jueves, 31 de mayo de 2012

PACO CAMINO, FIGURA DEL TOREO

Es la edad, la mía, no cabe ninguna duda. Pero también me interesa la actualidad. No me sorprendió el gesto de Julio Aparicio de pedirle a su compañero David Fandila que le cortara la coleta aunque fuera simplemente por los pocos cabellos que sujetaban la castañeta. Buen gesto. En realidad era pedirle perdón a los espectadores y asegurarles que su negativa disposición frente a los toros no se volverá a repetir porque, al menos en aquellos dramáticos instantes, decidía no volver a vestir el traje de luces. Algunos protestaron airadamente y hasta lanzaron almohadillas al ruedo, pero de esas almohadillas de Madrid, que son más objetos arrojadizos dañinos que las de cualquier otra plaza de España. Sin embargo, la crueldad mental del público de Madrid no es de hoy. En estos días pasados se cumplieron los cien años de una actuación de Ricardo Torres “Bombita” en la plaza de toros anterior a la de Las Ventas. En el toro cuarto, el pundonoroso y sufrido diestro sevillano, al consumar la suerte de matar, se torció un pie y se retiró a la barrera haciendo expresivos gestos de dolor. Algunos espectadores creyeron que “Bombita” quería refugiarse en la enfermería y no matar al toro y le arrojaron, esta vez a dar, varias almohadillas que le impactaron en la cabeza. Según el parte facultativo firmado por el doctor Isla, el diestro de Tomares sufría rotura subcutánea del tendón de Aquiles por su tercio superior. ¡Y lo que duele eso! Tres de los valientes y enfurecidos espectadores fueron detenidos. ¡Qué tiempos aquellos! ¿Dónde estaba la libertad de expresión aunque fuera a almohadillazos? Ahora, ahora, es cuando se disfruta con la libertad querida y añorada por las multitudes. Suerte la nuestra.

Pero volvamos al principio: a mi edad se vive de los recuerdos y por eso me fijo mucho en las fechas y sus conmemoraciones: el lunes, 4 de junio, se cumplen cuarenta y dos años de una corrida en la que Paco Camino mató siete toros y cortó ocho orejas y a mí me retrataron a su lado deseándole suerte. Paco y su triunvirato (con Diego y Santiago) fueron las auténticas figuras de los años 60 y 70. A su lado, el misterioso halo de una antítesis de todo, Mondeño, siempre elegante y encantador. Por cierto, en 1964, se despidió en México del mundanal ruido y en la fiesta celebrada en una finca tuve la fortuna de participar toreando al a limón con el caballero don Juan García. De aquel maravilloso viaje recuerdo que coincidí con Paco Camino y su entonces reciente esposa Norma Gaona en el avión que nos llevó de Míami al D.F. mexicano. Se amontonan las vivencias, don Isidoro, conserje de la Monumental , murciano y masón, Alvarito Albornoz y sus revoleras, Sarita Montiel que, en el cine, cada noche cantaba mejor aquello de “fumando espero” y Enrique Vera paseaba su palmito por los rincones verbeneros de Madrid, mi primo José Luis Cerezo hacía sus pinitos de aficionado práctico y acompañaba a Santiago Martín a ver películas de Cantinflas y los mexicanos se empeñaban en crear una figura para oponerse al mandato del camero caminante, Jaime Rangel. No hubo modo. Camino triunfó y conquistó la “Rosa Guadalupana”, joya de puro oro que le mangaron cuando era sacado a hombros hacia la impresionante rampa que llevaba hasta la puerta coronada por el encierro del escultor valenciano Yuste. Hasta entonces, solo “Manolete” y “Cagancho” eran los españoles que habían mandado en aquellas tierras. Luego, “El Niño de la Capea”, Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza, que se ha inspirado en los mariachis para vestir sus elegantes casacas y ha desechado las guayaberas de las Marismas andaluzas. Este señor de la navarra Estella lo ha cambiado todo en el arte de torear a caballo. Hacía falta.

Pero hoy mi objetivo era Paco Camino como fenómeno extraordinario de la Tauromaquia porque tengo la impresión de que los “llamados poderes fácticos” desvían su atención hacia otros objetivos y se olvidan hasta de que este año se cumplía el fatídico cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte. Existe una Comisión de homenaje a don Juan que ha organizado unos cuantos actos a su mayor gloria y, entre esos actos, figura la inauguración en la plaza de toros de Las Ventas de una placa de azulejos dedicada al centenario de la alternativa de “Joselito” y el cincuentenario de la muerte de “Juan Terremoto”, todo ello organizado por la Peña de “Los de José y Juan”. Discrepo. Está bien lo del hermanamiento de los antiguos “enemigos irreconciliables” a partir de la muerte de José, pero en las paredes de la Monumental madrileña creo que deben de figurar testimonios de sucesos ocurridos en su ruedo. José no pudo torear en esta plaza; Juan fue el que cortó las dos orejas y el rabo en la primera corrida de su inauguración oficial. La placa de azulejos debe estar destinada a recordar esta efeméride y la circunstancia de que el hijo de don Juan y el nieto de don Juan también salieron a hombros por la puerta grande de este templo de la Tauromaquia universal.

Estaba con Paco Camino y voy a continuar porque di con una poesía que le dedicó el bardo (¿?) de San Fernando, Cádiz, Mel Rodríguez Martín y que se titula “El torero Paco Camino en la plaza de El Espinar”: En este breve ruedo hay un camino/para librar la suerte a la memoria/y para andar del toro hasta la gloria,/a la luz del lucero vespertino./ Madura la sonrisa ya, y divino/el son de la muñeca transitoria, Camino va contándonos su historia/ante un toro veleto y astifino: / La soleá que entona un ángel triste,/el canto de la fuente en la enramada/y el olor de arrayán con que se viste./ Un golpe de clarín da la estocada./Y abriéndose en el duende que le asiste/cae Sevilla, en sus manos derramada.

Le debo el hallazgo a Salvador Arias Nieto y su obra “El Siglo de Oro de la Poesía Taurina”, y a la casualidad, mi recuerdo. Presencie aquella corrida y me entrevisté con el de Camas aquella mañana en un hotel del vecino San Rafael. Se había anunciado una corrida de Antonio Méndez, sevillano y señor de Los Remedios, amigo de Diego Puerta y con ganado de procedencia murubeña. Poco pudo el camero y cambió los de don Antonio por una corrida de Santa Coloma. Diego, Paco y José Manuel Inchausti “Tinín”. Me preguntó Paco que si había Guardia Civil en el lugar segoviano, a la salida del túnel de Guadarrama. Le tranquilicé. “Es que anoche me entró la nostalgia, me monté en el coche, me fui a la Cuesta de las Perdices y me senté en la piedra de no sé qué quilómetro a llorar. Y todavía me dura la morriña”. Creo recordar que Camino cortó cuatro orejas y Diego y “Tinín” se las vieron y desearon para acabar con sus toros. Eso tiene la casta de los de Santa Coloma, que no asustan por su volumen y armamento, pero hay que ser muy inteligente para dominarlos. ¿Quién duda de la inteligencia taurina de Paco Camino? Gonzalo Carvajal lo bautizó como “El Niño Sabio de Camas”. Y el niño se hizo hombre, perdió a su hermano en un ruedo y le dieron tres veces la Extremaunción. Pero al final, el eminente crítico (“más eminente que crítico”) le puso el sello de la “mandanga”. ¡Cuántas injusticias se cometen en nombre de la verdad y la gracia chispera!

Admirado Paco Camino: Eres uno de los más grandes de nuestra entrañable Historia Taurina y el lunes, 4 de junio, se conmemora el hito de tu gran hazaña: siete toros, ocho orejas y la Puerta más Grande de par en par. Aleluya.


viernes, 25 de mayo de 2012

MADRID, MADRID, MADRID

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

El chotis de Agustín Lara se había bailado el día anterior, San Isidro Labrador, santo que se ha convertido en patrón del hombre agrícola que sueña con el ángel que llene el tractor de carburante y lo conduzca horas y horas en el surco interminable de la labranza mientras él juega la partida de guiñote en la taberna del pueblo. Hay quién piensa, equivocadamente, por la estampa del ángel enganchado al arado romano mientras Isidro descansa dormitando en el cercano ribazo, que el señor Isidro es también el patrono de los vagos. Injusto. Yo llegué a Madrid al día siguiente, a la aragonesa, “a dar la tetadica” del profundo recuerdo de más de cuarenta años de estancia madrileña. En Atocha cogí el metro para ir hasta Ventas, donde mi padre construyó una casa en los años 60, en la que viven mis hermanas. Y siempre me sorprende el gran contraste de los usuarios de este medio de transporte. Mozas bellísimas y elegantes junto a tipos marginales: un mastodonte con camiseta sin mangas y pantalón corto con hierros en las orejas y la nariz, tatuajes a toda piel, mascando chicle y soplando bombas ruidosas cada dos o tres minutos. La mayoría de los viajeros leen libros, revistas o folios de estudio y no se preocupan de los alrededores. Transbordo en Sol, admiro la obra de Mingote en Retiro y salgo a la luz en Las Ventas del Espíritu Santo, en la explanada guardada por casetas del 20 por ciento y los grupos escultóricos de Fleming, Antonio Bienvenida y “Yiyo”. Saco una entrada y me tomo una cerveza en Gambrinus, donde pasea su extraordinario palmito una morena tirando a negro de casi dos metros de altura y una armonía fabulosa. Una estatua con alma y movimiento. Fotos de la fábrica de cervezas y un reloj en el que en su parte baja se lee el nombre de Julio Camba. Pregunto la razón de tal presencia del famoso y ocurrente periodista. Sencilla respuesta: la calle que va de la de Alcalá a la Avenida de Los Toreros lleva el nombre del ilustre gallego. En mis tiempos jóvenes le llamábamos Cuesta o Escalera del Nuevo Madrid. Hace más de cincuenta años que vine a vivir aquí al lado y me entero ahora que se llama así, Julio Camba. La clamorosa diosa de ébano no sé cómo se llama, lo siento.

Voy a la corrida con mucho tiempo. Me paseo por los alrededores. Hay grúas, vallas, furgonetas, coches con tarjetas de estacionamiento especial, camiones sofisticados y llenos de cables y una gran carpa en la que se proclama la importancia de la Cultura con puerta exclusiva para los “vips”, exposición dedicada a Hemingway, gran barra expendedora de bebidas y un local para el lucimiento de gentes tan importantes como Mario Vargas Llosa y el clon de Toulouse Lautrec, Arrabal, que pronunció una conferencia titulada “Toros, rinocerontes y patafísica” (me gustaría recordar el título de aquella con la que se paseó España Antonio D. Olano), dos carpas en el Patio de Arrastre en la que reconozco a dos “vips” oportunistas, Sánchez Dragó y Caco Senante, vaso en mano, me encuentro con Luis Álvarez, “Andaluz chico” en sus tiempos de novillero, que me pone en habano, a José Luis Carabias que ameniza los almuerzos taurinos de cada día en “El Corte Inglés” y a Ignacio A. Vara “Barquerito” que, como tiene buena casta, se crece a las dificultades y tiene muy buen aspecto pese al agotador reto de hacer las crónicas de San Isidro, las mejores que yo leo junto a las del hijo de Vicente Zabala, también acuciado por las prisas pero con mucha clase y estilo. A muchos se los come el horario de cierre.

Subí a mi localidad y pude encender el habano porque estaba rodeado de fumadores y bebedores de altos y rebosantes recipientes. La corrida, de “El Montecillo”, don Francisco Medina, fiel “juanpedrista”, apenas un trofeo final para Fandiño y Manuel Cid y César Jiménez que no recuperan sus pasadas glorias. Para mí, una felicidad incierta entre las estrecheces graníticas de la localidad venteña. Quizá era yo el más antiguo de los espectadores de la plaza, desde 1939, confirmaciones de Juanito Belmonte y “Manolete” de la mano de Marcial Lalanda y presencia a caballo de Juan Belmonte. Y de Juan Belmonte quería hablar yo.

Me extraña que “ Madrid 2012” sea en ese “Espacio de Arte y Cultura” patrocinado por “Arte Taurino Tour”, “Taurodelta”, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid el “Año Hemingway” porque el cincuentenario de su muerte fue el año pasado. Este año es el cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte, quién, entre otras cosas muy importantes, fue el primer matador de toros que cortó las dos orejas y el rabo a un toro en esta plaza. Fue el 21 de octubre de 1934, en la inauguración oficial, con toros de Carmen de Federico que lidiaron Juan Belmonte, Marcial Lalanda y “Cagancho” y don Juan le cortó los máximos trofeos al toro “Desertor”. El día 28 de octubre de ese año, el mismo Marcial le otorgó la alternativa a Pepe Gallardo y también obtuvo idénticos trofeos. Antes, el 17 de junio de 1931, se dio una corrida anunciada con la bandera republicana en la que actuaron Fortuna, Marcial, Nicanor, Fausto Barajas, Luis Fuentes Bejarano, Vicente Barrera, Fermín Espinosa “Armillita” y Manolo Bienvenida. Cómo estarían los accesos a la plaza que Bejarano y Bienvenida tuvieron que acceder hasta el coso andando desde Manuel Becerra y menos mal que en la lidia de los ocho toros no hubo ningún herido porque, desde el ruedo, no había comunicación con la enfermería. Aquello era un descampado desde el que se contemplaba la sierra de Navacerrada. En 1933 hubo dos corridas más, la del “paro obrero” en la que Antonio García “Maravilla” cortó cuatro orejas, y la de la Prensa que organizó don César Jalón “Clarito”, magnífico escritor taurino y conocedor del flamenco, riojano y ministro de Comunicaciones en la República. Pero la inauguración oficial fue la del triunfo de Juan Belmonte, quién volvió a Las Ventas ese 12 de octubre de 1939 en la confirmación de su hijo y de “Manolete”, como rejoneador. ¿Merecía “Terremoto Juan” el que este año en Las Ventas fuera su año? Más: ¿creen los que me leyeran que don Juan el de Triana, aunque naciera en la calle de la Feria, no merece un mosaico en las paredes de la plaza de Las Ventas? Un detalle que me contó Juan Carlos Becca Belmonte: En la Historia de la Monumental madrileña solo hay un apellido que pueda presumir de figurar tres generaciones en los anales de las salidas a hombros por la Puerta Grande, don Juan Belmonte García, Juanito Belmonte Campoy y Juan Carlos Becca Belmonte. Padre, hijo y nieto (por su madre, Blanca).

Juan Carlos Becca estuvo en el homenaje de “Los sabios del toreo” a su abuelo.” La escalera del éxito”, la de Salvador Sánchez- Marruedo que no podía subirla porque no se la habían dado nunca. Claro que Salvador se buscó un padrino de lujo, el ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert Ortega, receptor a su vez de otro trofeo similar de manos del propio Sánchez-Marruedo. Tan altos e ilustres receptores prestigian a los que ya teníamos tal honor. Y más honor para mí al figurar en la mesa presidencial junto al bibliófilo Rafael Berrocal, que estaba a la derecha del ministro. A la izquierda, Salvador, Becca Belmonte y su hija, biznieta de don Juan. Una pequeña decepción: Becca Belmonte no quiso tomar la palabra. Podía haber dicho muchas cosas de su abuelo y de la mala memoria de los “cultos”.

Era el 17 de mayo y la corrida de la tarde en Madrid, una de las de más expectación de esta Feria de San Isidro. Mi compañero de mesa, Jesús Rico Almodóvar, de Consuegra, como se habían agotado las localidades me propuso acercarnos al hotel de “tito Balta” para ver el festejo por televisión. Tuve la suerte de coincidir con Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” que iba acompañado de su esposa Carmen y la novia de su hijo, mexicana de la familia de los Armillita. Recordamos aquella novillada de su presentación con caballos en Castellón, final de feria, a la que sólo me quedé yo y que fue apoteósica. Buen recuerdo. La corrida de Madrid se recordará por la de la cogida de Castella y la intransigencia de los entendidos de Madrid para con los que han triunfado en otras latitudes y, sobre todo, para los que triunfan en Sevilla. Más papistas que el Papa. ¡Cuán chillan esos malditos, don Pedro! Y los que hablan.

Me paseé por los alrededores de la plaza. La carpa estaba a rebosar. Me fui cuesta arriba hacia el Parque de la Avenidas, hasta el pub de Ignacio. Estaba solo. Allí me juntaba yo antes y después de los festejos con mi compadre Fernado y su cuñado “Ninchi”, madrileño de Chamberí, los dos yernos de “Aguardentero” y cuñados del hijo de este y de “Tito de San Bernardo”. Fernando, cordobés de Cabra, de la Casa de Córdoba de Madrid, calle de Martínez Campos, en la casa de don Niceto Alcalá Zamora, presidida por don Felipe Solís, hermano de don José, “la sonrisa del régimen”, en donde, entre otras cosas, organizamos un concurso de toreo de salón que fue todo un éxito y al que acudían dos viejos amigos míos, Pepe Roger “Valencia” y Rafael Llorente y muchos buenos aficionados. Y creamos unos trofeos de San Isidro que creo que todavía se otorgan. Pero ahora no sé donde está la Casa de Córdoba de Madrid. Me pierdo.

lunes, 14 de mayo de 2012

EL ARTE EN EL VESTIR

No tengo más documentos gráfico sobre la elegancia de Francisco Montes “Paquiro” que el hermoso retrato que pintó en 1836 el valenciano Antonio Cavanna y litografiaron Palmaroli y Laujol . Un rostro serio y sereno, boca fruncida, amplias patillas en hacha, moño profuso más que recogida coleta y montera alta y moñuda que parece descansar sobre un gorro de satén nergro, camisa blanca con volante encañonado, chaquetón o capote sobre el hombro izquierdo, el brazo doblado y la mano del mismo lado que sostiene entre los dedos índice y corazón un cigarro encendido, la chaquetilla de cuello alto bordada en plata sobre seda azul oscuro, hombreras con flecos y un amplio macho que cae junto al pañuelo blanco que sobresale del bolsillo, pañoleta al estilo de las que usa en la actualidad Morante, faja de la misma tela y el mismo color marrón y la mano derecha apoyada en el bordado de la apuntada taleguilla. Ha cambiado mucho la imagen del torero desde el triunvirato fundador de Romero, Costillares y Pepe-Hillo, que ocultaban la poblada cabellera en las redecillas estampadas y se tocaban con sombreros de distinta índole, monteras variadas con barbuquejo, hasta llegar a Cayetano Sanz, que, menos barroco que Paquiro pero más cortesano, es un ejemplo de distinción en el vestir. Lo que no hay constancia visual es en el vestir de calle de estos famosos diestros, pero sí se ha prodigado la idea de que a los toreros se les distinguía hasta en su deambular cotidiano, cosa que se le censuró fuertemente a don Juan Belmonte.

Pero en realidad hubo un antecesor del “Terremoto” que rompió con todas las tradiciones. Fue don Luis Mazzantini el que se atrevió hasta a vestirse de frac, cubrirse con chistera de cien reflejos y pasear su oronda figura como gobernador de Guadalajara, si bien mucho antes ya se enfundaba en ternos veraniegos al estilo de los veraneantes de San Sebastián o la Costa Azul de los primeros años del siglo XX. Era un fracasado barítono italiano metido a torero porque de factor del ferrocarril no se haría rico en su vida. Luego, al final de sus días, las cosas no le fueron lo boyantes que prometían tanta grandeza. El caso de Juan Belmonte fue completamente distinto. No era un hombre arrogante ni un adonis mitológico, era un muchacho enclenque de largos brazos y piernas febles que no le permitían saltar la barrera, por lo que se impusieron los burladeros que antes de él eran aleatorios. En algunas ocasiones, ante protestas por el uso y abuso de los capoteadores al recabar la atención de los cornúpetos y provocar despuntes o roturas de pitones o cuernos enteros, yo he propuesto la colocación de los burladeros por la parte interior de la barrera y dejar como única salida la tronera correspondiente. Como casi todas las propuestas, esta tampoco ha sido admitida aunque fuera solo para ensayo. Belmonte, en realidad, se entrenaba para quedarse quieto y su personalidad indiscutible se agigantaba ante el dramatismo de sus menguadas fuerzas y su valentía de romper costumbres y mitos. Le gustaba la lectura y las convalecencias largas y dolorosas (la penicilina mitigó años después dolores y peligros, San Fleming) las sobrellevaba con horas y horas de Maupassant, Alarcón, Ayala, Valle Inclán, Palacio Valdés, Pérez Galdós y Benavente, solo vestía el traje corto en el campo, su cubría la testa con sombreros flexibles con las alas hacia abajo y vestía trajes de corte inglés y abrigos con trabilla en la espalda. Le gustaba el teatro y las tertulias con intelectuales en las que, entre cortos tartamudeos, sentenciaba con ingenio y autoridad. En lo del ingenio competía con Rafael el Gallo y ambos estaban en contraposición con el rectilíneo “Joselito”. Pero ni José ni Juan eran gitanos. Rafael, sí, y hablaba y toreaba, vestía y andaba como gitano. Al Guerra lo dejamos en su corte cordobesa y en su contraste con “Lagartijo”. Pero ya desde los años veinte los toreros evolucionaron drásticamente y mucho más en la postguerra. Victoriano de la Serna, estudiante de Medicina, Manolo Martín Vázquez, encantador, Mario Cabré que pasó modelos de caballero y era imagen de un fabricante de telas, el misterioso Albaicín, Luis Miguel, innovador, Manolete y su noche de “Lhardy” y Domingo Ortega que actuó en un festival de Madrid con chaqueta sport con aberturas en la espalda. Hoy lo hace Castella y hay algunos que le lanzan el anatema. El hábito no hace al monje. Pero, en el espectáculo, es importante el terno del artista. Hace unos días, en Madrid, en la corrida goyesca, Luis Carlos Aranda puso un buen par deslucido por un terno de color verde bordado en azabache. Las corridas goyescas tienen este problema. Pero en esta ocasión, el diestro Morenito de Aranda lució un terno azul cielo bordado en plata que destaca sobre todos los que hemos visto a lo largo de los años, desde 1927, entre los muchos y variados que se han paseado por los ruedos españoles. Enrique Ponce también lució un precioso traje en Antequera y recuerdo algunos más, goyescos o no, por parte de Curro Romero, en terciopelo grana, Paco Camino, proporción y buen garbo, Morante con reflejos viejos o el moderno Manzanares. Su padre estuvo en pecado mientras vistió un terno de color butano y “Jesulín” se condenó él solo con uno de color amarillo. Luis Miguel, en su reaparición y con la disculpa de mayor comodidad, se amparó en un diseño del poeta Alberti y usó trajes de seda con bordados muy ligeros y amplitud de chaquetillas livianas. En esa línea, pero de más burdo bordado, Juan José Padilla ha usado trajes de mal gusto en lo referente al diseño y los colores y parece que ahora ha rectificado totalmente. John Fulton dibujó bandas con inspiración en los frisos griegos y Fermín realizó durante algunos años esos trajes que vistieron muchos diestros, sin que llegaran a desaparecer los de cuajados y clásicos bordados, que son base y continuidad del traje de luces.

La primera corrida de toros goyesca de la Historia se celebró en Zaragoza el 12 de mayo de 1927. Al año siguiente se iba a celebrar el centenario del nacimiento de don Francisco Goya y la ciudad de Zaragoza organizó toda una serie de acontecimientos que recordaran tan gloriosa efeméride. El cartel de toreros lo encabezaba Rafael “El Gallo”, que vestía de rojo, Pablo Lalanda, de azul, y Nicanor Villalta, de amarillo. Simao da Viega, a la portuguesa, y Vicente Peris como sobresaliente. Los toros de Vicente Martínez, el famoso ganadero de Colmenar Viejo, favorito de “Joselito” (los siete toros de Martínez) y antepasado de Fernández Salcedo, biógrafo del semental “Diano”. Caos circulatorio en los alrededores de la plaza de Pignatelli y una oreja para Pablo Lalanda. El Gallo protestó lo suyo por el vestido que le hizo el sastre Uriarte y hasta aseguró que aquello “era vestirse de mamarracho” (alguien ha afirmado que algo parecido manifestó “Antoñete” en circunstancia similar) y le convencieron con buenas razones y el apoyo de don Ignacio Zuloaga, que proyectó la parafernalia del espectáculo. El precio de un tendido de sombra fue de 12 pesetas. Luego vinieron unas cuantas corridas más, entre ellas las que Bellas Artes organizaba en Madrid y que contaron con la colaboración de la Duquesa de Alba y de Carmen Sevilla, distinguidas y bellas amazonas.

Siempre me ha sorprendido el tremendo contraste que hay entre los caballeros rejoneadores portugueses y los españoles. Aquellos con brillantes y espectaculares casacas a la Federica y los españoles en traje de faena conocido como corto o campero con el aditamento rural de los zahones que acentúan el significado campestre de esta indumentaria. Y Pablo Hermoso de Mendoza, que ha roto con tanta mala normativa del toreo de a caballo dictada en tiempos “apoteósicos” no lejanos, ha vestido en sus últimas actuaciones mexicanas casacas bordadas y chalecos con botonaduras de plata que dan más brillo y elegancia al supremo arte de torear a caballo. Un punto más a favor del de Estella. Hace unos años, Alvaro Domcq hijo también lució algunas chaquetillas bordadas y se tocó con sombrero de catite o calañés de alta copa, sobre todo a partir del espectáculo del “baile de los caballos andaluces” que compartió con otro jinete excepcional, Manuel Vidrié. ¿Por qué, casi siempre, al torero artista le acompaña el gusto en el vestir? Porque, al final, esto es un espectáculo predominantemente artístico.



viernes, 4 de mayo de 2012

LOS NIÑOS VIENEN DE PARIS


En nuestra casa de Ejea de los Caballeros se respira el culto taurino a don “Francisco el de los toros” con el busto original de Burriel, los platos de la Cerámica de Muel y los carteles con los que se anunciaron las primeras Feria de la Oliva que organizó la Peña “Martincho” en la llamada “Plaza de Miguel Cinco Villas”. En síntesis, toda una mayúscula Historia. Fue Goya el director artístico de los festejos de la Plaza Mayor de Madrid de la Coronación de Carlos IV, en los que se lidiaron diez toros de don Francisco Bentura por parte de Pedro Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”, el principio de la corrida de toros en su actual parafernalia. ¿Pudo intervenir el de Fuendetodos en el hecho de que se llevaran a Madrid para tal acontecimiento toros de Ejea de los Caballeros? No tengo testimonios fehacientes, pero se lo agradezco a don Frasco de todo corazón y porque, además, dejó para la posteridad el rostro y las maneras de Antonio Ebassun “Martincho”, de Farasdués, a 14 quilómetros de Ejea, naturaleza que descubrí en el registro parroquial de la capital cincovillesa en los años 50 del siglo pasado, que prediqué a lo largo de los años hasta que un sacerdote guipuzcoano (lo que le libera de toda sospecha ruralista) firmó una de las mejores bíografias taurinas (Salvador Ferrer dixit) para ponerle historia a los documentos gráficos de Goya. Ser goyista no tiene ningún mérito. Pero es que, por añadidura, después de todo lo que ocurrió con los ejércitos de Napoleón, el Genio se hizo afrancesado. No sé si se percató de que mejor nos hubiera ido a todos con José Bonaparte que con Fernando VII, el deseado. Me confieso taurinamente afrancesado sin entrar en otros muchos matices de los que en el siglo pasado me hablaba mi madre, que no estaba muy versada en historia pero era muy intuitiva. Llegué a la convicción de que los niños venían de París.

En estos momentos tengo un contacto casi diario con Marc Lavie, André Viard (ayer con lo de Parladé) y Marc Roumengou. En la “Semana Grande” de Lavie, con el apoyo del diccionario hispanofrancés, he encontrado un recuadro sobre Miura y Sevilla en el que apunta datos muy curiosos: Pepe Luis Vázquez, entre 1942 y 1950, toreó en la Maestranza diecinueve toros de los de Zaheriche, Ruiz Miguel, en veinte años (1971 a 1991), veintiséis; Ricardo Torres “Bombita”, treinta y cuatro; Rafael el Gallo, veinticuatro; J. J. Padilla lleva veinte toros y José Martínez “Limeño”, el de Sanlúcar, récord , les ha cortado once orejas a diecisiete toros miureños y ha salido a hombros por la Puerta del Príncipe tres años seguidos: 1968, 1969 y 1970. Curro Romero, por cierto, ni uno solo en Sevilla y en el resto de las plazas de toros del Mundo. Ya se conoce la respuesta del de Camas cuando Domingo Dominguín, a la sazón su apoderado, le propuso torear un encierro de don Eduardo jovencísimo, con dos plátanos, sin culata y con cara de no haber roto un plato. “De miura, ni resién nasidos” – fue su contundente respuesta.

Marc Roumengou me comentaba hace unos días que, repasando mi “Fiesta Española” del año 1967, se había encontrado con una entrevista que yo le hice en el avión de Sevilla a Barcelona a Josefa Camacho, la esposa de Rafael Ortega, que había resultado herido de suma gravedad en la Monumental catalana. He releído aquel trabajo mío y doy mi palabra que me he emocionado y hasta reconciliado conmigo mismo. “Pues no era yo tan malo”. Quizá el peor porque los que empezaron conmigo me superaron y yo me tuve que volver al pueblo a lamer mis heridas mercantiles. Al menos, supervivo, que no es poco, y tengo dos nietos que “no me los merezco”. Mi esposa me dice: “Pués – esto es muy aragonés- haz por merecértelos”. Y Roumengou, puntilloso, me preguntaba también por la crónica que firme desde Sevilla de una corrida en la que Manuel Benítez cortó tres orejas y “fue paseado a hombros”, sin aclarar si abrió la Puerta del Príncipe o salió por la de cuadrillas. No lo recuerdo. Con los adelantos modernos, desde mi casa he podido examinar las páginas de ABC de entonces y, en la edición de Madrid, sólo se publica la reseña de agencia, y, en la de Sevilla, “Don Fabricio II” asegura lo mismo: que “El Cordobés” fue paseado a hombros. Sucedió el 1 de octubre de ese año de 1967 y se lidiaron cinco toros de Benítez Cubero y uno de Torrestrella, tercero, que correspondió al de Palma del Río y al que le cortó una oreja. A Jaime Ostos le impuso la Cruz de Beneficencia Utrera Molina, entonces gobernador civil y luego ministro de Franco, Jaime García “Mondeño”, elegancia y personalidad exquisita, dio la vuelta al ruedo y “el de los pelos” le cortó las dos orejas al sexto. Tres orejas, salvoconducto suficiente para franquear la principesca cancela. Tengo mis dudas. Al aragonés Luis Mata, de novillero, en los tiempos de Paquito Casado y Pepe Luis, tampoco le permitieron salir por la famosa puerta en parecidas circunstancias. A su paisano Juan Ramos (Juan Lorenzo Bueno Ramos, de Cimballa, Zaragoza) le pasó lo mismo treinta y tantos años después, el 9 de mayo de 1976, en tarde en la que alternó con “Parrita” hijo y Luis Francisco Esplá. ¿Quién abre el afiligranado portón? Tengo idea de que la hipotética llave la administran los maestrantes. No es norma, es privilegio.

¡Qué bravura, don Nazario! Y pensé en don Nazario Carriquirri, en el de las ces mayúsculas y entrelazadas por la espalda, de origen francés, su padre fue un calderero que se estableció en Pamplona, y él, “self-made”, empresario, banquero y diputado en Cortes, se casó con Carmen Moso, pariente de los Espoz y Mina, se hizo con la ganadería de Guendolaín con orígenes en la del marqués de Santa Cara, lo retrato de Esquivel con bigote circunflejo y una mano, la derecha, en el pecho, y se hizo famoso por sus toros y por su apellido, Carriquirri, como Mazzantini o Nicanor. En esto de los nombres ha habido muchos ganaderos que no han necesitado de sus apellidos: Atanasio, Graciliano, Arcadio, Laurentino, Salustiano, Pío, Bernardino, Samuel, Alipio, Victorino, Isaías y Tulio o Abacuc. Pero a este Nazario ensalzado por su bravura, la de sus toros, claro está, hay que ponerle apellidos porque, en realidad, se trata de don Nazario Ibáñez, que el pasado día 1 de mayo lidió en Madrid seis novillos en sustitución de los anunciados de “Yerbabuena”, rechazados, supongo que con razón, por los veterinarios venteros. El primer novillo fue encastado; segundo y quinto, bravos y con mucha clase; tercero, manso, y cuarto y sexto, con buen fondo. Mario Alcalde mató de dos “medias tendidas” (llovería y se le mojaron), Antonio Puerta, de grana y oro, no respondió a la tradición de semejante vestido, y Rafael Cerro, pupilo del propietario de “Yerbabuena”, dio una vuelta al ruedo en el tercero y catorce descabellos en el sexto. El nuevo don Nazario, no digo joven pese a marcar su antigüedad desde el último año del siglo XX, cuenta con ganado procedente de lo de Rincón (Núñez) vía Manolo González. También tienen “Núñez” “Alcurrucén” y “Torrestrella”. Buena señal. Luego, hay ganaderos que “hacen” su ganadería. Parece que don Nazario está en el camino.

Y, a la vuelta de la esquina, la Feria de San Isidro y en ella un gran acontecimiento organizado por “Escalera del Éxito”: homenaje a la memoria de don Juan Belmonte en la persona de su nieto Juan Carlos Beca Belmonte y el intercambio de presentes entre el ministro José Ignacio Wert Ortega y Salvador Sánchez- Marruedo. “El Cultural”, que preside Luis María Anson, de la Real Academia Española, no olvidarlo, anuncia, por conducto de “Juan Palomo”, que en la zona de Las Ventas del Espíritu Santo se inaugurará el Espacio Arte y Cultura con la presencia del prestigioso Vargas Llosa, el soriano Sánchez Dragó que promete no leer su guía “Gárgoris y Habidis”, Arrabal que no irá acompañado por Diego Bardón porque este, que en su juventud fue novillero y pánico, se hizo anti-taurino desde que se metió en el “ataúd de terciopelo” con Raúl del Pozo, Savater, autor de “Arte, crueldad y tradición” y “El toro y el redentor” de Racionero. Añade Juan Palomo que “habrá conciertos, exposiciones, charlas entre toreros y sobre todo, fiesta”. Alegría, venga alegría ¿y cómo arreglamos esto? Que el espectáculo vuelva a interesar a los contribuyentes. El peto, señores del Jurado, ese que rechazaron algunos en principio y que salvó a la FIESTA (con mayúscula) y que ahora ha difuminado lo que antes era suerte fundamental. El peto, señores ganaderos, el peto. El anatómico e invulnerable.