¿Quiénes de los que asistieron a la corrida de lunes en Badajoz, al día siguiente de San Juan, podía admitir que aquello que ocurrió en el coso pacense no era el acontecimiento del siglo XXI? Nadie. Las revistas especializadas, las dos que yo compro, atrasaron un día su salida y el sandunguero Antonio Burgos le propuso a las mandatarios de todas las Españas que hicieran lo posible para llevar al de Galapagar a sus foros para salir de todas las ruinas. Una parte importante de la parafernalia tomasista es la que cuenta los dineros que su héroe aporta a las distintas administraciones. Lo que nadie comprende es como no se le obliga a José Tomás por Real Decreto a hacer cien paseíllos en otras tantas plazas como lo hicieron “Joselito”, Luis Miguel y hasta “Jesulín de Ubrique”. Eso es lo que propone Antonio Burgos en ABC aunque termina su artículo entre paréntesis y con este triste lamento: “Lo único malo de las tardes de José Tomás como factor de crecimiento económico es que luego viene Sánchez Dragó y te lo cuenta…”. Y lo ha contado, claro. Debajo de la crónica de Zabala y con citas a Borges, a los goces de Ava y Luis Miguel, uno, cien hubiera sido vulgar, el “aleph”, primera letra del alfabeto judío y el torero ecuménico. Dios se lo premie. A Dios con mayúscula también se refiere Carlos Ruiz Villasuso con este titular: “El día que Dios envidió al hombre”. Y en su colaboración de “Aplausos” de esta semana también se pone en manos de la Divina Providencia. Le ha debido pasar como a san Pablo al caer del caballo. Bendito sea el otras veces críptico cronista. Ha visto a Dios, con mayúscula.
Apenas una crítica, sólo dos leves apuntes en lo escrito por Juan Miguel Núñez y por Vicente Zabala de la Serna, que dicen que los fabulosos naturales del quinto toro fueron interpretados de uno en uno, no ligados y pienso que, desde hace más de un siglo, un factor fundamental del toreo es ligar los lances o los pases. Antonio Ordóñez, fabuloso en muchas cosas, utilizó la licencia del uno a uno al remate de su carrera torera. Un recurso. Entonces comprobé lo que me facilitaron los medios del moderno internet, los tres minutos de la esencia de José Tomás en Badajoz, en la hoguera encendida de su arrebatadora llamarada sanjuanera, y pude ver que, al final de cada natural, José Tomás quitaba de la cara del toro la muleta, la escondía tras su cadera y la balanceaba al modo del albaceteño Dámaso González en el péndulo que vino de las Américas. Y esa media docena de naturales era la almendra de la gran joya engarzada en la triunfal exaltación del mesianismo torero. Al referirse a estos naturales, Rosario Pérez en ABC decía que había que cantarlos “como Moratín cantó a Belmonte”. Yo solo conozco a un Moratín escritor y aficionado a los toros, Leandro Fernández, que murió en París en 1828 y, aunque le puso el guión a Goya para que dibujara la parte histórica de su “Tauromaquia”, no pudo conocer a don Juan, el “Pasmo de Triana” pese a nacer en la calle Feria de Sevilla. Y Sevilla no es Triana. Rosario Pérez, las prisas son malas para casi todo, remata así uno de sus párrafos: “La espada, pese a caer algo desprendida, desató la pañolada y dio una apoteósica vuelta al ruedo con el doble trofeo”. Lo juro, pese a llevar más de setenta años acudiendo a las plazas de toros, yo no he visto nunca a una espada darse un paseo por la candente arena. Recuerdo que estuve en la inauguración de la plaza de Badajoz que se anunció con un cartel de Pepe Díaz dedicado a Paco Camino puesto que iba a ser el “Niño Sabio de Camas” el que hiciera en solitario el primer paseíllo. No fue así. Sí recuerdo que el piso de plaza estaba imposible y que en aquel patatar era difícil olvidar la trágica fama de la anterior plaza que también conocí. Allí me confesó Curro Romero que cortaba la temporada porque llevaba no sé cuantas corridas y eso no era torear, eso era trabajar. Luego también estuve en la alternativa del torero lusitano “Pedrito de Portugal”, que amaneció de repente en la plaza de Zaragoza. Desde entonces no he vuelto. No estoy para estas aventuras aunque me pierda tan celestiales acontecimientos. Es seguro que tampoco iré a Huelva ni a Nimes y, como me aseguran que el señor Boix no se pondrá de acuerdo con la empresa del coso de Pignatelli para que su torero cierre por estos lares su liliputiense temporada, a mí no me quedará más consuelo que recordar a José Tomás de novillero, cuando le apoderaba Santiago López y yo me peleé con el jurado para que le dieran el premio de triunfador de aquellos festejos pese a que se le concediera al alimón con el oscense Tomás Luna. Chauvinismo puro.
Pero vuelvo a la actualidad, a lo del pasado 25 de junio, al día siguiente del desmeleno de Ferrera con seis toros de Victorino. Repito, apenas he leído alguna auténtica crítica. Dominan las hagiografías tomistas hasta desembocar en el paroxismo de los afectos y las pasiones. Y si no comulgas con su doctrina, eres un maldito y te condenan, ya que estamos en las hogueras del solsticio del verano, al fuego eterno. ¡Tú que sabrás de esto, chalao! Para disimular, un elogio a Julián López “El Juli” que, se supone, toreó con el hombro infiltrado, y otro algo más tímido a Juan José Padilla por aquello de taparse el ojo con un parche de diseño. Lucio Sandín no se lo tapó y tuvo que estudiar para óptico.
Pero ¡albricias! porque, gracias a José Tomás, no se cumple el vaticinio de don Enrique Tierno Galván, a quien sus amigos y alumnos conocían como “viejo profesor” y el malvado hermano de Juan Guerra calificaba como “la víbora con cataratas”. Atención a lo que escribía el alcalde de Madrid antes de que un coche funerario tirado por seis caballos negros y con negros atalajes se lo llevara por la calles de Madrid, con parada en la Cibeles, al cementerio de La Almudena: “A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado. Si algún día el español fuese o no fuese a los toros con el mismo talante que va o no va al “cine”, en los Pirineos, umbral de la Península, habrá que poner este sencillo epitafio: “Aquí yace Tauridia”, es decir, España”. ¡Viva España! ¡A los toros, a los toros!
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