Nueva velada taurina. Esta vez en los alrededores de Zaragoza, río Gállego arriba, después de pasar Santa Isabel y Montañana, donde supervive la bar “El Castoreño” que inauguró hace años el más polifacético de los toreros aragoneses, Fernando Moreno, que fue novillero, rejoneador en bicicleta disfrazado de orangután, banderillero y picador, hasta llegar a Peñaflor que tiene una peña taurina con más de trescientos socios presidida por Armando Sancho, aficionado de hueso colorado que ha resucitado el hierro de Ripamilán y que mantiene vivo el palpitar de la afición taurina en este rincón aragonés. El entregó el micrófono a Angel Solís para que ejerciera de presentador de los premiados en este año de 2012 y de animador del coloquio que se mantuvo entre estos y el público asistente que llenó la biblioteca del Centro Cívico peñaflorense. El de la mejor corrida fue para la de Ana Romero (Santa Coloma); la mejor novillada, a la de Adelaida Rodríguez (Lisardo, línea Murube); conservación de una casta, a los herederos de Juan Luis Fraile (Graciliano); mejor faena de la Feria del Pilar, a Antonio Gaspar “Paulita”; mejor afición; a “Tauronaria”, un grupo de la Facultad de Veterinaria de Zaragoza; labor de comunicación, a mi persona (por viejo y en pugna con el mejor, Ignacio A. Vara “Barquerito”) y menciones especiales para el toro “Infeliz” de “Torrestrella” (Don Álvaro y la fuerza del sino taurino), para el picador Tito Sandoval por toda su temporada y en especial en Zaragoza y para Maria Pilar Zalaya, entusiasta colaboradora de la promoción taurina.
Hubo amplia discusión y, ¡milagro!, sin citar ni a Padilla ni a José Tomás. En mi parlamento cité a don Enrique Aguinaga y su pasión por la Teología (es más viejo que yo y sólo quiere hablar de Dios y con Dios, cosa que también me preocupa a mí porque espero que Dios sepa de toros gracias a Goya y Picasso, pecadores pero buenos conocedores de la Tauromaquia y dignos del perdón divino) de mi actividad en este mundo primero como espectador, después como periodista (mi premio llevaba el nombre de Alberto Maestro, al que dediqué un recuerdo especial por su apoyo en tiempos difíciles, a su hija Laura y a las aragonesas que formaron un grupo estupendo, con Susana la de Alcorisa, la hija de Sesma e Isabel Sauco, de Pinseque, Gallur, Ejea y Tauste, en donde se encontró con la alegría), empresario, apoderado, comisario de exposiciones y responsable de la Plaza de Toros de Zaragoza como técnico de la Diputación Provincial. Más de setenta años en este mundo. Y, gracias a Dios, mantengo la mente libre y activa. Y vivo, por ahora. Que sea por muchos años y que me entere.
Esta es la cara de mi moneda de hoy. La cruz es el título: el feísmo. Recuerdo una película de hace muchos años que el protagonista se pasaba el rato llamando feo a todo lo que no le gustaba. Me agradaría tener el valor y la osadía de hacer lo mismo en muchas de las circunstancias que me toca vivir y, principalmente, cuando viajo en autobús y veo a los jóvenes con hierros en la cara, anillas en la nariz o las orejas, en camiseta y con tatuajes invasivos en el pecho y los brazos, cortes de pelo como pequeños jardines, extensiones y colores, colocando los pies en el asiento de enfrente, haciendo pompas de chicle o grabando letras en los cristales de las ventanas. Vestuarios y calzados barrocos o de la calabaza. Feos, feos, feos. En la pintura, Tapies, Miralles, Saura o Miró. ¿Qué quedará de ellos dentro de un siglo? Lo que queda del “Tiroriro”, “Rascayú” cuando mueras que harás tú, “La Vaca Lechera” merengada, “Chiquilicuatre”, Lady Gaga y Mick Jagger. De Barceló y su perro-toro salchicha que está en la Real Maestranza de Sevilla y que creo que costó diez millones de pesetas, la cúpula de Bruselas o la catedral de Palma de Mallorca, y los toreros gordos de Botero.
Ya en los toros, hay muchas cosas feas. De momento, algunos vestidos de torear. En principio, todos los catafalcos de F. F. Román. ¿Qué hace un torero vestido de catafalco? Los que le diseñó Alberti a Luis Miguel en su reaparición, copiados por J.J. Padilla antes del suceso zaragozano, los butanos, amarillos o apastelados, los de falsos chalecos, el que no se pone faja, enseña los tirantes o se descalza sin motivo. Hay que ser torero y parecerlo. Eso lo repetía Rafael Guerra y lo practicaba. Una vez fue a la plaza de toros de Córdoba a ver a un novillero que había recomendado y, al llegar al patio de cuadrillas, le preguntó a su acompañante cuál de ellos era. Se lo señaló el interpelado y lo contestó “Guerrita”: “Vámonos pa casa”. Luego el susodicho diestro llegó a tomar la alternativa y se hizo rico con una taberna en los alrededores de la Plaza Mayor de Madrid, en la que había una cabeza de toro con esta leyenda: “Este toro lo mató Félix Colomo no sabemos cómo”.
No me gustan los capotes almidonados, recortados y con la esclavina bordada con las iniciales del dueño, las largas cambiadas “a porta gayola”, las navarras, las carreras y los saltos en banderillas, levantar los palos hasta el cogote, el par al violín y que no se prodiguen los “de poder a poder” o al sesgo, ni los puyazos traseros, la suerte “de la fregona”, el peto actual, “la carioca” y no darle el pecho al toro (se entiende, el pecho del caballo), que varios banderilleros sujeten al toro en un burladero al salir los caballos al ruedo, se deje al toro en el peto y no se haga el quite verdadero, se ponga la montera bocabajo para regocijo de algunos espectadores, se inicien las faenas de muleta sin tener en cuenta al toro, las muletas grandes con estoquilladores enormes, el torear en uve, el retrasar la pierna de salida, agacharse o curvar la figura. Me gusta la naturalidad. No hace muchos años, los principiantes solían codillear y se consideraba como un defecto porque no vaciaban la embestida del toro. Ahora, como la arruga, el codilleo es bello. Belleza es condición indispensable para considerar al toreo como arte. Pero para alcanzar la Gloria, a los tendidos tiene que llegar la emoción. Eso solo se consigue con el toro. Con el toro, el caballo y el torero que lo sean y lo pareacan.
Enemigo del peto actual y de los Reglamentos. Yo los suprimiría y los dejaría reducidos a un solo artículo: que se cumpla lo que se anuncia en los carteles. Luego el público decidirá; si le gusta lo contemplado premiará al torero y volverá la próxima vez y hasta puede que salte al ruedo para sacar a hombros al triunfador. Ahora hay un equipo de hombres-taxi con camisetas de propaganda que suelen salir en los espacios publicitarios más que los toreros. No me gusta que se coman pipas en los tendidos o se beban “gintonics” sin medida y no se pare en el asiento, se pida música con palmas de tango o se le mande parar cuando se coge la espada. ¿Le ha preguntado alguien al toro si moriría más feliz escuchando un pasodoble. El de “Er Chi-Chi” no, desde luego. Se tocó en la pasada Feria del Pilar, esa que se anunció con un cartel de un buen pintor, Moreda, pero feo sobre todo desde el punto de vista técnico-taurino, un torero de verde ejecutando un pase de muleta encogido de hombros y con la cabeza escondida se supone que para que se viera la silueta del Pilar. Entre los toreros se dan muchas clases de estéticas, de bellezas. Yo prefiero a los góticos y meto en esta clasificación a Lagartijo, a Rafael el Gallo, a Pepe Luis, Curro Romero y Morante. Románicos como Frascueelo, Joselito, Marcial, Armillita o Luis Miguel. Barrocos como “Paquirro”, Gaona, “Cagancho” y Paula. Churriguerescos como “Cúchares”o “El Cordobés”. Y Antonio Bienvenida y Domingo Ortega, dos herrerianos de muy distinta construcción pero ambos basados en la naturalidad. La lista es mucho más extensa y variada, pero se me permitirá, en mi particular estética, que cite una entrevista reciente hecha en Sevilla a Pepe Luis I, Pepe Luis II y a José Luis Vázquez, hijo de Manolo y nieto del primer Pepe Luis, que al año que viene iniciará su oposición para que se le conozca como Pepe Luis III. Y Pepe Luis Vázquez, a sus 91 años, recuerda a tres toreros, el senequista “Manolete”, el gótico casi románico Manolo González y el flamígero Pepín Martín Vázquez. ¡Cuanta belleza! Hay que desterrar el feísmo, puede ser la solución.
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