Ha sido un
año como un frío de invierno de los que en México llaman
“desviejadero”. Enero y febrero, desviejaderos. Cada día, los que hemos
atravesado ya la frontera de los 80, nos quedamos más solos. Y este año
bisiesto que ya se va ha sido también inusitadamente violento. La muerte de “El
Pana”, viejo, sentimental, soñador y
habanero. Hacía el paseíllo con un sarape al hombro y el puro entre los dedos
de su mano derecha; así acompañó un día a Morante de la Puebla, que también es
algo histriónico en su indumentaria, en su pelo y en lo del habano. Luego se
viste de torero y acaba con el cuadro, como hizo hace pocas fechas en la
México. De los toreros de arte que yo he conocido a lo largo de mi vida es el
más profuso de todos ellos y con menos eclipses profesionales. Recuerdo a
Cagancho, a Pepe Luis, a Pepín, Ordóñez, Curro Romero o Paula, por ejemplo.
Necesitaba un reconstituyente del estilo morantista después de tanta necrológica
torera: Canito bajo su gorra blanca, Fermín Bohórquez, difuminado a caballo por
Alvarito Domecq, Miguel Flores y su vena poética que puso en el camino al
gitano Aparicio y al monstruo Morante; en Salamanca, don Alipio y don Antonio
el de San Fernando, final de una etapa ganadera, Manolo Espinosa “Armillita”,
hijo de uno de los mejores toreros mexicano, Fermín, que llegó a España creo
que con la carrera de arquitecto terminada y que no logro emular las glorias
paternas, lo mismo de Victoriano de la Serna hijo, hermano de Peñuca y cuñado
de Zabala, buen torero, con duende
escondido entre los pliegues de su capote, la juventud rota de Víctor Barrio en
la plaza de Teruel y la del novillero Renatto Motta al otro lado del Atlántico.
Y la de Manolo Cisneros, al que en su corta etapa de novillero sin caballos
calificaban de “torero de cristal”. Lo conocí en sus tiempos de apoderado -
lanzador de Raúl Aranda, cuando le pedía
consejo a José Mari Recondo ya baqueteado en las lides del apoderamiento
y la empresa. En cierta ocasión, el de San Sebastián emigrado a Fuengirola
llamó por teléfono a Manolo y entre aspavientos le dijo: “Una ruina, Manolo:
Zabala ha puesto bien a Raúl”. En el
final de la temporada de 1972, cuando llegué a Madrid después de largo y torero viaje de novios, fui al hospital donde le
habían operado a Recondo de un cáncer. Su cuñado, médico, me había advertido de
la gravedad de la situación. Desde la puerta de la habitación saludé al paciente porque no permitían la
entrada. Él me contestó con su clásico humor norteño: “Aquí estoy, que me ha
levantado Agapito”. Agapito era el certero puntillero de Las Ventas.
Manolo
Cisneros era de Antonio Ordóñez y no recuerdo si en alguna ocasión actuó como
apoderado del de Ronda. Braulio Lausín hijo me hubiera contado esta relación
con detalles, aunque el de Ricla era incondicional de los Dominguín. Hasta
vivió en su casa de la calle del Príncipe de Madrid cuando fue a
iniciarse en su carrera de novillero, carrera corta que no quiso
rubricar con el título de matador de toros. Cisneros hizo un par de milagros
más con Braulio y la gente de Zaragoza, uno el de Santiago Martín “El Viti”,
que, aunque ya tenía sus seguidores en el coso de Pignatelli, los del charco
hablaban de vomitivos, y el más sonado de hacer romeristas a Braulio, que fue a
Málaga a podar los árboles de Curro Romero y no hubo festival en Ricla en el
que no se contara con Santiago y el de Camas. Cuando vine a vivir a Zaragoza,
finales de los años 70 del siglo pasado, sólo eramos “Curristas confesos”,
“Ezquerrita”, José Antonio, “policía pero buena gente”, como lo presentaba
Braulio a los amigos, y yo. Había un rumor no probado de que hasta el
circunspecto apoderado le tiró a Curro una almohadilla en la plaza de toros de
Málaga. Me lo contó Pepe Gracia, al que le conocían por tierras andaluzas como
“el inglés” cuando figuró en la cuadrilla de Romero. A Ezquerra y a mí hasta
nos insultaban los que a partir del apoderamiento de Cisneros se hicieron apasionados
creyentes del currismo.
Tenía una
gran virtud Manolo Cisneros: su
discreción. De Barcelona a Sevilla mandaba por delegación de Pedrito Balañá y
como consejero de Canorea en una docena de plazas importantes, colaboró en la
gestión directa de la Plaza de Zaragoza cuando la Diputación, su propietaria,
se empeñó en una aventura de la que todavía no se saben los resultados. La
culpa no fue de Cisneros. Lo más destacado, una serie de novilladas en la que
el jurado popular concedió el premio de triunfador a dos novilleros, José Tomás
y el oscense Tomás Luna. ¡Adiós, ingenieros!
Acaba el año
y el próximo termina en 7. Era la terminación favorita de Gonzalo Sánchez
Conde, mozo de espadas, vendedor de jamones y polvorones de Estepa. Buen
intérprete del fandango de Huelva. Ezquerra es un experto en el flamenco, como
lo fue el riojano César Jalón “Clarito”. Ministro de Comunicaciones que fue en
la República y luego le sirvió para cobrar su pensión con Franco. “Franco me ha
quitado de escribir. Ahora sólo lo hago cuando quiero adquirir un capricho”. Y
para rematar, la costumbre de Cisneros de no estar en el callejón cuando
actuaba alguno de sus toreros. Se subía a la grada o la andanada más recóndita.
Pensaba que sus toreros ya sabían lo que tenían que hacer en el ruedo.
Hablaba de
mis personajes favoritos, de las peculiares gentes que formaban la familia
taurina que tenía sus propios escenarios de reunión y convivencia al margen de
las plazas de toros. Recuerdo a toreros que un día brillaron en Madrid pero que
su luz se desvaneció en la oscuridad de una larga noche. Hubo uno que se
anunciaba Abelardo Moreno Reina y que en realidad se llamaba Abelardo Iniesta
Gutiérrez de la Solana, apellidos de
marqués y nombre de enamorado, que cortó orejas en Las Ventas, tomó la
alternativa en Carabanchel y luego se dedicó a la venta del artilugio llamado
“cortipelo”, un peine con una cuchilla de afeitar entre sus púas que hacia el
efecto del corte del cabello a navaja que tan de moda estuvo hacia los años 60 del siglo
pasado. Un buen torero de Ávila, José González Ibañez, Pepe Ibañez en sus tiempos de banderillero, inventó un bolígrafo
en forma de estoque torero y lo vendió a las librerías y a los amigos en los lugares de reunión. Dos ejemplos que se
unían a las ocupaciones agrícolas o constructoras
como la recogida de la remolacha o la carga y descarga de camiones en los
mercados. Había otras salidas: las de apoderado, subalterno, mozo de espadas o
empresarios. En Madrid se lucía en el toreo a una mano con el capote
“Miguelañez”, que durante muchos años fue apoderado de rejoneadoras, salida
fulgurante de un Antonio Codeseda, sevillano, que no se destacó ni en funciones
subalternas, Suarez Merino que apodero a Curro Montés, los ya veteranos Curro
Caro y Manolo Escudero, Alfredo Corrochano o Agustín Parra “Parrita”. “Parrao”,
negocios taurinos y su hermano, banderillero, acomodador de un cine de la calle
Infantas. Y el ambiente taurino se hacía eco del rumor de que Rafaelito Soria
Molina, nacido en Ecija y pariente de Lagartijo y Manolete, era un prodigio del
arte de torear en los tentaderos. Tomó la alternativa en la cordobesa Montoro,
se la dio José María Martorell en presencia de
Calerito y con toros del Duque de Pinohermoso, pero se diluyó como un
azucarillo en un vaso de agua. Tenía lo
que luego definió un jugador de futbol del Real Madrid: miedo escénico.
Sin embargo,
hay también ejemplos de todo lo contrario. En un repaso a vuela pluma de mis
recuerdos de lo sucedido en la plaza de toros de Madrid con la confirmación de
Juanito Belmonte y Manuel Rodríguez “Manolete” como primero de los fogonazos que
me nublaron la vista a mis recién cumplidos 8 años, la única corrida de
Manolete en España en 1946 con su aceptación de la inclusión en el cartel de
Luis Miguel, la faena de Pepín Martín Vázquez que sirvió para su inclusión en
la película de “Currito de la Cruz”, la tarde del “Salario del Miedo”, Pepe
Luis, Antonio Bienvenida y Julio Aparicio a hombros por la Puerta Grande, otro
trio imponente: Diego Puerta, Curro
Romero y Paco Camino al día siguiente del que el Faraón se negó a matar un
toro. Las cuatro orejas de novillero de Manolo Vázquez cuando puso el toreo de
frente, otras tantas para José Manuel Inchausti “Tinin” y del mexicano Curro
Rivera en los días en los que cortó el único rabo de las postguerra Sebastián
Palomo. Antes, en 1934, en las tres corridas de la inauguración oficial de la
plaza cortaron sendos rabos Juan Belmonte y Marcial Lalanda. Luego se impuso la
costumbre de no otorgar semejante apéndice y no acompañar las faenas con música
ante la trifulca que se armó porque el director de la Banda ordenaba los sones
musicales para halagar el oído de Marcial Lalanda y se los birlaba al armónico
Domingo Ortega, que más que andar, patinaba como ese español que lo hace tan
bien sobre el hielo y hasta se viste de torero. Para mí el acontecimiento
cumbre de esta historia emulando las glorias de Joselito y los 7 toros de
Martínez fueron los 7 toros de Paco Camino. Los de Antonio Bienvenida, varios y
diversos (¡aquel día del sombrero caído a sus pies en el paseíllo!) los Raúl
Ochoa Rovira en competencia con Luis Miguel que solo cortó una oreja en su
actuación solitaria (en Carabanchel fue otra cosa y hasta picó a uno de los
toros de la tarde), Niño de la Capea, Esplá o Perera. Es una gran historia ya
contada al cumplir el bello y pétreo edificio con abrigo de ladrillo mudéjar
sus Bodas de Diamante. Y recuerdo cosas aisladas: que Jorge Negrete se agarraba
a su sombrero viendo torear a Manolo González, las gracias a Dios de Foxá por
habernos concedido la fortuna de ver a “Manolete” en los ruedos, a “Faroles”
con los palos y a Boni con el
capote, Orteguita o Manolillo de
Valencia. La pata de palo de Alfonso Merino o el buen gusto de Luis Alfonso
Garcés, el hijo de “Chicuelo” que vino consagrado de Sevilla y aquí nado entre
dos aguas, el esquivo Chamaco que ya había hecho todo el gasto en Barcelona y
Rafael de Paula que apuntó un par de verónicas y se le entregaron los del paladar. Félix Colomo, de Navalcarnero, triunfo en la plaza
vieja madrileña y las cornadas no le permitieron confirmar sus cualidades en
Las Ventas. A cambio, abrió Las Cuevas de Luis Candelas en el Arco de
Cuchilleros y desde el principio hasta hoy es un gran foco turístico. En una de
sus paredes había una cabeza de toro disecada con una leyenda: “Este toro lo
mató Félix Colomo no sabemos como”. “Bojilla”, Curro Gómez, Pacorro, los Pirri,
los Mozo, el Aldeano, Chaves Flores, Alfredo David, Tito de San Bernardo, Vito
banderillerro y Vito apoderado, José Ignacio Sánchez
Mejías… ¿Dónde estais?
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