domingo, 25 de enero de 2015

MARTINCHO, EL PRIMER MATADOR DE TOROS CON ROSTRO Y BIOGRAFÍA

PATRICK MODIANO, el reciente nobel francés, ha hecho la siguiente afirmación: “Tengo miedo a descubrir que siempre he escrito el mismo libro. Somos prisioneros de  nuestra imagen, igual que somos prisioneros de nuestra voz”. Empecé a escribir de toros en 1951 y en 1953 publiqué, basado en la partida de matrimonio que se conserva en el archivo parroquial de Ejea de los Caballeros, que Antonio Ebassun Martincho era natural de Farasdués, un pueblo a 14 kilómetros del que ahora se considera cabeza de la comarca de Las Cinco Villas de Aragón. El argumento lo he repetido una y otra vez a lo largo de estos últimos años para rectificar  someramente lo manifestado por Ignacio Baleztena Azcárate y José María Cossío que lo consideraban ejeano y para descalificar a Luis del Campo que lo hacía todo navarro,  Velázquez y Sánchez que se inclina por Guipúzcoa, Peña y GoñiAnasagastiArocena y algunos más que amparabala existencia de un fantasmagórico Martín Barcaiztegui, decían que nacido en Oyarzun y fallecido en Deva. Menos mal que otro guipuzcoano, Felipe García Dueñas, recién salido del seminario, llegó a Farasdués en los años 80 del siglo pasado y, con vocación y pacienciainvestigadora, reconstruyó pieza a pieza el gran rompecabezas de las vida de Antonio EbassunMartinchoal que retrató y grabó Goya porque en sus tiempos jóvenes, los de Goya, el de Farasdués era el torero más famoso que se paseaba por los ruedos de España. Al devenir de la Historia, no cabe duda de que Martinchointeresa más porque Goya lo reflejó en su obra física y artísticamente, con lo que llegamos a la conclusión de que es cierto que el de Farasdués es el primer matador de toros español con rostro y biografía, estilo y personalidad.
En auxilio de mi flaca memoria ha venido estos días Fernando García Bravo, investigador de la Biblioteca Nacional, que me ha facilitado la copia de tres cartas que se cruzaron entre el secretario de la ciudad de Pamplona, Valentín (con b) Pérez, y Martín Ebassuntorero de EjeaEn la primera de 14 de septiembre de 1739 se le comunica que, con ocasión de la venida de la infanta de Francia, se va a celebrar una corrida de toros en el mes de octubre y se cuenta con su participación y cinco compañeros. Martín Ebassun contesta el 26 del mismo mes, muestra su disposición para cumplir lo que se le ordene y que se encontraba en Zaragoza para participar en la corrida del día 5 de octubre y otra el día 14 de ese mismo mes. La tercera carta está fechada desde Pamplona el día 30 de septiembre y se les ordena a Martín y su cuadrilla que estén en la ciudad el día 8 de octubre. La infanta podía ser Luisa Isabel o Ana Enriqueta, hijas de Luis XV, Rey de Francia y de Navarra, y la princesa polaca María Leszczynska, con la que tuvo once hijos. Es curioso que, en ese mismo año, Martín Ebassun tambiénfue requerido para actuar en Tudela a finales del mes de abril con motivo del viaje de “la Reina viuda Nuestra Señora” que venía de Pamplona y se dirigía a Guadalajara. Se trataba de Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II, exiliada en Bayona y amnistiada por la intercesión de su sobrina Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V. Fue el último viaje de Mariana puesto que murió en la capital de La Alcarria el 16 de julio de 1740. Martín, de naturaleza navarra, era el padre de Antonio, ambos zapateros de oficio, murió en 1745 y a partir de 1747 es el propio Antonio el que capitanea la cuadrilla de toreros ¿aragoneses? ¿navarros? O puede que riojanos. Otro hito en la carrera de Martincho son los festejos que se celebraron en honor de Carlos III en la plaza del Mercadoa su llegada desde Nápoles a Zaragoza en octubre de 1759,para, ya en Madrid, acceder el trono de España. Y, como colofón de su larga carrera, su participación en la inauguración del coso de Pignatelli en 1764, a la que asistió Goya, quién también pudo ver a Martincho en Madrid con ocasión de su viaje a la Corte para realizar el examen de ingreso en la Real Academia de san Fernando, cuando le jugó una mala pasada su cuñado Bayeu y eso que todavía no habían aparecido en los ruedos Pedro Romero y Costillares. En 1767, treinta y tres años en activo, participó en las fiestas de San Fermín, a las que acudió en veintiocho ocasiones.
Como a Modiano, me da la impresión de que esto ya lo había contado antes. Eso sí, gracias a García Bravo le he sumado nuevos matices.  

lunes, 12 de enero de 2015

AÑO NUEVO, TIEMPOS VIEJOS

Es el tema de actualidad y el momento de la reflexión y el consejo. ¿La actualidad? La fiesta se muere. ¿La reflexión? Aquí estoy yo para salvarla. ¿El consejo? Soy yo el que puedo poner el remedio. Y lo dicen los mismos que durante casi medio siglo han gobernado esto desde los puestos de mando que, sin vestirse de luces o criar un toro bravo, manejan los mecanismos de este negocio: la empresa y la televisión. Y, al hilo de esos comentarios, a los que brujulean alrededor de la fiesta se les ocurre formar comisiones, plataformas y hasta organismos públicos que se encargarán de dictar normas que hagan posible el que surja “el Mesías” añorado y “el toro bravo y más toro”, se encuentren en una plaza “abarrotá” y se dé el milagro del espectáculo tan ancestral como el que más porque desde que existen toro y hombre (no sé cuál fue primero) existe el toreo. Hay dos tipos de espectáculos taurinos, los populares y los programados. Primero fue el popular, anterior a la etapa caballeresca y superviviente porque nacía del contacto directo entre el hombre, el pastor, y el animal, el toro bravo. Fue a partir del tercer tercio del siglo XVIII cuando las locuras de “Martincho” se transformaron en los alardes dominadores y artísticos de tres toreros que formaron el único triunvirato estable de esta historia, Pedro Romero, Joaquín Rodríguez “Costillares” y José Delgado “Pepe-Hillo”, que tuvieron la suerte de encontrarse con un director de escena, Goya, que le dio brillo, esplendor y belleza a esa lucha que se llamó lidia, batalla, pelea, pleito o litigio, en la que siempre tiene que haber un vencedor. Para vencer y convencer a base de lucha con arte hubo a lo largo de estos tres últimos siglos muchos hombres que encontraron su camino y lograron que las gentes hicieran el esfuerzo de invertir unos dineros en el boleto que les permitía ser testigos del milagro. Y ese milagro, a lo largo de estos tiempos, ha sido siempre el mismo: toro, torero y espectador. Las leyes y los legisladores, los gestores y sus acólitos sólo han servido para mantener el negocio, subir los impuestos y aumentar las nóminas. Creadores de fenómenos conozco a muy pocos y únicamente reconozco que uno de ellos fuera capaz de obrar el milagro de obtenerlo de la nada: a don Rafael Sánchez Ortiz. Creó el fenómeno Benítez, le asignó su leyenda y lo dejó en la cumbre en apenas dos temporadas. Luego se encontró en Linares con José Fuentes y apuntó el milagro de la resurrección, a Pallares en  Salamanca y a Curro Vázquez en el mismo lugar que a Fuentes pero con otros argumentos, el fino amontillado de la Mezquita, la garrocha del espejeño Porras o la apostasía del Mesías autoproclamado. Hubo más, Espartinas se convirtió en Espartaco y dos locos de la vida, uno murciano y otro mexicano, acentuaron la abulia del doctor Franquestein. Creaba los monstruos, les daba cuerda y él se iba a inventar la crema de marisco. Y el héroe se hizo carne y acampó entre nosotros. La gran masa hizo lo demás, como en los tiempos de Hitler o Stalín, pero con muy distintas consecuencias. ¿Quién es capaz ahora de anunciarnos una buena nueva parecida? Nadie. Algunos aseguran que otro nuevo “Mesías” está entre nosotros, pero lo cierto es que no ejerce. No quiere. Tiene 60 mil seguidores a la temporada y reniega hasta de los nuevos sistemas de comunicación. Quiere  seguir siendo un misterio y no le pesa ni el manto de púrpura del poder y la gloria. Es un asceta con profeta y todo: Juan García “Mondeño”. Hay en estos momentos más de una docena de toreros importantes y, sin embargo, se echa en falta al “Gran Jefe”, a la pareja competitiva, al triunvirato imperial y romano. ¿Llegará a tiempo alguno de ellos?

En el ámbito del toreo popular pienso que hubo unos años de transición en los que este tipo de festejos ayudaron al mantenimiento de algunas plazas y que en el exceso de reglamentaciones, organigramas y mercantilizaciones se va diluyendo su adjetivo fundamental: el de popular. Espontáneo, directo, amateur, porque me gusta, nada más. Lo que ocurría en otros tiempos hasta llegar a los de Goya y su fabulosa memoria gráfica. Antes, yo iniciaba mi temporada en Valdemorillo, cerca de Madrid, y recuerdo la estampa de los novilleros vistiéndose en un salón del ayuntamiento al calor de una estufa de leña. Desde hace unos años, mi primer festejo taurino es una suelta de vacas en Rivas, barrio de Ejea de los Caballeros en el camino hacia Farasdués, donde nació “Martíncho”, el primero del escalafón torero. Rivas, quinientos habitantes y cincuenta profesores músicos, el 10% de su población, incluye en los festejos de Navidad y San Vitorián un concierto de su Banda. Acudí al acontecimiento y me sorprendieron con la magnífica interpretación de tres pasodobles (paso doble) de muy distinta factura. El primero fue el titulado “Ateneo Musical”, obra del valenciano de Torrente Mariano Puig Yago, que nació en 1898 y que, aunque murió muy joven, fue director de la banda de su pueblo, de Cullera y Alcubias y se consagró como un excelente compositor. Este “Ateneo Musical” es un pasodoble muy superior a los que se prodigan por esas plazas, incluidos el de “Nerva”, “Paquito el Chocolatero” o “Er Chichi”. El segundo pasodoble fue el de “Gallito”, uno de los cuatro que compuso Santiago Lope, nacido en Ezcaray pero afincado en Valencia, para una novillada de la Prensa en la capital levantina en 1905 y en la que actuaron Fernando Gómez Ortega “Gallito”, Agustín Dauder Borrás “Colibrí”, Ángel González Mazón “Angelillo” y Manuel Pérez Gómez “Vito”, ninguno de los cuales alcanzó mayores glorias con la espada aunque el segundo de los Gómez Ortega, hermano de Rafael “El Gallo” y “Joselito”, llegara a tomar una alternativa en México no reconocida en España. Dauder era valenciano y, como Fernando “Gallito”, “Angelillo” y “Vito”, sevillanos, este último padre de Manuel Pérez Herrera “Vito” buen banderillero y destacado apoderado y de Julio, quizás el mejor rehiletero de todos los tiempos. Ahora, cuando se habla de “Gallito” y su pasodoble, la mayoría se acuerda de su hermano José y no del auténtico destinatario de la composición, Fernando, banderillero en las cuadrillas de sus hermanos más como consejero que como práctico del toreo. Dicen que fue el inspirador de las diversas y originales suertes que aportó al arte de torear su hermano Rafael.


A la altura de este “Gallito” de Lope está el pasodoble conocido por “España Cañí” de Pascual Marquina Narro, músico de Calatayud, al que se puede considerar como el “Rey del pasodoble” si a este  famosísimo unimos los de “¡Viva la Jota!”, Ricardo Anlló “Nacional”, “Gitanazo”, “Joselito Bienvenida”, “Cielo Español”, “España y Toros”, “Cielo Español”, “Cielo Andaluz”, “Hermanas Palmeño”, “Viva Aragón” y “Los Ricla”, bagaje musical más que suficiente para mantener a Marquina en el trono de la trompeta y el bombo si, además, anotamos que fue el de Calatayud el que dirigió durante muchos años la producción discográfica de “La Voz de su Amo” con el emblema del perro junto al gramófono de los años 30 del siglo pasado. Hay otro músico distinguido en Aragón, Pablo Luna, pero de este tengo más constancia zarzuelera que el de la marcha de doble paso. Sólo le recuerdo un pasodoble, “Ballesteros”, que tiene quizá más significado por lo que supuso Florentino, el de le Inclusa, para el arte de torear. Y cito a estos dos músicos aragoneses para dar noticia del tercer pasodoble de este concierto navideño de Rivas: “Tardes de Triunfo”, de Sergio Jiménez Lacima, un joven compositor de Ejea de los Caballeros que se inició como pianista desde muy joven, que ha roto amarras y ya es autor de bandas sonoras para el cine, la televisión y los juegos digitales por tierras americanas, allá por Los Ángeles,  California y las grandes industrias de la comunicación. Me gustó su composición y me sorprendió que todavía se encuentren registros nuevos para acompañar el éxtasis de una faena torera. Y luego, las vacas en la calle con jóvenes recortadores y aguerridos mantenedores de los llamados por estos lares roscaderos y representados por Goya como cestos o cuévanos. Así he iniciado mi temporada taurina número 76. El que no se consuela es porque no tiene remedio: soy optimista.