Tengo muchos papeles, los míos y los heredados. El otro día me encontré con una copia de un contrato que se firmó el primero de agosto de 1916 entre don Manuel Martín Cruz, gerente de la Sociedad de Espectáculos Almerienses, y don Manuel Pineda y Romero, apoderado de José Gómez “Gallito”, para que el famoso diestro actuara los días 5 y 6 de septiembre de ese año en Almería, con toros de Guadalest y Antonio Flores, alternando en ambas con Juan Belmonte, en la primera con “Cochero” y en la otra con “Relampaguito”. La mayor parte del documento está compuesto e impreso en tipografía móvil y se dejan los correspondientes espacios en blanco para reflejar a mano los detalles específicos de cada contrato. Por ejemplo, se dice que la cuadrilla de José estará compuesta por dos o tres picadores, tres banderilleros y un puntillero, que cobrará 6.500 pesetas por festejo, si el matador por enfermedad o lesión en otras plazas no pudiera cumplir este contrato tiene la facultad de mandar su cuadrilla y un espada que le representará en todos sus deberes y derechos (condición que quedará sin efecto caso de que la empresa le abone 1.600 pesetas al propio José, honorarios de su cuadrilla), el diestro y su cuadrilla utilizaran para dirigirse a Almería los trenes ordinarios, si por accidente o cualquier causa de fuerza mayor no pudieran llegar a tiempo, la Empresa tendrá que abonar al espada los gastos ocasionados, lo mismo en caso de suspensión por epidemias, sucesos políticos, incendios o causas de fuerza mayor. Si la tal suspensión fuera por responsabilidades propias de la Empresa, está abonará al torero el total de sus honorarios, si se suspendiera por lluvia o mal tiempo la Empresa tendrá que oír al espada pues no contando con su asentimiento para la suspensión tendrá que abonarle el total de sus honorarios, en caso de aplazamiento se le abonaran los gastos originados. Si la corrida se suspendiera una vez iniciada se le abonaran todos sus honorarios, como sucede en nuestros días. Más obligaciones de la empresa: el piso de plaza, las barreras y burladeros, nadie entre barreras que no tenga una misión, la enfermería tendrá el personal y el material que exigía la Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos Toreros por acuerdo del 11 de octubre de 1910. No obstante, el espada José Gómez “Gallito” tiene la facultad de designar los médicos-cirujanos que hayan de estar a su inmediato servicio y al de los individuos de su cuadrilla. Los caballos, tres de primera y dos de comunidad por corrida para cada picador y las puyas serán cortantes y punzantes, afiladas en piedra vuelta y arregladas al escantillón y tope determinados por la R. O. vigente, cuidado en el manejo del ganado, el señor Martín Cruz no podrá ceder o traspasar el negocio, tendrá que abonar las multas que le impusiera la autoridad al matador y miembros de su cuadrilla, impuestos de utilidades y pólizas con arreglo a la Ley del Timbre y 50 pesetas por cada corrida a los miembros de la cuadrilla de “Gallito” como gratificación por gastos de sus útiles de lidia. Curioso.
Sin embargo falta la sorprendente clausula número 14 de este contrato que, a la vez, es como un reglamento muy particular del señor Gómez Ortega. Es esta: “El Sr. Martín Cruz queda obligado a no permitir en los días en que han de celebrarse estas corridas que en la Plaza se introduzca algún aparato para impresionar películas con destino a proyecciones cinematográficas; pero si en contra de lo que aquí se establece resultase que, por distracciones de los empleados de la Empresa o cualquier otra causa, se contraviniese esta obligación, el Sr. Martín Cruz abonará al espada José Gómez “Gallito” la suma de 5 mil pesetas por cada vez que incurra en la falta de lo que aquí queda preceptuado”.
Han pasado casi cien años y parece que fue ayer. ¿Qué hubiera hecho “Joselito” con las televisiones de hoy? Hace unas semanas, un amigo me facilitó en vídeo la película de la faena de Antonio Ordóñez a un toro de Pablo Romero en Madrid. Se me “cayó el alma a los pies”. ¿Qué torero de cualquier tiempo puede resistir el examen frío y permanente de una película o un vídeo? Mucho de lo que significa el toreo es memoria y, sí se analizan los recuerdos con esta minuciosidad, el encanto se diluye como una nube de verano. ¿Comprenden, queridos lectores, a José Tomás?
Y pasamos al otro apartado, el de las palabras eternas. El lenguaje taurino es eterno y definitorio. Don José Ignacio Wert se ha hecho popular por ser el Ministro que quiere dignificar y unificar a los estudiantes de España en lo que llaman asignaturas troncales (del tronco común, España) y que en Cataluña puedan estudiar español en la misma proporción e intensidad que el catalán. Es un derecho de todos los españoles y me extraña muchísimo que un pueblo tan práctico como el catalán se niegue a facilitar el conocimiento de una lengua que hablan más de 500 millones de habitantes del Mundo. Y aquí viene la jauría humana a comerse al señor Wert, apellido no tan español. “Cataluña se enfrenta al ministro Wert”. Y a España y los españoles. Y a los taurinos ni los nombremos. Reacciona el señor Wert y dice con la fuerza de nuestro lenguaje: “Soy como el toro bravo y me crezco al castigo”. Me gusta que los ministros empleen el lenguaje taurino y no se escondan en el burladero. Y como acato los programas que me pone mi señora y dueña en la televisión de cada día, no hace mucho, me enteré de que en “El Secreto de Puente Viejo”, el señorito Olmo ha dejado embarazada a Pía y se refiere a su marido de forma despectiva: “Roque no es más que un tábano que quiere picar a un toro bravo”. En Aragón le quitamos el acento y lo dejamos en tabano, como aquello de que “en tiempo de los apostoles había unos barbaros que se subía a los arboles y se comían a los pajaros”. Menudo pájaro, gurrión de canalera, está hecho el señorito Olmo.
Y hace un par de domingos, Pedro J. Ramírez, en su carta semanal, para describir el fiasco del señor Arturo Mas puso cuatro ejemplos de grandes desengaños, el de Ambrosio y su carabina, el del emperador romano Vitelio, el del senador Bernard T. Casey y el de Joaquín Rodríguez Ortega, más conocido por “Cagancho” y su actuación en Almagro. No me parece justo: una mala tarde la tiene cualquiera y más “Cagancho”, al que un caricaturista de los años 30 del siglo pasado retrató sin dibujar su efigie. Dos ratones en un calabozo: “Las 8 de la tarde y “Cagancho” sin venir”. ¡Cómo sería cuando estaba inspirado que a Corrochano se le ocurrió aquello de “la talla de Montañes”, a la emperatriz Soraya se le humedecieron sus fantásticos ojos una tarde en Madrid y en México lloraron a lágrima viva cuando se cerraron los ojos verdes de aquel gitano escultural! Lo siento, me gustan los toreros gitanos, los Puya, “El Cuco” y los “Gallino”, Gabriel Moreno, Faroles, “Albaicín”, los Ordóñez (lo dice Joaquín, el hijo de la bailaora María: “La sangre gitana es como el agua bendita, a poca que lleves, la que te echan se vuelve toda gitana”), Gálvez, “El Caracol”, “El Coli” que murió en Las Ventas, “Antoñete el Chungo” y el niño de la Paula, de Jérez. Al que recuerdo con especial sentimiento es a Rafael Vega de los Reyes, hermano de Curro Puya, casado con la hija de Pastora y padre y abuelo de todos los Gitanillos que en el mundo han sido. Los Vega, como aquel que se trajo a Zaragoza al niño Camino y le puso los bueyes en el yugo para que tirara p’adelante. Lo demás lo puso el de Camas. Como el otro camero que no era gitano pero que se rompía la camisa a las 4 de la madrugada cuando escuchaba a “Camarón”. Por cierto que, por conducto de Gonzalito, Curro Romero me pidió que le hiciera una entrevista al de la Isla. Fue la primera que se le hizo cuando fue a Madrid a Torres Bermejas.
Prefiero hablar antes de estas cosas que de lo que cuentan los cronistas de hoy de los líos contractuales, de los pliegos de arrendamiento, lecciones prácticas, escuelas taurinas o del número de matadores en activo que había el año pasado: 756. Y me temo que, pese a algunas retiradas, la lista ha aumentado en el 2012. ¿Y la lista de ganaderos? Lo difícil es que unos y otros vivan del toro. Y la fiesta se mueve y vive por lo que crían los unos y los que los torean. Lo demás, músicas celestiales. En 1980 estaba yo en la Plaza de Toros de don Ramón Pignatelli de Zaragoza. Ya no existía la misericordia, luego vino la gestión interesada y, por capricho de un diputado del PSOE, la gestión directa. Creo que de esta etapa todavía no se han aclarado las cuentas. Dicen que el pueblo que no se sabe su historia está condenado a vivirla otra vez. ¡Ojo al parche!- que diría J.J. Padilla.
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