martes, 9 de septiembre de 2014

ZARAGOZA CUMPLE 250 AÑOS (I)

No se puede afirmar que sea un mérito porque el secreto está en cumplir años. Han pasado 250 desde que en Zaragoza, en 1764 y gracias al tesón y el afán emprendedor de don Ramón Pignatelli, se abrieron las puertas de la plaza de toros construida en el Campo y las Eras del Toro, junto a la iglesia de El Portillo y en las cercanías de La Aljafería, una ampliación en 1917-1918, la cubierta y la modernización consiguiente emprendida en 1980 hasta llegar a la realidad de la segunda de las plazas de primera, Sevilla le lleva cuatro años de antigüedad, pero la zaragozana es mucho más cómoda que la de los Maestrantes del Betís. Para tan significada conmemoración, la empresa que comanda Simón Casas con la colaboración de José Cutiño y Enrique Patón y la gerencia de José Luis Ruiz ha programado seis corridas de toros, dos novilladas y una corrida de toreo a caballo, más los festejos populares que recobraron su vigencia en los años 80 del siglo pasado, cuando los Lozano tomaron el pulso empresarial del añejo coso. El cartel anunciador en esta ocasión es un “collage” fotográfico  sobre la fachada principal presidida por los retratos de Pignatelli y Goya y salpicada por distintas muestras gráficas de los más significativos toreros aragoneses, para lo que se pidió la colaboración de los aficionados del lugar. Yo hubiera preferido una pintura de Ruizanglada, del pueblo de Milmarcos cercano al nacimiento del río Piedra aunque zaragozano desde su niñez, o del colombiano Diego Ramos, un grabado de don  Francisco “el de los toros” o la abigarrada multitud de gentes, caballos y carromatos de Unceta, pero estamos bajo la tiranía del ordenador y ya no cuentan ni el arte ni la artesanía. El festejo más importante es el del día 8 de octubre de este año de gracia de 2014, coincidente con el de la celebración del primer festejo de hace dos siglos y medio. Para esa conmemoración, una corrida goyesca, la sexta de todas las celebradas en esta plaza. La primera tuvo lugar el 12 de mayo de 1927 con la asesoría artística de don Ignacio Zuloaga, que andaba implicado en la reivindicación del lugar de Fuendetodos y en el recuerdo del centenario de la muerte de Goya, ocurrida en Burdeos en 1828. En esa primera goyesca se vistieron a la antigua usanza Rafael “el Gallo”, al que tuvo que convencer el sastre Uriarte de que no tenía pinta de fantoche pese a lo de la redecilla sobra la monda y brillante calva del gitano de los Gómez Ortega, Nicanor Villalta y Pablo Lalanda, primo de Marcial “eres el más grande”, con Simao da Veiga por delante, que, como buen representante el arte de Marialva, vestía a la Federica. En realidad este no fue el primer festejo goyesco del siglo XX porque tengo noticias de que hacia 1914 se celebraron en Madrid algunos festivales estudiantiles en los que los actuantes tomaron como modelo el retrato que Goya le hizo a “Pepe-Hillo”. La última corrida de las cinco corridas de este estilo celebradas en Zaragoza fue el 9 de mayo de 1976, en el Bimilenario de la fundación de la ciudad romana, por lo que no nos podemos comparar con el lugar de Ronda, en donde hace unos pocos días se rebasó el medio centenar de goyescas, en este caso con la advocación de Pedro Romero y el recuerdo de Antonio Ordóñez, que no son vanos inspiradores. En esa corrida del Bimilenario hicieron el paseíllo Raúl Aranda y Miguel Peropadre “Cinco Villas” para lidiar toros de Arranz. En realidad la goyesca de esta Feria de 2014 no es al cartel estrella  aunque los toros sean de Fuente Ymbro y los diestros disfruten del fervor popular por el que el de Jerez pagó el alto precio de un ojo de la cara, se hable del resucitado Miguel Abellán y el incombustible David Fandila, otro año más al frente del escalafón.

Pero, paradójicamente, se levanta el telón el día 5 de octubre con un plato fuerte, con toros de Victorino que espero se parezcan más a los que lidió hace unos años en solitario Raúl Gracia “El Tato” que a los de la aventura de “los toros asesinaditos”. Los encargados de lidiarlos serán el triunfador de Mont de Marsan y sus miuras, “Rafaelillo”, el paisano Luis Antonio Gaspar “Paulita”, maduro y en racha, y el buen torero que es Alberto Aguilar. Los tres, cada uno en su estilo, pueden aprovechar las embestidas del victorino que haga un surco en la arena con el morro. Cartel de Roberto Domingo, que tampoco hubiera sido mal afiche. Los dos días siguientes, dos novilladas, una de Jandilla y Vegahermosa (Borja Domecq) para Borja Jiménez, de Espartinas y mimético de su paisano Juan Antonio Ruiz, el extremeño pacense José Garrido, apoderado por “El Tato” y protegido por Ferrera, y el jerezano Ginés Marín; la otra novillada, la de “Los Maños”, de los santacolomeños de los Mayoral, más saltillos que buendías, que se crían por las montañas de la sierra de Santo Domingo, en el término de Luesia, cerca de Ejea de los Caballeros, de donde procedían la mayoría de las ganaderías que se lidiaron en los primeros años de la plaza de toros de Zaragoza, incluidas las de Diego y Francisco Bentura. En este cartel figura el único novillero aragonés del momento, Miguel Cuartero. Hay otro novillero en Aragón que es sobrino de Ricardo Torres, el zaragozano que confirmó su alternativa en Madrid hace unos días a los trece años de doctorado, al que se conoce con el apodo de “Juanito”, Juanito Altismasveres, que sufrió una lesión grave de menisco y está en el dique seco. No es extraño que no haya novilleros en la tierra aragonesa porque, salvo en alguna plaza turolense y en esta Feria del Pilar, no se dan novilladas con caballos o sin ellos. A Cuartero le acompañan “Varea” ( yo conocía a un Barea, con b, economista de valer que, por cierto, ha muerto hace algunos días), que en realidad es Jonathan Blázquez Rovira, natural de Almazora, Castellón, en  donde, casualmente, vino al mundo Raúl Aranda, vinculado familiarmente a Alcalá del Moncayo y considerado aragonés de pura cepa, y un tal David de Miranda, de Trigueros, campo de los Cuadri, del que tengo nulas referencias, cosa no extraña porque estoy bastante al margen del mundillo taurino andante. Supe por mi amigo Gonzalo Sánchez Conde, más conocido por “Gonzalito” y su condición de mozo de espadas de Curro Romero, cosa que da carácter, como se lo dio al padre de “El Tato” los años que fue de banderillero en la cuadrilla del de Camas, en su calidad de mentor de José Ruiz Muñoz, sobrino nieto del “Faraón”, que habló con don Simón Casas para entrar en uno de estos carteles, pero, por lo que se ve, no llegó a tiempo. Sí he leído por pluma solvente, Zabala de la Serna, que Ruiz Muñoz fue el que más brilló en la novillada del pasado domingo en el Real Sitio de Aranjuez, en la que participaron los más destacados representantes de la novillería actual, en feliz idea llevada a cabo por un artista del cincel y de la amistad como es Pablo Ignacio Lozano. Así se hace futuro.


Y puesto que me he apartado un poco del tema pilarista y dejo para otro día el comentario sobre el resto de este acontecimiento, se me permitirá que recuerde a Emilio Cuevas, física y cariñosamente conocido por “Cuevitas”, fallecido recientemente. Toledano, pescador y ameno contador de aventuras (la del dentado lució abriendo su boca y tragando docenas de jóvenes barbos), en “La Alemana” de la plaza de Santa Ana de Madrid había una foto suya de Luis Miguel, con el toro a sus pies muerto de una estocada corta, en la que se mostraba la maestría fotográfica y juvenil de Cuevas. Fue después y sobre todo, el fotógrafo de Paco Camino con su perenne recuerdo a su categoría de perfecto estoqueador. Y era uno de los herederos de Cervera, Marín Chivite, Rodero, Baldomero, Santos Yubero, Zarco o Aguayo. Antes de las cámaras con motor o digitales. Cuevas retrató todo lo del mundo del toro. Famosa también la foto del desfile torero hacia la plaza, los maletillas, los hábitos monacales de Mondeño y el pase de las flores de Pedro Gutiérrez Moya. Sabía sacarle el alma a los toreros, al toro, al ambiente. Fue amigo mío con Canito, los Botán, Lendínez, Rubio, Diego, luego restaurador famoso en Illescas, Martín, Vega, Madrigal, el valenciano Cerdá, el catalán Sebastián, el aragonés Mompel, Valencia, que vino desde el Peñón con su hijo Rafaelín, compañero de Jimeno, Mateo y dos muy especiales en mi consideración, Arjona, Pepe, de Sevilla, y Jesús, el de Ronda. Ahora me quedo con Agustín, el hijo de Arjona, y Carlos Moncín, el de Calatayud. Hace mucho que no sé nada de su hija Náyade. Pero, al final, como plano para poner el definitivo “end” a esta entrañable evocación, la vieja “leika” de Emilio Cuevas. Una joya. Con humor, Cuevas decía que la mejor foto era la que no hacías y cobrabas. Era la época de las “docenas de estampitas”. ¿Todavía encargan y compran fotos los toreros?                

jueves, 4 de septiembre de 2014

ARTURO BELTRAN

Conocí a Arturo Beltrán cuando era concejal de Utebo por UCD y yo de Ejea de los Caballeros por este mismo conglomerado de ideas e ilusiones. Me lo presentó Gaspar Castellanos en el restaurante La Mar y el objeto fundamental era hablar de toros. Era un hombre peligroso con un destornillador y unos alicates en la mano y lo mismo te arreglaba el fregadero del bar que compraba en Zaragoza el Gran Hotel, el Casino Mercantil o el edifico Savoy . Llegó a la plaza de toros de Pignatelli acompañado por José y Victoriano Valencia y la idea de cubrir este coso se la aportó el arquitecto cubano Bernardo Díaz, que había abandonado las huestes castristas de la bahía de Cochinos y se había venido a España para seguir su carrera y para hacer alguna incursión en el campo torero con el sobrenombre rumboso de Guajiro. Yo lo conocía de sus andanzas por lo tentaderos de España, de las que la más expresiva muestra era una foto en la que bailaba con El Cordobés verdadero frente a un becerro. Me llamó a Madrid para que conociera su maqueta de madera con grandes ventanales y no hubo ningún problema para que Beltrán  conociera su trabajo. Pero en lugar de aceptar directamente el proyecto del cubano, Beltrán, de acuerdo con la Diputación de Zaragoza, convocó un concurso de ideas y de ahí surgió el proyecto de los técnicos germanos que necesitó del especial trabajo del arquitecto aragonés José María Valero para que, sobre la estructura renovada de 1918, pudiera anclarse el velarium gigantesco que protegiera a la plaza de las inclemencias meteorológicas tan pródigas en estas tierras en primavera o en otoño y aquí, en Zaragoza, el apoyo fue total sin despreciar el fervor de algunos sectores como Zabala Portolés y el ABC y sin amilanarnos por el discurso del señor Molés que calificaba el invento como de preservativo y abogaba por el sol y las moscas tradicionales. A mí me tocó elaborar algún discurso sobre lo ideal de un recinto para  ver toros como si fuera un palacio de la ópera o el escenario de la Escuela de Equitación de Viena y lo cierto es no hubo discrepancia alguna durante la ejecución de la pionera obra (en París hubo plaza cubierta, en México, en el D.F., el Palacio de Hierro, en donde murió Balderas, y en la frontera con Estados Unidos y en España, Baltasar Iban le encargó gestiones a Manolo Lozano Martín para construir una en Madrid) que tuvo sus más y sus menos resueltos con la colaboración de los técnicos y la aquiescencia de los políticos. Luego, en la liquidación del costo de la obra (500 millones de pesetas) sí se plantearon discrepancias, pero creo que se llegó a un acuerdo satisfactorio para todas las partes. A mí ya me habían jubilado.

El caso es que el cubrimiento de la plaza de toros de Zaragoza abrió la etapa de nuevas plazas con techumbre, pero es posible que tenga razón el señor Molés porque varias de estas plazas han dejado de funcionar como plazas de toros, Carabanchel, San Sebastián y La Coruña y otras cuantas lo hacen en  precario, Logroño y las periféricas de Madrid. ¿Será cierto que los toros con sol y moscas? Las motivaciones de estas deserciones son mucho más variadas y complejas. En una de las biografías que se han publicado en estos días sobre Arturo Beltrán se dice que reconstruyó Vista Alegre. No es cierto. La Chata, en donde tomamos la alternativa con la pluma como espada y el papel como muleta mi padre y yo, desapareció completamente y el monstruo de concreto que le sustituyó se nota que es plaza de toros por los dos ejemplares de bronce que guardan la gran escalera. La modernización de la Fiesta que preconizaban los analistas abecedarios no ha tenido los efectos previstos y deseados, si bien la culpa no le tienen los nuevos cosos aunque es cierto que en estas plazas ni los pasodobles ni las palmas ni los ¡olés! suenan como antes.


He dicho cubrimiento y no cubrición (del Moral) porque lo veo más acorde con la acepción de “acción o efecto de cubrir o tapar”. La segunda acepción parece más relacionada con el acto de fecundar el macho a la hembra. Labor fecunda la de Arturo Beltrán en muchos aspectos, empresario de grandes ambiciones, algunas continuadas por sus hijas en la gastronomía, verduras y vinos, y con matices muy de la tierra aragonesa. Recuerdo su gran afición por los festejos populares, las vacas, y la jota en la persona de una jotera excepcional que era esposa del dueño del restaurante “Casa Juanico”. Arturo ha sido un tremendo consumidor de vida. Descanse en paz.