domingo, 20 de diciembre de 2015

ANTONIO ORDÓÑEZ ARAUJO



Había pensado titular este artículo espectacularmente, “El Ocaso de los Dioses”, pero como no es un aniversario redondo, de cuarto, medio o un siglo, por ejemplo, he decidido encabezarlo con el nombre y apellidos del recordado: Antonio Ordóñez Araujo. ¿Por qué? Porque el día 19 de este mes de diciembre de 2015 se cumplen 17 años de la muerte del rondeño en su residencia sevillana, calle Iris, callejón por el que acceden a la Maestranza los diestros actuantes y sus cuadrillas. Y el día 16 de febrero próximo cumpliría 84 años, que es la edad que yo sume el pasado 15 de septiembre. De ahí el que, enfáticamente, ponga en paralelo la vida taurina de don Antonio como torero y la mía como emborronador de cuartillas para su publicación en los periódicos desde “El Ruedo”, mi cuna, hasta “6TOROS6”, mi penúltima morada casi medio siglo después de que el rondeño abandonara el traje de luces. Los arenas toreras, no, porque parte de sus cenizas póstumas fueron a reposar al ruedo de su ciudad natal, amparo también del poeta Rilke y el cineasta Orson Welles y estatua dedicada al gran Pedro Romero.
Más que una biografía de Ordóñez, yo pretendo plantearme preguntas y reflejar respuestas sin orden  ni concierto. Me atrevo a afirmar que era tan gitano como “Joselito” y no lo manifestaba nunca aunque su mozo de espadas y un banderillero fueran de la familia de los Vega de los Reyes, sobrinos de Rafael y Curro (Curro Puya, primero que arrastró por los alberos los vuelos de su capote) el que murió en Madrid a los dos meses y medio de sufrir una cornada en la plaza vieja. Antonio era muy particular en sus decisiones. Hubo unas años en los que al final de la temporada se reunía con todos los miembros de su cuadrilla y asistían a una especie de ejercicios espirituales con final fraternal. Se trataban de hermanos entre ellos y siempre llevaban  un crucifijo en la mano. “Hermano Carmona, te tengo que comunicar que a la temporada que viene no estarás en mi cuadrilla. Le he dado tu puesto al hermano José Antonio Romero”. “Hermano, Ordóñez, eres un hijo … Esto me lo dices antes y no vengo a los ejercicios”. En otra ocasión, toreando en Linares, Antonio Galisteo le dio un capotazo de recibo a un toro que metió un pitón en la arena y se lo rompió. Aun así, Ordóñez le cortó la oreja a ese toro y cuando iba iniciar la vuelta al ruedo acompañado de sus banderilleros, se volvió hacia Galisteo y le ordenó que se quedara en el callejón. Quiero decir con estos detalles que era un hombre de difícil trato y que su suerte fue encontrarse con una mujer maravillosa, fantástica, Carmina, la pequeña de los Dominguín. Personalmente también tengo mi anécdota peculiar. Me había llamado para que le fuera a hacer una entrevista en Sevilla y allá que me fui al hotel Alfonso XIII donde me esperaba. Entonces le propuse hacerlas fotos con  la Torre del Oro como telón de fondo.” ¡Qué original!”, fue su sarcástico comentario. Yo le repliqué que, siendo su  deseo que el encuentro fuera en la capital del Guadalquivir, lo más lógico era ilustrarla con estampas de lo más “typical” y le recordé que él había ido a Roma y se había subido a una columna con un capote para que el fotógrafo de turno le perpetuar en el más clásico lance a la verónica sobra la base del románico.
A los matadores también los traía en jaque y cuando Miguel Márquez, al que le había dado la alternativa en Málaga, se empeñó en que se la confirmara en Madrid le contestó que sí, pero con una corrida del Conde de la Corte (el Conde, Atanasio y el Marqués de Domecq eran las ganaderías favoritas de Ordóñez). El de Fuengirola tenía raza y salió a hombros por la Puerta Grande. Yo le pregunté al de Ronda que si no torearía nunca con Manuel Benítez y me contestó que una docena de corridas .seguidas sí, una en solitario ni hablar. Y hubo un cronista que vivió algún tiempo en la finca de “Valcargado” y se mostraba rendido admirador del rondeño. Se enfadaron y entonces el cronista se hizo partidario del torero de Villalpando. Se repetía la anécdota belmonteña de cuando alguien le preguntó a don Juan lo que opinaba sobre Díaz – Cañabate: “En los tiempos de José y yo, él era  de Vicente Pastor”. Cañabate tuvo la ocurrencia de llamarle “el rincón de Ordóñez” a las estocadas bien ejecutadas por el de Ronda pero apuntando a la punta de la paletilla derecha del cornúpeto para asegurar la muerte. Fue un buen estoqueador, el autor del mejor lance a la verónica de pie y de rodillas y un profundo muletero. Arjona le hizo una foto de un lance rodilla en tierra y Pablo Ignacio Lozano le dio su volumen en bronce. Le cantaron Julio Aumente, José Bergamín, Alfonso Canales, Aquilino Duque, Rafael Duyos, José García Ladrón de Guevara, Luis Jiménez Martos, José de Miguel, Jorge Sarasa, Antonio Murciano y Ángel Peralta. Le sacó las entrañas Antonio Abad Ojuel, lo retrataron todos y lo dibujaron y pintaron otros cuantos. En una publicación y sobre su silueta marcaron más de treinta puntos de dolor, cornadas y lesiones casi a la par de Diego Puerta.
No fue fácil la vida de Antonio Ordóñez. Su padre, “Niño de la Palma”, ganó mucho dinero pero lo dilapidó y tras la Guerra  Civil confesó que no tenía ni para tabaco y debía vestir el terno de plata para dar de comer a sus hijos. Enfermó del pecho y murió joven, cuando ya todos sus hijos menos Juan y Alfonso, grandes subalternos, habían tomado la alternativa, en 1961.Juan se casó con la actriz Paquita Rico y tuvo un extraño final, Alfonso ha sido uno de los mejores en la gran etapa de los grandes banderilleros como “Pinturas”, Chaves Florez,” Tito de San Bernardo”, “Michelín”, Julio Pérez “Vito”, “Parrita”, Alfredo David de retirada, “El Boni” grande, “Bojilla”,  “Miguelañez”…
Hemingway tenía su resquemor hacia el torero que había protagonizado su novela “Fiesta” ambientada en los sanfermines pamploneses. Y vino a España para comprometer al hijo de Cayetano, Antonio, que había remontado el vuelo y se lo consideraba como el mejor, el más clásico de los clásicos. A Papa Ernesto le habían encargado un gran reportaje de la fiesta de los toros ( por recomendación de Gertude Stein, su primera corrida en España la había visto en Madrid en 1923,  en una tarde en la que actuaban dos diestros aragoneses, Gitanillo, que a la llegada de los de Tríana tuvo que añadir lo de Ricla, y Nicanor Villalta junto al  sevillano “Chicuelo”, pero ya conocía la fiesta en la frontera mexicana) y su primer pensamiento treinta años después fue reencontrarse con  el hijo de su menguado ídolo y proponerle una serie de corridas mano a mano con  su cuñado Luis Miguel. En el título se entremezclaron los adjetivos de peligroso y sangriento a un verano en  el que ambos toreros pagaron su tributo. Nieves Herrero, no sé en base a que testimonios, dice  que Hemingway considero triunfador de aquellas diez corridas a Luis Miguel cuando en realidad todos los elogios fueron  destinados al de Ronda, hasta el punto de que el “number one” puso  en duda de que el americano supiera de toros y de escritura. Pese a su gran divulgación y a los millones de lectores que a través de la obra de Hemingway conocieron la fiesta española, lo cierto es que la traductora del texto al español no era muy ducha en el lenguaje torero y  cometió algunos errores que no empequeñecen la significación del más trascendental relato taurino. Soy, lo  confieso, rendido admirador de don Ernesto. Y de Luis Miguel y de Antonio Ordóñez aunque sean tan diferentes y tan dispares. El texto de “El verano  sangriento” se publicó en “La Gaceta ilustrada” con dibujos de Picasso y fotos de Cervera, el fotógrafo que gano un premio universal de fotografía en Londres con “Caída al descubierto”, foto tomada en Toledo y en la que aparecen al quite Belmonte y Gaona.
Pese a su gran dimensión como torero, Antonio Ordóñez no fue un hombre feliz aunque que tanto Carmina Dominguín, que murió joven un 29 de agosto, como Pilar Lezcano fueron excelentes compañeras del rondeño. Y pese a la gran legión de seguidores con un grupo selecto que acudía a todos los festejos en los que actuaba y que se comportaban de una forma apasionada. En aquella corrida de Linares del incidente con su banderillero Galisteo, al rematar al cuarto toro de la tarde se levantaron de sus asientos y abandonaron la plaza. “Ya no queda nada por ver”. Y aquel día le acompañaban en el cartel Diego Puerta y Santiago Martín “El Viti”, dos toreros importantes.

Luis Miguel hizo unas declaraciones a un medio americano en las que manifestaba que Antonio era un buen chico que se había casado con su hermana y que, por lástima, le apoderaba  su padre, el ocaso paterno, su hermano Juan, luego las hijas, Carmen y Belén, Paquirri, su nieto Francisco a los ruedos y Cayetano a estudiar… Cuando vivían en Madrid , en San Juan de la  Cruz, junto a los Nuevos Ministerios, su casa era refugio de personajes. Un novillero del otro lado del Atlántico era el vigilante de sus niñas, Carmina ponía orden. El torero iba y venía y en San Sebastián le brindó un toro a José María Jardón y le dijo al oído que era el último toro que mataba. Lo que no le contó don José María al torero es que pensaba derribar esa misma plaza y vender el solar a una inmobiliaria. La de Bilbao se quemó una noche pero el arquitecto Gana, ordoñista, levantó una nueva en  unos meses. La de San Sebastián tardó unos cuantos años en resurgir pero lejos de el viejo Chofre. Las Vascongadas era vivero de ordoñistas, el Conde de la Unión en la navarra Buñuel, en Zaragoza hasta Brualio Lausín, el hijo  de “Gitanillo”, ”luismiguelista” de nacimiento, Jerez y su administrador Emilio Rosales, el del Moral padre de Colmenar de Oreja, la duquesa vecina de “Valcargado”, todos subyugados por uno de “los doce apóstoles toreros”. Algún día me atreveré a hacer la lista. Hoy vuele mi recuerdo hacia la memoria de un gran torero que no llegó a ser feliz.

domingo, 13 de diciembre de 2015

CARA Y CRUZ ZARAGOZANAS

Simón Casas y su amplio equipo de colaboradores: Enrique Patón, Nacho Lloret, José Luis Ruiz, la adorable Silvia y una atenta jefa de información  sevillana que nos tiene al día de todo lo que ocurre en el coso zaragozano. Luego unos asesores de imagen que este año ha dado a la luz de todos los vientos una curiosa serie de los principales componentes pilaristas con un sorprendente Morante de la Puebla que en ocasiones nos ha llamado la atención con amplias patillas de hacha, hermosa pelambrera tipo “el Paquiro” de mediados del siglo XIX, tocarse con un canotier o un bombín, taparse con una capa de Seseña o fumandose un Churchill entre toro y toro al estilo de Adolfo Rodríguez “El Pana”, mexicano de Apizco. Para esta ocasión se nos presenta a calzón (taleguilla) medio caído, el torso pintarrajeado, el nombre de Salvador a modo de tatuaje pintado y los bigotes y la mirada  dalinianos. “Soy arte puro”. Los otros retratados son de “El Juli”, brazo desnudo y la leyenda “Soy Tauromaquia”, López Simón, brazo y pierna al descubierto, “Soy verdad”, ambos en recuerdo del retrato que le hizo a Juan Belmonte el fotógrafo valenciano Julio Derrey y que se publicó en “Mundo Gráfico” el 21 de abril  de 1926 y otro posterior de Juan Gyenes con  el fondo del que le hizo al óleo Julio Romero de Torres, Urdiales, el torso desnudo y un capote bordado con racimos de uva y hojas de parra, “Soy honesto”, y Talavante, de negro con gola y puñetas blancas, la mano en el pecho y una feliz confesión: “Soy libre”. Algo  así como “hago lo que me da la gana”. Las cinco fotos cubrieron una parte de la fachada del coso de Pignatelli que construyera el arquitecto Navarro del 16 al 18 del pasado siglo XX y lucieron en autobuses, tranvías, columnas del Paseo de la Independencia y de casi todas las publicaciones taurinas. Fue un buen impacto publicitario que, sin duda, despertó la curiosidad de los que estaban alejados de la fiesta de los toros o no habían estado nunca. Estamos en tiempos en los que no nos podemos dormir en los laureles - lo dice hasta al pintor Barceló en  su seguimiento a Goya y Picasso – y todos los esfuerzos serán pocos para mantener el fuego sagrado de la afición a los toros que algunos, muchos desde la otra acera política o cultural, no pueden  apagar y pretenden que nos chamusque y destruya. Casas ha triunfado en Zaragoza pese a los malos auspicios de sus detractores y desde las páginas del suplemento semanal de Aragón en ABC, Ángel González Abad, ha detallado hechos y cuantificado cantidades con las que estoy de acuerdo y leo con regocijo.

Pero, al margen de la buena noticia que supongo que se habrá reflejado en los resultados crematísticos de la Feria del Pilar(no hay que dudar que los empresarios ganan dinero o cierran el chiringuito), me da la impresión de que los tiempos han cambiado mucho y el ambiente taurino zaragozano es muy distinto del de hace unos años. Primero la plaza de toros. Lo puedo atestiguar porque fui consciente de cómo se hallaba a finales de los años  70 pasados y de las obras que se iniciaron primero con el diputado Ángel Esteban Enguita (UCD) y después con el diputado Eduardo Aguirre (PSOE) hasta que me obligaron a jubilarme en  1996 con un festival goyesco de grato recuerdo, en el que actuaron Francisco Marcos “Marquitos”, “Paulita”, ambos con  caballos, y Ricardo Torres sin ellos, más una cuadrilla de toreadores valencianos, recortadores, roscaderos, saltadores y algunos de sus encantos de referencia con las facetas de la época goyesca. Se cumplían los 250 años del nacimiento del de Fuendetodos. La tarea de recuperación de la plaza zaragozana continuó y ahora es la más bella y cómoda de España entre las plazas de primera, cuatro año más joven que la de Sevilla pero sin comparación en  lo que a operatividad y uso público se refiere. No así en lo que a su explotación turística y torera respecta. Está cerrada a cal y canto hasta  para los pocos profesionales que en otros tiempos entrenaban a diario en el ruedo zaragozano. Por su belleza monumental y la riqueza artística que posee la DPZ en  sus almacenes, el retrato de Manolo Gracia que hizo Gárate o la copia de la despedida de Lagartijo, los carteles, la colección  de la Tauromaquia de Goya y algunas cosas más que están muy bien guardadas pero no disfrutadas. Vivir la plaza de toros  en toda intensidad y durante todo el año para aprovechar también esa cubierta que es casi la única que no le ha quitado carácter a un coso taurino. Nada que ver con las plazas cubiertas de nueva construcción  que más parecen salas de fiesta, tanatorios o monstruos de concreto, como le llamaban a “la México” en sus primeros años. Cenáculos taurinos, del “Oro del Rin” de Requete Aragonés y “La Maravilla” a “La Taurina” de la calle Pignatelli, frente a la plaza de toros. Apenas unos cuantos nos reunimos los jueves de cada semana. Otros luchan organizando actos de todo tipo con  el reclamo vía internet, Fernando García Terrel, Eduardo Gavín, Bonilla, Fernando Polo, “El Niño del Herdy”, Armando Sancho y “Pascualillo”, que en la calle Libertad recuerda los años que hace que se retiró Curro Romero. No pasa solo en Zaragoza. En Madrid han desaparecido los toreros de la llamada playa taurina, de la calle Sevilla a “La Tropical” de la calle Alcalá a la esquina de la de La Virgen de los Peligros, donde estaba “Riesgo”, la calle Aduana con el sastre Fermin, o la calle Jardines y “La Pañoleta”, donde yo le hice una entrevista a Gitanillo de Tríana, su esposa y su suegra, Pastora Imperio. Queda “Don Paco” en  Caballero de Gracia, casí al principio de Gran Vía. Y no te encuentras un torero en toda la Plaza de Santa Ana ni hospedado en el Hotel Victoria. Apenas el banderillero Barroso “Pechoduro” y el ínclito Gonzalito. Todavía se mantienen  en “Viña P” los cuadros de Pepe Puente y los hijos de Manolo Chopera que siguen los gustos culinarios de su padre.

Y lo que es más significativo de todo: Zaragoza fue la plaza donde se hicieron todos los toreros aragoneses y hoy en el escalafón de novilleros sola hay dos de la tierra con un par de novilladas sumadas por cada uno: Miguel Cuartero y Jorge Isiegas, sobrino de Octavio  Iglesias. Zaragoza, cruce de caminos entre Madrid y Barcelona, Valencia y San Sebastían, La Coruña, Santander y Tarragona, es la plaza de Paco Camino (por delante de la de Sevilla), Diego Puerta, Chamaco y Miguel Márquez cuando se daban novilladas en Alagón, Cariñena, Daroca, Maella, Pina de Ebro, Ricla, Tarazona, Tauste, Ejea de los Caballeros, Ateca, Sos del Rey Católico, Illueca y Calatayud en la provincia de Zaragoza, Huesca, Barbastro y Jaca en la propia Huesca, y la gran mayoría de las de Teruel, Albalate, Alcañiz, Calanda, Cella, Escucha, Orihuela, Utrillas, Valderrobles, Muniesa y la capital. ¿Cuántas novilladas se han  dado en Aragón la temporada que ahora se remata? Algún festejo mixto en tierras turolenses si es posible con amazona tan bella como la francesita que abrió la Puerta Grande de Zaragoza en el remate de la feria pasada. Buena estampa equina: no me canso de repetir que me recuerda a don Álvaro montando a Espléndida.


Como le dijo el mono a la mona tras la última explosión de la bomba nuclear: “Tendremos que volver a empezar”.