martes, 3 de enero de 2017

PERSONAJES DE OTROS TIEMPOS (3)

Ha sido un año  como un frío  de invierno de los que en México llaman “desviejadero”. Enero y febrero, desviejaderos. Cada día, los que hemos atravesado ya la frontera de los 80, nos quedamos más solos. Y este año bisiesto que ya se va ha sido también inusitadamente violento. La muerte de “El Pana”,  viejo, sentimental, soñador y habanero. Hacía el paseíllo con un sarape al hombro y el puro entre los dedos de su mano derecha; así acompañó un día a Morante de la Puebla, que también es algo histriónico en su indumentaria, en su pelo y en lo del habano. Luego se viste de torero y acaba con el cuadro, como hizo hace pocas fechas en la México. De los toreros de arte que yo he conocido a lo largo de mi vida es el más profuso de todos ellos y con menos eclipses profesionales. Recuerdo a Cagancho, a Pepe Luis, a Pepín, Ordóñez, Curro Romero o Paula, por ejemplo. Necesitaba un reconstituyente del estilo morantista después de tanta necrológica torera: Canito bajo su gorra blanca, Fermín Bohórquez, difuminado a caballo por Alvarito Domecq, Miguel Flores y su vena poética que puso en el camino al gitano Aparicio y al monstruo Morante; en Salamanca, don Alipio y don Antonio el de San Fernando, final de una etapa ganadera, Manolo Espinosa “Armillita”, hijo de uno de los mejores toreros mexicano, Fermín, que llegó a España creo que con la carrera de arquitecto terminada y que no logro emular las glorias paternas, lo mismo de Victoriano de la Serna hijo, hermano de Peñuca y cuñado de Zabala, buen  torero, con duende escondido entre los pliegues de su capote, la juventud rota de Víctor Barrio en la plaza de Teruel y la del novillero Renatto Motta al otro lado del Atlántico. Y la de Manolo Cisneros, al que en su corta etapa de novillero sin caballos calificaban de “torero de cristal”. Lo conocí en sus tiempos de apoderado - lanzador de Raúl Aranda, cuando le pedía  consejo a José Mari Recondo ya baqueteado en las lides del apoderamiento y la empresa. En cierta ocasión, el de San Sebastián emigrado a Fuengirola llamó por teléfono a Manolo y entre aspavientos le dijo: “Una ruina, Manolo: Zabala ha puesto bien a Raúl”. En  el final de la temporada de 1972, cuando llegué a Madrid después de largo y torero  viaje de novios, fui al hospital donde le habían operado a Recondo de un cáncer. Su cuñado, médico, me había advertido de la gravedad de la situación. Desde la puerta de la habitación  saludé al paciente porque no permitían la entrada. Él me contestó con su clásico humor norteño: “Aquí estoy, que me ha levantado Agapito”. Agapito era el certero puntillero de Las Ventas.

Manolo Cisneros era de Antonio Ordóñez y no recuerdo si en alguna ocasión actuó como apoderado del de Ronda. Braulio Lausín hijo me hubiera contado esta relación con detalles, aunque el de Ricla era incondicional de los Dominguín. Hasta vivió en su casa de la calle del Príncipe de Madrid  cuando fue a  iniciarse en su carrera de novillero, carrera corta que no quiso rubricar con el título de matador de toros. Cisneros hizo un par de milagros más con Braulio y la gente de Zaragoza, uno el de Santiago Martín “El Viti”, que, aunque ya tenía sus seguidores en el coso de Pignatelli, los del charco hablaban de vomitivos, y el más sonado de hacer romeristas a Braulio, que fue a Málaga a podar los árboles de Curro Romero y no hubo festival en Ricla en el que no se contara con Santiago y el de Camas. Cuando vine a vivir a Zaragoza, finales de los años 70 del siglo pasado, sólo eramos “Curristas confesos”, “Ezquerrita”, José Antonio, “policía pero buena gente”, como lo presentaba Braulio a los amigos, y yo. Había un rumor no probado de que hasta el circunspecto apoderado le tiró a Curro una almohadilla en la plaza de toros de Málaga. Me lo contó Pepe Gracia, al que le conocían por tierras andaluzas como “el inglés” cuando figuró en la cuadrilla de Romero. A Ezquerra y a mí hasta nos insultaban los que a partir del apoderamiento de Cisneros se hicieron apasionados creyentes del currismo.

Tenía una gran virtud  Manolo Cisneros: su discreción. De Barcelona a Sevilla mandaba por delegación de Pedrito Balañá y como consejero de Canorea en una docena de plazas importantes, colaboró en la gestión directa de la Plaza de Zaragoza cuando la Diputación, su propietaria, se empeñó en una aventura de la que todavía no se saben los resultados. La culpa no fue de Cisneros. Lo más destacado, una serie de novilladas en la que el jurado popular concedió el premio de triunfador a dos novilleros, José Tomás y el oscense Tomás Luna. ¡Adiós, ingenieros!  
  
Acaba el año y el próximo termina en 7. Era la terminación favorita de Gonzalo Sánchez Conde, mozo de espadas, vendedor de jamones y polvorones de Estepa. Buen intérprete del fandango de Huelva. Ezquerra es un experto en el flamenco, como lo fue el riojano César Jalón “Clarito”. Ministro de Comunicaciones que fue en la República y luego le sirvió para cobrar su pensión con Franco. “Franco me ha quitado de escribir. Ahora sólo lo hago cuando quiero adquirir un capricho”. Y para rematar, la costumbre de Cisneros de no estar en el callejón cuando actuaba alguno de sus toreros. Se subía a la grada o la andanada más recóndita. Pensaba que sus toreros ya sabían lo que tenían que hacer en el ruedo.

Hablaba de mis personajes favoritos, de las peculiares gentes que formaban la familia taurina que tenía sus propios escenarios de reunión y convivencia al margen de las plazas de toros. Recuerdo a toreros que un día brillaron en Madrid pero que su luz se desvaneció en la oscuridad de una larga noche. Hubo uno que se anunciaba Abelardo Moreno Reina y que en realidad se llamaba Abelardo Iniesta Gutiérrez de la Solana, apellidos de  marqués y nombre de enamorado, que cortó orejas en Las Ventas, tomó la alternativa en Carabanchel y luego se dedicó a la venta del artilugio llamado “cortipelo”, un peine con una cuchilla de afeitar entre sus púas que hacia el efecto del corte del cabello a navaja que tan de  moda estuvo hacia los años 60 del siglo pasado. Un buen torero de Ávila, José González Ibañez, Pepe Ibañez en sus  tiempos de banderillero, inventó un bolígrafo en forma de estoque torero y lo vendió a las librerías y a los amigos en  los lugares de reunión. Dos ejemplos que se unían a las ocupaciones agrícolas  o constructoras como la recogida de la remolacha o la carga y descarga de camiones en los mercados. Había otras salidas: las de apoderado, subalterno, mozo de espadas o empresarios. En Madrid se lucía en el toreo a una mano con el capote “Miguelañez”, que durante muchos años fue apoderado de rejoneadoras, salida fulgurante de un Antonio Codeseda, sevillano, que no se destacó ni en funciones subalternas, Suarez Merino que apodero a Curro Montés, los ya veteranos Curro Caro y Manolo Escudero, Alfredo Corrochano o Agustín Parra “Parrita”. “Parrao”, negocios taurinos y su hermano, banderillero, acomodador de un cine de la calle Infantas. Y el ambiente taurino se hacía eco del rumor de que Rafaelito Soria Molina, nacido en Ecija y pariente de Lagartijo y Manolete, era un prodigio del arte de torear en los tentaderos. Tomó la alternativa en la cordobesa Montoro, se la dio José María Martorell en presencia de  Calerito y con toros del Duque de Pinohermoso, pero se diluyó como un azucarillo  en un vaso de agua. Tenía lo que luego definió un jugador de futbol del Real Madrid: miedo escénico.


Sin embargo, hay también ejemplos de todo lo contrario. En un repaso a vuela pluma de mis recuerdos de lo sucedido en la plaza de toros de Madrid con la confirmación de Juanito Belmonte y Manuel Rodríguez “Manolete” como primero de los fogonazos que me nublaron la vista a mis recién cumplidos 8 años, la única corrida de Manolete en España en 1946 con su aceptación de la inclusión en el cartel de Luis Miguel, la faena de Pepín Martín Vázquez que sirvió para su inclusión en la película de “Currito de la Cruz”, la tarde del “Salario del Miedo”, Pepe Luis, Antonio Bienvenida y Julio Aparicio a hombros por la Puerta Grande, otro trio imponente: Diego Puerta,  Curro Romero y Paco Camino al día siguiente del que el Faraón se negó a matar un toro. Las cuatro orejas de novillero de Manolo Vázquez cuando puso el toreo de frente, otras tantas para José Manuel Inchausti “Tinin” y del mexicano Curro Rivera en los días en los que cortó el único rabo de las postguerra Sebastián Palomo. Antes, en 1934, en las tres corridas de la inauguración oficial de la plaza cortaron sendos rabos Juan Belmonte y Marcial Lalanda. Luego se impuso la costumbre de no otorgar semejante apéndice y no acompañar las faenas con música ante la trifulca que se armó porque el director de la Banda ordenaba los sones musicales para halagar el oído de Marcial Lalanda y se los birlaba al armónico Domingo Ortega, que más que andar, patinaba como ese español que lo hace tan bien sobre el hielo y hasta se viste de torero. Para mí el acontecimiento cumbre de esta historia emulando las glorias de Joselito y los 7 toros de Martínez fueron los 7 toros de Paco Camino. Los de Antonio Bienvenida, varios y diversos (¡aquel día del sombrero caído a sus pies en el paseíllo!) los Raúl Ochoa Rovira en competencia con Luis Miguel que solo cortó una oreja en su actuación solitaria (en Carabanchel fue otra cosa y hasta picó a uno de los toros de la tarde), Niño de la Capea, Esplá o Perera. Es una gran historia ya contada al cumplir el bello y pétreo edificio con abrigo de ladrillo mudéjar sus Bodas de Diamante. Y recuerdo cosas aisladas: que Jorge Negrete se agarraba a su sombrero viendo torear a Manolo González, las gracias a Dios de Foxá por habernos concedido la fortuna de ver a “Manolete” en los ruedos, a “Faroles” con los palos y a Boni con   el capote,  Orteguita o Manolillo de Valencia. La pata de palo de Alfonso Merino o el buen gusto de Luis Alfonso Garcés, el hijo de “Chicuelo” que vino consagrado de Sevilla y aquí nado entre dos aguas, el esquivo Chamaco que ya había hecho todo el gasto en Barcelona y Rafael de Paula que apuntó un par de verónicas y se  le entregaron los del paladar. Félix  Colomo, de Navalcarnero, triunfo en la plaza vieja madrileña y las cornadas no le permitieron confirmar sus cualidades en Las Ventas. A cambio, abrió Las Cuevas de Luis Candelas en el Arco de Cuchilleros y desde el principio hasta hoy es un gran foco turístico. En una de sus paredes había una cabeza de toro disecada con una leyenda: “Este toro lo mató Félix Colomo no sabemos como”. “Bojilla”, Curro Gómez, Pacorro, los Pirri, los Mozo, el Aldeano, Chaves Flores, Alfredo David, Tito de San Bernardo, Vito banderillerro y Vito apoderado, José Ignacio Sánchez Mejías… ¿Dónde estais?  

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