viernes, 25 de enero de 2013

¿QUE HACEMOS CON LOS VIEJOS?

La vida de hoy es una vida “a gran velocidad”, como antes se enviaban los encargos más importantes. Para mí ha sido un trayecto largo y sinuoso plagado de muchas dificultades y de recuerdos imborrables como esa primera foto con mi madre cuando yo apenas tenía nueve meses y nos hicieron el retrato coloreado en Madrid, después de mi traslado desde Magallón, Zaragoza, en un coche “Amílcar” que tenía mi tío Félez Bentura, pintor de cierta altura artística. 1932. Todavía no se había inaugurado efectivamente la plaza de toros de Las Ventas y mi padre no había debutado como cronista de toros en las páginas de “El Debate”, aunque ya, licenciado en Filosofía y Letras, cursaba estudios de Periodismo en su Escuela, la que dirigía don Ángel Herrera Oria, luego arzobispo de Málaga. Pero, tras la guerra del 36, en septiembre de 1939, yo, con ocho años recién cumplidos, debuté en esa misma plaza de Las Ventas del Espíritu Santo en el festejo de la confirmación de Belmonte hijo y “Manolete”. Por ello, cuando vuelvo a la Monumental madrileña, avivo un poco mi memoria y pienso que soy el único superviviente presente y con conocimiento. Un viejo sin memoria es muy poca cosa y por ello estoy de acuerdo con el ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, que ha pedido a sus ancianos que “se den prisa en morir” para ahorrar al Estado gastos sanitarios. Solo falta que se construyan los hospitales al lado de los cementerios y ahorrar, además, gastos funerarios. Y el Gobierno Español se equivoca y nos prohíbe a los viejos fumar en los locales cerrados, beber alcohol, comer grasas o abusar del amor (cosa harto difícil). Yo se lo decía muchas veces a mi amigo Vicente Sola, que es un buen aficionado a los toros y propietario de un “pub” muy a la inglesa, en el que cuadrillas de señores de larga edad se jugaban su partida de poker, mus o guiñote, se tomaban su café y sus copas y se fumaban sus buenos habanos. Les han mandada a sus casas. Un cigarrillo se puede fumar a la puerta de cualquier chiringuito en cinco minutos. Un habano, amplio y de calidad, necesita de una hora en lugar cerrado y confortable. Ya lo decía Sarita Montiel y por eso continúa fumando puros. Ahora no te los puedes fumar ni en los toros o en el fútbol. Los vecinos de localidad miran al hipotético transgresor con ceño fruncido y no queda más remedio que esconder el humo, comerse el puro y apagarlo lo antes posible. Se pierde el sabor y ganan los vendedores de bebidas, con el “gintonic” como favorito aunque sea en vaso de plástico. Ha desaparecido la flor en la solapa, la separación de sexos en el tendido y la grada, la espontaneidad y la participación. Antes eran los espectadores los que sacaban a hombros a los toreros triunfadores; ahora, el de la camiseta de la Posada del Mar y el “secretario” del caballero de Estella son los que protagonizan el mayor número de portadas de las revistas taurinas. Se vivía más la fiesta y también era más misteriosa. Tenía su público y su secreto. Hace unos días, en un artículo conté que Joselito exigía a los empresarios de su tiempo que no hubiera aparatos de grabar cine en los tendidos y por cada uno que se colara el empresario le tenía que pagar al de Gelves 5.500 pesetas. Intuía el peligro de la divulgación perenne de un arte tan etéreo como es el toreo. Si el toreo se hace mesurable el encanto se difumina. Sin embargo, el propio José se equivocó en lo de hacerle la competencia a la Maestranza construyendo en Sevilla una Monumental. El toreo es tan tradicional que aguanta todas las incomodidades y el sol de justicia, las moscas pejigueras o el viento de Las Ventas. Los toros no es un espectáculo de arte y ensayo aunque hubo proyectos de corridas con Campuzano al piano, Paco de Lucía a la guitarra, la desgarrada voz de Camarón y los tamborileros de las Marismas después de que Ángel Peralta perdiera el peluquín y se cortara el pelo al cero y sus caballos le fueran a esperar a la puerta del penal.

Casi todo en el toreo es memoria. Un viejo sin memoria se puede morir que aquí poco tiene que hacer. Yo recuerdo a muchos toreros y no me atrevo a señalar al torero perfecto. ¿Lo lograría con el sabor del cartucho de pescado, el pase cambiado, los lances gitanos, el patinar del boroxiano, la espada de san Fernando, el estoiscimo cordobés o los palos del ballet de don Vito. Me faltan muchos en la relación y es que, a lo largo de mis setenta años de espectador, he visto a muchos toreros buenos, excelentes, maravillosos. Pero ¿existe o existió alguno que aguantara su examen al microscopio? Ninguno. Hubo, eso sí, coincidencias como las de Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Manolete y Arruza, Aparicio y Litri, El Tino y Pacorro en Alicante, Chamaco y dos más en la agenda de don Pedro o, en la primer tercio del siglo XX, en Zaragoza, Herrerín y Ballesteros, la Edad de Plata de los años 20 trágicos del siglo pasado, Granero, Sánchez Mejías, Marcial, los Valencia, Curro Puya, Cagancho, Domingo Ortega; Armillita, Garza y El Soldado, don Antonio, el trío de los 60, la longevidad artística del “chivato” o la visión mesiánica del cristo hidrocálido que ha descubierto que la televisión perjudica a los toreros y al toreo. Lo vulgariza. Y el torero sigue siendo un tipo de amplio interés social si recibe su castigo en forma de cornada, si se divorcia o tiene un lío con un futbolista. ¿Por qué Manuel Benítez metió en su internacional y amplísima muleta a millones de entusiastas? Yo no lo sé y, sin embargo, tengo memoria. Por eso me acuerdo de los gitanos y me sorprenden por su respeto hacia sus ancianos. El patriarca. Y mientras tenga memoria quiero tener un sitio para contar mis cosas. En los peores años de mi vida, guerra y paz, se decía que “si el trabajo es salud, ¡viva la tuberculosis!”. Paradojas del lenguaje popular. Los meteorólogos aseguran cuando llueve que “hace mal tiempo” y luego nos previenen contra la “pertinaz sequía”. Falacias de la vida. Una más: los que llevan años gobernando esto de los toros desde los puestos fundamentales de la fiesta española, la ganadería, las empresas, los medios informativos, la política, sindicatos o toreros nos advierten del poco tiempo que nos queda. Es cierto que esto mismo lo he escuchado varias veces a lo largo de mi vida y que, como el Ministro de Agricultura con los yogures, no creo en su caducidad, pero algo habrá que hacer para que los sones de la fiesta sean alegres y joviales. Así, a bote pronto, abaratar el espectáculo, impuestos, salarios, personal, asistencias técnicas y científicas, alquileres, aumentar la verdad y la emoción de la suerte de varas, valorar en el segundo tercio al que va al toro andando en lugar del velocista-violinista, la variedad con el capote, el toreo a una mano, la larga cordobesa, por ejemplo, la muleta, el tamaño de la tela y el estaquillador, adelantar la pierna de salida y no la contraria, andar sin prisas (también a caballo, al paso mejor que al trote y mucho mejor que al galope, por la afueras y no al abrigo de las tablas a base de espuelazos, que no se vea sangre en los flancos del caballo, Maese Pablo, por ejemplo).

Y, de remate, una aclaración sobre Rafael de Paula, al que no conocieron en Madrid hasta muchos años después de su alternativa en Ronda. He dicho más de una vez que se le conoce por el de la Paula por su madre y no es cierto. Se le conoce así por su padre Francisco de Paula Soto, domador de caballos del Ejército en la finca de Moratalla, en Marinaleda, donde preparaba un tiro de seis yeguas y una de pericón (suplente). “Si tengo algo de artista – asegura Rafael Soto Moreno – se lo debo a mi padre que era cochero y llevaba las riendas y la fusta de una manera especial, con elegancia lo que significa naturalidad y sencillez”. Desde su tatarabuelo, todos los Soto son Paulas, Rafael, su primo Ramón Soto Vargas que murió de cornada en Sevilla el 14 de septiembre de 1992, el cantaor de seguiriyas José de Paula y muchos de sus primos gitanos y con arte. Hablamos de Rafael de Paula porque decía Bergamín, apóstata, que tenía percha literaria. Hasta Gala lo dice: “De su toreo hay una sutil música callada”. “No soy un torero artista. Soy un torero de arte” Sutilezas, don Rafael el pierniquebrado. ¿Qué hubiera sido usted con las dos rodillas sanas? Qui sait.

martes, 15 de enero de 2013

LOS QUE MANEJAN EL TINGLADO TAURINO

Hace muchos años que murió pero lo recuerdo con entrañable cariño. Se llamaba Joaquín (F.) Roa, era pamplonés, actor característico y presente en las tablas más rancias y, entre otras muchas, en las tres películas claves del cine español: “Marcelino Pan y Vino”, “Bienvenido Mister Marshall” y “Viridiana”. Humilde, coñón y escondido en su más íntimo rincón. Abría sus redondos ojos, juntaba sus abultados labios y opinaba que todas las grandes o pequeñas actrices eran EXIMIAS. La Xirgu, la Guerrero, la Membrives, la Ruiz Moragas. Fernanda Ladrón de Guevara, Aurora Redondo, Catalina Bárcenas y hasta Isabelita Garcés, la abuela de Marisol. Y yo pensaba que una eximia actriz del teatro español tenía que hablar bien nuestro idioma. Hasta creía que don Joaquín también calificaba de eximia a Nuria Espert, de Hospitalet de Llobregat (1935), actriz de teatro, cine y ópera, rapsoda, directora de teatro y ópera, figura en la Compañía Lope de Vega que dirigía José Tamayo, intérprete del propio Lope de Vega, Calvo Sotelo, Casona, Valle Inclán, García Lorca, Zorrilla y Terenci Moix y los internacionales Shakespeare, Genet, Sartre, Arthur Miller, Bertolt Brecht y Oscar Wilde. Sabía que había estudiado en el Instituto Maragall de Barcelona, pero que en sus tiempos no existía eso tan sutil que es la inmersión (introducir una cosa en un líquido) lingüística y que una eximia tan distinguida como doña Nuria no podía decir “han habido” y repetirlo en el programa de TVE el día del cumpleaños del Rey y alternando con el engolado y “engalado” cordobés de la manchega Brazatortas, donde le regalaron un nicho para su eterno descanso. Sin prisas, desde luego, don Antonio, hijo del médico de la Electromecánica de Córdoba.

Estamos en unos tiempos difíciles en lo de los adjetivos y calificaciones. Mi paisano Ángel González Abad, no hace muchos días, en el suplemento de Aragón de ABC, ensalzaba, con mención de alguna crónica de Vicente Zabala, los años en los que fueron empresarios de Zaragoza Balañá y Manolo Chopera, en los 70 (1972 a 1975). Ya no eran don Pedro Balañá Espinós, que falleció en 1965, ni don Pablo Martínez Elizondo, que murió en Pamplona el 18 de octubre de 1968. Eran Pedrito Balañá Forts, nada que ver con su padre como empresario taurino, y Manolo Martínez Flamarique, no tan reflexivo como su progenitor pero un “animal” poderoso y luchador en el negocio de los toros, apoyado por la ecuanimidad de su hermano Jesús, que fue, con el asesinado Gregorio Ordóñez, el que luchó directamente por la construcción de la nueva plaza de toros de San Sebastián. A don Pedro y a don Pablo también los podíamos considerar como EXIMIOS o “self man”, hombres hechos a sí mismos, el catalán desde la recogida de basuras y el vasco desde el oficio de monosabio. Después … ¿quién tiene la culpa? Como Don Mendo, “el maldito Cariñena que se apoderó de mí”. Nadie. “Todos a una”, como en Fuenteovejuna. En mi, gracias a Dios, ya largo caminar siempre he vivido en crisis, empezando por el año 1939 hasta el día de hoy. Ganaderos, toreros, apoderados, empresarios, periodistas, Hacienda, el municipio, las modernas comunidadades y los espectadores. Solo se han salvado a sí mismos los “buenos” aficionados, los fetén. Esos que hace unos años se juntaban en asociaciones que pretendían gobernarlo todo, hacer carteles, vetar ganaderías, bajar los precios y mandar al paro a los toreros que no eran de su gusto, confeccionar los pliegos de condiciones, los reglamentos o las crónicas periodísticas o literarias. Los he conocido de todas las clases. Y en toda mi vida no he sabido que haya existido ni un solo torero completo. Desde Manolete y Pepe Luis a “El Cordobés” y Curro Romero, Domingo Ortega o Marcial Lalanda. Con música de su propio pasodoble, a Manolete le decían “que no mataba una rata en un retrate”, “si no sabes torear pá que te metes” o “desde que ha venido Arruza Manolete está que bufa” y para ver a Pepe Luis “había que ir en su cuadrilla”. Y se llegaba a extremos inhumanos. Lo he contado en otras ocasiones: “Los de José y Juan” agasajaron a Miura y uno de los socios de la ilustre peña le dio la enhorabuena por haber criado a “Islero” y su queja por no haberlo hecho siete años antes. En este caso, ni la muerte en el ruedo de Linares purificó la imagen del universal cordobés. Al menos, un respeto para los que cayeron. Ahora no llegamos a tanto, pero no hay torero que no se salve de la descalificación. Todos menos José Tomás, que tiene la gran fortuna de solo actuar tres tardes al año para mantener su aureola. La esencia se guarda en frasco pequeño. Hablemos de Ponce, por ejemplo. Nada, un “bluf”, les hace lo mismo a todos los toros. Casi nada y más de veinte años y más de dos mil corridas al frente del escalafón. Y no hablemos del de La Puebla, Julián el de San Antonio“que tiés padre”, Manzanares bonito o los hermanos Rivera Ordóñez, hijos, sobrinos, primos, nietos y biznietos de toreros. Y hay una veintena de ganaderías con solera y algunos empresarios solventes y … una televisión que nos ha abandonado, otra que quiere gobernarnos, una prensa que le hace más caso al voleibol que a los toros y unos escribientes que solo gustan de comentar el suceso o la anormalidad.

Pasaron don Pedrito y don Manuel el Grande, don Pedrito también era grande pero no le gustaban los toros, y llegó a Zaragoza otro Chopera, José Antonio, hijo de don Manuel, este hermano de don Pablo, que me contaba como arrastraban madera con mulas por los montes de la Sierra de Santo Domingo, entre Luesia y Longás de Las Cinco Villas de Aragón, aquel año 18 del siglo pasado, cuando le epidemia de la gripe. José Antonio, como su primo Manolo, estudió en Zaragoza y llevó la empresa de la capital del Ebro desde 1976 a 1980, a la ruina total. A José Antonio le llamaban “zorro plateado”, hoy en fase blanca y tapado en su madriguera madrileña con amplia escolta. Ladino, astuto, punzante y crítico. Su hijo, Manolo, es más discreto que sus primos Pablo y Oscar, pero no vislumbro una continuidad de antiguas glorias. Estamos, una vez más, en la encrucijada. ¿Y cuando no ha habido cambio climático en el Mundo? El Plus ya no televisó las corridas del Pilar del año pasado. Ahora no va a televisar las de la Feria de Abril, Zaragoza y Sevilla, las plazas de más solera de España. Según creo, el Plus no les paga a los matadores sus derechos de imagen. Solo a los poderosos y ¡a los subalternos! Cuidado con los sindicatos. Pero ¿podrán los empresarios organizar festejos con los costos y los impuestos a la alza? Seguiré con el tema y procuraré incitar a los importantes para que busquen soluciones. Ellos son los responsables y los que tienen “la sartén por el mango”. Recuerden sus herederos como empezaron don Pedro, don Pablo, don Manuel y el tío Anchón. Pablo y Oscar, los hijos de Manolo el Grande, nos han dado muy malos ejemplos últimamente. Y no se comen a los políticos con patatas y los huevos estrellados.

Sigo con la eximia Carmen Amaya, catalana de nacimiento, Barcelona, este año hará cien años. Bailaora de flamenco. Española. Y con los eximios Mariano Fortuny y Ramón Casas, el uno de Reus, el otro de Barcelona. Catalanes y españoles. Paisajes y escenas de toros. Y se me saltan las lágrimas porque el domingo pasado por la mañana, en Radio Nacional de España, Pepa Fernández, apellido de raigambre hispánica, agradable, simpática y ecuánime, repitió una y cien veces que transmitía su programa desde “Chirona”. Radio Nacional de España, damas y caballeros, catalanas y catalanes. Me pasa como a Bill Cosby: estoy cansado. Del calentamiento global, de tatuajes y hierros y adictos a la droga que consideran enfermos y debo ayudarles. Pero tengo cinco años más que Cosby y estoy más cerca que el de la salida y, sin embargo, no estoy contento. ¡Por mis nietos!

miércoles, 2 de enero de 2013

TOREO DE SALÓN EN EL PILAR

El último domingo del año pasado que era bisiesto fui a las 12 de la mañana a la Plaza del Pilar porque, junto al monumento a Goya del escultor Federico Marés, un decorado zarzuelero en la llamada Plaza de las Catedrales aunque en realidad sea una sola, la de La Seo, medio tapada por un cubo de alabastro, se celebraba una reunión de aficionados y practicantes taurinos para susurrarle al oído al alcalde que los del toro no reblamos aunque no seamos más de cien. Hacía un sol tibio y el viento barría el amplísimo patio paseado por burros en “rinlera”, familias enteras para visitar el Belén gigante bajo la advocación de la Virgen blanca de Serrano, casetas con productos alimenticios, un largo “esbalizaculos” cubría la fuente de los Mundos, el ya viejo ayuntamiento que solo guarda dos leones copia de los del Puente de Piedra de Rallo, trampas para derribar ancianos en las piedras movibles del desolado suelo municipal y, por fortuna, la entrada al tremendo y señorial Palacio de la Lonja. Allí iba a concluir mi estancia después de asistir a misa en el Pilar y rezar a la memoria de mi amigo y compañero el Príncipe galaico Antonio D. (de Domínguez) Olano, que, antes que amigo de Picasso, Dalí, Luis Miguel o la Bosé fue amador puro e inocente de su príncipe angélico, “El Yiyo”, aquel de la paloma blanca que voló hasta el cielo de Zaragoza antes de que el cuerno atravesara su corazón en Colmenar Viejo. Recuerdo que, hace unos años, Antonio dio una vuelta a España con una conferencia en la que hablaba de bicicletas y otros utensilios que algo tenían que ver con los toros. Don Pablo, el de Málaga, hizo una cabeza de toro con un sillín y un manillar ciclistas. Antonio D. O. (Denominación de Origen) tenía un profundo sentido del humor a la gallega. ¿Antonio D., un artículo? Cuatrocientos. ¿Antonio D., una entrevista? Tropecientas. O ponía su puesto de vendedor callejero a la puerta de Correos, en la Cibeles, y dejaba en mantillas a los viejos charlatanes del crecepelo, las cuchillas de afeitar o la “suerte del militar que le han tocado las pelotas… de frontón”. ¡Ay, que solos nos quedamos los vivos!

Total que grandes y pequeños hicieron toreo de salón entre el Goya más cutre de Zaragoza y La Lonja y algunos le dimos vueltas al tema del arriendo del coso de don Ramón Pignatelli sin que nadie tenga conocimiento de la solución. Gestión interesada, gestión directa con 200 millones en la cuenta del Debe de hace unos cuantos años, nuevo empresario, Serolo, la mano que aprieta ahí, ahí precisamente, y los sueños de algunos aficionados que piensan que los empresarios son nuestros benefactores. Yo, pese a mi modestia, participé en la resurrección zaragozana de los años 80 y la no menos milagrosa de la plaza de Ejea de los Caballeros del 85 al 87. No es jactancia, es historia. Ahora, ochentón yo, solo se me ocurre decirle a Dios lo que le decía el guitarrista Andrés Segovia: “Déjame aquí un ratico más que me encuentro muy a gusto”. Pese al bisiesto que ya acabó y que me ha tenido medio año con el brazo izquierdo en cabestrillo. Al final, hace un par de semanas, mi dueña y señora se partió la muñeca derecha. “Eramos pocos y…”. Los Bentura Remacha somos seis hermanos. ¿Todos vivos? – me preguntó alguien. Solo la pequeña.

Y vuelvo a la cuestión y a Goya. Hay un busto del de Fuendetodos en la Plaza del Carmen, al principio de la calle Cádiz que es obra de Honorio García Condoy (en realidad el apellido materno era Condón y se lo cambiaron Honorio y su hermano Julio, pintor de cierta entidad, conservador del Museo Naval de Madrid, por aquello de las bromas de mal gusto), hijo de Elías García Martínez, de Requena (Valencia), profesor de Adorno y Figura de la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza y casado con doña Juliana Condón, de Villamayor (Zaragoza). Honorio, como escultor, puede estar tras el otro Pablo, Gargallo, pero, para mí, por delante de Serrano. Pues, bien, el padre de Honorio y Julio fue el autor del fresco del Santuario de la Misericordia de Borja, el Ecce Homo, inspirado en el de Guindo Reni y que mi contemporánea Cecilia Giménez Zueco, natural de la Denominación de Origen puerta del Moncayo, donde también nací yo, en el “eccemono” según “El Mundo”, o en la caricatura de “Paquirrín” según mi humilde opinión. Se me olvido incluir tamaña desventura en mi relación de “feísmos” contemporáneos y me lamento de que, encima, las autoridades de aquel lugar de mis entretelas digan que esto de doña Cecilia es una bendición de Dios para Borja, Campo de Borja, primer espumoso aragonés con el Bordejé de Ainzón, de la propia Borja y su alcalde de 1979 a 2007 salvo el paréntesis de 1991 a 1995, Luis María Garriga, campeón de España de salto de altura durante diez años y con el record de 2’13 centímetros, Juan José Nogués Portalín, futbolista en la portería del Barcelona de principios de los 30 del siglo pasado hasta los 40, defendió la puerta de España el 1 de junio de 1934 sustituyendo a Ricardo Zamora en un partido contra Italia, el músico Ramón Borovia, el poeta Herrero de Tejada, el maestro del dardo de la palabra española Lázaro Carreter, vinculado a Magallón, Alfredo Mañas, comediógrafo y su paisano Marcos Zapata, poeta, ambos ainzoneros. Y el vino. Antes los riojanos venían a comprar vino de Magallón para darle fuerza al suyo. Y los botijos, la alfarería de esta zona, portal bellísimo de la zona más bella de España, en donde Bécquer escribía versos y leyendas y trataba de curarse una galopante tuberculosis y su hermano Valeriano pintaba paisajes, tipos y sátiras allá por los claustros del Monasterio de Veruela. ¿Merece semejante paisaje fama de pinta monas?

Al final entré en La Lonja y se me cayeron los soportes de mi tinglado. ¿Cómo podemos darle espacio y tiempo a doña Cecilia, con todos mis respetos, señora, frente a Rubens, Bruegheal, el viejo y el joven, o David Teniers, también joven, con sus cuadros de monos imitadores de humanos y un “Paisaje con gitanos” de 1641-45, con un grupo de calós con pañuelos a la cabeza y a la puerta de su cueva frente a las viviendas rurales. Este señor estaba casado con una Bruegheal. No, doña Cecilia, no permita semejante esperpento. Borja y el Somontano del Moncayo no se lo merecen. Hasta Borja iba yo en un tren, un “escachamatas” más, desde Cortes de Navarra, cogía el auto de Mariano que iba a Tarazona y que cerraba la llave de la gasolina en las cuestas abajo y me bajaba en Vera de Moncayo para subir a pie hasta el Monasterio de Veruela. En serio, señora, no le meta el dedo en el ojo a tan maravilloso paisaje. En mi ojo.

Epílogo nacional: hace unos días – 29 del XII de 2012 - en Televisión Española primera dieron la noticia de que a una nonata que correteaba por allí le habían operado “en la barriga de su madre”. ¿No hubiera sido más elegante decir en la tripa o en el vientre? No digo ya en el seno materno. Sería demasiado pedir. Hemos perdido las formas y los fundamentos. La elegancia. El sex-appeal, diría yo si supiera hablar en francés. Me gustaría, pero ya no me queda tiempo aunque algo aprendo cada día, como decía mi adorado don Paco el de los Toros.