domingo, 12 de marzo de 2017

SOBRE-COGEDOR


Se celebraba EL DÍA DE LA RADIO y Carlos Herrera citó en su estudio de la COPE a tres de sus más ilustres predecesores, Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo y José María García. Se lo pasaron muy bien y estuvieron pendientes de las maldades de Butanito. Recordó el García cuando estuvo en el vespertino PUEBLO, en la sección de Deportes, a la que un ilustre redactor-jefe llamaba Butanito y los siete enanitos, que en aquellos tiempos todas las secciones de crítica estaban vendidas, los toros, el cine, el teatro, los deportes y demás y que el sobre era la retribución indirecta más extendida en muchos de los medios de comunicación. Días después de esta reunión de pastores parlantes, en las páginas de MUNDO, Emilia Landaluce, en el repaso que hace del libro que firma Concha Márquez Piquer y que titula YO MISMA, cita a Rita Barberá, el surrealista proceso de nulidad matrimonial que inició Curro Romero y de la muerte de su hija Coral en accidente de circulación en Estados Unidos, de su madre, doña Concha, de Picasso y ¡del sobre!  “Había temporadas en que Curro toreaba mucho y, al final de ellas, seguramente le quedaba menos dinero que lo que se llevaban todos esos innobles periodistas que cobraban en cada corrida por partida triple (a sobre por matador)”.
Primera premisa: Curro Romero nunca sumó muchas corridas cada temporada. Veinte o treinta, cinco en 1969, siete en 1970 y seis en 1983. Téngase en cuenta que a Romero le cogieron los toros de cierta gravedad y que, en su especial forma de ser, hubo años en que dudo de mantenerse en los ruedos. Recuerdo con  especial tristeza lo sucedido en Madrid en el mes de julio de 1987, cuando un espectador bajó al ruedo y lo derribó. Aquel día admiré su equilibrio porque llevaba la espada en su mano derecha. Como excepción, en 1973 pasó de las cuarenta corridas. La media, veintitantas corridas al año hasta sumar en 41 años unos 900 festejos. Sus dos escenarios favoritos, Madrid (Las Ventas, siete salidas a hombros) y Sevilla (La Maestranza, cuatro Puertas del Príncipe). La señora Márquez Piquer habla de innobles periodistas. Periodistas, pocos. Mi padre escribió un artículo que se publicó en Fiesta Española y que ponía el dedo en la llaga: la culpa la tenían las empresas periodísticas, las del papel y las del éter, que cobraban a sus colaboradores los espacios dedicados a la crónica taurina. “Selipe” (cada crítica, un acta notarial)  se dio de baja como suscriptor de Fiesta Española, revista que yo fundé porque no encontraba medio en el que ejercer la crítica sin pagar. Luego me embargaron parte de mi sueldo durante cinco años para saldar las deudas de la belicosa revista y eso que tuve la suerte de la aparición en los ruedos de Manuel Benítez y que sus partidarios la compraban para utilizarla en sus aseos. La polémica estaba servida. Había fiebre partidista: Curro, “El Niño Sabio”, “Diego Valor”, “S. M.” de Vitigudino”, los reaparecidos Pepe Luis y Manolo Vázquez  y los clásicos Bienvenida, Ordóñez, Rafael Ortega, el más completo y peor figura), el pequeño de los Dominguin y algunos que llegaban del otro lado del Atlántico como el hijo de Fermín Espinosa, Rivera y “El Calesero” o “El Imposible”,  Manolo Martínez, los Girón venezolanos  y los periódicos y las radios con espacios taurinos. El empeño de Fiesta Española en la desaparición del sobre  tuvo como consecuencia la desaparición de la información de toros. Así estamos ahora
Concha Márquez Piquer dice que un día se sentó con Curro y le dijo “Mira, si cortas orejas tienen que decir por narices que las has cortado, y si has quedado mal ¿qué más te da que lo digan con suavidad o intenten justificarte diciendo que te ha salido un toro malo”. Consecuencia, según Conchín Márquez (el torero de su madre era rubio como la cerveza): “Lo entendió y se acabó el sobre”. Los gordos, los poderosos, siguieron con los acuerdos financieros a gran escala, vía mercantil, y la cuesta abajo del populismo ha dado alas al pesimismo antropológico taurino. Quedan pocos espacios para los toros y hay mucho dinero para mascotas y animalistas.

Recuerdo a Curro Romero con íntimo deleite. Y un par de anécdotas. Una en Sevilla. A mi lado estaba Picoco, palmero de la Lola Flores; delante de nosotros, los hermanos de Espartaco. Y Picoco venga a echarle piropos a Curro hasta que uno de los hermanos del de Espartinas se volvió hacia él y le dijo ¿Es usted mucho de Curro? ¿Qué si soy de Curro? Vamos, que se muere mi padre y torea Curro en Sevilla y les digo a mis parientes que vayan llorando que aluego vuelvo yo. Sonrisas y buen ambiente. La otra fue en Badajoz, cuando Curro decidió cortar la temporada. Mes de junio y una temporada bastante intensa. Justificación: “Es que torear todos los días no es torear. Es trabajar”. Curro es un torero corto, pero exquisito. Fue a México y ligó un quite por verónicas y Carlos León le escribió una carta a un ramo de rosas. Cuando se despidió “Mondeño” se le ecribió al Papa. Distinto era Paula porque era gitano aunque no cantara flamenco como Curro (villancicos con Antoñete y Rafael Vega de los Reyes de palmero) A Curro nunca le vi dar una chicuelina o una manoletina. No le gustaba perderle la cara al toro. Por eso mataba a paso de banderillas. Y le tenía Fe a Canorea. En enero del último año del siglo XX  murieron María de las Mercedes, madre de Don Juan Carlos y romerista, y el empresario de Sevilla, no menos romerista. Su “niño” tenía música. Un día del Corpus, Diodoro le dejó la Maestranza al de Camas a veinte duros por entrada vendida. 800 mil calandas y Manolo Cano de apoderado. Eduardo, el hijo de Diodoro, les negó el coso maestrante a Curro y Morante para torear un festival en octubre de ese año 2000. Lo torearon en La Algaba el 22 de octubre y por la noche el Faraón le confesó a Fernández Román que se retiraba definitivamente. En el mes de diciembre siguiente cumplió 67 años, 41 como matador de toros en activo. El arte vive más que el valor o la técnica. Loado sea.   

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