada de su mala situación financiera. Hace unos treinta años, después de la gestión del amo de “Villa Heraclio”, hubo que buscar la tabla de salvación de la gestión interesada y de la amistad de Ángel Zalba con Palomo Linares para que los Lozano se hicieran con la plaza de Pignatelli y encontraran el apoyo del que había sido gobernador de Toledo y rectificara la decisión de no permitir los festejos populares por parte del señor Laína, presidente del Gobierno de España la noche del 23 de febrero. Las vaquillas han menguado el desastre. Pero es necesaria otra catarsis quizás más purificadora que la de los años 80 del siglo pasado. Los tres mosqueteros de Madrid, padre, hijo y el francés beatificado en los brazos de Sánchez Dragó, el de la lista telefónica de Gárgoris y Abidis, y el filósofo alicantino señor Esplá, con la ayuda del experto de salamanquino, hijo y hermano de calificados buscadores por los campos del toro. Todas las colaboraciones serán necesarias para que la ruina no anide entre piedras centenarias y el moderno mecano de teflón. En Madrid ya se conoce el pliego y en Zaragoza espero que no sea el parto de los montes como cuando unos cuantos se inventaron un Reglamento Taurino copiado del vasco y con la original y sesuda medida de que todas las banderillas que se ponen en las plazas de Aragón lleven los colores de la bandera de España, Aragón, Cataluña y Valencia. Más monotonía sobre la mortal monotonía de la encorsetada Fiesta. Oiga, y para salir a hombros en la capital del Ebro hay que cortar dos orejas en un toro. ¿Qué se creía usted?
Bueno, algo muy importante: el próximo día 21 de este mes de diciembre cumple 90 años Pepe Luis Vázquez Garcés. El Cossío dice que será el próximo 3 de enero del año que viene. Cada vez me fío menos de la Enciclopedia de los Toros. Pepe Luis me trae muchas cosas a mi memoria y creo que también a los aficionados que tuvieron el privilegio de admirarlo en los años 40 y 50 del otra vez evocado siglo XX. Pepe Luis no es descriptible. Y si usted tiene ese punto de sensibilidad necesaria para captar lo que es la gloria del arte de torear bastará que contemple algunos de los documentos gráficos que nos superviven. Da la casualidad de que esos tres dedos del lance de Morante de la Puebla se repiten en lances de Pepe Luis o en muletazos del ángel de San Bernardo. El cartucho de pescado de Jerez de la Frontera, firma de Arjona en el simpar documento, los lances a pies juntos y a compás abierto, el medio pecho, el remate del sello de rojo lacre a toda una obra de arte. Todos los días no se podía esculpir el Moisés de Miguel Angel . Tenía sus días tristes porque veía al toro a la primera y si no podía ser cogía el camino más corto y remataba la cuestión de media lagartijera. “Manolete” lo decía: “Si Pepe Luis lo hiciera todas las tardes ya nos podíamos ir a los albañiles los demás”. Cuando el tercer Califa volvía de su campaña americana, Pepe Luis hizo unas declaraciones en las que le retaba a torear juntos en Sevilla una corrida de Miura.” ¿Por qué no me invita a unas gambas con unas copas de jerez?”- le contestó Manuel Rodríguez. Los de Miura en danza. Pepe Luis era el único diestro que hacia los tentaderos en Zaheriche y casi todos los meses de abril, en la Feria sevillana, mataba la corrida de don Eduardo. Por esas extrañas circunstancias que tiene el destino, “Islero” era de Miura.
Y con Pepe Luis en mi pensamiento recordé a un banderillero gitano, natural de Tomares, provincia de Sevilla, lugar de nacimiento de los Bombita, que se llamaba Gabriel Moreno y que viene citado levemente y sin precisión ninguna en la Enciclopedia ya citada. A mi memoria venía una anécdota de este banderillero de tez oscura y hombros caídos que un día en Sevilla, a las órdenes de Pepe Luis, se fue al centro del ruedo y jugó sus brazos al unísono, metió el mentón en su pecho y ligó media docena de verónicas antológicas. Remató, se fue para la barrera y le dijo a su maestro, a Pepe Luis: “No me eches que me voy yo”. He buscado en libros y revistas y no he encontrado ninguna referencia. Solo Luis García Caviedes habla de este torero calé y de que un día le dijo a Curro Romero que no podía matar bien porque se rompía las muñecas al torear con el capote. Me atreví a consultarle a otro Manuel Rodríguez, este de San Bernardo y, en mi opinión, el más completo de los toreros de plata, si recordaba a Gabriel Moreno y lo ocurrido con Pepe Luis. Tito es el hombre más prudente del mundo. Me confirmó las excelencias de Gabriel Moreno y me dijo, además, que lo de los lances sucedió con un toro de Miura que los toreros consideraban burriciego. Y he logrado algún dato más, que el de Tomares hizo el paseíllo unas cuantas tardes en Madrid para acontecimientos importantes como las confirmaciones de alternativa de Pepín Martín Vázquez, otro que era celestial, “El Choni” y una doble celebrada el 10 de septiembre de 1944, con la particularidad de que en esta ocasión Paquito Casado confirmó a Carlos Vera “Cañitas” y Rafael Albaicín le entregó los trastos al también mexicano Arturo Álvarez, cosa que no creo que se haya dado muchas veces a lo largo de la Historia del Toreo. Gabriel Moreno también actuó en una novillada en junio de 1951, en la que dice Cossío que resultó herido y en la que participaron Juanito Posada, Jaime Bolaños y Juanito Bienvenida, que, al final del festejo, decidió retirarse del toreo. La novillada fue de Salvador Guardiola y la retirada de Juanito Bienvenida no fue tal, continuó en los ruedos y hasta llegó a tomar la alternativa. “El Papa Negro” decía que Juanito era el que mejor toreaba de sus hijos. Pepe Luis admiraba la gran naturalidad de Antonio. “Sin naturalidad no hay arte”. Si lo lee esto José Tomás se olvidara de dar chicuelinas y manoletinas con el compás abierto. Y mis mejores deseos, divino nonagenario. Solo he visto dos ángeles con el pelo blanco, el de “¡Qué bello es vivir!” que tenía que recuperar sus alas y el de San Bernardo que nos pone alas a todos los que soñamos con el Arte.
Estos días he repasado nombres de banderilleros que me dejaron un profundo recuerdo. Ahora solo quiero citar a uno: a Joaquín Delgado “Joaquinillo”, banderillero en la cuadrilla de Pepe Luis y mozo de espadas por necesidad de José Fuentes. ¡ Qué injusta es muchas veces la vida y su historia! Amén.

jueves, 1 de diciembre de 2011

MADRID, MADRID, MADRID, …

Hace más de treinta años que me fui de Madrid porque aquello se complicaba mucho. El trabajo, sobre todo. El periódico en donde trabajaba cambió de director y el conocido por “el Chino” sustituyó a Antonio Gibello, falanguista y buena persona. Yo era redactor jefe de la sección de Nacional y me mandaron al archivo. Al ostracismo o galeras, vamos. Hice el petate y regresé a mis orígenes, Aragón. Pero no he podido olvidar Madrid. Hace unos días fui a dar la tetadica revitalizadora y lo primero que hice fue acercarme a la calle Sevilla, a la playa por la que paseaban los toreros y recordé el bar donde estaba de camarero Francisco Sánchez “Frasquito”, la zapatería en donde se exponía el traje de luces de la alternativa de “El Príncipe Gitano”, el quiosco de la Once que le pusieron al picador Antonio Codes “Melones” porque se quedó ciego por culpa de una caída del caballo, la administración de loterías “El Trece”, la tienda de corbatas (no es lo que parece, de lejos, una calavera; de cerca, dos señoras de amplios sombreros en animada charla), el teatro y sala de fiestas Alcalá y el café “Marfil”, ya esquina a Cedaceros, en donde yo le hice una entrevista a Juanito Posada a principios de los 50. La calle Arlabán, paralela con la Carrera de San Jerónimo, el café “Las Cancelas” con acceso por las dos calles. Recuerdo al banderillero de las medias verdes que le quiso poner un par de banderillas de fuego al policía que le obligó a salir al ruedo en Carabanchel, o a Bojilla que, cuando veía a uno de sus acreedores, se iba decido hacia él y le decía airado “que te pienso pagar ¿eh? “. La mejor defensa es un buen ataque. En la esquina de Alcalá con La Virgen de los Peligros, un poco hacia Sol, “La Tropical”, bar, café y buen marisco, en donde el hervidero de gentes del toro era constante y alguno le daba propina a la telefonista para que le llamara por los altavoces y dijera que don Pedro Balañá le esperaba al aparato. Se vivían a tope los dramas y las comedias de cada día. Ahora la playa está desierta y el mar no baña mis pies. Solo se mantienen las cuadrigas de lo alto del Banco Bilbao y las amplias fachadas del Hispano y el Español de Crédito. Me fui despacio y triste hasta Lhardy, en la Carrera de San Jerónimo, y me tomé un caldito con un chorro de jerez para entrar en calor. Después de meditar sobre mis pensamientos, me convencí de que Francisco Sánchez Fernández, “Frasquito” en los carteles, no estaba de camarero en el “Fornos” de la calle Sevilla. Sí en el Fuyma de la Gran Vía, casi en la plaza de Callao, que se ha cerrado en estos días y que festejó en abril de 1948 el extraordinario éxito del torero nacido en Toledo y criado en Madrid, apoderado por Raimundo Blanco, sevillano publicista y padre de un famoso jugador de fútbol, y representado en Madrid por Ramón S. Sarachaga, padre de los Sánchez Aguilar, que administraron como pudieron la explosión del cohete, la gran llamarada primera y el ruido del trueno prolongado por los muchos comentarios que se dieron en la calle de las Sierpes y la revista “El Ruedo”, con un artículo de Barico que reflejaba el buen ambiente en el bar del dueño de la Fundición de Hierros Maleables. Dos cornadas seguidas, en Bilbao y Córdoba, desinflaron el gran globo del calificado como “la sombra de Manolete” o “el torero que había empezado de maestro”. Se presentó en Madrid el 7 de mayo de 1950 y el comentario más definitivo es el que apareció en “El Ruedo”: “Frasquito salvó su precioso terno a costa del menguado prestigio que tenía”. Se fue a México en 1952, le dio la alternativa Alfredo Leal en 1955 y se quedó a vivir por aquellas tierras. Allí murió el 24 de febrero de 1993 y la noticia de su muerte vino en ABC en una pequeña esquela que puso su hermana el 13 de marzo de ese mismo año y que anunciaba un funeral en la iglesia de San Juan Crisóstomo. Solo un leve apunte de Filiberto Mira en “Aplausos”.

Estaba en Madrid, en el protocolo del caldito de “Lhardy”, las cuatro calles, Carrera de San Jerónimo, a los dos lados, de la Cruz, Príncipe y Sevilla, “El Gato Negro” y el teatro de “La Comedia” de la calle del Príncipe, ” La Alemana” del Chino, el hotel Victoria o la casa de los Dominguín. Por la calle de Santa Cruz las capas españolas de Seseña, los vinos y las gambas de “El Abuelo” o las oficinas de la plaza de toros de Madrid, y un cocidito madrileño con don Marcial. Fui a ver la exposición de Delacroix, magnífica, y me decepcionó la de los rusos de San Petersburgo en el Museo del Prado. A la salida, un espectáculo de lo más edificante: dos tíarrones, en pie, impertérritos, se daban un beso de tornillo frente a la escultura de Goya con su maja desnuda y el boceto en piedra de “los sueños de la razón producen monstruos” en su pedestal. ¿Qué hubiera dibujado don Francisco de presenciar semejante escena? Los desastres de la cultura y la educación. Estuve en la presentación de los premios del Club Financiero de Génova, me encontré con Victoriano Valencia y hablamos de nuestros nietos, franceses y mexicanos fueron los más agasajados, presentó Vidal Pérez Herrero y adornó Palomo Linares, tuve el placer de darle un abrazo a Lola, la esposa de Salvador Sánchez Marruedo, Muriel Feiner siempre dulce y cariñosa, Blanca, la elegante señora de Vidal, saludé a varios amigos, a “El Puno”, a quién le ofrecían un homenaje, y me marché Goya arriba cantando bajo la lluvia. Unos días después, en La Arganzuela, Casa del Reloj, disfruté de las atenciones de Lola Navarro, su jefa municipal, en la presentación de la Agenda Taurina de Vidal Pérez Herrero, también maestro de ceremonias en esta ocasión, en la que nos obsequió con un apunte de César Palacios en homenaje de Antonio Chenel “Antoñete”. Por mi parte tuve la ocasión de hablar de los pintores ingleses del Romanticismo y de su interés por España y los españoles, Wellington, el hotel y el almirante, como último refugio de la tertulia taurina de Madrid, y de la importancia de Luis García Campos, el pintor bilbaíno que le puso luz a las sombras tétricas de Gutiérrez Solana, ambos continuadores de la fuerza narradora de don Francisco el de Fuendetodos y de la genial pincelada impresionista de don Roberto Domingo, y que murió el pasado mes de agosto al finalizar la feria de su pueblo. Este día también nos acompañó la expresividad de Sebastián Palomo Linares que, en lo que al arte se refiere, tiene su cuna en la Aragón de Viola. Los de Béjar y San Sebastián de los Reyes hablaron de las plazas de sus lugares, “la viejita” y la cincuentenaria, y José Luis Lozano, con su voz rota, que en palabras sabias nos contó la historia de su familia en los toros. Primero como toreros, luego como apoderados y empresarios y, al final, vuelta atrás a sus ancestros ganaderos. “Un ganadero que quiera formar su propia ganadería no cuenta con tiempo suficiente para lograr su empeño”. Su abuelo materno, Manuel Martín Alonso, tuvo tres años la ganadería de Veragua y se la vendió en 1930 a Juan Pedro Domecq.

Al comenzar el mes de noviembre murió Almensilla y Antonio Burgos pidió para él la Medalla de Bellas Artes y citó a Luis González, Blanco y “El Vito”. Después a Antonio Gallisteo, Andrés Luque Gago y Tito de San Bernardo, todos sevillanos y muy grandes algunos y grandísimos dos de ellos, el uno con los palos y el otro desde la montera a las zapatillas. Escribí una carta al director de ABC y ni caso. Citaba a toreros aragoneses como Mariano Carrato y Antonio Labrador “Pinturas”, los valencianos Blanquet , Honrubia o Alfredo David, el madrileño El Boni, el manchego Michelín o el también sevillano Antonio Chaves Flores que no aparecía en la lista del señor Burgos. Yo solo recordaba a toreros ya desaparecidos, pero para significarle al chispeante comentarista andaluz que los nacionalismos son malos para todo. Y más para el toreo, al que pretendemos universalizar todos los que pensamos que nos representa como españoles que somos.