miércoles, 26 de junio de 2013

LOS INSÓLITOS PROFETAS

No me sorprenden los repetidos anuncios del fin de la fiesta española. Los vengo escuchando desde mi debut como espectador taurino en Las Ventas del Espíritu Santo, en octubre de 1939. Justo en aquellas fechas iniciaba nuestro más ancestral espectáculo la difícil remontada de tres años de guerra fratricida. Era tremenda la sima en la que habíamos caído por el enfrentamiento ideológico y muy oscuro el porvenir político, económico y sociológico. Pero el fenómeno “Manolete” obró el milagro y se mantuvo precisamente hasta agosto de 1947, cuando “Islero” hirió de muerte a Manuel Rodríguez. Tan horrible se hizo el bache posterior que hubo temporada en la que las novilladas (Litri-Aparicio) superaron a las corridas de toros. Pero muchos años antes de que yo naciera también se hablaba de la decadencia de la fiesta de los toros, con las prohibiciones papales, con las de Carlos III y Carlos IV, con la Guerra de la Independencia, el desastre de Marruecos, la retirada de Guerrita (Después de mi, nadie) o la muerte de “Joselito”. Ahora, los nacionalistas, más los catalanes que los vascos porque hay gente en Vascongadas que opina que el origen de la corrida de toros se localiza en su territorio. Sin embargo, se cierra la plaza de Illumbe a los espectáculos taurinos, objetivo para la que fue construida no hace muchos años bajo el mando de “Chopera el Grande” y la inestimable colaboración de su hermano Jesús y el concejal del ayuntamiento donostiarra Gregorio Ordóñez para soslayar el crimen cometido por don José María Jardón con el cierre y venta del coso del Chofre después de la faena de Curro Romero y el brindis de despedida de Antonio Ordóñez. Hemos sufrido mucho, pero seguimos en la conciencia de que la fiesta española no hay gobierno que la abole ni quién la abola. Bueno, no sé si es fidedigna la letra, aunque me suena la música.

¿Es este momento el más comprometido de nuestra historia? No lo sé. Pero lo que sí afirmo es que nunca dos personajes tan destacados como José Antonio Chopera y Manuel F. Molés se erigieran en profetas de la hecatombe. No lo entiendo, aunque es posible que ellos tengan elementos de juicio más que suficientes para predicar semejante negro augurio. Ambos llevan más de medio siglo mandando en esto. José Antonio, hijo de don Manuel, este hermano de don Pablo y de Anchón, triunvirato similar al de los hermanos Lozano en estos tiempos, contratistas de ganado en sus principios, cuadra de caballos, gestión de arrastre de árboles y actividades empresariales desde lo más bajo a la cumbre del negocio taurino, “la boinita sabia” del señor Bellón en la cabeza de Pablo Martínez Elizondo, con su sobrino José Antonio como acompañante privilegiado de Paco Camino en los primeros años de los 60 del siglo pasado. Empresario de Albacete, Salamanca, Santander, apoderado de “El Niño de la Capea”, empresario de Zaragoza con renuncia, vuelta y otra renuncia y EMPRESARIO DE MADRID: En la cumbre. Y desde la cumbre lanza el anatema: “Esto se acaba, mis nietos no vivirán del toro”.

Y desde la otra esquina, asiente Manuel Francisco Molés Usó: “José Antonio tiene razón”. Ninguno de los dos nota alguna sensación esa culpabilidad que percibe el capitán del barco que ha chocado con un arrecife y se hunde. Y los dos llevan más de medio siglo en el puente de mando. Molés no mandaba en sus orígenes taurinos porque estaba en “Fiesta Española” y desde aquella barquichuela no mandaba ni el director, que era yo. El de Alquerías del Niño Perdido vino a “Fiesta Española” de la mano de una chavala murciana, Encarnita López Molina, para escribir de teatro y tuvo la suerte de encontrar en su camino con la ayuda de Vicente Zabala y Joaquín Jesús Gordillo, que, de la noche a la mañana, me abandonaron sin decirme palabra y requeridos por las promesas de Alberto Polo, nuevo director de “El Ruedo” y decían que sobrino de doña Carmen. “Manolo, ¿te atreves con los toros?” Y se atrevió, se atrevió. Y empezó a mandar cuando entró en “Pueblo” y se juntó con Mariví Romero en la televisión, y la SER y don Jesús del Gran Poder, el Plus. Mucha fuerza, don José Antonio, don Manuel. Por eso os pido que hagáis todo lo que os permitan vuestras fabulosas energías para que esto no se acabe, para que los que todavía no están al otro lado del río lo vadeen. Por mis nietos, por ejemplo.

Al que no le puedo decir nada es a José Tomás, que algunos dicen que ha suspendido su temporada (¿?) de tres corridas por culpa de su lesión en un pie. Recuerdo que, hace algunos años, Curro Girón se paseó por todos los ruedos de España con una mano escayolada (fractura de escafoides), por no hablar de Juan García “Mondeño” que llevó un aparato ortopédico en uno de sus pies para soslayar la rotura del tendón de Aquiles, o de la vuelta a los ruedos de infinidad de diestros con los puntos de sutura sin quitar y hasta “El Tato” lo intentó con una pierna de madera. Pero no es momento de hacer balance de las heroicidades de los muchos toreros que en nuestra historia lo han sido. Sucede que, según prestigiosas personalidades, el de Galapagar es el Gran Profeta de la Nueva Tauromaquia. Sube al Monte Sinaí y rompe las tablas de las leyes de los hebreos como nuevo Moisés redentor. Tomás no quiere conducir a su pueblo torero a través del desierto. ¡Agua!

Mi amigo, el pepeluisista de Córdoba, lo que no es paradoja porque don Manuel Rodríguez también lo era, ha escrito un artículo sobre los toros y el fútbol muy documentado. Me pide mis recuerdos, pero, como no superan a los suyos, me escondo en el burladero. Si recuerdo lo de la foto de “Joselito” en la plaza de Sevilla con pantalón corto, botas y balón, A Pepe Bienvenida y sus hermanos en partidos benéficos, a un sobrino de Andrés Vázquez que jugaba en el Madrid, o pretendía, a Manolo Escudero y, últimamente, a Enrique Ponce que, dice Raúl, no hay otro en el balompié, que hace el “fotbal” con tanta clase como el toreo. Y aclarar que, después de la manoletinas de Montalvo, no hubo que esperar hasta la llegada del mesías de Galapagar; antes las bordó el ya citado Juan García “Mondeño” con tal personalidad que se les llamaba “mondeñinas”, como antes se conocieron como “laserninas”, por don Victoriano, y “llapiserinas” por Llapisera. Esto último para faltarle al respecto a Manuel Rodríguez Sánchez, que de todo ha habido en este valle de lágrimas que algunos pretenden que sea al toreo. ¡Exorcistas! Aquí os espero, don José Antonio, don Manuel.

jueves, 20 de junio de 2013

EN LA CUESTA ABAJO

Hablaba en mi anterior escrito de que Zaragoza está en la encrucijada. Hoy le tengo que poner letra de tango (la cuesta abajo en mi rodada) a la situación porque las noticias que tengo sobre el coso de Pignatelli son francamente malas. La última me llega desde Alagón, bello lugar de las orillas del Ebro, con arquitectura y huerta interesantes y con una plaza de toros muy original y remozada, en la que, allá por el año 1917, el 8 de abril, Domingo de Resurrección, como la plaza de la capital estaba en plena reforma, tuvo lugar una corrida de toros en la que actuaron Punteret, “Alcalarreño” y el mexicano Luis Freg, al que motejaban de “El Rey del Valor”. Me contaba Diego Relámpago, mozo de espadas distinguido, que en aquella ocasión él y sus hermanos fueron hasta el lugar para ver a su padre, picador, que actuaba en el festejo. La plaza no cuenta con un historial muy relevante, pero se afirma que en ella actuaron alguna vez los “Gallo”, Rafael y José, Belmonte y el primer “Gitanillo” de la historia del toreo, Braulio Lausín, aunque no fuera gitano de nacimiento y sí de dedicación puesto que se dedicaba al trato de ganado caballar. Cuando llegaron al toreo los de Triana hubo de añadir lo de Ricla, de donde era natural. Las fiestas de Alagón, por San Antonio, el 13 de junio, se celebraron hace pocos días y, entre los festejos programados, se anunció una novillada sin caballos de las que la empresa SEROLO tiene que prometidas en la plaza de Zaragoza. De esta forma se ahorran gastos. De momento, se bajaron del camión los erales correspondientes y se quedó en el cajón el sobrero porque no se había abonado su costo. No hubo lugar a conflicto alguno porque la lluvia persistente obligó a suspender el festejo. Pero el hecho me recuerda una anécdota de otros tiempos, en la que fue protagonista Paco Laborda, ejeano, hijo de “Tripanegra”, pregonero de la villa que anunciaba las sardinas insertadas a modo de muestra en un leve alambre y que luego servían de alimento a su larga prole. Paco, al que algunos conocían por “Tripi” y en el mundo del toro como “Balañá por los rastrojos”, tuvo múltiples actividades, desde limpiabotas a cocinero, empresario y apoderado, en una ocasión, para ayudar a un amigo, se metió en un cajón con dos grandes piedras para simular que en su interior estaba el sobrero imprescindible para la celebración del festejo. El empresario advertía a autoridades y toreros que no se acercaran al cajón porque el animal era muy furo y Paco daba grandes golpes en las tablas para dar muestras de su supuesta violencia. Al cabo de un par de horas, Paco decidió fumarse un cigarro y el humo salió por las aventuras del cajón al par que autoridades y toreros le comentaban al empresario: “Lo que no sabíamos es que, además de furo, el novillo era fumador”. La picaresca a la española.

Lo que sucede con Zaragoza no tiene nada que ver con esto. Es algo peor, de más transcendentes consecuencias. Antes de finales de este mes de junio, SEROLO tiene que abonar a la Diputación de Zaragoza una cantidad señalada en el contrato de arrendamiento. ¿Pagará? ¿Alegarán los posibles inconvenientes los abogados de la empresa, a los que por estos lares se les conoce como “los abogados del Gran Capitán” por las abultadas cifras manejadas como justificación del no abono de cantidades anteriores? El Juzgado correspondiente pospuso la resolución de la reclamación de la Diputación de Zaragoza de desahucio de los arrendatarios por impago hasta el mes de septiembre, creo que el día 26, fecha en que está fijada la vista de la reclamación de SEROLO a la Diputación por no sé qué retrasos en la entrega de la plaza para su explotación. Total, sentencias para el próximo mes de diciembre. Naturalmente, fiestas del Pilar organizadas por la empresa demandante y demandada.

Un amigo cordobés, amante empedernido de los Pirineos oscenses me ha enviado un reportaje sobre los ESCUNJARADEROS, pequeñas construcciones medievales de piedra, cuadradas y abiertas a todos los vientos, en las que se reunían los vecinos del lugar para realizar los esconjuros, exorcismo contra los malos espíritus, endemoniados, brujerías, mal de ojo, pestes, maldiciones o tormentas. Me veo yo a los aficionados zaragozanos en la oscense Labuerda para, todos juntos, tratar de ahuyentar el “malage” (mal ángel) que atenaza el futuro de la plaza de toros, que al año que viene cumplirá dos siglos y medio de historia taurina .

Hay buenas noticias: reaparece Paco de Lucía, que ha estado perdido tres años en una playa de Yucatán, México, y Curro Romero cenó con el príncipe japonés Naruhito, al que le explicó lo que es el arte. Hay muchos japoneses a los que les suena la guitarra, bailan flamenco y acuden a los toros. Algunos abandonan al tercer toro, pero los que se quedan hasta pueden llegar a ser buenos aficionados. Curro Romero, que es hombre de pocas palabras, estaba acompañado por su esposa, buena conversadora. Creo que hubo entendimiento entre el príncipe del Sol Naciente y el faraón de Camas. El arte no necesita de idiomas. Mi amigo cordobés y pirenaico, José María Portillo, pepeluisista, buen gusto, presentador de Esperanza Aguirre en su pregón de la Feria de Córdoba del Círculo de la Amistad, me cuenta y no acaba de las delicias “morantinas” en la plaza de “Los Califas”, heredera de la de “Los Tejares”, en donde 14 mil espectadores menos uno se pusieron de acuerdo para proclamar las excelencias del genio de La Puebla, dice Portillo que heredero de Paula y de Curro. Bueno, yo añado, pero mucho más largo que los dos juntos. Sumo a esto lo escrito por “Barquerito” desde la marsellesa Istres y renuevo mis ilusiones. ¡Hay ARTE! Esto no se acaba. Y me ilusiona además que los señores Ángel Berlanga, Rafael Comino Delgado y Curro Rivero se preocupen por la modificación de la puya, aunque afirmo rotundamente que el primer tercio no tendrá arreglo si no se derriba “la muralla”. Hay que darle la oportunidad al toro para que muestre su fuerza y su bravura y ello no se conseguirá si no se implanta el peto anatómico, invulnerable pero asequible. El sol sale hasta en las plazas de toros. ¡Curro, ya llegará el verano!

miércoles, 12 de junio de 2013

ZARAGOZA EN LA ENCRUCIJADA

Un amigo heredado, Gonzalo Checa, compañero de colegio de mis hijos, me ha pedido que le cuente la historia de la Plaza de Toros de Zaragoza. Yo no encontraba el momento de hacerlo aunque en las situaciones más amargas es cuando hay que hacer balance y recordar viejas glorias que no sé si sirven de consuelo, pero sí ponen las cosas en su sitio. En eso estamos. Luego, albarda sobre albarda, al Iñigo del bigote más famoso que el de Dalí o Stalín se le ocurrió afirmar que las plazas de toros eran los lugares más incómodos a los que acuden los espectadores previo pago de la correspondiente localidad y, siendo esto verdad en las plazas más emblemáticas de nuestra geografía nacional, Madrid y Sevilla, también es cierto que la primera con butacas se ha cerrado para siempre, Barcelona, la moderna y funcional de San Sebastián está condenada políticamente y la de Zaragoza, la más modernizada respetando su base del XVIII, está a punto de fenecer entre pleitos y despropósitos. Al margen dejamos a las modernas de La Coruña, Vista Alegre, Leganés, Logroño, en parte Pontevedra o Bilbao a raíz del incendio que, según los partidarios de Manuel Benítez, se provocó por los entusiasmos cordobesistas la noche de su debut como novillero, las cubiertas de nuevo cuño, a imagen y semejanza de la obra pionera realizada en Zaragoza sobre la base de un edificio construido en 1764, cuatro años después de la de Sevilla, ambas rematadas o completadas a lo largo de los años, de los siglos.

Fue en junio de 1761 cuando la Real Casa de Misericordia decidió la construcción de la plaza de toros para, con sus ingresos, ayudar al mantenimiento de la institución benéfica. Antes, en recintos improvisados, se habían dado festejos o alardes caballerescos en los alrededores de La Aljafería, en el Coso, La Magdalena o el Mercado, pero fue don Ramón de Pignatelli y Moncayo el que llevó adelante la obra en 1764, en cinco meses y con un coste de 640 mil reales de vellón, para inaugurarse los días 8 y 13 de octubre de aquel año con ganado de Ejea de los Caballeros, de Diego y Francisco Bentura, los Salinas, Lopez Artieda, Murillo y Alamán. Y entre los toreros, Antonio Ebassun “Martincho”, que actuó en los dos festejos, a los que asistió Goya, Juan y Manuel Apiñaniz, Sebastián el Gitano, Raimundo el Indiano y otros de menor renombre. (Recomiendo “Orígenes de la Plaza de Toros de Zaragoza”, de Alfonso Herranz Estoduto”)- Mencionar que al año siguiente, 1765, hizo el paseíllo en la nueva plaza Juan Romero, patriarca de los Romero de Ronda que, con su hijo Pedro como máxima figura, protagonizaron las mayores hazañas taurinas del último tercio del siglo XVIII junto a Joaquín Rodríguez “Costillares” y José Delgado “Pepe-Hillo”, todos ellos presentes en los mayores fastos de la recién estrenada plaza. Pero Carlos III prohibió las corridas durante cinco años y en 1789, para los festejos celebrados con motivo de la Coronación de Carlos IV, hubo que realizar obras por un importe de 2.935 libras. Otra reforma en 1895 y una fundamental que se inició en 1917 con motivo del impulso que la fiesta tuvo en Zaragoza con el enfrentamiento de los partidarios de Herrerín y Ballesteros. Luego ni uno ni otro pudieron torear en el remozado coso porque Herrerín, todavía novillero, murió en la plaza de San Roque y Ballesteros, ya matador de toros y con la protección de Joselito, murió en Madrid como consecuencia de la cogida que sufrió en la plaza de la Carretera de Aragón. La obra la dirigieron los arquitectos Félix y Miguel Ángel Navarro, padre e hijo, y consistió en sustituir la fachada original, copia de la plaza de la Puerta de Alcalá madrileña y similar a la de Aranjuez vigente, por una de estilo neo-mudéjar, ampliar gradas y andanadas y una nueva enfermería sobre la que se construyó la casa del conserje. Se alcanzó un aforo de 14.294 localidades-. Desde 1918, año de la epidemia de la gripe, hasta 1979 apenas hubo alguna reparación puntual mientras todas las dependencias de la plaza se deterioraban a ojos vista y fue la limpieza de la fachada la que descubrió la belleza del coso de Pignatelli, al que yo me niego a llamar de “La Misericordia” para no confundirlo con los de Pamplona o Bilbao y para apartar de ella este cáliz del “miserere cordia”, miseria del corazón. En tiempos de la justicia social no podemos hablar de beneficencias o misericordias.

Han sido muchas las cosas que han cambiado en la plaza de toros de Zaragoza, corrales, chiqueros, cuadras, viviendas, cuevas, aseos, bares, taquillas, capilla, patio de caballos, enfermería, pasillos, gradas, andanadas y tendidos a pesar de las piedras centenarias en las que se sentó don Francisco, al que se le designó un lugar de honor para que desde el bronce del escultor Arcón presidiera la fiesta a la que tanto amó y de la que es el mejor cronista. El capricho de un empresario y el consentimiento de los políticos han condenado a Goya a un rincón del llamado patio de cuadrillas escondido entre ramas y furgonetas de reparto. Así nos van las cosas. Se ha bajado la capacidad de la plaza a 10.500 localidades y el año pasado en ninguno de los festejos se puso el cartel de “No hay billetes” aunque algunos pongan la disculpa de que Goya ocupa cuatro asientos. La sugerencia es que la DPZ pague el abono perenne de DON FRANCISCO.

Al margen de este desagradable episodio, la plaza zaragozana es ahora una de las mejores plazas de España y la segunda entre las plazas de primera, después de la de Sevilla (1761). Hay otras que se consideran más veteranas, Béjar o Las Virtudes de Santa Cruz de Mudela, pero, por historia e importancia, Zaragoza está por delante incluso de la de Ronda, que es más moderna que la del Betis y la del Ebro. A trancas y barrancas, la hemos mantenido como tal plaza de toros aunque hubo sus intentos de llevarla a Torrero y abrir una gran avenida desde el Campo del Sepulcro, el del Toro y las Eras del mismo nombre hasta el Ebro. Se suprimieron los anuncios de las balconadas de grada y andanada, se cambio la puerta del inicio del paseíllo para que los picadores no tuvieran que pasear por la calle Pignatelli, se colocaron las pantallas digitales para dar noticia de toros, toreros, música y otras informaciones, se habilitó un recinto para contemplar el apartado de los toros, se cambió la presidencia y se cubrió la plaza para evitar la inclemencias del tiempo, las de primavera y otoño. Ya ningún torero tiene que asomarse a la ventana del hotel para comprobar si sopla el cierzo o el bochorno, llueve o truena. La idea inicial de la cubierta vino de la mano del arquitecto cubano Bernardo Díez (novillero esporádico a su llegada a España y bailando con “El Cordobés” con el sobrenombre de “El Guajiro”) con una maqueta de madera con grandes ventanales que armonizaba perfectamente con la vetustez de la plaza. Se la presentó a Arturo Beltrán, a la sazón mago de las finanzas y empresario de la plaza con el acompañamiento profesional de los hermanos Valencia, Pepe y Victoriano Cuevas Roger, y el de Utebo buscó otros proyectos técnicos y se encontró con los ingenieros alemanes artífices de la cubierta del campo de fútbol de Munich, una gran rueda de bicicleta para sujetar la cubierta de teflón y otros ingeniosos artilugios. Pero la base fue el reforzamiento de la obra del XVIII y de 1917 y el cinturón de hierro relleno de hormigón llevados a cabo por el arquitecto José María Valero, autor de la Estación Modal de Las Delicias, de la Casa de la Dolores de Calatayud, el Palacio de Sástago, el antiguo Casino Mercantil y otras restauraciones, coleccionista de tranvías y trenes y experto en diversas cuestiones. Ahí está una plaza modelo sobre un edificio de 1764. Un milagro.

Otro asunto es el de la actividad taurina en edificio tan singular. Ya desde el principio empezamos con las prohibiciones del Carlos III y Carlos IV que rompieron el ritmo de la plaza, con la Guerra de la Independencia, con la gripe de 1918 y con la guerra del 36. La Feria del Pilar, sin corridas el día 12 de octubre porque ese día solo se dedicaba a la celebración mariana, tuvo ese lapsus y muy diferentes desarrollos. La crisis actual ha tenido demasiados antecedentes hasta llegar a la saturación de los últimos tiempos. En 1946, los empresarios Fulgencio Montañés y Teodoro Cortés sufrieron tal revés económico que la Diputación incautó la fianza depositada y rescindió su contrato de arrendamiento ( cualquiera semejanza con la actualidad es pura coincidencia) y fue Marcial Lalanda, apoderado de Pepe Luis Vázquez, el que se encargó de organizar la Feria en la que, como es natural, su poderdante actuó en cuatro festejos y cortó cinco orejas. Con el sevillano hicieron el paseíllo Juanito Belmonte, “El Choni”, Luis Miguel, Rovira, Antonio Bienvenida y Rafael Llorente. A los festejos feriales se añadió la Corrida del Comercio con la torera Conchita Cintrón, a la que también apoderaba Marcial Lalanda y no se le permitía echar pie a tierra, Rafael Ortega “Gallito”, Rafael Albaicín y otro Rafael, el citado Llorente, de Barajas. ¿Los toros? Limpieza de corrales. Los de las primeras corridas fueron de Samuel, Atanasio, Miura, Concha y Sierra y Pinohermoso. Pepe Luis, con seis corridas, fue el diestro que más festejos sumó en esta temporada, premiado con un capote de paseo como triunfador de la Corrida de Beneficencia por los 1.599 votos de los espectadores frente a los 628 que votaron a Antonio Bienvenida. Los toros fueron de Rosa González (Contreras) y los compañeros de cartel de Bienvenida y Pepe Luis, Domingo Ortega y Pepín Martín Vázquez. Buen cartel, ¡vive Dios!

Hubo etapas en las que los grandes, Chopera y Balañá, llevaron la plaza, momentos de gloria de los locales Nicanor Villa “Villita”, Luis Baquedano o Celestino Martín, que saborearon las mieles del éxito y las angustias pecuniarias, la empresa OTESA, de la que formaban parte los Dominguín y “El León de Ricla”, don Braulio, Diodoro Canorea que quiso imponer la Feria de Primavera de la mano de José Luis Marca y fracasó pese a la presencia asidua de Diego Puerta, Paco Camino ( de Camas a Zaragoza) y Santiago Martín “El Viti”. Tiró la toalla José Antonio Chopera en 1980 y José Ángel Zalba, por su amistad con Palomo Linares trajo a Zaragoza a los hermanos Lozano porque al concurso de arrendamiento no acudió empresario alguno. Gestión interesada por parte de la Diputación. Marca, bajo el cielo azul de Andalucía, le llamaba a Justo Ojeda “el Impaciente”: “Justo, yo soy el teniente general Millán del Bosch y tú el coronel Tejero: ¡Rendité!”. Los Lozano se hicieron empresarios de primera con la inestimable colaboración de Manolo Cano: “Esto está más liado que la pata de un romano en Semana Santa”. Se deshizo el lío, vinieron las vacas y Zaragoza disfruto de unos cuantos años de normalidad empresarial con Beltrán-Valencia, con Ojeda y su egolatría, la gestión directa de la que todavía no se han aclarado las cuentas, con Patón y Casas de consejeros, la inesperada vuelta de José Antonio Chopera que delegó en Ignacio Zorita y la situación actual con el pleito de desahucio de los Serolo que nadie es capaz de pronosticar por donde se va a resolver. Al menos pediremos al Cielo que no acabe luctuosamente, como ocurrió en 1946. Hubo tiempos peores.

En Zaragoza tomaron la alternativa don Manuel, “El Papa Negro”, y su hijo Manolito Bienvenida, Antonio Labrador “Pinturas”, la elegancia en los ruedos y en la calle, José Mari Recondo, “Belmontito de Donostia”, versolari y “stajanovista” apoderado, Jaime Ostos, ¿quién te ha visto y quién te ve?, y casi todos los diestros aragoneses que en el mundo han sido, excepto Braulio Lausín “Gitanillo” y Nicanor Villalta. Muchas despedidas con las más significativas de Rafael Molina “Lagartijo” en su borrascosa “tournée” por las cinco más destacadas plazas de España, y la de don Rafael Guerra “Guerrita”, el de la sentencia “No me voy; me echan”. Pocos episodios fatales: en 1872, la muerte de Joaquín Gil “Huevatero”; 1867, la del picador Martín Arisa “El Velonero” por caída de latiguillo y la de “Lagartijo chico”, sobrino de “el grande”, al que un varetazo que sufrió en mayo de 1908 la produjo una tuberculosis de la que murió dos años después en su ciudad natal, Córdoba. En 1901, un novillo de la ganadería de Celestino Miguel, de Ejea de los Caballeros, cogió al novillero valenciano Vicente García “Chufero” y le causó una cornada de la que murió dos semanas después. Pero no estoy seguro de que este triste suceso se produjera en el coso de Pignatelli o en la plaza que se montó en “Los Campos Elíseos”, lo que ahora es la esquina de Sagasta y la Gran Vía, plaza de Basilio Paraíso.

Bueno, amigo Gonzalo, ahí está enlatada la historia de la Plaza de Toros de don Ramón Pignatelli que, al año que viene, cumplirá 250 años, de los que yo viví intensamente 17 años, en la etapa en la que se inició la gran transformación del coso en el que Francisco de Goya bebió los primeros tragos de su universal Tauromaquia. Importante, ¿verdad?

miércoles, 5 de junio de 2013

LA GUERRA DE LOS PAÑUELOS

Primero, mi confesión, sin contrición ni promesa de enmienda: no me sé el Reglamento de la Fiesta de los Toros. Tenía la sospecha de que la grandeza del arte de torear no dependía de las normas y Juan Belmonte me lo ratificó cuando, en 1962, se publicó un Reglamento nuevo y le preguntaron su opinión en comparación con el anterior: “No la tengo. No conozco ninguno de los dos”. Y eso que por aquellos días había uno solo para toda España. Creo que los señores presidentes de los festejos taurinos tienen a su disposición pañuelos de los siguientes colores: blanco, verde, azul, naranja y rojo. El blanco para los cambios de tercio, toque de avisos y concesión de orejas, el verde para la devolución de un toro a los corrales, el azul para concederle la vuelta al ruedo a un toro, el naranja para perdonarle la vida y el rojo para condenarlo a banderillas negras. Desde hace muchos años, en Madrid no se han usado nada más que pañuelos blancos y verdes y con variadas reacciones por parte de espectadores y comentaristas, sobre todo, en el reciente San Isidro, en el caso de Iván Fandiño, herido de gravedad por el quinto toro de Parladé del día 22 de mayo, Corrida de la Prensa, en la ejecución de la estocada sentenciadora. Unos pedían una oreja y otros demandaban las dos Por su labor en ese toro, el Jurado de la empresa Taurodelta le ha concedido el premio a la mejor faena y el de la mejor estocada. Y en lo de la estocada tengo mis prevenciones. Lo he dicho muy recientemente. La mejor estocada no puede acabar en la cogida del matador. En este caso la mejor estocada de todos los tiempos podría ser la de Linares de agosto de 1947 o algunas otras que tuvieron semejante y dramático desenlace. “Barquerito”, que es hombre de sereno criterio, comentaba que en la corrida de Cuadri, con trapío, cabezas acarneradas y cuernas medias, de complicadas resoluciones, Robleño, en el cuarto que derribó con estrépito, tuvo que “bailar el vals con el oso del circo”.”Robleño cortó en el momento justo y, al fin, entrando por derecho cobró una estocada extraordinaria. Con la mínima y justificada ventaja de soltar el engaño justo en el momento de pasar el fielato”. Otra de las circunstancias por las que a mí me parece que una estocada no es perfecta, aunque prefiera este final de desarme antes que pagar el tributo de la sangre. No estoy, ni mucho menos, con los que piensan que la fiesta tiene que regenerase por la vía del dramatismo, sí por la de la emoción. Por esto insisto en mis alegaciones en favor de la recuperación de la suerte de varas, que no se vindica solo con la presencia de buenos profesionales, que hace falta generalizar y buscar en el peto anatómico la belleza de una suerte frente al ímpetu del toro, la monta del piquero, su fuerte brazo derecho, la destreza de la mano izquierda y la atención de los diestros y sus banderilleros. Recuperar ese tercio es fundamental para renovar el interés del festejo sin poner en peligro la integridad del caballo. Media docena de pencos, “sardinas” o jamelgos en las arenas del ruedo no lo aguantaría la sensibilidad del público de hoy, la economía de los contratistas ni la menguada cabaña caballar. Esto lo dejo ahí para ver si los nuevos estamentos oficiales encargados de la revitalización cultural de la Fiesta Española encuentran fórmulas salvadoras. Toreros nacen, más que en otros tiempos, toros se crían, también más que después del 39, solo falta que, cuando unos y otros se encuentran en los ruedos, el espectáculo sea el MAS GRANDE DEL MUNDO. Basta de mezquindades.

Cuando hay espectáculo la gente se alborota en los tendidos, como sucedió en el quinto toro de Celestino Cuadri. El toro no estaba muy dispuesto a acudir al caballo y entonces Tito Sandoval movió al jaco por delante de sus narices hasta provocar su embestida en la misma raya, tirando el palo con suavidad y picando delantero, que era la que le pedía “Joselito” a su piquero “Camero”, valga el pareado. Luego vino el segundo tercio y David Adalid y Fernando Sánchez mostraron sus peculiares formas de entender la suerte, más clásico Adalid, más gitano Sánchez, bajo el mando del capote de Marco Galán. Adalid, en le tercera entrada colocó un solo palo, se fue al chulo de banderillas y le pidió otro par, consultó con la presidencia, esta asintió (es de suponer que el jefe Castaño estuviese de acuerdo, no sé si le consultaron a él) y cuajó el remate que dio pie a la insólita vuelta al ruedo de los tres banderilleros, a los que se sumó, mediado el paseo, el picador Tito de Sandoval. Barquerito tituló: “Aparatosa apoteosis”. Es posible. Inusual, desde luego. Yo no había visto a un banderillero pedir permiso para colocar un par de banderillas más. Tampoco recuerdo que, antes de coger muleta y estoque el matador, su cuadrilla, casi al completo (faltaba el otro picador), dé la vuelta al ruedo y que algún comentarista asegure que a los premiados con las ovaciones del pueblo de Madrid y los trofeos de Taurodelta, mejor puyazo, mejores pares de banderillas y mejor brega, solamente se pueda añadir la cuadrilla de Manzanares, picadores incluídos, Ambel, Boni, Alcalareño y “… poquitos más”. Yo, la sangre no es agua, doy dos nombres más: Roberto Bermejo y Jesús Arruga. Hace unos días, en los cenáculos madrileños, se hablo mucho de Luis Carlos Aranda ¿lo condenamos ahora al ostracismo? Creo que no. Bueno, y a otros muchos.

Hubo otro pañuelo pedido y no concedido, el de Alberto Aguilar, con la grave consecuencia de que este buen profesional no saliera por la Puerta Grande, algo a lo que accedió, tras su fracaso con la victorinada, Alejandro Talavante, lo que le supuso ser declarado por la empresa de su apoderado, Taurodelta, triunfador absoluto por simple valoración cuantitativa en detrimento de la cualitativa respecto al propio Aguilar, el mismísimo Ferrera, pese a las fotografías de ABC y Mundo de brazos abiertos y salto posterior, “el cristo” del gimnasta Blume en contraste con el de la Buena Muerte de Pedro Mena que lleva a hombros la Legión en la Semana Santa malagueña, mismamente como el de Badajoz fue sacado de la plaza de toros de Las Ventas tras su actuación con el toro de Victoriano, no confundir, este es el del Río. Y, puestos a premiar el mayor impacto triunfal de la Feria de San Isidro, bueno hubiera sido conceder a Castaño ese galardón máximo por haber consentido la “aparatosa apoteosis” de su cuadrilla. Hay más nombres, pero ninguno en la valoración absoluta de la épica triunfadora. La masa no está en esa sintonía y desmenuza los acontecimientos como si fueran pinochas de maíz.

Lo que me trae por la Calle de la Amargura, por otro lado, es la fealdad de algunos carteles taurinos, siempre tan alegres, ruidosos y coloristas. Tenemos ahora un pintor, el colombiano Diego Ramos, que el año pasado pintó magníficamente AL TORO, el de Pamplona. Este año han retratado la parte oculta de una mesa de patas plegables y ese es el grito en la pared del San Fermín de 2013. Picasso no sabía que hacía con el sillín y el manillar de una vieja bicicleta. Fomentaba el feísmo. Se lo decía Salvador Dalí a Pablo Ruiz en una conferencia en el Ateneo de Madrid: “Picasso es comunista. Yo, tampoco”. Pero en su alegato de “Los Cornudos del Viejo Arte Moderno” remataba de esta guisa: “¡Gracias, Pablo! Tus últimas pinturas ignominiosas han matado el arte moderno. Sin ti, con el gusto y la mesura característicos de la prudencia francesa, habríamos tenido pintura cada vez más fea durante al menos cien años, hasta llegar a tus sublimes adefesios esperpentos: Tú, con toda la violencia de tu anarquismo ibérico, has llegado al límite y a las últimas consecuencias de lo abominable. Y lo has hecho, como Nietzsche habría deseado, marcándolo con tu propia sangre. Ahora solo nos queda volver de nuevo la mirada a Rafael. ¡Que Dios te bendiga!”

Como remate, mostrar mi alegría porque en la Exposición que se ha abierto en el Prado con obras de su inigualable fondo hay una muy importante porque es el primer cuadro de Goya que entró en la Gran Pinacoteca del Mundo, “El Garrochista”, por lo que es, una joya, y por lo que significan el motivo y su autor, don Francisco el de los Toros. El buen gusto como soporte de lo bello.