miércoles, 25 de abril de 2012

SEVILLA A OSCURAS


La luz se hizo en Zaragoza.

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Fue grande la tarde de Manzanares en la famosa Maestranza sevillana. Cuatro orejas y salida por la Puerta del Príncipe. Otra vez. Mi viejo amigo José Antonio del Moral, proclamado por su propio medio como “el mejor crítico taurino del mundo”, de Colmenar de Oreja, en el partido judicial de Aranjuez, cerca del Tajo y de Chichón, típica plaza mayor y  colmenaretes para las abejas que se pasean entre los olivos, los viñedos y las huertas, ya de Antonio Ordóñez cuando se hizo tuno taurino y se paseaba por los ruedos de España junto a su señor padre. En su crónica de la tarde apoteósica del alicantino, Del Moral se atrevió a compararlo con el rondeño. Es muy lícita esa comparación pero no creo que afortunada. No ha existido en el universo taurino ni un solo torero perfecto porque en este arte no hay un trozo de arcilla moldeable o un papel blanco en espera de tu pluma. En este arte, un día cualquiera, puede que a las 5 de la tarde, salta al ruedo un toro imprevisible y en el interior del artífice tiene que brotar la inspiración. ¡Qué complicada coincidencia! Puede que el hijo de Manzanares supere a don Antonio con la muleta en la izquierda y con la espada. Es posible que el de Ronda alcanzara mayor altura con el capote, la derecha y en el barroquismo de sus sentimientos. Pero ya es atrevimiento el apuntar esta confrontación. Individualmente, cada cual puede tener entronizado a su ídolo y, sin embargo, nadie ha visto a todos los toreros de esta Historia para asegurar cuál es el mejor. Repito, sí, que mejor aficionado es el que tiene más amplio espectro torero dentro de su caletre. Yo, querido José Antonio, me quedaría con los dos y algunos cuantos más de hoy, ayer y “antiayer”. Lo que me asombra es la profusión de criticones que aseguran que lo del joven Dols sea pura filfa y que en Sevilla se haya cambiado el dorado albero por arena de río para las talochas o fratás, herramientas que utiliza el gremio de los albañiles.
Voy de sorpresa en sorpresa porque me he descuidado un poco y no hago lo que decía Julio Aparicio un día por la Gran Vía madrileña cuando un amigo le preguntó si había leído a Antonio D. Olano: “No – contestó con su acredita adustez – Yo me cuido mucho”. He leído como se elogia la categoría crítica de Cañabate y su opinión sobre este aspecto: “Escribir es muy serio y la independencia para contar lo que cada cual entiende por verdad exige muchas renuncias y no poca soledad”. Pero Cañabate no era un eminente crítico; sí, un agudo costumbrista que se amparó en la crítica para mejorar su supervivencia. Pero mucho peor es lo que Diego Martínez le dice a Castella: “El aficionado espera de usted torear toros de plaza de primera, no inválidos sin trapío a los que usted mantiene en el ruedo subiendo los capotes”. ¡Subiendo los capotes! Y finaliza así la crónica: “… de los otros dos presuntos toreros…”. Lamentable. Malos vientos soplan por el sur de España. Una curiosidad sevillana: Juan José Padilla, que se juntó con Manzanares y Talavante la tarde gloriosa del hijo de su padre, le brindó un toro a Adriana Eslava, hija del matador de toros colombiano Pepe Cáceres (José Humberto Eslava Cáceres) en agradecimiento al acertado diseño del parche de su ojo izquierdo. ¡Cáspita! – exclamaría mi amigo el actor de cine y teatro  Joaquín Roa, pamplonés y universal porque estuvo en los repartos más brillantes de nuestro cine: “Viridiana”, “Bienvenido, mister Marshall” o “Marcelino, Pan y Vino”.
¿Y por el norte?  Vientos, tormentas e incertidumbres. Todavía no sabemos por Las Cinco Villas si este año podremos sembrar maíz y arroz, cultivos que necesitan el agua que no está en los menguados pantanos de la zona. A los políticos se les hinchan las venas cuando hablan de los logros del Estatuto de Aragón y llevamos treinta años para recrecer Yesa y guardar el agua cuando llueve y ahí seguimos con pancartas y manifestaciones y sin rematar unas obras y sin empezar otras. Royo Villanova, don Antonio, decía que los aragoneses solo servían para subsecretarios y banderilleros. Hay excepciones. Y ha sido una excepción el que en la corrida-concurso de ganaderías de la menguada iniciación de la temporada taurina de Zaragoza hayamos asistido a un acontecimiento impar entre  los diversos aconteceres mundanos de estos días. Y es acontecimiento e impar pese a que solo uno de los toros de los lidiados en este festejo resultara sobresaliente. El  primer toro, “Fragata”, sustituto del anunciado de Felipe Bartolomé, fue un cárdeno de Ganadería  Ana Romero, de Jerez de la Frontera y santacolomeño, una bola, tocadito arriba y fino de extremidades, que se dejó picar aunque tardeó a la cuarta entrada al caballo y al que Ferrera toreó rectificando siempre, más confiado por el izquierdo, y lo mató de una estocada alargando el brazo que produjo vómito; un segundo, “Joquín”,  de Juan Luis Fraile, bien hecho, agalgado y veleto, mal picado en las dos primeras entradas y mejorando en las siguientes aunque claudicó en la segunda, poca salsa en la muleta de Serafín Marín que mató de pinchacito, atravesada con salida por el costillar y descabello. Una hora para dos toros. El tercero, “Felpa-Grande”, de Guardiola Fantoni, con muchos quilos, alzada y astifino del izquierdo, tardeó y escarbó al ir al caballo. Sin relieve en la faena de Alberto Álvarez.  El quinto, “Jabato”, de Herederos de Osborne, sin brillo en el caballo y pastueño y soso en la muleta de Serafín Marín. Y el sexto, sustituto de un claudicante de Adelaida Rodríguez, otro de Ganaderia Ana Romero, cárdeno también, “Flor de Lis”, que se cayó al entrar al caballo, se le picó de trámite y lo remató aseado Alberto Álvarez porque el toro no humillaba.
Falta en el orden de lidia el cuarto. Punto y aparte. Se llamaba “Infeliz” e infeliz fue porque no tuvo la fortuna de encontrarse con el torero apropiado. Llevaba el hierro de “Torrestrella”, don Álvaro Domecq, padre e hijo, cumplía cinco años en este mes de abril, llevaba el número 98, tenía pelo castaño algo oscuro y veleto de cara. Fue una grata coincidencia recordar que aquí, en Zaragoza, en su Facultad de Veterinaria, don Álvaro Domecq y Díez colaboró con el profesor don Isaías Zarazaga para estudiar diversas facetas de la cría del toro bravo. Don Álvaro heredó una ganadería, pero a base de paciencia y ensayos creó una nueva vacada con el sello propio y personal de su conocimiento del toro. Un ídolo para mí. A su lado, don Baltasar, los Lozano o Cuadri. Señores que sois figuras del toreo, Manzanares,  Morante, Talavante… “El Juli” aun se acuerda alguna vez, Castella que triunfó con un “torrestrella” en Madrid, uno de los días que la presidencia le birló la salida por la puerta grande y ¿José Tomás? ¡Ah! ¿Sigue en activo? En una docena de tardes se lo llevará todo. Volvamos con “Infeliz”.
Tercio de varas: en la primera, puyazo trasero de Dionisio Grilo; en las otras tres entradas, de largo y al galope sin un mal gesto, sin la mínima distracción o protesta. En serio y con estilo de toro bravo y más toro, toro de recia estampa (Mario Cabré). Alegría en el segundo tercio del bullanguero Antonio Ferrera, que recordó a Luis Francisco Esplá en un giro con salto a lo Paulova y luego quebró al hilo de las tablas. El toro no tenía terrenos, toda la plaza era suya y el insensato de Ferrera se quitó las zapatillas antes de coger muleta y espada y brindar descalzo a la concurrencia, que un crítico dice que llenó un séptimo de plaza y otros que un tercio. Mucha diferencia, pero, a la postre, poca clientela aunque se pidiera la colaboración a la huérfana Cataluña. Se apodera la bravura del ambiente y a mí me viene a la memoria un toro de Bañuelos de hace un par de pilares que le correspondió también el extremeño nacido en Baleares. Estocada chalequera, concesión de una oreja y el trofeo al más distinguido de los lidiadores que lleva el nombre de “Pinturas” , don Antonio Labrador, y el del mejor varilarguero, premio “Fernando Moreno”,  a Dionisio Grilo, dos hermosas pilas bautismales realizadas en la Cerámica de Muel  mientras que el toro “Infeliz”, al que se le dio una póstuma vuelta al ruedo, el mayoral de la ganadería en su forzada ausencia, recibía un modesto cuadrito cuando en realidad había sido el gran protagonista de esta tarde que los buenos aficionados recordarán durante años y años. Gracias, don Álvaro, gracias, Alvarito, con perdón por el diminutivo. Orgullo de casta. 

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