jueves, 1 de diciembre de 2011

MADRID, MADRID, MADRID, …

Hace más de treinta años que me fui de Madrid porque aquello se complicaba mucho. El trabajo, sobre todo. El periódico en donde trabajaba cambió de director y el conocido por “el Chino” sustituyó a Antonio Gibello, falanguista y buena persona. Yo era redactor jefe de la sección de Nacional y me mandaron al archivo. Al ostracismo o galeras, vamos. Hice el petate y regresé a mis orígenes, Aragón. Pero no he podido olvidar Madrid. Hace unos días fui a dar la tetadica revitalizadora y lo primero que hice fue acercarme a la calle Sevilla, a la playa por la que paseaban los toreros y recordé el bar donde estaba de camarero Francisco Sánchez “Frasquito”, la zapatería en donde se exponía el traje de luces de la alternativa de “El Príncipe Gitano”, el quiosco de la Once que le pusieron al picador Antonio Codes “Melones” porque se quedó ciego por culpa de una caída del caballo, la administración de loterías “El Trece”, la tienda de corbatas (no es lo que parece, de lejos, una calavera; de cerca, dos señoras de amplios sombreros en animada charla), el teatro y sala de fiestas Alcalá y el café “Marfil”, ya esquina a Cedaceros, en donde yo le hice una entrevista a Juanito Posada a principios de los 50. La calle Arlabán, paralela con la Carrera de San Jerónimo, el café “Las Cancelas” con acceso por las dos calles. Recuerdo al banderillero de las medias verdes que le quiso poner un par de banderillas de fuego al policía que le obligó a salir al ruedo en Carabanchel, o a Bojilla que, cuando veía a uno de sus acreedores, se iba decido hacia él y le decía airado “que te pienso pagar ¿eh? “. La mejor defensa es un buen ataque. En la esquina de Alcalá con La Virgen de los Peligros, un poco hacia Sol, “La Tropical”, bar, café y buen marisco, en donde el hervidero de gentes del toro era constante y alguno le daba propina a la telefonista para que le llamara por los altavoces y dijera que don Pedro Balañá le esperaba al aparato. Se vivían a tope los dramas y las comedias de cada día. Ahora la playa está desierta y el mar no baña mis pies. Solo se mantienen las cuadrigas de lo alto del Banco Bilbao y las amplias fachadas del Hispano y el Español de Crédito. Me fui despacio y triste hasta Lhardy, en la Carrera de San Jerónimo, y me tomé un caldito con un chorro de jerez para entrar en calor. Después de meditar sobre mis pensamientos, me convencí de que Francisco Sánchez Fernández, “Frasquito” en los carteles, no estaba de camarero en el “Fornos” de la calle Sevilla. Sí en el Fuyma de la Gran Vía, casi en la plaza de Callao, que se ha cerrado en estos días y que festejó en abril de 1948 el extraordinario éxito del torero nacido en Toledo y criado en Madrid, apoderado por Raimundo Blanco, sevillano publicista y padre de un famoso jugador de fútbol, y representado en Madrid por Ramón S. Sarachaga, padre de los Sánchez Aguilar, que administraron como pudieron la explosión del cohete, la gran llamarada primera y el ruido del trueno prolongado por los muchos comentarios que se dieron en la calle de las Sierpes y la revista “El Ruedo”, con un artículo de Barico que reflejaba el buen ambiente en el bar del dueño de la Fundición de Hierros Maleables. Dos cornadas seguidas, en Bilbao y Córdoba, desinflaron el gran globo del calificado como “la sombra de Manolete” o “el torero que había empezado de maestro”. Se presentó en Madrid el 7 de mayo de 1950 y el comentario más definitivo es el que apareció en “El Ruedo”: “Frasquito salvó su precioso terno a costa del menguado prestigio que tenía”. Se fue a México en 1952, le dio la alternativa Alfredo Leal en 1955 y se quedó a vivir por aquellas tierras. Allí murió el 24 de febrero de 1993 y la noticia de su muerte vino en ABC en una pequeña esquela que puso su hermana el 13 de marzo de ese mismo año y que anunciaba un funeral en la iglesia de San Juan Crisóstomo. Solo un leve apunte de Filiberto Mira en “Aplausos”.

Estaba en Madrid, en el protocolo del caldito de “Lhardy”, las cuatro calles, Carrera de San Jerónimo, a los dos lados, de la Cruz, Príncipe y Sevilla, “El Gato Negro” y el teatro de “La Comedia” de la calle del Príncipe, ” La Alemana” del Chino, el hotel Victoria o la casa de los Dominguín. Por la calle de Santa Cruz las capas españolas de Seseña, los vinos y las gambas de “El Abuelo” o las oficinas de la plaza de toros de Madrid, y un cocidito madrileño con don Marcial. Fui a ver la exposición de Delacroix, magnífica, y me decepcionó la de los rusos de San Petersburgo en el Museo del Prado. A la salida, un espectáculo de lo más edificante: dos tíarrones, en pie, impertérritos, se daban un beso de tornillo frente a la escultura de Goya con su maja desnuda y el boceto en piedra de “los sueños de la razón producen monstruos” en su pedestal. ¿Qué hubiera dibujado don Francisco de presenciar semejante escena? Los desastres de la cultura y la educación. Estuve en la presentación de los premios del Club Financiero de Génova, me encontré con Victoriano Valencia y hablamos de nuestros nietos, franceses y mexicanos fueron los más agasajados, presentó Vidal Pérez Herrero y adornó Palomo Linares, tuve el placer de darle un abrazo a Lola, la esposa de Salvador Sánchez Marruedo, Muriel Feiner siempre dulce y cariñosa, Blanca, la elegante señora de Vidal, saludé a varios amigos, a “El Puno”, a quién le ofrecían un homenaje, y me marché Goya arriba cantando bajo la lluvia. Unos días después, en La Arganzuela, Casa del Reloj, disfruté de las atenciones de Lola Navarro, su jefa municipal, en la presentación de la Agenda Taurina de Vidal Pérez Herrero, también maestro de ceremonias en esta ocasión, en la que nos obsequió con un apunte de César Palacios en homenaje de Antonio Chenel “Antoñete”. Por mi parte tuve la ocasión de hablar de los pintores ingleses del Romanticismo y de su interés por España y los españoles, Wellington, el hotel y el almirante, como último refugio de la tertulia taurina de Madrid, y de la importancia de Luis García Campos, el pintor bilbaíno que le puso luz a las sombras tétricas de Gutiérrez Solana, ambos continuadores de la fuerza narradora de don Francisco el de Fuendetodos y de la genial pincelada impresionista de don Roberto Domingo, y que murió el pasado mes de agosto al finalizar la feria de su pueblo. Este día también nos acompañó la expresividad de Sebastián Palomo Linares que, en lo que al arte se refiere, tiene su cuna en la Aragón de Viola. Los de Béjar y San Sebastián de los Reyes hablaron de las plazas de sus lugares, “la viejita” y la cincuentenaria, y José Luis Lozano, con su voz rota, que en palabras sabias nos contó la historia de su familia en los toros. Primero como toreros, luego como apoderados y empresarios y, al final, vuelta atrás a sus ancestros ganaderos. “Un ganadero que quiera formar su propia ganadería no cuenta con tiempo suficiente para lograr su empeño”. Su abuelo materno, Manuel Martín Alonso, tuvo tres años la ganadería de Veragua y se la vendió en 1930 a Juan Pedro Domecq.

Al comenzar el mes de noviembre murió Almensilla y Antonio Burgos pidió para él la Medalla de Bellas Artes y citó a Luis González, Blanco y “El Vito”. Después a Antonio Gallisteo, Andrés Luque Gago y Tito de San Bernardo, todos sevillanos y muy grandes algunos y grandísimos dos de ellos, el uno con los palos y el otro desde la montera a las zapatillas. Escribí una carta al director de ABC y ni caso. Citaba a toreros aragoneses como Mariano Carrato y Antonio Labrador “Pinturas”, los valencianos Blanquet , Honrubia o Alfredo David, el madrileño El Boni, el manchego Michelín o el también sevillano Antonio Chaves Flores que no aparecía en la lista del señor Burgos. Yo solo recordaba a toreros ya desaparecidos, pero para significarle al chispeante comentarista andaluz que los nacionalismos son malos para todo. Y más para el toreo, al que pretendemos universalizar todos los que pensamos que nos representa como españoles que somos.

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