miércoles, 27 de julio de 2011

Tomás, el mesías mal vestido

No soy partidario de los mitos de carne y hueso y siempre he dicho que el buen aficionado no es monoteísta. Muy al contrario: es el que tiene la capacidad de comprender y admirar a más diestros, los de más variados estilos, aunque, en ocasiones, haya cometido leves pecados veniales por culpa de las genialidades de Cagancho, Pepe Luis, Curro Romero, Paula y, hoy mismo, Morante de la Puebla. El buen aficionado es al que más toreros le caben en su cabeza. Y, entonces, no me atrevo a hacer una lista que, a lo largo de mis más de setenta años de espectador y sesenta de comentarista taurino, sería interminable porque esta Fiesta Española ha supervivido tal como hoy la contemplamos más de tres siglos gracias a los muchos españolitos y algunos de más allá de nuestras fronteras que han sido capaces de vestirse de toreros y enfrentarse a los toros bravos con una tela como engaño y la espada en su mano derecha.

He dicho vestirse de torero. Torero hay que serlo y parecerlo. Y es lo que primero me ha sorprendido de la llamada resurrección del mesías (no oso ponerlo con mayúsculas): mal gusto en los bordados del vestido a juego con los del capote de paseo. ¿Tienen alguna significación esas mesiánicas medias lunas crecientes o menguantes, según se miren? La creciente significa esperanza; la menguante, decadencia. Espero que nos lo explique el señor Boix, cuyo último libro no he podido leer al completo. Un ladrillo. El pelo alborotado, la piel de cera brillante, la mirada perdida y el andar cuidado y exquisito más en la estética mondeñista que en la ampulosidad manoletista. Luego se queda quieto, que es doctrina menguada porque para eso vino al mundo del toreo el señor de Borox, que, a veces, no andaba, patinaba. Y en eso de los pies he leído y escuchado alabanzas a la postura de compás abierto de José Tomás en la interpretación de las chicuelinas y las manoletinas, que, sin los pies juntos, pierden mucha de su gracia sandungera, la de su creador, la de sus intérpretes más distinguidos, Puerta y Camino, caso del lance, o Manolete y Mondeño, caso del muletazo que en los tiempos del de Córdoba, para fastidiarle, decían que había inventado Llapisera y que el actual Zabala, Vicente, achaca a su abuelo, Victoriano de la Serna, lasernina. Y ya que hablo de Manolete recordaré que sus más recalcitrantes examinadores le echaban en cara el que se ayudara con el estoque (y, además, simulado) en la ejecución del pase natural. Es lo que también hizo el galapagueño en las dos faenas de su resurrección valenciana, en la que estuvieron presentes los cuatro ángeles regiomontanos homenajeados con un brindis emotivo y justiciero.

Pero esa tarde no era tarde de análisis. Los que acudieron a la cita, incluidas celebridades como Sánchez Dradó, Sabina, Senante, Rappael, Trapote, Paola Dominguín, Patricia Rato, El Juli, que pasaba por allí, Rita Barberá, Jorge Sanz, Boadella, Arévalo, al que le gusta un burladero más que una tiza a un tonto, Bruno Delaye, Feliciano López, José María Cano, autor del cartel, que no es precisamente Roberto Domingo, y el argentino Andrés Calamaro que compara a Tomás con Camarón de la Isla, todos estos y hasta más de diez mil estaban allí para vivir un acontecimiento en el que no entraban ni siquiera los compañeros de cartel Víctor Puerto y el mexicano Zaldívar que, al final, fue el que salió a hombros, si bien el triunfador para la mayoría y para la Diputación de Valencia fue el que salió a pie en olor de multitudes. Alguien manifestó con vehemencia que para el de Galapagar, “torear es vivir”. ¿Cómo es que torea (vive) tan poco? Este año, sólo nueve tardes. La clave la tenía el recordado Jaime Marco “El Choni” y me la contó un día junto a la ventana andaluza de “El Campo del Toro” de Zaragoza. Y el abuelo del torero que se desesperaba porque a su nieto le gustaba más el fútbol. Y, encima, rojiblanco. Como decían de los seguidores del Betis y Curro Romero: a sufrir en invierno y en verano.

Al grano: José Tomás tiene un magnetismo especial que en su silencio y dosificada presencia abona la garantía de supervivencia. Sus devotos pueden peregrinar con comodidad y luego contar maravillas puesto que para eso hacen el camino de catecúmenos fervorosos. A la vuelta, solo expresiones laudatorias: increíble, fabuloso, indescriptible, un sueño, lo nunca visto y de Valencia al cielo. O desde Huelva, Linares o Valladolid.¿ Y Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao o Zaragoza? Manolete toreó en 1946 una sola corrida en España y lo hizo en Madrid con Gitanillo, Antonio Bienvenida y Luis Miguel. No hay análisis reflexivo: no estuviste allí y ya no puedes tener las sensaciones vividas por los elegidos. No puedes señalar los trallazos de ciertos remates con la muleta sea por afarolados o molinetes, la escasez de toreo fundamental y profundo y la elevación del tono medio en los circulares invertidos, en los pases del desdén o en las cuatro manoletinas de compás abierto, la novedad. ¿Crisis? ¿Qué es eso?

Y ya que me declaro devoto de Morante de la Puebla quiero destacar su faena de Vitoria. Me tenía un poco mosca porque es el rigor de las desdichas y los sorteos de la mala suerte. Me emociona su sentimiento, su elegancia e improvisación. Una falla, la de quitarse las zapatillas. Un torero de su elegancia no puede quedarse descalzo. Por lo demás, mi sueño de una noche de verano. Y para mayor felicidad, Pablo Hermoso de Mendoza. Este sí que es “el más grande”. Ahora tiene un caballo que ha desempolvado la pirueta de “Chicuelo”. Desterrado el galope, sus caballos andan y llevan la cara siempre hacia la del toro. Miran y se encogen o estiran según las embestidas del cornúpeto. En técnica pura, todos los caballos de Pablo Hermoso son parecidos. Otra cosa es la estampa, pero en todos ellos se nota la mano que los gobierna sin notarlo.

En fin, por fortuna no todo se acaba en la resurrección de José Tomás, cuya categoría defendí hace muchos años, cuando se presentó de novillero en Zaragoza de la mano de Santiago López y en el ciclo que organizó la Diputación Provincial en régimen de autogestión. El jurado de los premios prometidos daba ganador del ciclo novilleril a Luna, de nombre Tomás, natural de Huesca. Me opuse a semejante chauvinismo aragonesista y conseguí que, al menos, el premio fuera compartido con el otro Tomás, de apellido, y de nombre José. Lo digo por los conversos de hoy. A lo largo de mi vida he conocido a muchos arrepentidos y, sin embargo, es absurdo tratar de convencer a los demás. El Antón pirulero.

2 comentarios:

  1. Menos mal que alguien pone un poco de sentido, porque parece que no hay nadie después de José Tomas, marketing...

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  2. Parece que no es el único que piensa así,

    http://deltoroalinfinito.blogspot.com/2011/07/y-la-tomatosis-se-salio-de-madre.html

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