Los malos augurios se disiparon, al menos desde el punto de vista ganadero. Solo un toro se ha devuelto a los corrales por partirse el cuerno por la cepa, estética y misericordia, el primero de “Martelilla”, restos de las glorias del Marqués de Domecq, toros que gazapeaban con demasiada frecuencia, pero que le gustaban a Antonio Ordóñez. Recuerdo especialmente un toro del Marqués que lidió en puntas en Salamanca Alvaro hijo y que hirió en el anca derecha al espectacular caballo de blancas crines y que respondía al nombre de “Universo”. Son esas cosas que se le quedan a uno en la memoria y que se repone con más precisión que alguna que te ocurrió ayer. El ayer que es hoy en la Feria en honor de la Virgen del Pilar y que ya ha superado el ecuador. Llevamos cinco festejos mayores y nos quedan otros tantos, incluida la corrida de rejones que cierra el ciclo. De la otra semana tenemos dos corridas que fueron más propicias para los ganaderos que para los toreros, más completa y pareja la de Cebada Gago que lidiaron los paisanos aragoneses Alberto Álvarez y Paúl Abadía “Serranito” y el debutante gaditano Pérez Mota, de buena factura artística, en la primera tarde, viernes 5 de octubre. Deseos de los del lugar y pocos logros y detalles como frutas del bosque en un helado de yogur del neófito, muy desconocido mío. Interesante, el mano a mano del sábado, día 6, porque tanto Fernando Robleño como Javier Castaño son toreros de buena técnica y predisposición, pero los dos tenían al día siguiente el compromiso de los “palha” en Madrid y ello puede que influyera en el ánimo de ambos y dejaran su compromiso frente a los de “Peñajara” de Zaragoza en manos de sus buenos subalternos, sobre todo en el cuarto toro con Tito Sandoaval haciendo la suerte de varas a dos manos, la izquierda en las bridas y en la derecha la vara, David Adalid, gustandose y gustando con los palos, Francisco Javier, en su labor de tercero, y Javier Rodríguez, en la brega y saludando con sus compañeros finalizado el tercio de banderillas del castaño “Pablado”. Pero el toro no llegó a la muleta. No estuvieron mal los diestros, pero tampoco alcanzaron el climax apetecido por los propios toreros y el público.
Y llegó el domingo y aparecieron en el redondel los cárdenos casi ensabanados, rabones y bien criados de Ana Romero, de Alcalá de los Gazules, buen nombre de pueblo, allá por donde se abastecen de albero muchas plazas de España y donde si te comes un cocido con mollete te sientes el Rey de España. De allí vinieron estos emigrantes de los “santacolomas” salmantinos de don Alipio y los sevillanos de Buendía. Solo uno negro, el primero, a tres meses de los seis años. Y a dos meses de la caducidad, el segundo. Buenos este segundo y el quinto. Excelente, el sexto, “Flameado”. Antonio Ferrera, veloz y regateante, le puso al cuarto un par al violín a modo de inyección intramuscular. Iba vestido de enfermero. Juan Bautista, con dos santos varones cornudos, pegó pases y no toreó y Antonio Gaspar “Paulita”, de Alagón, antes estación de remolacha, se quedó con el azúcar en los morros. No supo o no pudo. Le faltó, como le ha sucedido casi siempre, un pasito más. ¿Por qué creen que sus compañeros de la Escuela Taurina le bautizaron como “Paulita”? Por su buen gusto, por el pellizco del arte, por su aire de gitano elegante. A ese toro de Ana Romero, “Flameado”, había que ligarle media docena de muletazos en lugar del tercio al que llegaba Antonio Gaspar porque era bravo pero no tan atosigante como fue aquel de Bañuelos de hace unos años, al que le cortó una oreja Ferrera sin enterarse como. “Flameado” fue bravo pero sin estridencias y el de Alagón le hizo cosas de arte pero sin redondear la faena. Ilusionó a mucha gente y el primer decepcionado fue él mismo. Tenía dos orejas a su disposición y, tras tres pinchazos, tuvo que contentarse con una cálida vuelta al ruedo. El tren, cuando pasa por tu estación, hay que tomarlo aunque sean en marcha. No vale la disculpa de que toreas poco. “Paulita” sabe torear y ahí tenía la oportunidad para “jartarse”.
La corrida de “Martelilla” es la que menos me ha gustado hasta ahora. El cartel de toreros decía poco para Zaragoza. Los tres debutantes en este ruedo como matadores de toros y uno de ellos totalmente desconocido, Julio Parejo, con buena planta y pocas hechuras. Juan del Álamo le cortó una oreja al tercero, Nazaré no renovó sus éxitos en otras plazas importantes. Mutis por el foro.
Y el martes, 9 de octubre, corrida goyesca. Porque sabrán, queridos lectores, que las corridas goyescas no se inventaron en Ronda con el hijo de Cayetano o en Madrid con la otra Cayetana, la de Alba. Fue en Zaragoza, el año 1927, un año antes de que se cumpliera el centenario de la muerte de don Francisco Goya, el mejor cronista de toros de todos los tiempos. ¡Y que tengamos que aguantar estoicamente a los anti-taurinos que, frente al templo del señor Pignatelli, gritan que los toros no son cultura! En la primera ocasión goyesca se vistieron de tal guisa Rafael el Gallo, que no se encontraba muy propio con tal atuendo, Nicanor Villalta (“ti pongas como ti pongas”) y un primo de Marcial “eres el más grande”. En esta de ahora lo hicieron Curro Díaz que a mí me gusta y me interesa (en el sentido del arte de torear, se entiende) y al que correspondió el cuarto toro de Gavira, el peor de los treinta toros que llevamos vistos, Morenito de Aranda, buen torero pero sin materia prima, e Ivan Fandiño, con la yerba en la boca y procedente de Madrid para completar su buena temporada y al que correspondió el buen toro sexto. Fandiño, nacido en la vizcaína Orduña, de padre gallego y recriado en las duras tierras toreras de las castellana Guadalajara respondió a la bondad de ese “gavira”, “Carabinero”, aunque abusó de la derecha, torear a media altura, gritar demasiado (a los toros les molestan los ruidos), gesticular con la espada en los remates, completar faena con barrocos molinetes y con un pinchazo, estocada atravesada que asomaba y descabello aguantando. La oreja, concedida por el presidente, fue pedida mayoritariamente por el público. Ni un reproche, usía. El reproche para el alcalde de Fuendetodos, donde nació Goya, que se presentó en el ruedo tras sonoro aviso público vestido de gaseosero y les entregó a los diestros sendas bolsas que dicen contenían unos obsequios típicos del lugar.
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