lunes, 29 de mayo de 2017

EL CUADERNO DE BITÁCORA


Es asombrosa la capacidad y el conocimiento de Ignacio Álvarez Vara, más conocido por “Barquerito”. Digo lo de capacidad porque no se cansa de escribir y digo conocimiento por lo que nos  enseña a los que tenemos el privilegio de recibir sus crónicas en directo, en estos tiempos en los que tan difícil es encontrar en los diarios de España crónicas taurinas aunque las corridas relatadas y criticadas se lleven a cabo en plazas de primera, por ejemplo en Madrid o Sevilla, Valencia o Zaragoza de las que ya han abierto sus puertas a estas alturas de la temporada. Ignacio, además de soslayar ese tremendo hándicap que es el corto espacio de tiempo que hay entre el final de las corridas de hoy, pasan casi todas de las dos horas, y el cierre de los medios de difusión. Yo pienso que para enjuiciar un festejo hay que dormirlo y escribir al de siguiente, a la salida del Sol, con el olor de heno mojado y el canto repetitivo de los gorriones. Plácidamente, sin prisas, las prisas malas hasta para el amor (lo decía no sé quién y con verbo más contundente). Pero hoy en día la noticia es inmediata y deja de ser noticia cuando ya la han “tuiteado” todos los impacientes. Recuerdo que en mis tiempos de periodista siempre tratábamos de pisar las noticias a los demás y yo me apuraba en preguntarles a apoderados, empresarios y ganaderos las posibles combinaciones de los carteles de San Isidro. Alguna reconvención recibí del señor Jardón, don José María, en aquellos tiempos en los que la popularidad se le llevaba don Livinio, el inventor de la Feria más grande del Mundo. Don Nazario, don Niceto o don Alipio. Había un ganadero que se llamaba Abacuc, otro, Argimiro, y el miura salmantino, Graciliano. Salamanca, dorada al sol del verano y pulida al aire del invierno, era muy propensa a este tipo de nombres heredados. Aunque el hábito no hace al monje, el nombre puede condicionar al individuo. Un respeto por don Ignacio y su cuaderno de bitácora. Bitácora es el armario junto al timón del barco, donde se coloca la brújula. Estos días, “Barquerito” navega por las calles de Madrid. Luego el toro y, en su función, el torero. Temple, conocimiento, palabra justa y certera.

No todo es bello en este mundo taurino de nuestros pecados. Estamos de acuerdo que se puede hablar de todo y opinar conforme a nuestros gustos y afinidades. La cantada libertad de expresión siempre con la frontera de la educación y los buenos modos. Pero también con el plus de la oportunidad y la conveniencia. Me pareció que no era el momento conveniente para hacer un comentario contrario a la idoneidad y categoría de los carteles de San Isidro. Se está luchando por recuperar el favor de las gentes hacia la fiesta española y son muchos los enemigos a derrotar, últimamente hasta el deseo de algunos diputados podemitas para que se cambie el horario del único programa taurino de Televisión Española “Tendido O”, ahora en las 14 horas del sábado. Querrían llevarlo a las 3 de la madrugada para que no lo vean los niños.     

jueves, 25 de mayo de 2017

EL SILLÓN DE FELIPE II


No nací en Madrid, pero allá me llevaron con apenas unos meses de vida. Nací en Magallón, provincia de Zaragoza, villa de importancia lingüística puesto que allí quiso venir al mundo Lázaro Carreter, “el dardo de la palabra”. A mi padre, que se había licenciado en Filosofía y Letras, sección Historia, y que había preparado su doctorado en Madrid con Camón Aznar y Entrambasaguas, entre otros, le había destinado mi  abuela a su lugar natal, el mismo Magallón, en donde poseía tierras, bodega y prensa de aceite. Dos años de vida rural, aislados, como entonces se vivía en los pueblos, sin contacto con poetas, pintores, comediógrafos y escritores. No pudo más: se fue al Foro, ingresó en la Escuela de Periodismo de El Debate y nos llamó para que fuéramos a acompañarle. 1932. Mi hermana Gloria, un año mayor que yo, se quedó con los abuelos maternos en Ejea de los Caballeros y mi madre y yo nos trasladamos a la capital de España a bordo de un “amilcar” que tenía mi tío Mariano Félez,  pintor de cierto prestigio. Fuimos a vivir a la calle Modesto Lafuente y allí nacieron mis hermanas María Luisa y Caridad antes de que empezara la guerra. Tres años de ausencia entre San Sebastián y Ejea de los Caballeros y vuelta a Madrid en septiembre de 1939, a tiempo de asistir a la primera corrida de toros de mi vida: Las Ventas, confirmación de Manolete y Juanito Belmonte de manos de Marcial Lalanda y la presencia a caballo de don Juan Belmonte. Puede que yo sea el único superviviente de aquel acontecimiento. Hasta 1978, casi cuarenta de espectador en la plaza de toros del Nuevo Madrid.
Cuando vi a Don Juan Carlos sentarse en la delantera del Tendido Preferente, en uno de los sillones de piedra berroqueña, recordé las muchas ocasiones que en aquel lugar viví muchas tardes de toros en compañía de don Carlos de Larra “Curro Meloja”, crítico de Radio Madrid. Nuestras localidades estaban por encima de los sillones que en alguna ocasión ocupaba el general Millán Astray, el jefe de la Legión, al que le faltaban un brazo y un ojo. También acudía en días de poca concurrencia la hermana de “Antoñete”, casada con Parejo, el mayoral de la plaza que fue el que encauzó la reaparición de Chenel, cuando este le vio las orejas al lobo y dejó al margen sus veleidades juveniles. Aquellas localidades del Preferente, entre el tendido 2 y el 3, tenían un inconveniente para los exquisitos: olía a corral de vacas. A mí me gustaba aquel olor. Don  Carlos, bienvenidista de hueso colorado, tampoco se quejaba y cantaba con entusiasmo los éxitos de don Antonio, el torero más de Madrid aunque naciera en Caracas y se recriara en Sevilla. “El Ronquillo” preguntaba desde el otro lado de la plaza, en el 7: ¿Qué dirá esta noche “Curro Meloja”? Y don Carlos, descendiente de Mariano José de Larra, se complacía en el relato. En cierta ocasión me vestí de paje del Rey Melchor que representaba don Carlos en un reparto de juguetes que se celebró en el Círculo de Bellas Artes. Por entonces, 1951, ya me había iniciado en el periodismo taurino con las crónicas de las novilladas de Carabanchel, a casi veinte años del debut de mi padre en la misma plaza y en el mismo menester.
Mi amigo Ignacio Álvarez Vara, en el universo taurino que  Cañabate reducía a planeta, BARQUERITO, me decía hace unos días que Antonio Lorca le había regalado un ejemplar de su obra dedicada a Pepe Luis Vázquez y  escrita al alimón con Carlos Crivell, que en ella se me citaba a mí como Barico II, autor de una crónica de una corrida que se celebró en San Lorenzo del Escorial en ese año de mi debut, 1951, y en la que hablaba de la actuación del Rubio de San Bernardo. Lo de Sócrates lo dejo para los intelectuales aunque es posible que algo de socrático tuviera el mayor de los Vázquez en la forma serena y pacífica de vivir la vida en los ruedos y en su casa. Solo sé que no sé nada. Pepe Luis lo sabía todo del toro y le admiraban el resto de los toreros, sobre todo Manolete, con el que alternó ya de novillero en 1938, año de su presentación con picadores y en ciento y pico corridas. Decía el de Córdoba: “Si supiéramos de toros lo que sabe Pepe Luis no nos arrimaríamos a ninguno”. Hubo una anécdota no muy socrática cuando Pepe Luis, a la vuelta de Manolete de tierras de América, le invitó a torear una corrida de Miura en Sevilla. La respuesta socrática fue de Manolete: “Prefiero que me invite a unas gambas con un buen vino blanco”.
Veo las corridas de San Isidro por la parlanchina televisión y me sorprende el que de vez en cuando aparezcan en la pantalla unos números que corresponden a los tendidos de Las Ventas y unos letreros con la indicación del portón de cuadrillas, el arrastre o la puerta principal. En Madrid no necesito que me orienten y en el resto de las plazas, excepto Zaragoza, me da lo mismo porque ni por esas aprecio donde podía aposentarme. De Sevilla me recuerdan que los tendidos se suceden por un lado los pares y por otro los nones, la Puerta del Príncipe, el arrastre o las cuadrillas. ¿Sirve para algo esta información? ¿Ilustran a los aficionados los amplios parlamentos de los expertos? Siendo el arte del toreo más bien un sentimiento creo que lo importante es lo que uno percibe, que por desgracia – hablo por mí – en poco coincide con las sensaciones que transmiten una parte de los espectadores madrileños.
No han cambiado mucho esos espectadores y su ubicación en Las Ventas y hasta es posible que entre los actuales nos encontremos con un doble de “El Lupas” que en el circo pedía el castigo para los artistas y en su trabajo delinquía como un bellaco. “Justicia quiero y para mí no tengo”.
Dos cambios he notado respecto a mis ya lejanos tiempos de asiduo espectador ventero: el primero que el torilero ya no viste traje de luces y cumple su misión con el manido traje corto de los campesinos andaluces y en segundo lugar el caso del “chulo de banderillas”, que antes también se enfundaba en un traje de luces y ahora creo que no usa disfraz alguno. Son detalles sin importancia como el recibir a los toreros por la Puerta del Patio de Caballos para acudir a la capilla o a la salida de las cuadrillas y prestarse a docenas de esos llamados “selfis” que perpetúan el instante glorioso del ingreso del torero en el inquietante escenario de la lidia de los toros. Todo puede suceder.
Han cambiado muchas cosas más. Seguro que ya no está María Luisa que te colocaba en la solapa de tu chaqueta una preciosa azulina, el experto vendedor de libros taurinos o el presidente de la peña “El Puyazo” que llevaba uno de los bares de la planta baja, Cesar, el arenero pintor o el estudiante que se hizo monosabio, ni se reúnen los amigos frente a la entrada del Desolladero, ni se venden bombones helados en los tendidos ni en las entradas te advierten que durante la lidia no te puedes mover de tu localidad, había un repartidos expendedores que proveía de bebidas a los de las localidades bajas del 9 y el 10 y por las alturas se movían los más limitados que llevaban unos chalecos de cuero con el anuncio de Osborne, un departamento para los vasos y otro para la  botella de coñac que ofrecían entre toro y toro. Durante la lidia permanecían cerradas las puertas de los tenidos. Lo que no sé es como los que escalaban la fachada por los ladrillos salientes entraban después al tendido. En Madrid no servía ni el truco de la barra de hielo para el bar o el de la galleta tras la solapa de la chaqueta. ¿Y qué  haces luego con la galleta? Si tengo suerte me la como dentro y si no, me la como fuera. En una pequeña habitación fumaba habanos Manolo Cano y recibía a sus amistades, Juan Lamarca, Miguel Flores, el banderillero Pacorro, el de la imprenta, el sastre Fermín, ganaderos, apoderados o toreros retirados. Y lo controlaba todo.

UN CONSEJO.- Un gran cartel en Aranjuez el día 30 de mayo. Dos toros de Juan Pedro Domecq para Pepe Luis Vázquez, dos toros de Núñez del Cuvillo para Morante de la Puebla y dos de Garci-Grande para Julián López El Juli. Para  completar la jornada pueden comer en Casa Pablo  y saludar a su dueño, Pablo Guzmán, y darle recuerdos de mi parte. Y a Pablo Lozano, el empresario que organiza tal acontecimiento artístico. ¡Si yo tuviera veinte años menos …! Allí estaría, desde luego.      

domingo, 14 de mayo de 2017

NO PIERDO LA ESPERANDA


Muchas veces me acuerdo de don Manuel, del padre de los Bienvenida. Era un tipo curioso, simpático, conversador,  fabulador y enamoradizo. Por aquellos días en que le hice una amplia entrevista en su templo madrileño de General Mola vivía solo por cierta infidelidad a la que la esposa, doña Carmen, respondió con su ausencia de una docena de días en los que se fue a vivir a casa de su hijo Ángel Luis. Una joven y guapa cajera de la cafetería “Galatea”, en la esquina de General Mola con Alcalá, era el involuntario origen de aquella separación. Nuestra conversación tuvo matices de todos los colores, de la técnica en el toreo, de sus hijos, de la desgracia de su hijo Miguel, de la mala suerte de Manolo, de la maestría de Pepote, el mejor banderillero de los hermanos, de Ángel Luis y sus afanes aventureros, de su debilidad por Juanito y de la inconfundible Tauromaquia de la naturalidad escrita en sangre por don Antonio. Pocos años después, vueltas las aguas a su cauce matrimonial, don Manuel fue a ver a Antonio a la plaza de San Sebastián de los Reyes, septiembre de 1964. “Ya he visto torear, ya me puedo morir tranquilo”. Y se murió, se murió: el día 4 del inmediato mes de octubre. Once años después, el 7 de octubre de 1975, falleció su hijo Antonio como consecuencia de la voltereta que le propinó una utrera de Amelia Pérez Tabernero en la finca de El Escorial. Antonio Bienvenida era torero de Madrid y de su provincia, Las Ventas, Carabanchel, San Sebastián de los Reyes, Colmenar Viejo y Arganda del Rey, en donde se montaba una plaza de toros que cortaba la carretera y, entre novillo y novillo, se abrían las puertas para que continuaran viaje los vehículos retenidos durante la lidia del correspondiente utrero de ese festival que organizaba todos los años  la familia Bienvenida y que fue en el que “Manolete” puso un par de banderillas, el único de su carrera taurina del que se tiene constancia pública.
Y me acuerdo de “El Papa Negro” porque  en estos días he podido decir lo que afirmaba don Manuel: me puedo morir tranquilo, he visto torear. Y esta afirmación tiene su primer argumento en lo que Curro Díaz hizo en la plaza de Zaragoza el día 23 del pasado mes de abril. Antes había visto torear en el amplio sentido de la afirmación muchas veces. De chico y de joven, cuando con 19 años me inicié en la crónica taurina con el orgullo especial de haber asistido a una corrida en El Escorial con Pepe Luis, en tarde gloriosa en la que toreo por la mano izquierda con la muleta al revés, con los vuelos hacia dentro. A Pepín en la Beneficencia y su faena inmortalizada en la película de “Currito de la Cruz”, a Cagancho el día en que la princesa Soraya estuvo en la plaza de Madrid, Luis Miguel, al propio Antonio Bienvenida, Julio Aparicio, Manolo Vázquez que puso el toreo de frente, Rafael Ortega o Antonio Ordóñez, los desconocidos Aguado de Castro, Frasquito, Codeseda o Luis Alfonso Garcés, y los más conocidos Cesar Girón, Antoñete o Juan Silveti, los artistas, el hijo de Chicuelo, Curro Romero o Rafael de Paula, el triunvirato Puerta, Camino y El Viti y el senequismo elegante y personal de Mondeño, Juan García, el cuarto Mosquetero aunque naciera en Puerto Real, Cádiz.
Y no sigo porque va a perecer esta relación un listín telefónico de los toreros que me  han dicho algo. Muchos, por fortuna. Y mientras tanto lo he pensado bien y le he pedido a la Divina Providencia lo que le pedía Andrés Segovia hace unos años: que me deje aquí un ratico más porque, pese a los disgusto que me llevo puesto que  no veo claro el porvenir de mis hijos y de mis nietos, me encuentro muy a gusto. Había sido feliz con la confirmación artística del gitano linarense en Zaragoza. Tras la muerte de Manolete en la plaza de Linares, escenario de docena de elegías dedicadas al “monstruo” de Córdoba, en ese lugar nacieron, además del fugaz Víctor Quesada, José Fuentes, Sebastián Palomo y Curro Vázquez con  canciones del eterno Raphael. Buen programa.

De  Zaragoza pasamos a la Feria de Sevilla y allí también vimos torear pese a los muchos toros descastados que salieron por lo chiqueros. Cuando apareció la casta surgió un torero que confirmó mi teoría de que la edad es el buqué de los toreros y uno que, tras colocar los palos en los rubios del toro, daba un salto tocándose la punta de las zapatillas con los dedos de sus manos se asentó en el albero maestrante y lidió a un toro de Victorino Martín en la línea del maestro de Borox, sobre las piernas y con el preciso y precioso juego de sus brazos. Una completa labor desde el primer capotazo al último pase de muleta y una sincronía y un dominio impares. Mereció las orejas y el rabo que yo, en mi fuero interno, le concedo a Antonio Ferrera sin ningún atisbo de rubor. Aunque, en realidad, para mí los despojos no tienen significación artística. Otro torero que no ha cortado orejas ni ha dado una vuelta al ruedo ha sido Morante de la Puebla y, sin embargo, yo creo que ha estado en su sitio en los ocho toros que ha matado en la Feria abrileña consumada en la primera semana de mayo. Los cuatro toros de Nuñez del Cuvillo tan descastados como los otros cuatro de los otros ganaderos. Pero el de la Puebla demostró la amplitud de sus virtudes toreras, que es el torero enclavado en la orden de los artistas más largo de los que en el mundo han sido. En el toro que se despedía de esta Feria hasta puso banderillas para recordar a los incrédulos que no hay suerte torera que tenga secretos para su bien amueblada y engominada cabeza. Fueron tres pares de fácil ejecución y el detalle de un recorte para cortar el viaje del toro. ¡Torero! Más fácil defensa tiene Manzanares que posee la llave del éxito en su sentido barroco del toreo y en la consumación de la llamada “suerte suprema”. Fácil también el reseñar el éxito de Andrés Roca Rey porque torea con la misma verdad por delante y por la espalda y porque su valor está a prueba de balas. Es de pura ley. Y como glorioso colofón, la alegría del éxito del discípulo de Manolo Cortés en la corrida que cerró el ciclo sevillano. Sendas orejas de los toros de Miura que lidio Pepe Moral en esa tarde. ¿Cómo quieren que me vaya ahora? Hace años, Jesús Rodríguez “El Chato de Ronda”, un fotógrafo que siguió la estela del gran Arjona sevillano, le decía a la gente pesimista que el toreo no se acabaría mientras hubiera mujeres hispanas que trajeran al mundo muchachos capaces de vestir al traje de luces y crear arte en la lidia de los toros bravos. Esa es la esencia del toreo.