viernes, 24 de abril de 2015

EL TURISMO ENRIQUECEDOR

Recuerdo los mejores años de nuestra vida taurina, cuando en Barcelona se daban más corridas que en Madrid y Tarragona y la Costa Brava eran un hervidero torero en el que se cocían los futuros manjares de la fiesta, con Balañá, don Pedro, Moya y Zulueta como cocineros cotidianos de aquel guiso que olía a rabo de toro. La  bullanguera e inquieta, turística y maniobrera Costa del Sol. Y en Pamplona se reunían genios como Orson Welles y Hemingway, bellezas como Ava Gadner y Deborah Kerr, siempre acompañada de su marido Peter Viertel, un encantador de mocitas y maduras, y la venerable Alicia, profesora de español en los Estados Unidos, acompañada de sus adorables “sobrinas” y huyendo de los requiebros de José Julio, empuñaba sus dos banderines con los nombres de Puerta y Camino, este “destetado” por no recuerdo qué manifestaciones. Era el turismo que complementaba el fervor taurino hispano, mientras que en Bilbao y otras industriosas capitales eran las empresas con su detalle clientelar las que ponían el grano de arena necesario para el mayor brillo de la imprescindible fiesta de los toros.

No sé si han cambiado mucho las cosas o el que ha cambiado he sido yo. Los sevillanos aseguran que lo que les ha cambiado ha sido el AVE. Lo “snobs” capitalinos cogen el tren por la mañana, comen en la Feria o en el Colón, van a los toros y se vuelven a dormir a Madrid no sin perturbar el clásico fervor torero de la Maestranza. La Maestranza ya no se calla como antes. El turismo de hoy es un turismo de ejecutivo, alto, bajo o de regular tamaño. Sin personalidad. Y yo, sin embargo, fui el otro día a una corrida de toros que se celebraba en Ejea de los Caballeros y me encontré con la sorpresa de una docena de señores que fueron a la capital de Las Cinco Villas de Aragón desde Ampuero, en la Cantabria, cerca de Laredo. ¿Y por qué han venido ustedes? “Muy sencillo: porque toreaba Marco Antonio Gómez, que vino a Ampuero hace unos años desde su pueblo, Alcalá de Guadaira,  se quedó y ahora juega de defensa central en el equipo de fútbol”. “No le hemos visto torear porque lleva cinco años sin vestirse de torero y esta es la primera oportunidad que tenemos para verlo”. No lo vieron casi nada, una destartalada y desigual corrida de Salayero y Bandrés, lluvia copiosa durante los tres primeros toros y las aviesas intenciones de los tres últimos pusieron en dificultadas al gigantón sevillano, al también fornido ejeano Alberto Álvarez y al nimeñito Marc Serrano, que dio una vuelta a su aire en el primer toro de la tormentosa tarde. Los músicos habían ocupado el lugar más guarnecido de la plaza y el resto de mortales – menguada concurrencia – buscó refugio en los altos de los tendidos. Entre truenos, relámpagos, chaparrazos y ventoleras pasó la tarde en la que unos señores de Ampuero, plaza de toros y novilladas en septiembre, quisieron comprobar las virtudes artísticas de Marco Antonio Gómez. En otros tiempos había toreros que tenían fieles y organizados seguidores. Ya he citado a Puerta y Camino, “El Viti”, Ordóñez y el moderno “Joselito”. A don Antonio, el de Ronda, le seguía el arquitecto Ganna más por imposición matrimonial que por otra cosa. Ganna también fue a Ejea en los 60 del siglo pasado para ver a Ordóñez que estaba anunciado en un festival con el que obtener fondos para restaurar la iglesia de Santa María. También llovió en aquella ocasión y por ello se aplazó el festejo. Ganna, que ya había llevado a cabo la reposición de la plaza de Bilbao tras el incendio de la noche en la que Manuel Benítez hizo un paseíllo para participar en una novillada, elogió la funcionalidad de la plaza de Ejea, que tenía ascensor como las de Madrid y la propia de Bilbao y se marchó sin ver a su ídolo. El mismo escenario de hoy pero en muy distintas circunstancias.

Noto cosas extrañas y leo alguna barbaridad que otra. La nefasta manía de leer sin cuidarme de mi salud. Una vez en Madrid, hace más de medio siglo, me encontré a Julio Aparicio por la Gran Vía, esquina a la calle Mesonero Romanos, en donde estaba “Torres Bermejas”, famosa por su trofeo “El Garbanzo de Oro” y porque allí debutó “Camarón” cuando llegó a la capital, y le pregunté si había leído a Antonio D. Olano, rey del reporterismo en  el popularísimo “Pueblo”, y me contestó que no, que él se cuidaba mucho. Yo, todo lo contrario: el otro día leí lo escrito por un reputado comentarista (creo que no es periodista y que estudió Arquitectura) en su crónica sevillana: “Al intentar torear, el animal se negó y acabó matando de una buena estocada”. ¿Desde cuándo son los pájaros los que llevan las escopetas? Y Juan Mora inició una faena que continuó Ferrera y Fandiño la que consumó Moral. Por cierto que Moral, que es mozo en pleno esfuerzo reivindicativo, como penitente cuaresmal, se descalza durante sus faenas de muleta. Yo le aconsejaría que no lo hiciera porque el toreo tiene su parte estética y en esta también influye grandemente la corrección del vestuario. Juan Serrano “Finito de Córdoba” vestía el otro día un deslumbrante traje rojo bordado de forma muy especial con hilo de oro. Y no fue solo el vestido. Es que “el Fino” hizo, para mí, el mejor toreo que se ha visto en esta Feria sevillana. No fue un toreo largo y dominador, no fue la ortodoxia del parar, templar y mandar, no la planificación y el croquis de una obra de ingeniería torera. Fue más sentimiento, simbiosis de toro y torero, remates cortos y ajustados, consumaciones a media muleta, codilleo deseado, amalgama de engaños y cuernos, la paleta del pintor en la que se mezclaron los colores, los valores y la explosión de lo bello que es el toreo cuando ese toreo no lo dicta la doctrina de los sabios doctores que en el mundo han sido. Me pasa muchas veces cuando oigo una música, miro un cuadro o leo un poema. No sé explicarlo, pero eso es lo que a mí me emociona.


No me emocionan ni “El Cid” ni Fandiño, este menos cuando da pases de uno en uno, no se atreve a dejar la muleta en la cara del toro porque, a lo peor, el de los cuernos no para de embestir. Eso lo prodigó el de Ronda en la última etapa de su vida profesional. Pero el de Ronda era dios, como lo era “Manolete” aunque toreara de perfil. Y lo fueron “Lagartijo” y su media estocada de recurso, “Frascuelo” y sus tufos, “Guerrita” y “después de mi nadie”, “Joselito”, el genuino, y su facilidad, todos los de la Edad de Plata del toreo después de los años 20, Pepe Luis y lo de ir en su cuadrilla, Bienvenida y la naturalidad o los muchos que en el toreo han sido y que no alcanzaron notoriedad. Mi lista de toreros es larga y plural y muchas veces caprichosa porque se basa más en el sentimiento que en el raciocinio. ¡Qué le voy a hacer! Juan Serrano me ha devuelto la felicidad. Y echo en falta a Morante, natural, a Pérez Mota, Curro Díaz, Uceda Leal, “Frascuelo” o Juan Mora. Por ejemplo. Y se pasan cerca de Zaragoza les recomiendo, queridos lectores, que visiten dos exposiciones, la una en la sala “Pilar Ginés” del pasaje Ciclón, frente al Pilar, titulada “Ruizanglada, pintor de santos y toreros”, y la otra, en el Palacio de Sástago, una colección de fotografías de Luis Gandú Mercadal con el coso de Pignatelli como escenario y toreros y anécdotas de 1910 a 1916. ¡Qué cosas hacían aquellos hombres con placas de cristal y cajones con simples objetivos!     

sábado, 18 de abril de 2015

MIKAELA, CON K Y DE TRIANA



Leo a Ignacio Ruiz-Quintana con regusto e interés aunque a veces no me entere de lo que dice y de quienes son sus inspiradores. Pero tiene buen gusto y casi a diario propone citas relacionadas con el mundo del toro. El otro día, sin ir más lejos, hablaba de Pepe Brajeli y de que había sido apoderado de Curro Romero. Y puede que fuera su primer apoderado. Lo que ocurre es que el señor Brajeli se lo cambió al señor Moreno por una gabardina y una motocicleta y encima se enfadó con el de Camas y en un bar que tenía cerca de la Plaza Nueva no puso ni una sola fotografía del “Faraón”. Esto del “Faraón de Camas” se le ocurrió al siguiente apoderado, Diego Martínez, con la colaboración del crítico Gonzalo Carvajal, que también fue el autor del sobrenombre del otro fenómeno camero, Paco Camino, “El Niño Sabio de Camas”. Tuvo suerte este lugar de la provincia de Sevilla con estos dos toreros tan dispares pero tan fundamentales en la historia de nuestra Tauromaquia. Romero, Camino, el polvo del camino está secando el romero  y ¡Curro, ya llegará el verano! Lo decía Paco con sinceridad: “Hay tardes en las que no puedo con él. Pero ya le cogeré”. Y ambos, siendo tan diferentes, pueden ser ejemplos de lo que es al arte de torear. No sé si antes o después de Martínez, a Curro le apoderó Antonio Márquez, su suegro, el marido de la Piquer; luego, Manolo Cano, que había sido socio de Diego Martínez; después, Antonio Ordóñez y Domingo Dominguín, Camará en dos oportunidades y, al fin, Manolo Cisneros, torero de cristal y zaragozano.
Brajelí también fue representante de Mikaela, con K. En realidad se llamaba Micalea Rodríguez Cuesta y nació en Triana en 1935. Buena figura, alta, armoniosa, morena de inquietos ojos brillantes y un lunar cerca de la boca. Miguel Ángel Asturias la retrató en verso: “Mikaela/la del color avellana/la morisca, la gitana/la española sevillana…/Mikaela/la de Triana/ artista porque lo mana/ y porque le da la gana…/Mikaela, la de Triana…” Y parece que fue Alberti el que le cambio la c por la k. La primera que cantó a García Lorca con la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida por Rafael Ibarbia y a Rafael Alberti, con la Sinfónica de Barcelona, la colaboración de Alfredo Mañas, la dirección de Antón García Abril y la presentación del poeta José Hierro. En México, León Felipe y “La luna y el toro”, Bobby Deglané en “Cabalgata Fin de Semana”, “Doce Cascabeles”, “Coplas de Luis Candelas” y “¡Eh, toro!” Y el cambio de los vestidos de faralaes por los elegantes modelos de Pertegaz. Personalmente, la recuerdo en Pamplona con pantalón y camisa blancos, faja y boina rojas y cantando jotas navarras.
Empezó con Lolita Benavente, Amalia Molina y Luisita Esteso y desde Barcelona, donde las había enviado  Brajeli, llamó a su mentor solicitando ayuda económica y le contestó que “para qué querían el hermoso décimo de su cuerpo, que se lo vendieran”. Por entonces actuaba con el nombre de “Rocío del Carmen” en el espectáculo de “El Príncipe Gitano” y su hermana Dolores Vargas “La Terremoto”, aunque se vislumbraba que, con el tiempo, iba a cantar a Falla, Albéniz, Turina, Granados y Pablo Luna y que actuaría  en la coronación del Sha de Persia en Teherán. Murió de leucemia en 1991.
Y puestos a rememorar hazañas de personajes sevillanos en estos días de efervescencia sevillista o bética, según los colores de cada cual, recordar a otro personaje del lugar que se llamaba Alberto Hoyos y al que después de la publicación de una esquela con la falsa noticia de su fallecimiento se le conocía por “el muerto vivo”. Tenía un colmado cerca del convento de la Caridad, donde los cuadros tétricos de Valdés Leal, y se acordaba de la vecinita del piso de arriba que llamaba a la policía cuando no podía dormir por el ruido de los clientes de su establecimiento. Fue apoderado de Carlos Romero “Periquito” y protagonista de episodios picarescos como el de pedirle veinte duros a su poderdante “para entrenarse” o beber agua gorda en la fuente que había junto al edificio de Correos de la Cibeles y llamarle “champan de acequia”. Se paseaba por Madrid con un abrigo de cuello de terciopelo y, si había suerte, se colaba en la inauguración de una zapatería o en la exposición de un artista conocido. Tenía buen porte y sabía consumir los canapés con elegancia. Publicó un libro de poesía y fue por un corto espacio de tiempo coapoderado de Manuel Benítez “El Cordobés” con José Morales Mingorance, hijo de “Ostioncito” y apoderado de Dámaso Gómez y unos hermanos rejoneadores, los López Chaves. Se casó con la hermana, Lolita. Manuel Benítez les prohibió que organizaran novilladas por su cuenta y no le hicieron caso. La novillada hubo de suspenderse por lluvia y los gastos, a la postre, se los pidieron al de Villalobillos. Fueron despedidos al instante. La lucha por la vida.
CURIOSIDADES
La primera no  es tal curiosidad, es el recuerdo de un gran acontecimiento: la alternativa de Antonio Bienvenida el 9 de abril de 1942. Fue en Madrid con su hermano Pepe de padrino y de testigo y con el toro cárdeno “Cabileño” de la ganadería de Miura, corrida remendada con un toro de Tovar. Unos meses después, en Barcelona y el 26 de julio, el toro “Buenacara” de Ignacio Sánchez, al ejecutar Antonio (Don Antonio) un pase cambiado con la muleta plegada, le produjo una gravísima cornada en el vientre que frenó en seco su brillante trayectoria. Antonio fue un hombre de mala suerte. Siempre que le tocaba un toro le hería gravemente, hasta que una vaca de Amelia Pérez Tabernero le produjo la voltereta mortal en octubre de 1975, hará 40 años. Sin embargo, su hermano Pepe, en su dilatada vida torera, sólo visitó una enfermería, la de Pamplona, por un leve golpe. Pero, al final, fue a morir en la enfermería de la plaza de Acho de Lima al sufrir un infarto en la ejecución de un par de banderillas, suerte, con la estocada a recibir, en la que era un consumado maestro.

Otro aniversario celebramos el día 8 de este mes de abril, el de la  muerte de Rafael Molina y Martínez, sobrino de “Lagartijo el Grande” (es lógico que, al usar el mismo apodo que su ilustre pariente, añadamos lo de “el Chico” para salvar el equívoco). Fue un buen torero, con “solera” cordobesa y conocimientos técnicos, pero abúlico y enfermo. Un toro de Miura, en la corrida real que, con la presencia de Alfonso XIII, se celebró en Zaragoza el 14 de mayo de 1908, le produjo varios varetazos en el pecho y aseguran las crónicas de aquellos tiempos que, como consecuencia de aquel doloroso trance, se le acentuó la tuberculosis que sufría y falleció en su Córdoba natal (16 de julio de 1880) el 8 de abril de 1910. Luego hubo otro “Lagartijo”, también cordobés y sobrino de “Manolete”, un “Lagartija”, dos “Lagartijillos” y un “Lagartito”, este de Belchite y con ciertas habilidades toreras y mucha simpatía personal. Acabó su vida como ganadero y empresario de festejos menores y murió en Zaragoza el 21 de junio de 1966. Se llamaba Francisco Royo Turón y era hijo de “El Lagarto”.  Lógico. Dos hermanos de Paco Royo, José y Eduardo, “Lagartito II” y “Lagartito III”,  también se iniciaron en la carrera taurina pero no pasaron del escalafón novilleril.