miércoles, 6 de marzo de 2013

LA INDISCUTIBLE DISCUTIBILIDAD

Experimenté en lejanos tiempos lo que era la osadía, el atrevimiento y el ardor juvenil y escribí beligerantes crónicas de las que solo me arrepiento de algunas muy concretas y ahora, en la aguda y serena reflexión senil que algunos consideraran normal chocheo, todavía me entrego a la educada batalla de la discrepancia. Leí a Díaz-Manresa que los premiados por el Ministerio de Cultura en el apartado de Tauromaquia eran los indiscutibles Ángel Peralta y Paco Ojeda e inmediatamente pensé que a lo largo de nuestra historia eran discutibles hasta Pedro Romero y Costillares, Montes y Cúchares, Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Cañero y Nuncio ( el portugués que le enseñó el quiebro a Alvaro hijo), Marcial o Cagancho, Manolete y Arruza, Pepe Luis y Bienvenida, Litri y Aparicio, Ordóñez y El Cordobés y Camino y Romero por no llegar hasta día de hoy en que enfrentaría a Ponce y Tomás. Y cuanta más discusión ha existido, más abundante ha sido la clientela de los cosos taurinos. Si no se lo creen, se lo pregunten a “los de José y Juan”. Juan le apuntaba a José que no prescindiera de él porque lo necesitaba y aquello fue “hasta que la muerte nos reúna”. Y, en contra de lo previsto, así sucedió. He repetido muchas veces lo de Balmes, “la verdad raramente es pura y nunca simple”, y en este momento descubro que solo hay una verdad indiscutible: la última. Se me acerca misteriosa y ladina.

Paco Ojeda fue el primero en discutirse a sí mismo, colgó el traje de luces y se envolvió en los zahones hasta que Pablo Hermoso de Mendoza le mandó a su casa. Hasta ahora, el de Estella ha hecho otras muchas cosas: redujo la velocidad de los caballos y les hizo circular hacia las afueras, el paso de costado y la doma de los juveniles equinos hasta acabar con el mito de un solo caballo. Cada año saca a los ruedos nombres nuevos y a “Cagancho” lo tiene en el paraíso animal de su tierra como un patriarca gitano. Se lo merece. Desterró el poder de los hermanísimos y la ventaja de las colleras. Lo de las bordadas chaquetillas es un adorno frente al ajuar campestre de los antiguos. Pero el toreo, sin la estética que palie el dramatismo, es solo tragedia.

Y he opinado de los que escribieron y escriben. Desde el aragonés Mariano de Cavia, el mejor para mí, hasta don César Jalón “Clarito”, el riojano que sabía de toros y flamenco y escribía como los ángeles pese a ser ministro de la II República. Cañabate era mejor escritor que aficionado y su sucesor, Zabala, mejor aficionado que escritor. Su hijo, Vicente Zabala de la Serna, nieto del Victoriano de Sepúlveda, supera con la pluma a su progenitor aunque no llegue a la gracia chispera del que retrató Belmonte cuando descubrió que, en los tiempos de “Juan y José”, el Caña era partidario de Vicente Pastor. En los tiempos de Ordóñez y Luis Miguel, Navalón era de Andrés Vázquez. Pura estrategia demagoga. Y no quiero recordar lo que decía Agustín de Foxá, algo así como “Bate Caña, coño, vete”. Foxá también del todo discutible menos en su descripción de Madrid, corte y checa. Sombrero en mano. El otro día, en “El Mundo”, Vicente Zabala de la Serna puso un acuífero en el oído de J. J. Padilla. Me imagino que en realidad era un acúfeno, ruido molesto y continuo que desesperaba al sordo don Francisco el de los Toros y que los viejos de hoy, en el silencio de la noche, paliamos con los auriculares de la radio de pilas.

A Ricardo Díaz-Manresa le pido que me disculpe y que admita que, en los toros, todos somos discutibles y más si aflora el partidismo que le da vida al fútbol. Que hablen de uno aunque sea mal. Y a Juan Lamarca le ruego que le devuelva a Pepe Bienvenida su espada recibidora en la ilustración que adorna todos los artículos que publica en su portal.

Me vuelvo a Zaragoza porque la cosa por estos mis lares está que arde y en el transcurso de esta semana puede que se apunten posibles desenlaces judiciales. La empresa SEROLO, arrendataria, tiene un abogado al que se le conoce con el sobrenombre de “El Gran Capitán” porque, al estilo de don Gonzalo Fernández de Córdoba y las cuentas presentadas a los Reyes Católicos por las campañas de Nápoles y Sicilia y en la que gastó 100 millones en palas, picos y azadones para enterrar los muertos del bando enemigo, muchos más en monjas y frailes para las preces, pólvora y balas, aguardientes, misas de acción de gracias y otros cien millones por su presencia ante el Rey que le pedía las cuentas y al que regaló un reino, le exige a la arrendadora, la Diputación de Zaragoza, indemnizaciones por la subida del IVA, el lucro cesante, por las obras en la plaza y otras muchas circunstancias de las que resulta que los de SEROLO están cumplidos con la propietaria de la plaza de Pignatelli y ¡ojo! que el señor letrado no profundice en los misterios de la contabilidad que, al final, será la Diputación la que tenga que abonar alguna cantidad a los SEROLO. Lo del lucro cesante del IVA es curioso. Dicen los empresarios que la subida de este impuesto nacional ha supuesto que se vendieran menos entradas y ello que disminuyeran sus ingresos y se justificara la rebaja en las condiciones económicas que firmaron en el pliego de arrendamiento. Lo de alguna de las obras realizadas en la plaza dicen que ha supuesto una traba para la organización de más espectáculos que hubieran incrementado las posibilidades de negocio de explotación. Y muchos argumentos más. Veremos en qué queda este asunto, aunque los empresarios ya han anunciado el ciclo de Primavera y del Pilar y que en esta semana abren las taquillas para los abonados. Difícil situación. Hace cien años, leo en Heraldo de Aragón, la tradicional corrida de Pascua fue sustituida por una novillada. La crisis viene de largo. Y el que no se consuela es porque no le da la gana.

Otro tema que preocupa y que estudia Marc Lavie en su fantástica “Semana Grande” es el de la huelga de los subalternos taurinos en las Ferias más importantes, Sevilla, Valencia y Madrid. Éramos pocos y parió la abuela. Pero parece que en los medios informativos españoles el asunto no inquieta lo más mínimo. Recuerdo cuando en España no había huelgas, las tiendas de campaña de los sindicatos se montaban a las puertas de la México y a un picador español le tiraban del caballo de un palazo en la espalda. ¡Qué tiempos aquellos en los que en España no sabíamos lo que era un piquete informativo! No sé si éramos más felices; de lo que estoy seguro es que yo era medio siglo más joven. Sigo siendo beligerante y discutidor en la medida de mis menguadas fuerzas. A la semana que viene me quitarán los alambres de mi húmero izquierdo. Espero no romperme como un muñeco de marionetas sin hilos.

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