viernes, 24 de mayo de 2013

MI PEPE LUIS

El domingo pasado, a las 10 de la noche, me llamo José Luis Ramón, director de “6TOROS6”, doctor en periodismo con su tesis sobre la revista “El Ruedo” y conocedor de mis principios en este singular medio informativo, y me pidió doce o catorce líneas sobre Pepe Luis que había fallecido en Sevilla hacía un par de horas. Esto fue lo que le transmití por teléfono y él incluyó en su publicación bajo una preciosa y singular foto del torero de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado:

“PEPE LUIS, MANOLETE Y MIURA – Los mayores admiradores de Pepe Luis Vázquez fueron Manolete y Eduardo Miura. Y los dos por la misma razón: su conocimiento del toro. El de Córdoba decía, ante las críticas de los espectadores insatisfechos, que si los toreros supieran del toro lo que sabía Pepe Luis ninguno se la jugaría como él lo hacía. Y Miura no admitía en sus tientas nada más que al Ángel Rubio de San Bernardo. Divina gracia en la leve estampa del gran torero sevillano. Mi suerte fue verlo, admirarlo y hasta firmar una crítica de una actuación suya en El Escorial, en agosto de 1959. Privilegios de la edad. Toda una época del toreo se cierra con su tránsito. La de mi juventud.”

La misma foto que encabeza mi nerviosa semblanza del torero fallecido, la publiqué yo hace años en “Fiesta Española” porque me lo pidió Salvador Domínguez “Gloria Bendita” como regalo para su padre, pepeluisista, que cumplía años. Muchos son los documentos gráficos que pueden reflejar pálidamente lo que era Pepe Luis sobre las arenas del mundo con mención especial a la de “El cartucho de pescado” de Jerez con el anuncio del “Tío Pepe” al fondo, fino jerezano protagonista del único reto de la vida del de San Bernardo que yo conozco. Volvía de América Manolete y Pepe Luis hizo unas declaraciones en las que invitaba al de Córdoba a torear una corrida de Miura en la Maestranza. Manuel sonrió divertido y comentó a su interlocutor: “¿No será mejor que me invite a unas gambas bien regadas con una botella de “Tío Pepe”?

Dejo para José Luis Suárez – Guanes los recuerdos estadísticos porque claramente me gana a memoria y me quedo con “mi Pepe Luis”, con el Pepe Luis que yo conservo en el más luminoso de mis pensamientos. Nada que ver con Sócrates, el filosofo de los Diálogos que llegaron hasta nosotros gracias a Platón, violento de carácter y aspecto vulgar, sobrenombre que se inventó “Timbales” y cultivó Zabala. Para mí la grandeza de Pepe Luis se basa en su nada socrática sencillez.

Me contaba mi padre, que, por la circunstancia de su destino en Badajoz para dirigir el diario “Hoy”, asistió a la novillada de presentación de Pepe Luis en Sevilla, 1938 ( a finales de este mes hará 75 años) que aquel día, 29 de mayo, había muy poco público en la plaza y que ese reducido grupo de espectadores se desplazaba por los tendidos siguiendo la magia del neófito, pero que, al anochecer, en la calle Sierpes, docenas de entusiasmados aficionados relataban gráficamente lo que había sucedido en el ruedo. Mi padre, no más pepeluisista que mi madre, aseguraba que el de San Bernardo toreaba por aquel entonces como en el mes de septiembre de 1959, en su despedida en Las Ventas, festejo en el que alternó con su hermano Manolo y su heredero artístico Curro Romero. Sólo en una cosa el neófito del 38 “progresó adecuadamente”, en la ejecución de la salvadora “media estocada lagartijera”. Y en esta evocación se juntan dos aragoneses importantes, por un lado don Mariano de Cavia “Sobaquillo”, lagartijista de hueso colorado, y don Ramón de la Cadena “Don Indalecio”, pepeluisista hasta morir. En Zaragoza había un culto extraordinario hacia Pepe Luis y que se materializó en una peña que heredó Manolo Vázquez bajo el impulso del señor Macarrilla y se convirtió en el Club Taurino Zaragozano con la incorporación de la gran familia vazqueña y la distinguida aportación del honorable “tailor” don José Gazo, con el que coincidí en Huesca un año de finales de los 70 por las agosteñas fiestas de San Lorenzo y la presencia de Pepe Luis Vázquez Silva, que venía desde Sevilla en tren o autobús, puede que en ambos medios de comunicación, acompañado por uno de sus hermanos y con el vestido de luces en una maleta para actuar en Maella, lugar de nacimiento del mejor escultor aragonés, Pablo Gargallo. Dos generaciones de los Vázquez , ocho toreros, cuatro matadores de toros. ¿Qué pasará con la tercera generación? Otro Pepe Luis, un hijo de “Lolo” (Manolo), tiene la palabra. Atentos.

El patriarca fue un torero impar al margen de “las escuelas” que, para él, no existían. Corto con la espada, ya lo he dicho, largo con el capote y larguísimo con la muleta. Profundo y exquisito, dúctil y férreo, grácil y sobrio. Pepe Luis era… Pepe Luis. Una vez me pidió Juan Palma un artículo para una revista que él hacía y lo titulé, ante mi impotencia definitoria, “Sevilla es…Sevilla”. No inventaba nada, pero lo decía todo. Lo mismo me pasa con Pepe Luis. Grande, grande, grande …

¿Y como persona? Lo han dicho sus hijos: más grande todavía. Tenía fama de ahorrador con anécdotas que yo recuerdo, como la del día que su hermano Manolo, novillero todavía, cortó cuatro orejas en Madrid. Se hospedaban en el hotel Florida, calle del Carmen esquina a la plaza de Callao. “Por favor, le dijo a un camarero, traiga media botella de fino” “No hay medias botellas, señor”. “Pues traiga una entera y sirva la mitad”. En otra ocasión, su mozo de espadas, que creo recordar que se llamaba Flores de apellido, le vino con un sobre que le había devuelto un informador. “Me dice que no es su dinero”. Pepe Luis se lo guardo en su bolsillo y comentó “Tiene razón, es el mío”. En su sitio, frugal, fuera de los focos, su casa, su esposa Mercedes, sus hijos, la Maestranza, allá arriba, nada de barreras feriales o banquetes a las orillas del río. Austero pero alegre como su desfile por los ruedos del mundo. España, México (los mejores testimonios cinematográficos) y otros lugares. Yo tuve la suerte de verlo y hasta me atreví a firmar la crónica de San Lorenzo del Escorial a mediados de agosto de 1959, un mes antes de su retirada definitiva. Recuerdo, aunque no lo reflejé en mi escrito, que en una tanda de naturales, cogió la muleta con el dedo gordo y la palma entera de la mano izquierda a modo de nervios de una hoja de color rojo, le dio la vuelta al estaquillador y con los vuelos para dentro ejecutó los más puros muletazos que yo recuerdo. La pureza inmaculada de un torero divino. Me sentía en la obligación de contarlo por la simple razón de haberlo vivido. Pero, al final, Pepe Luis es… Pepe Luis. Así de sencillo, tan sencillo como él mismo.

martes, 21 de mayo de 2013

PETARDO O FOLLÓN

¿Culpables? ¿Los toros de Victorino? Victorino es el mejor ganadero de todos los tiempos aunque no haya creado una nueva ganadería y sí recuperado la de Albaserrada que estropeó Escudero Calvo y su sobrino Licinio. No ha tenido similar acierto con los “patas blancas” de don Arturo Cobaleda, lo de Barcial, “Monteviejo”, con lo que podemos llegar a la falsa conclusión erótica de que con buena herramienta bien se labora, en imitación de las innovaciones refraneras de mi abuela Jesús que aseguraba que los hijos de Berdolé le enseñaban a sus padres “a hacer media”. De todas formas, como decía el gañán de mi pueblo, “ti pongas como ti pongas ti de emprender”. A Alejandro Talavante le han … fastidiado. O se ha dejado fastidiar. ¿La empresa de Madrid que lo apodera? El “preparo”, como también dicen en mi pueblo, ha sido de película y, para ello, han contado con la inestimable colaboración del cineasta Díaz Yáñez, Díaz por parte de padre, el sublime “Michelín”, aquel torero de plata que enganchaba a los toros por los hoyos de sus narices y los llevaba a una mano prendidos en su capote hasta el próximo infinito. Agustín, a las órdenes del camero Paco, explicaba a los incrédulos que todo consistía en coserle al capote un gancho con el que amarrar las napias del cornúpeto. Luego, fácil, tirar de él. Yánez por parte de madre, hermana de Arturo, personaje de la picaresca taurina zaragozana que repartía lotería por la redacciones, les ponía hielo a las coristas en top-less o pagaba a los empleados de “Cancela”, propiedad de un torero zaragozano, Andrés Álvarez, empresario de ida y vuelta porque lo mismo que se hizo rico y le salían los billetes por las orejas, se arruinó cuando “El Bocas” abandonó la farándula de orillas del Ebro y se fue a disfrutar del sol y las bellotas de Extremadura con el título de ilustre ganadero. Andrés Álvarez, de novillero, sufrió una grave cornada y necesitó de una transfusión sanguínea y fue su donante Manolo Cisneros, por entonces también novillero al que se motejaba de “torero de cristal” por su finura artística pero de moral quebradiza, impulsor de la carrera de Raúl Aranda y luego apoderado de Curro Romero, con lo que hizo curristas a los hasta entonces incrédulos aficionados aragoneses que no olían el romero. Al despertar de la anestesia y enterarse Álvarez de que le habían puesto sangre de Cisneros exclamó entre lamentos “Ya no podré ser figura del toreo”. Y no lo fue, claro está.

Vuelvo al principio, al trabajo de Agustín Díaz Yáñez para que la televisión difundiera el gran acontecimiento del paseíllo en solitario de Alejandro Talavante con el fin de estoquear seis toros de don Victorino, más en el tipo de los de don Atanasio que los saltillos de Albserrada. Se salvaban por el color de sus pelos cárdenos y sus cornamentas algo veletas y playeras. Feos en conjunto y con muy poca rasmia, que es castellano de origen árabe y que significa poco empuje, palabra muy empleada en mi pueblo. ¿Y cuál es mi pueblo? El de la mucha rasmia. La que le faltó a Talavante para enfrentarse a los victorinos. De los toreros que se han puesto en esta tesitura en Madrid y frente seis ejemplares del de Galapagar, su lugar de origen, el que más trofeos conquistó, tres, fue Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, el más capacitado técnicamente de todos ellos. Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, Roberto Domínguez y Manolo Caballero empataron a dos orejas, dándose ahora la circunstancia de que es la primera ocasión en la que un torero se va de vacío en similar acontecimiento.

El ambiente estaba creado, las televisiones divulgaban la figura del torero, la estampa de los toros y el habano de don Victorino y hasta el Heraldo de Aragón le dedicaba su buen espacio. Sánchez Dragó se cobijaba bajo el techo de hojalata de un burladero de Las Ventas, Sabina lucía su chambergo veraniego en una barrera, la Lomana sonreía sin mover un músculo y en el palco de la televisión de pago unos cuantos invitados hablaban de sus cosas. Y Talavante, con un traje rojo sangre de toro bordado en negro, se afanaba por encontrarse con su inspiración, con su improvisación, como aquel día de Zaragoza que coincidió con “su” toro y, según mi amigo Jesús Bergés, hizo la mejor faena de la historia. Exagera mi amigo, pero en lo subjetivo cada uno puede pensar lo que le parezca. Los de Victorino no eran de torear todo seguido, había que lidiar, dominar sobre las piernas, andarles a los toros y dejarles sitio, todo lo contrario de lo que es el estilo de Talavante.

Al final, nadie tiene la culpa de que el petardo haya explosionado por aquello que dijo un torero y que los sesudos comentaristas achacan a Guerrita, el Bernad Shaw, el Mark Twain, Churchill o el Jacinto Benavente de los toros: “Lo que no pue ser no pue ser y, además, es imposible” Se pongan como se pongan don Manuel, don José Antonio, el de la tele y el de la moto, los consejeros y aduladores de la moderna cúpula taurina, Talavante no es torero de seis toros. Lo fueron Joselito, el primero, el de los Gallo, con los siete toros de Martínez, Gregorio Sánchez en siete cuartos de hora, Paco Camino con ocho orejas, santacolomas, Miura y Arranz, Raúl Ochoa Rovira, el “argentinomexicanoespañol” para hacerle la puñeta a Luis Miguel, Antonio Bienvenida no el día del “calambro”, todos en Madrid, Curro Romero en Sevilla, a 100 pesetas por espectador y con Manolo Cano de apoderado (un millón de pesetas) y José Tomás en Barcelona, para cerrarla, y Nimes. Por cierto, José Luis Gran, “Romito” en los carteles como novillero y banderillero, me dice que ahora los aficionados se dividen en dos clases: los que vieron a Tomás en Nimes y los que no lo vieron. Yo, como no estuve en Nimes, le pido al galapagueño que toree treinta corridas en las plazas de primera de España con toros de Alcurrucén, Torrestrella, Blatasar Iban o Ana Romero alternando con “El Juli”, Manzanares, el propio Talavante, Morante, Ponce, si quiere él, Uceda Leal, que a más de buen torero es el mejor estilista actual del volapié, Curro Díaz y su duende y los legionarios Fandiño y Mora.

¡Albricias, señores empresarios taurinos!, he descubierto la piedra filosofal de la fiesta de los toros. En plena euforia, viene un amigo y me remoja con un cubo de agua fría: José Tomás va a torear este año cuatro corridas de toros en Valencia, Málaga, Francia y una más. De una a una, año a año, hasta la eternidad.

Al final, todo queda en un follón en su tercera acepción de la Real Academia de la Lengua, cohete que se dispara sin trueno. La quinta acepción, no, ventosidad sin ruido. Pero algo huele mal en el país del toro bravo.

Y remato: Ha muerto Pepe Luis, sin apellidos y sin calificativos rimbombantes. ¡Pepe Luis! Al mediodía de hoy, en el espacio que vuelve a presentar la carismática señorita Igartiburu han hablado del torero de Sevilla para destacar que fue al primer novio de la Duquesa de Alba. Hablarán las piedras, Mío Cid.

lunes, 13 de mayo de 2013

LAS VENTAS Y SUS ALREDEDORES

En la fachada de la Monumental Plaza de Toros de Madrid hay una fecha, 1929. No tiene nada que decir. La primera corrida se dio en 1931 con la bandera republicana en su profuso cartel y hasta el final de la temporada de 1934 no se produjo la inauguración real porque el edificio estaba terminado pero no los necesarios accesos. Desde la gran explanada había unas escaleras que se conocían por “las escaleras del Nuevo Madrid” y otras por la parte de los corrales hasta lo que hoy es la Avenida de los Toreros. Al pie de las primeras escaleras han colocado, a ras del suelo, una escultura del modelador madrileño Ramón Aymerich, calificado como artista abstracto-figurativo, pintor tropical a lo Rousseau y literato que no puedo apreciar porque no he leído nada suyo. Es, según noticias y referencias, una representación de la figura del torero Luis Miguel Dominguín. Se le parece, es cierto, pero le falta alma, personalidad y…perspectiva. Puede que se popularice y muchos de los que allí se citan se hagan la consiguiente foto y lean la lista de los ilustres personajes que contribuyeron a la subvención de esta escultura que rodó algunos años por distintas dependencias de la Plaza de Toros. Cerca está la estatua del doctor Fleming y, frente a la Puerta Grande, las de “El Yiyo” y Antonio Bienvenida, esta a mayor gloria de Andrés Vázquez que fue el promotor del festival en honor del limeño con acento sevillano y garbo de General Mola, don Antonio, ambas obra del escultor barcelonés Luis A. Sandino, autor también del Encierro que hay al otro lado de la citada escalera donde se ha emplazado a Luis Miguel, uno de cuyos toros se restauró recientemente porque un simiesco gamberro se balanceó agarrado a uno de sus cuernos y dio con él en el suelo . De la salida a hombros de Antonio Bienvenida recuerdo una curiosa anécdota que en su día relaté para conocimiento de los aficionados: iba yo por la calle Alcalá arriba cuando vi que una pequeña motocarro transportaban el monumento que se descubriría al día siguiente y pensé que aquel leve vehículo no tenía la fuerza suficiente para trasladar los quilos de bronce que suponía el abigarrado grupo escultórico. Así era: no se había realizado la fundición broncínea consiguiente y se salvaban las apariencias con el material resino-sintético. Luego, sí, luego y hasta hoy, ahí está el homenaje perenne a don Antonio frente al proclamado Príncipe del Toreo por Antonio D. Olano (q.e.p.d.), José Cubero “Yiyo”. En estos días y en sus alrededores, grandes puestos en los que se vende de todo, banderas españolas con el toro, carteles, banderillas, capotes, cigarros puros o abanicos. De una a otra estatua, las graciosas casetas de los reventas del 20%. Ríos humanos se mueven desde las dos salidas del “metro” y de los autos de los privilegiados que aparcan en las otras explanadas, si es que les dejan sitio las nuevas instalaciones culturales y vinícolas que hacen la competencia al “ Gambrinos” de la calle Julio Camba, donde este año no he visto a mi admirada “escultura de ébano”, a “Los Timbales”, “Casa Braulio”, “El Burladero” y resto de establecimientos que esperan San Isidro como verdadera “agua de mayo” .

Me asomé a la taquilla tras un chino que sacó unas cuantas entradas. La taquillera resulta que también era china o similar, lo que demuestra la perspicacia de la empresa que sabe que muchos de sus clientes vienen del Lejano Oriente. Me compré una localidad de grada porque había visto en la TV que podía llover. Luego no llovió y, aunque me ahorré unos cuantos euros, me di cuenta de que los toros evolucionan poco a favor de la comodidad de los espectadores. Un problema, llegar a la localidad; otro problema, sentarte entre las piernas del espectador de la fila siguiente y a mi vez disponerme a acoger entre las mías al de la fila inferior. Los asientos de tendido no son tampoco muy acogedores pero sí suficientes. Los de grada y andanada, medievales. Más de un centenar de columnas sostienen los arcos superiores y en cada una figura la inscripción de la factoría “Euskalduna” que las fabricó, lo que acerca al pueblo vasco al origen de la preciosa y simbólica plaza de Las Ventas del Espíritu Santo.

Antes de llegar a mi localidad me paseé por el Patio de Arrastre, ahora dominado por dos chiringuitos expendedores de “gintonis”, cervezas y finos, una atractiva camarera de generoso escote y bien torneado busto, focos, cámaras y telones publicitarios al servicio de la televisión de pago y muchos amigos que van y viene. En el pasillo, el ya veterano vendedor de libros taurinos, una tienda de caprichos del tema principal, un estanco y varias barras de bar. El negocio exprimido al máximo.

Y el festejo a vista de pájaro, como la cámara que asoma por encima del Palco de Honor. Poco que decir de los mansotes toros de Pereda y de su lidia a cargo de Diego Urdiales, Leandro y “Morenito de Aranda”. Algún detalle especial: el nuevo torilero vestido de luces, grana bordado en negro, amplia humanidad y barba poblada. Pocos “barbas” se han vestido de luces a lo largo de nuestra historia. Es tradición que en Las Ventas el torilero se calce tan honroso hábito porque ya decía Mario Cabré que “el portón da el primer lance al toro bravo y más toro, al toro de recia estampa”. Pero en Madrid también se vestía de torero el chulo de banderillas y últimamente era el propio torilero el que efectuaba tal tarea. Me supongo que habrán intervenido los sindicatos y rogado a la empresa que accediera al mantenimiento de tal puesto de trabajo que en esta ocasión ejerció un magro individuo, con pantalones claros y una camiseta azulina con un anuncio en la chepa y por fuera de los pantalones. Una estampa no muy acorde con la tradición ventera.

El caso es que di mi acostumbrada “tetadica”, salude a muchos compañeros y amigos y me pasee con dos personajes de este mundillo, Gonzalo Sánchez “Gonzalito” y Jesús Gil, el del Bombero. Al día siguiente de mi vuelta a Zaragoza, me llamó “Gonzalito” para contarme que el sobrino-nieto de Curro Romero la había armado en Valladolid con erales de Matilla. ¡Los genes!

lunes, 6 de mayo de 2013

DEL VESTIDO DE TOREAR

Le haré caso a mi amigo Fernando García Terrel y voy a realizar una faena más corta. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Fernando, que también se llama Saturio porque vio su primera luz por las tierras poéticas de don Antonio, hermano del también poeta Manuel que se mecía mejor en las olas del Guadalquivir, me aconseja que no me alargue tanto porque en estos nuevos soportes la lectura es menos cómoda y más acuciante. El caso es, señor presidente, que yo quería hablar de la corrida goyesca del 2 de mayo en Madrid. La primera goyesca de nuestra historia, al margen de las de la Plaza Mayor de Madrid en la coronación de Carlos IV, tuvo lugar en Zaragoza en 1927 y ya se sabe cuál fue el comentario de Rafael el Gallo, torero de mi predilección si yo hubiera vivido en los primeros treinta años del siglo XX. Se ha mantenido el invento con el apoyo logístico del señor Cornejo y algunas aportaciones interesantes que nunca llegan a cuajar en el uso habitual de los toreadores. Ha habido varias revoluciones en el vestir de los toreros y, sin ánimo ni pretensión de ser exhaustivo, siempre ha prevalecido la tradición, aunque Luis Miguel impusiera un tipo de vestido cómodo, ligero de bordados y sin apreturas que adoptó J.J. Padilla hasta lo del ojo, y las grecas y las solapas pegadas dibujadas por John Fulton, de Filadelfia, y puestas en práctica por Fermín, el traje de terciopelo de Romero, el recamado de Ponce o las innovaciones anuales de Ronda. Y la montera que es como el capitel dórico, jónico o corintio, parte superior o corona de la columna que es el torero. Fue en principio como una boina con madroños, caso de Paquiro, nave de agua dulce con Cayetano Sanz o simple barquichuela en tiempos modernos en los que también quisieron innovar el propio Luis Miguel y su imitador Padilla.

Pero el otro día en Madrid se rizo el rizo de la fantasía con el vestido que le hicieron los modistos italo-sevillanos a Ferrera. Un vestido que algunos dicen que era de color espuma de mar – que yo casi siempre veo blanca – o de una mar descolorida y purísima concepción, media y zapatillas incluidas, chaleco oscuro y corbata de fantasía. Las solapas pegadas, el dibujo de la fina taleguilla, una greca a lo largo de la pernera, menguadas hombreras y bordados como leves mantillas de madroños. Una monada de traje, pero un trapo sucio al final de la tarde. El mayor defecto del original vestido es que al torero se le abría la chaquetilla y se le veía el sobaco, como sucedía en la foto de un derechazo de Ferrera que ilustraba la crónica de Zabala de la Serna en “El Mundo”. Cosa distinta es como estuvo el torero nacido en Ibiza pero extremeño de herencia. Ha madurado, se ha templado y los músicos de los toros de los Lozano hicieron la demás en la tarde en la que también mojaron Alberto Aguilar y Morenito de Aranda. Tarde en la que, incluso, se vio una larga cordobesa en el capote del buen torero madrileño. Llevo años esperando ver semejante lance que prodigaba en sus tiempos don Rafael Lagartijo. ¡Casi nadie al aparato! Los Lozano no querrán, pero podían volver por Zaragoza para tratar de solucionar nuestro entuerto. El de la “miserere cordis” de los taurinos de hoy. Los Lozano deberían hacer ese sacrificio en recuerdo de la circunstancia especial de que llegaran a ser los empresarios de Madrid gracias a que antes lo fueron de Zaragoza.

Y esta semana cierro el chiringuito de mi ordenador porque me voy a Madrid para algún asunto personal y para asistir a un almuerzo de “La Escalera del Éxito” en homenaje a la asociación “Cordobeses por el mundo”, al matador de toros Gabriel de la Casa, al escritor Gómez Santos y al asaltador de montañas César Pérez de Tudela, el de la nariz transparente. Del que tengo más noticias y alguna inédita es de Gabriel de la Casa, hijo de “Morenito de Talavera”, sobrino de Pedro de la Casa y hermano de José Luis, con el que hacía pareja en sus tiempos de novilleros. En cierta ocasión actuaron en el toledano lugar de Méntrida, buenos vinos, y Gabriel me brindó uno de los erales y yo le correspondí con el obsequio de un billete de dólar, no recuerdo de qué cuantía, que espero conservase y pusiera a criar. También me viene a la memoria una tarde en que los hermanos de la Casa hicieron el paseíllo en Madrid, creo que en el mes de mayo, y nevó llegando casi a cuajar sobre la arena de Las Ventas. Pero, sobre todo, recuerdo la voluntad de hierro de este Gabriel de la Casa que había sufrido de chico de una poliomelitis no demasiado aguda pero que le dejó la secuela de una pierna más delgada que la otra y que compensaba estéticamente con un relleno en la correspondiente pernera de la taleguilla. Gabriel no tenía la fuerza y la agilidad de su padre, Emiliano, de su tío Pedro y su hermano José Luis y fueron su fuerza anímica, su conocimiento del toreo y su entrega sin reservas los que superaron todas las dificultades y por ello consiguió ser un matador de toros de larga y provechosa trayectoria. De aquella tarde de Méntrida a hoy han pasado muchos días, muchos años y, sin embargo, afortunadamente, todavía me acuerdo. Corto porque don Fernando Saturio es de pañuelo ligero para esto de los avisos. No hace muchos años ocupaba el palco de la Presidencia del coso de Pignatelli y sigue involucrado en este nuestro mundo, Soria y Andalucía en Zaragoza. Esta semana bailaremos por sevillanas.