viernes, 25 de octubre de 2013

EN LA MUERTE DE CURRO PUYA II


Ahora duran muy poco los duelos porque los instrumentos de comunicación son de lo más etéreos. Apenas unas horas. Pero para eso está el recuerdo. Mi recuerdo. Yo conservo una imagen dulce y entrañable de Francisco Moreno Vega, hijo de la hermana de Francisco y Rafael de la Vega, los dos “Gitanillo de Triana”, aunque el mayor se fundiera en el sonoro “Curro Puya” con el que pasó a la Historia. “Me la ganaste” – le dijo Juan a José después de lo de Talavera. La mayoría de los panegiristas del sobrino de los Vega de los Reyes sólo se refieren a su relación con Francisco, el que muriera en Madrid en el año 1931, porque el impacto de este fue mucho más estruendoso que el de Rafael, que, tras la muerte  de su hermano, continuó su carrera de forma discreta y, años después, amparado en la sombra de “Manolete”,  gran amigo y compadre puesto que fue padrino del hijo mayor del de Triana y la hija de Pastora Imperio. Los Gitanillo han sido muchos a lo largo de nuestra historia pese a que el primero no era gitano. Se trataba de Braulio Lausín, de Ricla, Zaragoza, que, cuando se lanzó a los ruedos, ganaba su sustento ayudando a un tratante de mulas de su pueblo y, por entonces, a los que se empleaban en semejantes menesteres se les consideraba miembros del pueblo gitano. En sus principios, Braulio se anunciaba  tan solo como “Gitanillo”, pero, a la llegada de los hermanos trianeros, añadió lo “de Ricla” para solventar todos los problemas y equívocos. Recuerdo a otros cuantos Gitanillos, el de Camas, hermano de Salomón Vargas, el profeta de Curro Romero (“Lo que le pasa a Curro es que, cuando torea, los avíos, toro y torero van a la vez”), tíos ambos del infortunado Ramón Soto Vargas, primos de “Cabeza de Tríana”, al final, por culpa del asma, mozo de espadas de Miguel Márquez, y de Vicente Vega, primer apoderado de Paco Camino, payo, de Camas y en la cumbre de los mejores. Conocí a otro gitano torero, Faustino Barragán, que se anunciaba como “Gitano Rubio” y que era un buen rapsoda que le dedicó a Manolo Montoliú un fandango a modo de elegía dramática.

Estaba con Rafael Vega de los Reyes, el “Gitanillo de Triana”, que siguió en los ruedos unos años tras la muerte de “Manolete”, hasta los 50 del siglo pasado, y que montó un colmado en el cuadrilátero taurino matritense formado por las calles Sevilla, Alcalá, Peligros y Montera, “La Pañoleta”, en el que trabajó junto a su esposa, la hija de Pastora Imperio, y tuvo cinco hijos, tres chicos y dos chicas, Pastora, casada con el torero venezolano Héctor Álvarez, que murió junto a su suegro en el accidente de carretera ocurrido el 24 de mayo de 1969, cerca del pueblo conquense de Belinchón, y Charo. Los varones , los “Gitanillo’s”, abrieron un establecimiento hostelero en la madrileña calle de  Claudio Coello que todavía pervive, creo. El padre, Rafael, hizo un disco de villancicos con Curro Romero y Antoñete, de palmero, acompañante imprescindible para el son flamenco. También fue partícipe del cartel caló por excelencia: Cagancho, Gitanillo y Albaicín.

Francisco Moreno Vega, “Curro Puya II”, continuador de las glorias y maneras de su tío, sobre todo en la interpretación de aquella verónica de manos más bajas, largo trazo y remate hacia la cadera, que sumó tardes triunfales en Sevilla, a hombros hasta su casa del barrio de Triana, y en Madrid, fin de trayecto por culpa de una grave cornada que sufrió en 1959. Y, lógicamente, a vestirse de plata para ser un excelente banderillero en las cuadrillas de Rafael Ortega, Manolo Vázquez, Litri, Curro Romero, Manolo Cortés y José Antonio Campuzano. Pero, sobre todo, en  la de Antonio Ordóñez, cuyo mozo de espadas también era de la familia de los Vega, no sé qué rama pero con toda su pinta. Con el de Ronda, mordaz hasta lo patológico, era difícil mantener el sosiego. Recuerdo una tarde en Linares cuando, al dar un capotazo de brega Antonio Galisteo, el toro hundió un cuerno en la arena y por poco se lo parte. Luego, el de Ronda le cortó una oreja y, cuando se disponía a dar la vuelta al ruedo con  la cuadrilla tras él, se volvió hacia Galisteo y le ordenó que se quedara en el callejón. También me viene a la memoria lo que me contó Manolo Carmona en cierta ocasión. Terminó la temporada y el maestro organizó unos ejercicios espirituales o cursillos de cristiandad. Al finalizar el piadoso retiro, con un Cristo en la mano, le comunicó a Carmona, primo de los Martín Vázquez, lo siguiente: “Hermano Manolo, este próximo año no vendrás en mi cuadrilla, le tienes que ceder el lugar al hermano Juan Antonio Romero”. Rápido, el sevillano (rememoro una corrida en Madrid con toros del Conde de la Corte y Antonio Bienvenida, Juan Silveti y él) le replicó: “Hermano Antonio: eres un “hijo…”. Esto me lo dices antes y no vengo al cursillo”. A Juan Antonio Romero ya le llamaban por entonces “el Ciclón de Jerez”. Los ciclones vuelven cada verano.

Hubo también un “Gitanillo de América”, pero es que en realidad se llamaba Over Gelaín Fresneda.Over Gelaín y dos más… No lo veo, no le veo. Salomón Vargas. El Sabio Vargas, sí. Cagancho, puro arte en la mirada verde. ¿Qué tienen los gitanos, madre mía?   

lunes, 21 de octubre de 2013

FARASDUES, CUNA DEL PRIMER TORERO (con rostro y biografía) Y DEL EMPRESARIO DE LAS "CINCO VILLAS" (México)


Me costó muchos años imponerlo como axioma incuestionable: “Martincho” (Antonio Ebassun), el torero al que retrató Goya al óleo y al que atribuyó el protagonismo de varias estampas de su falsa “Tauromaquia”, no era vasco, ni de Deva ni de otros lugares de las Vascongadas, Navarra o Ejea de los Caballeros, en Las Cinco Villas de Aragón, como apuntaban Premín de Iruña y José María de Cossío, más en consonancia con lo que publiqué en “El Ruedo” en 1953. Entonces, ya hace 60 años, en base a la partida de matrimonio del torero con la ejeana Ramona de Mena, di a la publicidad el que Antonio Ebassun, conocido en Madrid, Pamplona y Zaragoza y en otros muchos lugares de España con su apodo de “Martincho”, era natural de Farasdués, un municipio, entonces autónomo, a unos 14 quilómetros de Ejea, villa esta, una de las cinco, lugar de nacimiento de la esposa del diestro. Luego vino la obra magnífica del sacerdote Felipe García Dueñas, guipuzcoano, para más señas, y, en 1991, se publicó su magnífica biografía, con la que se culminaba mi empeño de darle lustre, auténtica naturaleza y perfil a la figura del primer torero de España. Lo dice García Dueñas en  su trabajo: “No es que “Martincho” se hiciera famoso porque lo retrató Goya y dio noticia de su arte y valor, sino que Goya lo pintó al óleo y en sus grabados porque era el más famoso de los toreros de su juventud”.

El caso es que “Martincho” era natural de Farasdués, hoy barrio de Ejea, y, no hace muchos días,  “El Bardo de la Taurina” (bardo es un poeta heroico o lírico en cualquier lugar en el que se hable español) desde tierras mexicanas comentaba que en la plaza de “Las Cinco Villas” de Santiago  Cuautlalpan, México, al sur de Texcoco, un novillo, “Platerito” se llamaba, le había atravesado el pulmón al novillero Ángel Espinosa, de Zacatecas, y el cirujano Jorge Uribe Camacho le había salvado la vida. (Coincidió este extremo suceso con el acontecido en Pachuca, donde otro novillo hería al novillero Juan Luis Silis en el cuello, afectándole a la arteria carótida). Ambos  gravísimos sucesos coinciden con los acontecidos en los ruedos de España en este final de temporada, hasta llegar a la espectacular cogida sufrida por David Galán en la plaza de Jaén, por lo que sacaremos la lógica conclusión de que el peligro sigue existiendo en todas las arenas del Mundo. Han evolucionado drásticamente los sistemas quirúrgicos, los remedios curativos y los conocimientos de los que se visten de blanco y se enfrentan sin preverlo a situaciones extremas, pero la fiesta de los toros se sigue basando en la posibilidad de la tragedia no deseada.

Pero ello es algo sabido e incuestionable. Muchas de las cornadas de hoy, ayer hubieran sido mortales.

El caso es que estábamos en la plaza de “Las Cinco Villas” de Santiago Cuautlalpan, los buenos oficios salvadores del cirujano Uribe y, según El Bardo, la belleza y operatividad de la plaza de los señores Marco y Domínguez y los buenos oficios de su gerente Leonardo Páez , ESPIRITU ARAGONÉS EXPANDIDO. ¡Tate!, me dije para mí mismo, aquí hay algo que me interesa como cincovillés ejerciente y como taurino de nacimiento con antecedentes ganaderos y literarios. Un amigo de Ejea, Pepe Ramón, me llevó hasta el año 36 del siglo pasado, cuando Gabriel Marco Duesca, de Casa Jordán y alcalde de Farasdués, emigró hasta la otra orilla del Atlántico, hizo fortuna y emprendió la aventura de construir una plaza de toros en Santiago Cuautlalpan, proyecto que culminó Luis Marco Sirven, con albero de  Alcalá de Guadaira y con la Virgen del Pilar en la capilla del coso santiaguista, cerca de Texcoco, la patria chica de Silverio Pérez, y de la capital federal.

Ahí está el detalle, que diría el gran torero que fue Mario Moreno Cantinflas: un paisano de “Martincho”, primer torero con rostro y biografía, levanta un coso taurino en el puro corazón de México. Al menos, curioso. La verdadera noticia es que el novillero herido evoluciona favorablemente y que, en un festejo celebrado en Pachuca, se rezó un Padrenuestro al rematarse el paseíllo para pedir por el restablecimiento del otro novillero herido, Juan Luis Silis. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

RESACA ARAGONESA


No me ha sorprendido la lista de los premios de la Feria del Pilar de este año, al menos curioso, de 2013. Conozco el origen del jurado que los designa desde que en los años 80, el diputado provincial don Ángel Esteban Enguita unificó su composición, reunió en la Diputación a peñas taurinas y recreativas, ancianos y festivos, escribidores y comentaristas y logró un tribunal amplio y heterogéneo. Por ello no me extraña que se haya premiado la faena de Fandiño a "Duermevela" como la mejor del ciclo y al propio "Duermevela" como el toro más bravo. Luego contaré la biografía del agraciado "Duermevela". Primero me asombraré de que se haya preferido la labor de Ivan Fandiño a la de "Finito de Córdoba" con el "Idealista" de Zalduendo o la de "Paulita" con el "Ginebrito"  de Pereda, ambas mucho más ligadas, armónicas y artísticas. Fandiño se encontró con una maquinica de embestir y a punto de cumplir los seis años y estuvo espectacular y arrebatado , se descalzó sin motivos aparentes y arremató su labor muletera con unos molinetes a derechas en  cadena con los más puros aromas chamaquistas. Pinchó malamente con el brazo suelto, oyó un aviso y dio la vuelta al ruedo tras la que se le concedió no muy justamente a "Duermevela" y después de que su banderillero, el de su cuadrilla, se entiende, llevara las zapatillas del maestro hasta el burladero correspondiente. "Duermevela" era un apaño en la corrida de Núñez del Cuvillo, llevaba el hierro de "Toros de Parladé", ganadería de residencia lisboeta aunque con finca en Alentejo y representante español, don Juan Pedro Domecq Morenés, línea de Vistahermosa, origen en doña Dolores Monge Roldán, viuda de Murube procedente de Lesaca y Saltillo y no mezclado con los veraguas coronados del  patriarca don Juan Pedro. Llevaba el número 84, había nacido en el mes de diciembre del 2007 y tenía el pelo negro. No hizo un buen primer tercio ante la puya de Pepe Aguado, lo banderilleó bien Jesús Arruga y ..., a embestir como Dios manda. Sonó el pasodoble "Fandiño", de Urrutia, músico que creo es hijo del cronista don Julio, y los entusiasmos se desparramaron sin tiento por la plaza.¡Osú, osú! Ahora viene cuando la matán: "Semana Grande", que es una revista semanal que dirige Marc Lavie y que yo leo ayudado por el diccionario de francés, me cuenta con la firma de "Don Modesto" y con el título de "Les paradoxes derangeants" (Las paradojas incomprensibles") que "Duermevela" nació en el citado Alentejo portugués, que le pusieron fundas, que se las quitaron por enfermar, que fue sobrero en una corrida de Alcurrucén en Sevilla, que luego fue también  de sobrero a Málaga en el mes de agosto y que tuvo el mismo destino el 4 y 6 de octubre en Madrid y que, por fin, ya muy viajado y corraleado, tuvo su oportunidad gloriosa el día 10 en Zaragoza, sustituyendo a un titular de Núñez del Cuvillo  para caer a manos de Iván Fandiño y ser premiado por el Gran Jurado de la Feria Taurina del Pilar de Zaragoza. Alabado sea el Altísimo. Por estos días he leído en las Efemérides de Heraldo de Aragón que es el 50 aniversario de la muerte de Jean Cocteau. Falleció el 11 de octubre de 1963, horas después de enterarse de que también había muerto aquel gorrioncito enamorado, dulce y melancólico que se llamaba Edith Piaf. Cocteau, que era muy amigo de Pablo Picasso y rendido partidario de la fiesta de los toros, contribuyó a divulgar nuestra gran liturgia taurica entre sus compatriotas los franceses. Ahora disfutamos de sus desvelos. Y hasta la Virgen del Pilar quiere ser francesa porque no tengo duda de que es buena aficionada. Unos cuantos de sus mantos han nacido a partir de algún capote de paseo torero. 


martes, 15 de octubre de 2013

FERIA TAURINA DEL PILAR


Hechas ya las precisiones informativas en la revista 6 toros 6, es momento de comentarios a vuela pluma sobre lo que ha sido la Feria de Zaragoza de este año 12 más uno  del siglo XXI, tiempo de modernidades, de avances técnicos, de comodidades extraordinarias y de olvidos ancestrales. Los toros con sol y moscas, apreturas, palillo entre los labios, caliqueños mal olientes, bota de vino de 18º, regüeldos y palabrotas. Cuando se estrenó la cubierta de la Plaza de Toros de Zaragoza, la primera de España, alguien de las más altas esferas televisivas la calificó de preservativo, mientras otros muchos la elogiaron, entre ellos, el cronista de ABC, Vicente Zabala, es cierto. Pero  no lo es el castizo plumilla fuera al artífice de la obra. La primera idea de la cubierta llegó desde Madrid, de la mano del novillero-arquitecto cubano Bernardo Díez “Guajiro”, ex-guerrillero castrista en la bahía de Cochinos que se estableció en España en  los años 60, que hizo sus pinitos toreros y hasta bailó con Manuel Benítez “El Cordobés” ante una vaca y que, un día de 1986 (¿?) me llamó para que fuera a Madrid y viera la maqueta que había ideado para el bicentenario monumento que construyera don Ramón Pignatelli. Su proyecto, en  armonía con la vetustez del edificio a cubrir, era de madera y grandes ventanales de cristal que se abrían a voluntad de los usuarios y mi misión, como técnico superior responsable de la Plaza de Toros propiedad de la Diputación Provincial desde 1979, transmitirle al empresario Arturo Beltrán la posibilidad de amparar al viejo coso del Campo del Toro y sus usuarios de las inclemencias meteorológicas, vientos del Este, bochornos, y del Oeste, cierzos, el del Norte, el moncayino  o el de Levante, lluvias y soles. El señor Beltrán recibió la maqueta del arquitecto cubano y convocó junto con la DPZ un concurso de ideas y más proyectos para elegir de acuerdo con la citada DPZ el que considerara más pertinente de acuerdo con las características de la plaza de su propiedad y la necesaria financiación. Al final se inclinó la balanza por la maqueta presentada por los ingenieros muniqueses que precisaban de los buenos oficios de la arquitectura, en este caso el del técnico de la Diputación, José María Valero, que consolidó la pionera obra de hormigón de la reforma del año 1918, sobre la que se montó el gran cinturón de hierro que soporta los pesos y tensiones, motores de desagüe y eléctricos del entramado mecánico sobre el que se asienta la cubierta de teflón. Muchos toreros lanzaron un profundo suspiro, incluso el ya retirado Antonio Ordóñez que, cuando venía a torear a Zaragoza, se asomaba continuamente a la ventana de su habitación del Gran Hotel para comprobar si se movían las ramas y sus hojas de los árboles de la calle Costa. Hacía tiempos que a don Baltasar Ibán se le ocurrió construir una plaza cubierta en Madrid, pero se enfrentó a muchas pegas municipales y, asesorado por Manolo Lozano Martín, de los de La Alameda de la Sagra, desistió de su empeño. Sin embargo, el ejemplo zaragozano hizo fortuna y ahora son varias las plazas cubiertas de España aunque las mejoras ambientales no estén en consonancia con el previsible aumento de la asistencia de espectadores. ¿Sera cierto que los toros, con sol y moscas? Recordemos a Carlos III que impuso normas de limpieza y salubridad a los madrileños y estos protestaron airadamente. “Son como niños – manifestó el “mejor alcalde de Madrid” –, les lavas la cara y se ponen a llorar”. 
En la Feria del Pilar de 1988, hace veinticinco años, se inauguró la parte fija de la cubierta que protegía los tendidos y al ruedo del agua y de los vientos de todos los aires citados, pero el día 15 de octubre llovió profusamente y se trasladó el festejo a la noche del 16 con un toro de Carmen de la Lastre que estoqueó Roberto Domínguez, otro de Francisco Javier Osborne que correspondió a Emilio Oliva  y cuando saltó al ruedo el tercero del mismo hierro, que correspondía a Raúl Zorita, aquello fue el diluvio que no mojó a los espectadores, pero que convirtió el ruedo en una laguna. Los toreros decidieron que se suspendiera la lidia, dos espontáneos se hincharon de darle muletazos al toro mientras que un conocido espectador amenazaba a Zorita con un paraguas. Al año siguiente se completó la obra y …hasta hoy, en que contamos con una de las plazas más hermosas y confortables de España y con una capacidad de 4 mil espectadores menos que hace años,  pero que no se llena nunca y de la que fue expulsado don Francisco Goya porque ocupaba cuatro localidades. La Diputación de Zaragoza está dispuesta a devolver a su lugar al mejor cronista taurino de todos los tiempos y a pagarle a la empresa todos los años los cuatro abonos correspondientes a esas localidades del tendido 4. No descansaré hasta que lo consiga y soy de Magallón, tierra de viñas y rallos, tierras calizas y gruesos vinos, y tengo un acúfeno como don  Francisco, pero oigo y escucho. A don Francisco, aquel ruido le llevaba a los demonios, como Carlos Sauras  retrató en su Burdeos. Bueno ¿y la segunda parte de la feria de este año? Era la parte mollar de una feria controvertida, vilipendiada y repudiada por el número de festejos, por dejar el lunes sin festejo y dar dos el domingo último, por la calidad de sus carteles, por la renovación o despido de los empleados de la plaza, por las reclamaciones judiciales de la propiedad arrendataria hacia el inquilino y del inquilino a la propiedad y por los dimes y diretes que enrarecían el ambiente festivo. El más repetido era el de la ausencia de Morante de la Puebla en el cartel del día 11, en el que se anunció (no sé quién se ha invitado el verbo “acartelar”) con Juan Serrano “Finito de Córdoba” y Julián López “El Juli” con tres toros de Zalduendo y otros tantos de “Vellosino”. De momento, yo no hubiera venido con un apaño ganadero como este. Vino, pero como si no: se puede juzgar a un torero si los toros embisten bien o mal, pastueños o alborotados, con nobleza o con malas ideas (si es que los toros tienen ideas), pero, si no embisten ni para delante ni para atrás, no hay nada que hacer. José Antonio Morante vino pero como si no. El Juli se esforzó con toda su profesionalidad en el tercero y cortó una oreja. Yo le pediría que no se inclinara tanto en los cites y que no saltara al ejecutar la suerte llamada suprema y le rogaría encarecidamente que volviera a sus tiempos juveniles, cuando con el capote se prodigaba en lances de todo tipo además de verónicas, chicuelinas, gaoneras, navarras, tapatías, villaltina, orticinas y demás “inas”, la “lopecina” (“sapotinas” en México) o la “escobina” (“aragonesa” en los tiempos de Goya), una gaonera por detrás.  Y la gran sorpresa de la tarde, la docena de lances que el cordobés de Sabadell le dio al primero de la tarde desde las tablas hasta el centro del ruedo y su faena al cuarto. Ya sé, ya sé, el premio de la mejor faena se lo han dado a Fandiño, ni siquiera a “Paulita” por su muleteo en la mañana del último domingo. Pero la obra de arte de la feria fue la faena de Finito a “Idealista”, de Zalduendo. No me pidan que se la cuente porque estas cosas no se pueden contar. Se sienten, se saborean, luego se sueñan. Pero los presidentes de las corridas no suben a los palcos de las plazas para estas cosas. Se sientan ante la barandilla engalanada por dentro con los pañuelos de colores para aplicar el Reglamento a rajatabla. El de esta ocasión, tras la muerte del afortunado “Zalduendo” (los toros también pueden tener suerte en el sorteo), se puso a contar pañuelos y le faltaban dos para la unanimidad exigida. Nada, sin oreja, don Juan Serrano “Finito de Córdoba”. Mi paisano Mariano de Cavia “Sobaquillo”, gran preboste de la Orden del Califato, le hubiera coronado IV Califa del Toreo. Yo lo he instalado en la capilla de mis devociones.

Al día siguiente me tuve que despojar de todo mi ropaje ceremonial porque hicieron el paseíllo Manuel Díaz “El Cordobés”, de Arganda del Rey, como el también cordobés Antonio Gala que es de Brazatortas, Ciudad Real, Juan José Padilla y David Fandila “El Fandi” con toros de los Domecq. El de Arganda tuvo una tarde triste, sin alegría y, además sufrió dos espeluznantes volteretas que le quitaron su habitual sonrisa de la cara. “El Fandi” hasta pasó apuros con el sexto toro que llevaba el hierro de Parladé. Se le partió un palo en un primer par de banderillas, se le cayeron los dos en otro par y se apuró en el socorrido “violinazo”. Todo tiene mérito delante de la cara del toro, pero más mérito lo que se hace templado y despacio, al paso,  y mucho más cuando el diestro se queda quieto. Pero esta es otra cuestión y “El Cordobés” es el sexto del escalafón de este año, “El Fandi” el segundo y J.J. el primero. La ha venido Dios a ver al nuevo “Pirata” aunque sea con un solo ojo. El mismo ha manifestado que, si lo hubiera sabido, se pone el parche mucho antes. Quizá tenía más mérito entonces, cuando se enfrentaba a divisas de más enjundia, “las alimañas” que decía Ruiz Miguel pese a que tenía que estarles agradecido, pero puedo asegurarles que el de Jerezno es mejor torero ahora aunque viste con mucha más elegancia. Le gente está con él y él tiene bien estudiados gestos y aptitudes. Por ejemplo, que baje su hija al ruedo, como “Kiko” subía al escenario a cantar con la Pantoja, besar chaquetas y abanicos que le arrojan al ruedo y el albero de Alcalá de Guadaira bendecido en el Pilar, brindar al cielo a la memoria de María de Villota en comunión “pirata” y lucir brazalete negro puede que en  el mismo sentido (que conste que yo también he lamentado la muerte de tan encantadora criatura y que me sorprendía por su belleza y seductora sonrisa), ajustarse la taleguilla por el lugar de las “pilas”, lavarse las manos y mojarse el pelo antes de tomar el par de banderillas. Manuel Benítez se escupía en las manos, se las frotaba con fruición y la plebe aplaudía a rabiar. Son los ídolos del pueblo y estos no resisten el análisis. ¿Lances? ¿Muletazos? De los templados y quemando la taleguilla por los muslos ni uno. Estocadas fulminantes y veloces en ambos toros y sendas orejas jaleadas hasta el paroxismo por la mayoría de los contribuyentes. Esto es la democracia, lo que no quiere decir que todos los hombres seamos iguales. La igualdad es una entelequia.

El domingo por la mañana estaba anunciada una corrida de Ana Romero, puro y delicioso Santa Coloma. Vino la corrida, la tuvieron 24 horas en el camión por no conozco qué razones, la desembarcaron y la rechazaron los veterinarios creo que por falta de trapío. Señores, el trapío no se mide por el peso y menos en el caso de los toros santacolomeños. Vinieron desde Huelva los de Pereda, de su hierro titular y de “La Dehesilla” y nos encontramos, los pocos que a la plaza fuimos, con la confirmación artística de Luis Antonio Gaspar “Paulita”, de Alagón, Zaragoza, que sufrió una voltereta espectacular en su primer toro y le cortó la oreja al cuarto, al que, tras un adornado muleteo, remató de una buena estocada,  y la armónica figura, el gusto y el buen temple de Manuel Jesús Pérez Mota, al que puede que le sobren sus voces altas en el cite y desarrollo de las suertes. El vallisoletano José Miguel Pérez Prudencio “Joselillo” sufrió una grave cornada en el gemelo de su pierna derecha.

Y el final, desconocido. Pablo Hermoso de Mendoza, Sergio Galán y Roberto Armendáriz lucieron sus habilidades en la monta de las estrellas de sus respectivas cuadras, pero no pudieron redondear una tarde gloriosa porque a los caballos les pasa lo mismo que a los toreros de a pie: si los toros no embisten no hay nada que hacer. Se lidiaron cinco toros de Luis Terrón y uno de Hermanos Sampedro, el primero, y sólo el discípulo de Hermoso de Mendoza, Armendáriz, consiguió una oreja en el sexto. A Galán se la pidieron en  el quinto pero el presidente no se la concedió y el conquense dio una vuelta al ruedo. Pablo “el Rey”, chaquetilla color sangre de toro bordada en negro, botas altas sin zahones y tocado con el catite de Sierra Morena, pudo recibir algún trofeo en el primero pero pinchó cinco veces antes de lograr el espadazo definitivo. Hubo mucha gente esta tarde, casi lleno total con Morante y buena entrada  en la tarde de los heterodoxos. En los festejos, de todo. El tiempo, templado y apacible. Salió el sol y el tranvía no dejó de circular por el Paseo de la Independencia. A los autobuses los desviaron por los aledaños y el mío ya no me lleva desde mi casa hasta la puerta del mesón “El Campo del Toro” y, al regreso, lo tengo que coger frente al museo de Pablo Serrano, que es uno más de los adefesios de la arquitectura moderna sin apenas arte por dentro. Ahora creo que está lleno de calaveras mexicanas. Los mexicanos las pintan de colores vivos, como las tumbas de sus cementerios. Bay, bay, que dirían mis nietos que, previsores del porvenir, estudian inglés.     

lunes, 14 de octubre de 2013

DIEGO RAMOS RAMÍREZ


“El colombiano de los pinceles de colores”

De Madrid a Las Landas francesas, paisaje nuevo, vivencias eternas

El año pasado  empezaba la semblanza del artista Diego Ramos Ramírez con estas palabras: “Confieso que lo conocí al momento, vi el primer plano de los alamares de una chaquetilla torera y …”. Estoy otra vez ante ese simple y hermoso alamar y, por mimetismo, un poco para empezar de otra forma, se me ha ocurrido ponerle a Diego un remoquete antes de su apellido paterno. Le voy a llamar Diego “Alamar” Ramos. Es costumbre en el toreo esto de los seudónimos: Niños, Chicos, Chicuelos, Chatos, Pepetes, Gallitos, Gitanillos, Rafaelillos o Miguelitos. Es más serio lo de “Alamar”. Pero, me arrepiento inmediatamente porque, allá por los años 60, mi amigo Rafael Herrero Mingorance, mago de la voz, la poesía, el manoletismo y la bonanza, creó en “Fiesta Española” una sección que titulaba “Alamares en su tinta”. No, no es posible, pese a mis embelesos místicos ante el citado alamar de Diego, no puedo confundir esos efluvios artísticos con el sabroso condimento de unos calamares en su tinta. O alamares. No le pongo al señor Don Diego ningún remoquete pese a lo taurino que ello sea y voy a tratar de meterme entre los pinceles del nuevo estudio del artista en tierras francesas, en Saint Martín de Hinx, en Las Landas, quilómetros y quilómetros de llanura nada más atravesar el Pirineo Atlántico por Hendaya y en dirección a París, cerca de Bayona, Dax y Mont de Marsan, triplete taurino y termal, y de Saint Vincent de Tyrosse. Diego sigue en el ambiente y se purifica en tierras francesas porque ahora nuestra Meca taurina está por aquellas tierras.

Estudia a los pintores del XIX al XX, Denís Belgrano, Muñoz Degráin, los Jiménez Aranda, Jiménez Prieto, Eduardo Zamacois, Antonio Fabrés, Pradilla , Villegas Cordero o López Mezquita, con especial interés hacia Fortuny, Sorolla o el  gran cartelista que fue Marcelino Unceta. Y de esos estudios surge la pincelada genial, no pensada sino sentida, burbujeante, como de los dedos del pianista consumado surgen las notas del “Para Elisa” de Beethoven o un “Nocturno” de Chopín. El pintor no tiene que pensar en los colores, como el pianista no tiene que estar pendiente de sus dedos y las teclas del piano. “No son pinceladas humanas, son embelesos del ingenio y la inspiración”. Y, como decía Picasso, que cuando esta llegue, la inspiración, te encuentre trabajando. Conoce, aparte de los pintores señalados, a todos los típica y tópicamente considerados como taurinos, aunque a ninguno se parezca. Es el privilegio de la personalidad.

Diego no para y, pese a esa su personalidad y maestría, no se repite. Tú sabes que ese cuadro es del colombiano aunque sea distinto del resto de sus lienzos. Y, por añadidura, es muy buen aficionado y le caben muchos toreros en  su cabeza soñadora, real e intuitiva. Sabe como toreaban los Gallos, don Juan, “Cagancho” o Pepe Luis. Lo de Romero, Paula y Morante es más comprensible porque ya hace casi veinte años que llegó al Madrid castizo de la Venta del Batán y el Rastro y ha saboreado en directo los aromas del toreo sin partitura. Conoce, con Bergamín, que no todas las figuras del toreo tienen potencial literario, poético o plástico. “Percha literaria” lo llamaba don José al definir a Rafael de Paula.

Habla de don Rafael, el Divino: “Creo que han existido muchos toreros plásticos, con empaque suficiente para ser pictóricos, “Paquiro”, “Joselito”, Belmonte, “Cagancho”, “Manolete”, Paco Camino, “El Viti”, Paula, pero como el “Divino Calvo” difícil igualar. Sin ser un hombre guapo, creo que hasta bajo de estatura, pero grandioso de movimiento y arte a raudales, sin duda, fuente de inspiración, pictórico como pocos. Es un milagro de reencarnación artística”. Diego Ramos pinta como toreaba Rafael Gómez “El Gallo”, digo yo, sin más argumento que lo que pienso que pudo ser el mayor de los Gómez Ortega, el gitano de los dos, porque José era payo como su padre, científico, cuadriculado y previsor. Hasta que se le olvidó todo en  Talavera de la Reina. Corrochano, don Gregorio, lo repetía alucinado: “Joselito era el toreo y lo mató un toro”. A Rafael casi lo mata  Pastora Imperio y nadie supo el porqué. Ninguno de los dos lo contó nunca.

Diego confiesa que pinta acompañado por la guitarra de “Tomatito” y la metralla de la garganta de “Camarón”, rota y repiquetera. Y música clásica. Esas son sus partituras sin pentagrama ni renglones, notas ni apuntes. Le sugestiona lo caló y, al margen de sus sutiles pinceladas, sus palabras definen también a Rafael de Paula: “De personalidad singular, gitano de estadísticas desastrosas y con un duende genial, con unas formas y movimientos pausados y a compás…como el mejor cante por soleas o la solera de los mejores vinos”. Luego toma el pincel entre sus manos, lo arrima a su paleta de grises y azabaches, rojos, negros o azules del revés del capote paulista y la imagen difumina completamente a la palabra. Es el arte. Lo fantástico es que acudes al moderno internet y te encuentras con el Diego Ramos integral. Un vídeo bohemio y evocador te presenta la magia femenina de Modigliani entre vinos, cafés y cigarros y el sonido de una particular Ave María para mostrar una imagen de mujer entre evocaciones a Picasso y Utrillo y, luego, una sucesión de carteles que satisfacen todas mis apetencias estéticas.

Pero, como muestra de las fuentes en las que ha bebido el genial colombiano, al margen de los clásicos maestros del impresionismo y el costumbrismo taurinos, nos enseña obras de Daniel Vázquez Díaz, Vicente Arnás, Alfredo Sanchís Cortez, Fernando Botero, José Villegas Cordero, Miguel López Coronado, el mexicano Pancho Flores, el  trío catalán formado por los castizos Fortuny, Cecilio Pla y Ramón Casas, el valenciano Sorolla y el aragonés Marcelino Unceta con aureola bendita, los desconocidos Manuel Ruiz Pipó, granadino, Antonio Uría Monzón, madrileño, y Luca Monzani, italiano, los dos españoles de muy similares trayectorias y el de Turín, curioso, y sus compañeros de la exposición de Pamplona de julio de 2013, Pablo Lozano y Eloy Morales, padre e hijo, hiper-realistas. De todos ellos y muchos más – casi todos los que en esto “han sido” – bebe, aspira y se alimenta Diego. El milagro es que él los mezcla y confunde en su paleta y nace algo nuevo. Don Jacinto, del que en otros tiempos no hacía falta citar su apellido, Benavente, decía: “Bienaventurados sean nuestros imitadores porque de ellos serán  nuestros defectos”. Claro que Ramos Ramírez no es un imitador, es un creador. Goya también copió a Velázquez para aprender. Y, como él mismo confesaba en uno de sus grabados, ya ochentón, seguía aprendiendo. Diego Ramos tiene la ventaja de tener a mano todo lo que se ha pintado en España y en el mundo, incluido el francés Manet, los ingleses, los alemanes y los americanos John Fultón y Robert Ryan.

Al repasar los carteles que han salido de la mano del colombiano, se da uno cuenta de la capacidad de absorción que tiene  este artista que nació en Cali, Colombia, el 3 de octubre de 1976, y que todavía no ha llegado a la cuarentena. Con toda una vida por delante, ahora en el cogollo de la torera Francia. Sus obras como árboles de un ya más que considerable campo, con sus robles y encinas, sus flores exquisitas, fresas silvestres, sus olivos, cerezos o dorados trigales. Las dos zapatillas abandonadas en la arena del cartel de la corrida de Beneficencia de 2007, la cuadrilla de 2004 a lo Vázquez Díaz , el toro de Alcalá de Henares, antecesor del toro de Pamplona, el niño toreando a un perro con un sombrero para el Carabanchel madrileño, que hubiera firmado José Puente en su gusto por la anécdota y el costumbrismo, el trincherazo de “Manolete” basado en el realismo de Ruano Llopis, Antonio Bienvenida de caña y azabache, memorias del número 1 de calle madrileña de General Mola y la torera familia, Paco de Lucía y Camarón, su paisano Pepe Cáceres y el cartel anunciador de su exposición en Madrid del 22 al 28 de mayo de 2009, el cantado alamar sobre la chaquetilla azul cielo, valentía, o el otro alamar clavado en la pared desconchada para anunciar la  fiesta  de Olivenza. Su gusto por otros muchos pintores, como es el caso de Ángel González Marcos, “para mi, uno de los pintores más interesantes de los que han tratado el tema taurino”, opinión con la que coincido. “Duendeando”, reclamo de su exposición en Pamplona y su evocación de Caracol y los Gallo, sonidos de la Alameda de Hércules, sus ídolos, toreros y “cantaores”,  Curro, Paula y Morante a los sones  de la guitarra que arropa a Camarón. Me repito, pero es que a Diego le gusta insistir en sus alucinaciones. “El Patio de Caballos” del escultor Pablo Lozano prepara su paladar para emprender otra nueva aventura con los picadores de Almagro y, además, se acuerda de Benlliure, Pablo Gargallo o Venancio Blanco. Portadas de la revista “Aplausos” y la publicación de la empresa de TORESMA, la de los hermanos Lozano en Madrid. Festivales de Jaén con un capotazo de Ponce y el de Utrera con Romero, Paula y Morante, azules escurridos en Valencia y el garrochista en Baeza, Cayetano Sanz y sus patillas y el Alguacil de El Puerto de Santa María, paseíllo de Almería y el 50 aniversario de la alternativa de “Miguelín” en Algeciras.

A vuela pluma (tecla de ordenador), este es el apunte de lo que Diego Ramos pinta. Claro, hay que verlo. Todo lo que se diga es pálido reflejo de lo que pueden contemplar nuestros ojos. Y lo que pueden ver en el largo futuro que le espera al colombiano, si Dios, como le pedía el guitarrista Andrés Segovia, “nos deja aquí un ratico más”. Que no me lo quiero perder, Señor.            

domingo, 6 de octubre de 2013

VOLVER A SEVILLA



Han pasado veinte años. 1993. Mis hijos se aproximaban a la primera veintena y no conocían la plaza de toros de La Real Maestranza de Sevilla. Y a Sevilla que nos fuimos en plena Semana Santa para ver algunas procesiones, pasear por el Parque de María Luisa y asistir a una corrida de toros el Domingo de Resurrección, la de la alternativa de Manuel Díaz “El Cordobés”, personaje de elevada humanidad que decía ser hijo del de Palma del Río y que por eso se apodaba como su supuesto progenitor aunque hubiera nacido en Arganda del Rey. La alternativa se la dio Curro Romero en presencia de Juan Antonio Ruiz “Espartaco” y el doctorado llevaba un vestido de torear verde con el emblema de La Legión bordado en la espalda de la chaquetilla no sé si porque por entonces su apoderado era el llamado “comandante Dorado” o porque el ánimo del neófito estaba presidido por el espíritu de los legionarios, los novios de la muerte. No recuerdo el resultado del festejo, sólo que mis hijos se lo pasaron muy bien y que a mi esposa le robaron la cartera junto a La Giralda durante una de las procesiones y a manos de unas jóvenes acompañadas de una abuela, todas ellas residentes en el poblado de “Pies Negros” de las cercanías de Madrid.

Este año, por mi cumpleaños, a mis hijos se les ocurrió obsequiarme con las entradas para la corrida del pasado día 29 de septiembre en la que en la Maestranza actuaban Morante de la Puebla, Julián López “El Juli” y Alejandro Talavante y los billetes del tren correspondientes para que se nos hicieran  cortos los más de 800 quilómetros que hay desde el Ebro al Guadalquivir. Y, una vez instalado cerca de La Giralda, gracias a los buenos oficios de mi admirado “Barquerito” y tras un café en la calle de Mateo Gago, pude acomodarme en la plaza de toros en lo que, eufemísticamente, llaman tendido alto a lo que en realidad es la grada cubierta del resto de las plazas de España, en esta ocasión prudente decisión dada la amenaza de lluvia que predicaban los meteorólogos de las televisiones de España. Acceso complicado, vecino de localidad de amplia humanidad, pulserita en la muñeca derecha y consumo continuado de un paquete de pipas y, ante mis ojos, la columnita correspondiente que te obliga al ejercicio habitual de los espectadores de tenis con algún quiebro de cintura necesario cuando el toro te queda a un lado y el torero al otro. El caso es que yo iba a Sevilla con la intención de, a mi regreso, contar a los amigos las  excelencias de lo ocurrido sobre el cuidado albero de la Maestranza con sus bien pintadas rayas de color grana que marcan con más armonía  los límites que las de blanquísima cal. Don Juan Pedro me estropeó el pasodoble y solo los toros que le correspondieron a Talavante, el sobrero tercero y el sexto, tuvieron algún contenido a la hora de embestir a las muletas toreras. Para Morante, los toros gaseosos, el primero evaporado  en el primer puyazo de larga distancia y mayor tardanza y el cuarto sin más que la muestra de que la tauromaquia del de la Puebla es extensa y no se limita a la creación artística deslumbrante. A mí me gusta el toreo sobre las piernas y de pitón a pitón y tengo constancia de que a Morante le interesan tanto Rafael el Gallo como Domingo Ortega. Un amigo, a la salida, me pidió mi opinión sobre Antonio Ordóñez y hube de aclararle que no creo que  haya existido nunca el torero perfecto. No soy mitómano, pero me gustaron los pases de pitón a pitón del poblense. Por sabido, no digo nada de sus lances a la verónica o el pellizco de la media en  el sexto toro.

El caso es que me sorprendieron algunas cosas del que yo consideraba mejor público taurino de España. Hoy no pienso lo mismo por un par de detalles: le pegaron una gran ovación a un picador que puso el primer puyazo en los riñones del toro y un amplio sector responde a los momentos más felices con un contundente ¡bien! más propio de un sesudo tribunal de catedráticos que de unos buenos aficionados taurinos. Me inclino por el castizo y temperamental ¡olé! que resuena en el corazón cuando tus ojos han captado el aroma del arte. El aroma, ya lo sé, se huele, pero el sentimiento llega hasta lo más profundo a través de todos los sentidos. ¡Bien!

Me había citado con Manolo (Lolo) Vázquez, el hijo de Pepe Luis y padre de otro Pepe Luis que espero no necesite pronto de su apellido, en el monumento a Curro Romero, mirando a la plaza, a la derecha y rodeado de una cuidada jardinería. Estos Vázquez son así. Me podía haber citado en la estatua de su padre o en la de su tío Manolo si no quería ponerme al lado del caballo de bronce y cola recogida de doña Mercedes de Orleáns, garbosa amazona y perpetua clienta del palco regio maestrante, pero se está más recogido e íntimo junto al buen andar del de Camas. Lolo me llevó hasta un bar de las cercanías que me dijeron que es de Herrera Carlos y me presentó a unos amigos que tenían buenas ganas de diálogos taurinos. Lolo, como su padre, es la prudencia personificada. Yo me dejaba ir y opinaba. ¿Qué le parecía a usted Antonio Bienvenida? Era la naturalidad personificada y esa forma de hacer el toreo no arrebata a las masas. Don Antonio fue el torero de Madrid y de la mala suerte. Le cogía un toro y le daba la cornada y fue a morir de una voltereta que le propinó una utrera en su regreso al campo. Todo lo contrario que su hermano Pepe, que no sufrió una sola cornada en su carrera aunque muriera en la enfermería de la plaza de toros de Lima. Caprichos del destino. Una maravilla de conversación a la orilla de la bellísima e impar Real Maestranza de Sevilla. Ahora ya no puedo esperar veinte años para una nueva visita a la ciudad del Betis. Con los nuevos trenes está todo resuelto. Lo que sucede es que tantos visitantes foráneos diluyen el buen sentido de los excelentes aficionados de la tierra. Es lo que dicen los propios sevillanos. Cuando vuelva a Sevilla tengo que encontrarme con “Tito de San Bernardo”, excelente torero y tan prudente como su paisano de capital y barrio. Y recordaríamos a Pepe Arjona, fotógrafo sin motor, el mejor, a Jesús Rodríguez, “Chato de Ronda”, admirador e imitador del anterior, al suegro de Tito, “El Aguardentero”, su cuñado Manolo Luque y a toda la familia, incluidas las trianeras María y Lupe y mi compadre Fernando, de Cabra, la gracia hecha bancario, no banquero, que tienen más dinero pero menos sabor. Y nos tomaríamos unas cuantas medias “chicuelinas cameras” en loor de uno de los toreros más completos de esta mi pequeña historia, Paco Camino, porque tengo que aclarar que yo no he sido de un torero solo como aquellos que cuando se retiró Ordóñez afirmaron que no volverían a una plaza de toros. Yo quiero volver a todas las plazas en las que he visto toros. Volvería hasta la plaza de “El Toreo” que ya no existe y en la que vi despegar su gran vuelo a Manuel Benítez “El Cordobés” en 1964. Cincuenta años al año que viene. La historia interminable, mi memoria, esa con la que trato de mantener vivos a mis amigos. ¡Va por ellos!