lunes, 25 de febrero de 2013

QUÉ MIEDO



Me gusta recordar a mis amigos. José Marí Recondo era amigo mío y no sé por qué lo recuerdo cuando, casi a diario, veo en la televisión los desfiles de modelos. Y hace tiempo que comprendí que no era por los leves trazos de la lencería lucida por mujeres bellísimas, esculturales, a imagen y semejanza de Josefina Baker, Noemi Campbell en versión moderna, y levemente disimuladas por transparencias de sedas o encajes pero sin tiempo para mayores fantasías. Un día me sorprendí a mi mismo con la lógica explicación: “Belmontito de Donostia” había prometido morirse sin asistir a una corrida de rejones y yo me juro a mi mismo que en mi vida asistiré a un desfile de modelos. ¿Para qué sirve un desfile de modelos?
Y de sorpresa en sorpresa, me encontré el pasado 21 de febrero con una carta de de don Javier Guajardo al director de ABC en la que, en cuatro palabras, desmontaba la campaña en contra de las corridas de toros por parte de los ecologistas verdes y abortistas. Si tanto protegen la naturaleza, a los animales y sus especies ¿cómo pueden pedir la supresión de las corridas que son la garantía de la supervivencia del toro bravo? Donde se dejaron de correr toros desaparecieron los herederos del uro. Y en el otro aspecto, en el del dolor del toro en su lidia, el señor Guajardo, que no sé si tiene algo que ver con las Termas de Alhama de Aragón, preguntaba a los abortistas por el sufrimiento del feto. Al toro de lidia se le alarga la vida más allá de la que gozan sus hermanos cárnicos y nada digamos de su placentero disfrute en la libertad de las grandes dehesas. Ni citaba a Teseo,  Goya, García Lorca u Ortega y Gasset. Solo a la realidad indiscutible de la existencia o no existencia de un animal tan impar como el toro bravo, tan digno de supervivencia como el lince o el águila imperial.
 Otra sorpresa: el otro día, por aquello de los “Goyas” de los premios del cine, me enteré en  el suplemento de El Mundo que una mayoría de expertos del Museo del Prado, en caso de incendio, salvarían de la quema de la pinacoteca nacional entre los cuadros del titular de esos premios  el que ni siquiera se ponen de acuerdo los expertos en ponerle título. Unos le llaman “El Perro”, otros “Perro” o”Cabeza de Perro” y, los más, “El  Perro Semihundido”, se supone que en el agua, o “Seminenterrado”, parece que en arena. Es lo que me pasa a mí cuando me encierro en el granero donde guardo mis papeles taurinos. Me hundo o entierro, me pierdo entre muros de papel y libros que pesan como piedras, fotos, dibujos y baratijas. Es el gran saco de mis recuerdos que todas las semanas me propongo ordenar. En ese intento me encontré con unas páginas de la revista “La Actualidad Española” del 15 de junio de 1975, en las que José Luis Quintanilla firmaba un reportaje que titulaba “Por qué tenemos miedo”  y en el que respondían  a la pregunta Curro Romero y Rafael de Paula, que habían toreado mano a mano en la feria de San Isidro de aquel año sin más consecuencias y que dos días después, el 18 de mayo de ese mismo año, en Barcelona, Paula se negó a matar un toro y fue propuesto para una sanción severa: la inhabilitación por seis meses, se supone que en la provincia de Barcelona, no en toda España. Años antes, el 25 de mayo de 1967, Curro Romero, en Las Ventas, se negó a matar un sobrero de “Cortijoliva” que salió al ruedo en quinto lugar en una corrida de Higueros en la que Rafael Ortega cortó las dos orejas del primero y una del sexto Sánchez Bejerano, éxitos que se esfumaron en el olvido mientras que a Romero se lo llevaban a la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol y García Candau se disfrazaba de camarero del bar Correos y  llevaba la cena al de Camas a la mazmorra y le hacía una jugosa entrevista. Noche de inquietudes, pero, al día siguiente, Curro salió de los calabozos, se vistió de torero para hacer el paseíllo en la Monumental madrileña y lidiar seis toros de Benítez Cubero con Diego Puerta y Paco Camino, sendas orejas para Diego y Curro en sus toros y dos orejas para Paco en el tercero y la salida a hombros de los tres sevillanos por la puerta grande. El gran contraste. Como años antes sucedió con la corrida de “El salario del miedo” en la que actuaron Pepe Luis, Antonio Bienvenida y Julio Aparicio. En recuerdo de otros tiempos citaré lo ocurrido en Valencia en los años 30 con Domingo Ortega y Victoriano de la Serna. Un gran éxito del de Borox y el doctor de la Serna que le dijo al triunfador “Paleto, no te hagas ilusiones; mañana los periódicos hablaran sólo de mí”. Salió el sexto toro, Victoriano se sentó en el estribo y allí esperó a que le tocaran los tres avisos. Cosas que pasan en este espectáculo tan impredecible como es la corrida de toros.
José Luis Quintanilla, que iba a los toros con Jesús Bernal, gran ilustrador, redactor jefe de “La Actualidad Española” y con carteles premiados para la Beneficencia madrileña, comienza su relato en busca del miedo con una anécdota de Juan Belmonte y Rafael el Gallo en su tertulia sevillana. Asegura Quintanilla que Juan le repetía a Rafael lo de sus espantadas y el miedo que las provocaba. El gitano de los Gallo lo explicó con un supuesto muy humano: una madre va con su hijo en brazos y de pronto alguien grita ¡Fuego! La mujer sale corriendo agarrando fuertemente a su hijo. En las mismas circunstancias alguien advierte la presencia de un toro bravo; la mujer suelta al niño y huye alocadamente. Ese es el miedo al toro.
Paula fijaba más esa sensación en su desconfianza física, en la limitación de movimientos, la impotencia y sostenía la teoría de que a él no le cogían “los toros con intenciones asesinas”. “Sí, de acuerdo. Soy gitano y tengo miedo. Pero no tengo más miedo que cualquier torero payo”. Es muy difícil definir el miedo y calibrar su intensidad. El miedo nace en la inteligencia, en el saber. El valor es la superación del miedo a pesar de esa inteligencia. Muchos toreros han superado los momentos difíciles en base a su técnica,  aunque en el caso de Paula y en el de Romero, en este menos, el oficio sea un mero supuesto, sobre todo en el momento cumbre de la estocada. Los escándalos han sido parejos, pero el de Camas era más hábil en la resolución de los conflictos aunque las furias desatadas fueran muy similares.
Curro Romero aseguraba que “toreando a mi gusto me he quedado sordo” y que los toros que mejor recuerdo le habían dejado en su vida era uno de Galache en San Sebastián y otro de Juan Pedro en Granada. Su ideal era torear en Sevilla porque se escucha torear, a las cinco de la tarde, un toro del Conde de la Corte y Manolo Caracol  en el tendido cantando “seguiriyas”. Es posible que, años después, hubiera preferido a “Camarón”. “El  miedo desaparece cuando estás toreando a gusto”. No confundir el genio con la bravura”. “El toreo es arte y requiere inspiración”. Lo difícil es que coincidan todos los elementos y surja el prodigio fugaz y resplandeciente, privilegio de unos pocos. Por eso perduran Curro y Paula, dos perchas literarias, como decía Bergamín y repetía Manolo Cano, apoderado que fue del camero y gran escuchador taurino.
Yo soy “romerista”, lo de “currista” me suena peyorativo, conocí al hombre en una cafetería de Madrid en la calle Marqués de Valdeiglesias, una de las primeras del grupo “California”, y lo vi por primera vez en una novillada en Alicante (¿1956?), en la que también actuó Victoriano Valencia, más joven que yo en las biografías pero porque se quita años. En la nueva revista de 6 TOROS 6, en la que se nota la mano más taurina de José Luis Ramón, Victoriano confiesa que sus toreros preferidos fueron Antonio Ordóñez, a pesar de sus agudas  polémicas profesionales,  y Antonio Bienvenida, por  su naturalidad. Parece que en estos tiempos se busca lo complicado, lo barroco. En julio de 1982, el mejor cronista de toros de muchos tiempos, Ignacio Álvarez Vara, en Cambio 16 publicó un artículo que titulaba  “Mi Curro ya no es mi Curro” en la que se refería a una corrida celebrada en Madrid el 26 de mayo de ese mismo año con tres toros de Núñez Hnos. y sendos de Juan Pedro, José Luis Osborne y Sepúlveda y la grata compañía de Paula y Pepe Luis Vázquez hijo. En el cuarto toro de Núñez se armó el escándalo y Curro se mantuvo al margen excepto cuando se cambió el tercio de varas y le pidió a su picador Diego Mazo que prolongara el castigo. Cuando el picador se iba de la plaza le tiraron botes de cerveza mientras el ruedo se cubría de toda clase de objetos, incluidas las contundentes almohadillas venteras, rollos de papel higiénico y orinales que en Andalucía llaman escupideras. Malas lenguas aseguraban que los rollos y los orinales los vendía el propio Gonzalo Sánchez, el famoso “Gonzalito”, mozo de espadas y buen intérprete del fandango de Huelva. Es posible porque resulta difícil creer que alguien vaya a los toros con los rollos y los orinales debajo del brazo y que, tras la bronca, algunos exigieran la devolución del recipiente mingitorio arrojado. Al final de la corrida, Curro aguantó impertérrito la amenazante lluvia de objetos y abucheos, gritos e insultos, pero al llegar, al patio de caballos, unos quinientos exaltados querían tomarse la justicia por su mano. El torero se refugió en un despacho de la entrada a chiqueros, una hora y media después de terminada la corrida, le trajeron ropa para cambiarse y le llevaron hasta el patio del desolladero y de allí salió en coche hacia su casa para marchar a Nimes, en donde actuaba al día siguiente.
Los juicios de los críticos de entonces fueron de lo más despiadados, incluso el de Juan Posada pese a su condición de matador de toros: “No, eso no es el toreo”. Alfonso Navalón: “Una cobardía sin límites como torero inepto”. Vicente Zabala:”El número de la inhibición”. Joaquín Vidal: “Franciso Romero, alias “El Curro”, fue declarado reo de lesa traición a la fiesta del plebiscito”. Zabala y Vidal eran “curristas” y hasta el prudente José Antonio Donaire le apodó “Curro Camelo”. Pero hubo un apunte irónico por parte de Jorge Laverón: “Que en esta feria de pegapases salga un torero como Curro que no pega ni uno solo, me parece admirable: un oasis en medio de tanta vulgaridad”.
El caso es que Romero se mantuvo ocho años más en activo, hasta el 22 de octubre del año 2000, fin del siglo XX, después de más de cuarenta años de actividad y alrededor de 900 corridas. No era hombre de torear todas las tardes. “Eso no es torear; eso es trabajar”. La despedida tuvo lugar, tras la fallida Feria de San Miguel, en La Algaba, en un festival mano a mano con Morante de la Puebla, torero más completo que Curro y Paula, puede que menos genial. Los dos, el de La Puebla y el de Camas, habían tenido sus diferencias con el hijo de Canorea, Eduardo, y Romero se malició que las cosas no iban a marchar como con el reciente difunto Diodoro y sin Sevilla, pese al fervor no evaporado de los madrileños por escándalos e ignorancias, el porvenir se predecía nublo del todo. No fue el miedo, no.
Aquel mismo año 2000, el 18 de diciembre, en Salamanca, José Tomás se negó a matar al segundo toro de Pedro y Verónica Gutiérrez, y al año siguiente, en Madrid, el 1 de junio, oyó los tres avisos en el quinto toro de Adolfo Martín. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Hablo de toreros porque desde Zaragoza no puedo hablar de otra cosa. Estamos en el limbo empresarial.

BENJAMÍN BENTURA REMACHA          

martes, 5 de febrero de 2013

SOBREROS Y PRESERVATIVOS

Hace muchos años leí que esta España nuestra era fiel reflejo de la Tauromaquia. O al revés. Creo que fue Ortega y Gasset el que lo decía y me parece buen aval porque don José era un hombre muchas veces ausente para pensar. Con cincuenta años de retraso llega a nuestra política el tema de los sobres cuando en el toro eran de tráfico continuo hace décadas. Yo tenía conciencia del tema y, para intentar remediarlo, no se me ocurrió mayor osadía que fundar una revista en tiempos en los que “Digame”, la Iglesia, y “El Ruedo”, el Movimiento, no querían más competencia. Jiménez Quílez, Director General de Prensa por aquel entonces y socio de mi padre en la fundación de la revista “Meridiano”, trato de convencerme de la inutilidad del reto y me aconsejó que siguiera por otros caminos mi afán periodístico. Insistí: quería escribir de toros y mis esporádicas colaboraciones en “El Ruedo” se iban espaciando cada vez más porque había que hacerle hueco a periodistas maduros y prestigiosos como, buen ejemplo, Antonio Abad Ojuel, que se encargó de cubrir la crítica de los festejos de Carabanchel, la que yo hacía desde el principio de mis colaboraciones con la mejor y más gráfica revista taurina fundada por Manuel Fernández Cuesta. No encontraba otro medio de comunicación, me lié la manta en la cabeza y fundé “Fiesta Española” en 1961, cuando todavía no había cumplido mis 30 años y con la idea fija de combatir el sobre que, después del sorteo, repartían los mozos de espadas entre los representantes de los medios de comunicación escritos o hablados, de España y América. A los receptores se les llamaba “sobreros” o “sobrecogedores” y, como es natural, nadie firmaba su recibo porque no sabían la cantidad de pesetas que contenían los “ansiados” sobrecillos. Hubo alguno que, al comprobarla, se la devolvió al mozo de espadas con un rotundo “este no es mi dinero”. Es célebre la respuesta de un torero que alguien identificó con Pepe Luis: “Tiene razón, es el mío”. Y se lo guardo en el bolsillo de su chaqueta.

Después de una larga campaña, a mi padre, “Barico”, se le ocurrió escribir un artículo en FIESTA en el que justificaba la postura de los que cogían el sobre. La culpa era de las empresas periodísticas que exigían un precio por el espacio taurino. Una anécdota de Paco Camino en la recepción de “Los Populares de “Pueblo”” vino a corroborar lo que se comentaba en todos los ambientes taurinos: escribir o hablar de toros costaba dinero a los pobrecicos escribidores o habladores. Los grandes tenían sus conciertos anuales y sólo algunos privilegiados recibían los correspondientes salarios por su trabajo. El artículo causó su impacto y hubo un comentarista que hacía crónicas como actas notariales que se dio de baja en su suscripción de “Fiesta Española”. Era doloroso el asunto, pero, al menos, entonces, salvo “La Vanguardia Española” que únicamente publicaba las crónicas de las corridas de Barcelona, en todos los medios nacionales se podían leer o escuchar noticias u opiniones taurinas. Pasados los años, hoy, el tema, sin sobres, ha desaparecido de todo el ámbito nacional y sólo se habla de los toreros en caso de cornada, divorcio, accidente, desfile de moda o visita de la Benemérita para confiscarle al diestro alguna jirafa disecada. A veces pienso que sería mejor volver a la época del sobre porque, en estos momentos, casi nadie vive de escribir de toros.

Puesto a pensar, he llegado a la extraña conclusión de que algo de culpa de la decadencia de nuestra fiesta la tiene el doctor Fleming puesto que su descubrimiento aminoró el sufrimiento de los toreros lesionados que temían casi más a las curas de sus heridas que a la propia cornada. ¿Cuántas cornadas no han sido mortales gracias a la penicilina? La de Aguascalientes, por ejemplo, con el canto correspondiente a José Tomás por su regreso inminente a esa plaza. Yo recuerdo la cornada en el vientre que sufrió Antonio Bienvenida en Barcelona al ejecutar el pase cambiado a muleta plegada. Cuando reapareció en la Ciudad Condal volvió al mismo sitio para intentar otra vez idéntico muletazo. Esa emoción es imprescindible para la fiesta y la garantía del avance quirúrgico o farmacológico no debe menoscabar la importancia del riesgo de ser torero.

Otro tema de rabiosa y multiplicada actualidad es el del derrumbamiento de la proyectada cubierta de Las Ventas y el placer manifestado por algunos ante semejante desastre. ¿Es perjudicial para la propia fiesta que los cosos taurinos se puedan dedicar en cualquier estación del año a otros menesteres que produzcan beneficios a sus propietarios? Recuerdo los años en que iba a la plaza a ver luchar a Lambán contra Brossatti, a oír a cantantes multitudinarios como Serrat y su “Cristo de los Gitanos”, contemplar el baloncesto de la “Demencia” en Carabanchel, o competiciones de tenis o fútbol sala, kermes o vetustas mojigangas. No pasa nada. No se esfuman los perfumes de toro bravo y más toro. Vuelven el toro y el torero y vuelve la magia. Tengo como en nebulosa el recuerdo de que en Nimes se colocaba una cubierta hinchable en el difícil e irregular Coliseo Romano y se celebraban novilladas con una capacidad para seis mil espectadores, pero la primera gran cubierta sobre un edificio antiguo fue la de Zaragoza. Me interesa aclarar cuanto antes que, siendo verdad lo que González Abad dice en el suplemento de Aragón de ABC, no es toda la verdad. Ni siquiera la más importante. Vicente Zabala apoyó la cubierta mientras que M.M. (El Fenicio) la calificaba de preservativo, que en su primera acepción quiere decir que tiene virtud o eficacia de preservar, si bien algunos a lo del cubrimiento le llamaban cubrición y entonces sería lógico acatar la segunda acepción en la que se afirma que el preservativo es la funda elástica que evita la fecundación o el contagio de enfermedades conocidas por vergonzantes. Es cierto. Arturo Beltrán le echó valor y osadía a la costosa empresa, pero el primer impulso vino de Madrid y por parte del arquitecto cubano Bernardo Díez, excombatiente de la Bahía de Cochinos, aspirante a las glorias taurinas en su amistad con Manuel Benítez y autor de la primera maqueta para cubrir la plaza de Zaragoza. Me llamó a Madrid para que contemplara su proyecto y se lo diera a conocer a la Diputación de Zaragoza, propietaria de la plaza, y a Arturo Beltrán, a la sazón empresario del coso de don Ramón Pignatelli. Era una cubierta de madera con grandes ventanales que armonizaba con el viejo edificio en periodo de recuperación por los largos años de abandono desde que la plaza fue ampliada al rebufo del enfrentamiento de la pareja Herrerín y Ballesteros, los dos novilleros y ambos fallecidos antes de la inauguración del coso con su preciosa fachada neomudéjar, obra del arquitecto Félix Navarro. Yo entré como funcionario en la Diputación en 1979 y mi cometido como jefe del servicio de la Plaza de Toros fue impulsar la recuperación de la fachada que desde 1918 no se había saneado. Paso a paso se siguieron nuevas tareas de restauración que se prolongaron hasta tiempos recientes y lograron que el vetusto edificio se convirtiera en uno de los más bellos coliseos dedicados a la fiesta de los toros en España. Pasillos, tendidos, cuadras, servicios, corrales, enfermería, casa del conserje y del corralero, desolladero, capilla, taquillas, verjas en los soportales sucios y promiscuos, supresión de los anuncios en las barandillas de gradas y andanadas y cambio del paseíllo para que los picadores no tuvieran que salir a la calle para incorporarse al desfile. Todo eso lo he viví directamente en los diecisiete años en los que estuve en la Corporación Provincial como técnico superior y asesorando a dos grandes personas y, al final, amigos, Ángel Esteban Enguita y Eduardo Aguirre, diputados delegados del coso de Pignatelli ya desaparecidos. Me correspondían otros edificios como Veruela, Palacio de Sástago o Cerámica de Muel, pero comprenderá quien me conozca que mi ojo derecho era la Plaza de Toros. Nada digo ahora de los problemas de funcionamiento de la Plaza y de sus arrendamientos, cuestión que se inició harto dificultosa y en la que hubo que superar situaciones extremas.

Pero estaba en Madrid con el arquitecto Bernardo Díaz y su maqueta de madera. Vino a Zaragoza se la presentó a Arturo Beltrán, este convocó con La Diputación Provincial un concurso de maquetas y, al final, se aprobó la que en apariencia era una rueda de bicicleta gigantesca en la que tenían que participar ingenieros alemanes de Munich y arquitectos de la Diputación. Fundamental el arquitecto José María Valero que reforzó la obra de 1918 y rodeó el edificio de una corona de hierro rellena de hormigón, donde iban los anclajes del mecano de sirgas y soportes que fijaban la parte permanente de la cubierta y hacía posible la apertura y cierre de la parte central. No hubo que subsanar nada porque cuando se dio una corrida en la que actuaba Raúl Zorita y se inundó el ruedo, todavía no estaba instalado el sistema de desagüe de la amplia cubierta de teflón que recogía toda la lluvia de la parte fija ni rematada la parte móvil del invento. Varios arquitectos colaboraron en la transformación de la plaza desde Regino Borovio a Javier Navarro y Miguel Ángel Navarro, nieto del autor de la reforma del 16 al 18 del siglo XX, si bien en el asunto de la cubierta el que más intervino fue José María Valero, un especialista de la restauración con obras tan destacadas como el Palacio de Sástago, el Casino Mercantil, ambos en Zaragoza, y la Fonda de la Dolores en Calatayud y de modernas estructuras como la estación de Delicias de la capital aragonesa y, ante todo, coleccionista de tranvías en su dimensión natural, máquinas y vagones de tren. Valero se la jugó en la preparación del soporte para la obra de ingeniería de los alemanes de Munich y, pese a problemas y dificultades, triunfó. Otras muchas gentes, políticos, técnicos y obreros colaboraron en la realización total del ambicioso proyecto, incluidos los asuntos financieros de su costo y todo ello amparado por el buen juicio de Vicente Zabala, al que, tras su trágico destino, se le colmó de honores y ofrendas fomentadas por el director del “ABC verdadero”, compañero de aventuras políticas del Vicentón de los Bienvenida, que ya en su pupitre de madera grababa con su cortaplumas un “Vive le Roi Juan III” que sigue predicando el miembro de la Real Academia Española, fecundo cultivador de adjetivos y oximorones (la música callada, la nieve ardiente y el fuego helado de Las Bardenas Reales entre Ejea de los Caballeros y Tudela) cuando no le amenazan las navajas cachicuernas. Vamos, en conclusión, que pese a la placa en su memoria y reconocimiento, no fue Vicente Zabala el único que apoyó y llevó a buen fin la cubierta del coso de don Ramón Pignatelli. Hubo otras personas y más directamente implicadas y comprometidas que, hasta ahora, no han recibido el honor de su reconocimiento. A la de Zaragoza siguieron otras cubiertas, la consolidada de Pontevedra entre las positivas sobre viejos edificios, algún proyecto fallido (Jaén, creo) y otras en nuevas construcciones que no sé si, a la postre, han resultado beneficiosos para la fiesta: La Coruña, San Sebastián, Logroño, Carabanchel (otro empeño de Arturo Beltrán), Leganés… José Ortega Gómez quiso ampliar horizontes en Sevilla y fracasó en los años 20 del siglo pasado. Antes las salas cinematográficas eran amplios recintos; ahora, pequeños cuartos de estar. Y, sin embargo, se llenan los espacios monumentales para ver a un señor “pinchadiscos” y, tontamente, se produce la tragedia. En Las Ventas, en su especie de alud de plástico, solo se truncó un ilusionado proyecto. Menos mal. Puede que con el asesoramiento del arquitecto Valero no hubiera ocurrido lo mismo. Falló la base, la técnica, el cinturón de seguridad. Póngaselo si no quiere tener un disgusto o pagar una sanción.

viernes, 25 de enero de 2013

¿QUE HACEMOS CON LOS VIEJOS?

La vida de hoy es una vida “a gran velocidad”, como antes se enviaban los encargos más importantes. Para mí ha sido un trayecto largo y sinuoso plagado de muchas dificultades y de recuerdos imborrables como esa primera foto con mi madre cuando yo apenas tenía nueve meses y nos hicieron el retrato coloreado en Madrid, después de mi traslado desde Magallón, Zaragoza, en un coche “Amílcar” que tenía mi tío Félez Bentura, pintor de cierta altura artística. 1932. Todavía no se había inaugurado efectivamente la plaza de toros de Las Ventas y mi padre no había debutado como cronista de toros en las páginas de “El Debate”, aunque ya, licenciado en Filosofía y Letras, cursaba estudios de Periodismo en su Escuela, la que dirigía don Ángel Herrera Oria, luego arzobispo de Málaga. Pero, tras la guerra del 36, en septiembre de 1939, yo, con ocho años recién cumplidos, debuté en esa misma plaza de Las Ventas del Espíritu Santo en el festejo de la confirmación de Belmonte hijo y “Manolete”. Por ello, cuando vuelvo a la Monumental madrileña, avivo un poco mi memoria y pienso que soy el único superviviente presente y con conocimiento. Un viejo sin memoria es muy poca cosa y por ello estoy de acuerdo con el ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, que ha pedido a sus ancianos que “se den prisa en morir” para ahorrar al Estado gastos sanitarios. Solo falta que se construyan los hospitales al lado de los cementerios y ahorrar, además, gastos funerarios. Y el Gobierno Español se equivoca y nos prohíbe a los viejos fumar en los locales cerrados, beber alcohol, comer grasas o abusar del amor (cosa harto difícil). Yo se lo decía muchas veces a mi amigo Vicente Sola, que es un buen aficionado a los toros y propietario de un “pub” muy a la inglesa, en el que cuadrillas de señores de larga edad se jugaban su partida de poker, mus o guiñote, se tomaban su café y sus copas y se fumaban sus buenos habanos. Les han mandada a sus casas. Un cigarrillo se puede fumar a la puerta de cualquier chiringuito en cinco minutos. Un habano, amplio y de calidad, necesita de una hora en lugar cerrado y confortable. Ya lo decía Sarita Montiel y por eso continúa fumando puros. Ahora no te los puedes fumar ni en los toros o en el fútbol. Los vecinos de localidad miran al hipotético transgresor con ceño fruncido y no queda más remedio que esconder el humo, comerse el puro y apagarlo lo antes posible. Se pierde el sabor y ganan los vendedores de bebidas, con el “gintonic” como favorito aunque sea en vaso de plástico. Ha desaparecido la flor en la solapa, la separación de sexos en el tendido y la grada, la espontaneidad y la participación. Antes eran los espectadores los que sacaban a hombros a los toreros triunfadores; ahora, el de la camiseta de la Posada del Mar y el “secretario” del caballero de Estella son los que protagonizan el mayor número de portadas de las revistas taurinas. Se vivía más la fiesta y también era más misteriosa. Tenía su público y su secreto. Hace unos días, en un artículo conté que Joselito exigía a los empresarios de su tiempo que no hubiera aparatos de grabar cine en los tendidos y por cada uno que se colara el empresario le tenía que pagar al de Gelves 5.500 pesetas. Intuía el peligro de la divulgación perenne de un arte tan etéreo como es el toreo. Si el toreo se hace mesurable el encanto se difumina. Sin embargo, el propio José se equivocó en lo de hacerle la competencia a la Maestranza construyendo en Sevilla una Monumental. El toreo es tan tradicional que aguanta todas las incomodidades y el sol de justicia, las moscas pejigueras o el viento de Las Ventas. Los toros no es un espectáculo de arte y ensayo aunque hubo proyectos de corridas con Campuzano al piano, Paco de Lucía a la guitarra, la desgarrada voz de Camarón y los tamborileros de las Marismas después de que Ángel Peralta perdiera el peluquín y se cortara el pelo al cero y sus caballos le fueran a esperar a la puerta del penal.

Casi todo en el toreo es memoria. Un viejo sin memoria se puede morir que aquí poco tiene que hacer. Yo recuerdo a muchos toreros y no me atrevo a señalar al torero perfecto. ¿Lo lograría con el sabor del cartucho de pescado, el pase cambiado, los lances gitanos, el patinar del boroxiano, la espada de san Fernando, el estoiscimo cordobés o los palos del ballet de don Vito. Me faltan muchos en la relación y es que, a lo largo de mis setenta años de espectador, he visto a muchos toreros buenos, excelentes, maravillosos. Pero ¿existe o existió alguno que aguantara su examen al microscopio? Ninguno. Hubo, eso sí, coincidencias como las de Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Manolete y Arruza, Aparicio y Litri, El Tino y Pacorro en Alicante, Chamaco y dos más en la agenda de don Pedro o, en la primer tercio del siglo XX, en Zaragoza, Herrerín y Ballesteros, la Edad de Plata de los años 20 trágicos del siglo pasado, Granero, Sánchez Mejías, Marcial, los Valencia, Curro Puya, Cagancho, Domingo Ortega; Armillita, Garza y El Soldado, don Antonio, el trío de los 60, la longevidad artística del “chivato” o la visión mesiánica del cristo hidrocálido que ha descubierto que la televisión perjudica a los toreros y al toreo. Lo vulgariza. Y el torero sigue siendo un tipo de amplio interés social si recibe su castigo en forma de cornada, si se divorcia o tiene un lío con un futbolista. ¿Por qué Manuel Benítez metió en su internacional y amplísima muleta a millones de entusiastas? Yo no lo sé y, sin embargo, tengo memoria. Por eso me acuerdo de los gitanos y me sorprenden por su respeto hacia sus ancianos. El patriarca. Y mientras tenga memoria quiero tener un sitio para contar mis cosas. En los peores años de mi vida, guerra y paz, se decía que “si el trabajo es salud, ¡viva la tuberculosis!”. Paradojas del lenguaje popular. Los meteorólogos aseguran cuando llueve que “hace mal tiempo” y luego nos previenen contra la “pertinaz sequía”. Falacias de la vida. Una más: los que llevan años gobernando esto de los toros desde los puestos fundamentales de la fiesta española, la ganadería, las empresas, los medios informativos, la política, sindicatos o toreros nos advierten del poco tiempo que nos queda. Es cierto que esto mismo lo he escuchado varias veces a lo largo de mi vida y que, como el Ministro de Agricultura con los yogures, no creo en su caducidad, pero algo habrá que hacer para que los sones de la fiesta sean alegres y joviales. Así, a bote pronto, abaratar el espectáculo, impuestos, salarios, personal, asistencias técnicas y científicas, alquileres, aumentar la verdad y la emoción de la suerte de varas, valorar en el segundo tercio al que va al toro andando en lugar del velocista-violinista, la variedad con el capote, el toreo a una mano, la larga cordobesa, por ejemplo, la muleta, el tamaño de la tela y el estaquillador, adelantar la pierna de salida y no la contraria, andar sin prisas (también a caballo, al paso mejor que al trote y mucho mejor que al galope, por la afueras y no al abrigo de las tablas a base de espuelazos, que no se vea sangre en los flancos del caballo, Maese Pablo, por ejemplo).

Y, de remate, una aclaración sobre Rafael de Paula, al que no conocieron en Madrid hasta muchos años después de su alternativa en Ronda. He dicho más de una vez que se le conoce por el de la Paula por su madre y no es cierto. Se le conoce así por su padre Francisco de Paula Soto, domador de caballos del Ejército en la finca de Moratalla, en Marinaleda, donde preparaba un tiro de seis yeguas y una de pericón (suplente). “Si tengo algo de artista – asegura Rafael Soto Moreno – se lo debo a mi padre que era cochero y llevaba las riendas y la fusta de una manera especial, con elegancia lo que significa naturalidad y sencillez”. Desde su tatarabuelo, todos los Soto son Paulas, Rafael, su primo Ramón Soto Vargas que murió de cornada en Sevilla el 14 de septiembre de 1992, el cantaor de seguiriyas José de Paula y muchos de sus primos gitanos y con arte. Hablamos de Rafael de Paula porque decía Bergamín, apóstata, que tenía percha literaria. Hasta Gala lo dice: “De su toreo hay una sutil música callada”. “No soy un torero artista. Soy un torero de arte” Sutilezas, don Rafael el pierniquebrado. ¿Qué hubiera sido usted con las dos rodillas sanas? Qui sait.

martes, 15 de enero de 2013

LOS QUE MANEJAN EL TINGLADO TAURINO

Hace muchos años que murió pero lo recuerdo con entrañable cariño. Se llamaba Joaquín (F.) Roa, era pamplonés, actor característico y presente en las tablas más rancias y, entre otras muchas, en las tres películas claves del cine español: “Marcelino Pan y Vino”, “Bienvenido Mister Marshall” y “Viridiana”. Humilde, coñón y escondido en su más íntimo rincón. Abría sus redondos ojos, juntaba sus abultados labios y opinaba que todas las grandes o pequeñas actrices eran EXIMIAS. La Xirgu, la Guerrero, la Membrives, la Ruiz Moragas. Fernanda Ladrón de Guevara, Aurora Redondo, Catalina Bárcenas y hasta Isabelita Garcés, la abuela de Marisol. Y yo pensaba que una eximia actriz del teatro español tenía que hablar bien nuestro idioma. Hasta creía que don Joaquín también calificaba de eximia a Nuria Espert, de Hospitalet de Llobregat (1935), actriz de teatro, cine y ópera, rapsoda, directora de teatro y ópera, figura en la Compañía Lope de Vega que dirigía José Tamayo, intérprete del propio Lope de Vega, Calvo Sotelo, Casona, Valle Inclán, García Lorca, Zorrilla y Terenci Moix y los internacionales Shakespeare, Genet, Sartre, Arthur Miller, Bertolt Brecht y Oscar Wilde. Sabía que había estudiado en el Instituto Maragall de Barcelona, pero que en sus tiempos no existía eso tan sutil que es la inmersión (introducir una cosa en un líquido) lingüística y que una eximia tan distinguida como doña Nuria no podía decir “han habido” y repetirlo en el programa de TVE el día del cumpleaños del Rey y alternando con el engolado y “engalado” cordobés de la manchega Brazatortas, donde le regalaron un nicho para su eterno descanso. Sin prisas, desde luego, don Antonio, hijo del médico de la Electromecánica de Córdoba.

Estamos en unos tiempos difíciles en lo de los adjetivos y calificaciones. Mi paisano Ángel González Abad, no hace muchos días, en el suplemento de Aragón de ABC, ensalzaba, con mención de alguna crónica de Vicente Zabala, los años en los que fueron empresarios de Zaragoza Balañá y Manolo Chopera, en los 70 (1972 a 1975). Ya no eran don Pedro Balañá Espinós, que falleció en 1965, ni don Pablo Martínez Elizondo, que murió en Pamplona el 18 de octubre de 1968. Eran Pedrito Balañá Forts, nada que ver con su padre como empresario taurino, y Manolo Martínez Flamarique, no tan reflexivo como su progenitor pero un “animal” poderoso y luchador en el negocio de los toros, apoyado por la ecuanimidad de su hermano Jesús, que fue, con el asesinado Gregorio Ordóñez, el que luchó directamente por la construcción de la nueva plaza de toros de San Sebastián. A don Pedro y a don Pablo también los podíamos considerar como EXIMIOS o “self man”, hombres hechos a sí mismos, el catalán desde la recogida de basuras y el vasco desde el oficio de monosabio. Después … ¿quién tiene la culpa? Como Don Mendo, “el maldito Cariñena que se apoderó de mí”. Nadie. “Todos a una”, como en Fuenteovejuna. En mi, gracias a Dios, ya largo caminar siempre he vivido en crisis, empezando por el año 1939 hasta el día de hoy. Ganaderos, toreros, apoderados, empresarios, periodistas, Hacienda, el municipio, las modernas comunidadades y los espectadores. Solo se han salvado a sí mismos los “buenos” aficionados, los fetén. Esos que hace unos años se juntaban en asociaciones que pretendían gobernarlo todo, hacer carteles, vetar ganaderías, bajar los precios y mandar al paro a los toreros que no eran de su gusto, confeccionar los pliegos de condiciones, los reglamentos o las crónicas periodísticas o literarias. Los he conocido de todas las clases. Y en toda mi vida no he sabido que haya existido ni un solo torero completo. Desde Manolete y Pepe Luis a “El Cordobés” y Curro Romero, Domingo Ortega o Marcial Lalanda. Con música de su propio pasodoble, a Manolete le decían “que no mataba una rata en un retrate”, “si no sabes torear pá que te metes” o “desde que ha venido Arruza Manolete está que bufa” y para ver a Pepe Luis “había que ir en su cuadrilla”. Y se llegaba a extremos inhumanos. Lo he contado en otras ocasiones: “Los de José y Juan” agasajaron a Miura y uno de los socios de la ilustre peña le dio la enhorabuena por haber criado a “Islero” y su queja por no haberlo hecho siete años antes. En este caso, ni la muerte en el ruedo de Linares purificó la imagen del universal cordobés. Al menos, un respeto para los que cayeron. Ahora no llegamos a tanto, pero no hay torero que no se salve de la descalificación. Todos menos José Tomás, que tiene la gran fortuna de solo actuar tres tardes al año para mantener su aureola. La esencia se guarda en frasco pequeño. Hablemos de Ponce, por ejemplo. Nada, un “bluf”, les hace lo mismo a todos los toros. Casi nada y más de veinte años y más de dos mil corridas al frente del escalafón. Y no hablemos del de La Puebla, Julián el de San Antonio“que tiés padre”, Manzanares bonito o los hermanos Rivera Ordóñez, hijos, sobrinos, primos, nietos y biznietos de toreros. Y hay una veintena de ganaderías con solera y algunos empresarios solventes y … una televisión que nos ha abandonado, otra que quiere gobernarnos, una prensa que le hace más caso al voleibol que a los toros y unos escribientes que solo gustan de comentar el suceso o la anormalidad.

Pasaron don Pedrito y don Manuel el Grande, don Pedrito también era grande pero no le gustaban los toros, y llegó a Zaragoza otro Chopera, José Antonio, hijo de don Manuel, este hermano de don Pablo, que me contaba como arrastraban madera con mulas por los montes de la Sierra de Santo Domingo, entre Luesia y Longás de Las Cinco Villas de Aragón, aquel año 18 del siglo pasado, cuando le epidemia de la gripe. José Antonio, como su primo Manolo, estudió en Zaragoza y llevó la empresa de la capital del Ebro desde 1976 a 1980, a la ruina total. A José Antonio le llamaban “zorro plateado”, hoy en fase blanca y tapado en su madriguera madrileña con amplia escolta. Ladino, astuto, punzante y crítico. Su hijo, Manolo, es más discreto que sus primos Pablo y Oscar, pero no vislumbro una continuidad de antiguas glorias. Estamos, una vez más, en la encrucijada. ¿Y cuando no ha habido cambio climático en el Mundo? El Plus ya no televisó las corridas del Pilar del año pasado. Ahora no va a televisar las de la Feria de Abril, Zaragoza y Sevilla, las plazas de más solera de España. Según creo, el Plus no les paga a los matadores sus derechos de imagen. Solo a los poderosos y ¡a los subalternos! Cuidado con los sindicatos. Pero ¿podrán los empresarios organizar festejos con los costos y los impuestos a la alza? Seguiré con el tema y procuraré incitar a los importantes para que busquen soluciones. Ellos son los responsables y los que tienen “la sartén por el mango”. Recuerden sus herederos como empezaron don Pedro, don Pablo, don Manuel y el tío Anchón. Pablo y Oscar, los hijos de Manolo el Grande, nos han dado muy malos ejemplos últimamente. Y no se comen a los políticos con patatas y los huevos estrellados.

Sigo con la eximia Carmen Amaya, catalana de nacimiento, Barcelona, este año hará cien años. Bailaora de flamenco. Española. Y con los eximios Mariano Fortuny y Ramón Casas, el uno de Reus, el otro de Barcelona. Catalanes y españoles. Paisajes y escenas de toros. Y se me saltan las lágrimas porque el domingo pasado por la mañana, en Radio Nacional de España, Pepa Fernández, apellido de raigambre hispánica, agradable, simpática y ecuánime, repitió una y cien veces que transmitía su programa desde “Chirona”. Radio Nacional de España, damas y caballeros, catalanas y catalanes. Me pasa como a Bill Cosby: estoy cansado. Del calentamiento global, de tatuajes y hierros y adictos a la droga que consideran enfermos y debo ayudarles. Pero tengo cinco años más que Cosby y estoy más cerca que el de la salida y, sin embargo, no estoy contento. ¡Por mis nietos!

miércoles, 2 de enero de 2013

TOREO DE SALÓN EN EL PILAR

El último domingo del año pasado que era bisiesto fui a las 12 de la mañana a la Plaza del Pilar porque, junto al monumento a Goya del escultor Federico Marés, un decorado zarzuelero en la llamada Plaza de las Catedrales aunque en realidad sea una sola, la de La Seo, medio tapada por un cubo de alabastro, se celebraba una reunión de aficionados y practicantes taurinos para susurrarle al oído al alcalde que los del toro no reblamos aunque no seamos más de cien. Hacía un sol tibio y el viento barría el amplísimo patio paseado por burros en “rinlera”, familias enteras para visitar el Belén gigante bajo la advocación de la Virgen blanca de Serrano, casetas con productos alimenticios, un largo “esbalizaculos” cubría la fuente de los Mundos, el ya viejo ayuntamiento que solo guarda dos leones copia de los del Puente de Piedra de Rallo, trampas para derribar ancianos en las piedras movibles del desolado suelo municipal y, por fortuna, la entrada al tremendo y señorial Palacio de la Lonja. Allí iba a concluir mi estancia después de asistir a misa en el Pilar y rezar a la memoria de mi amigo y compañero el Príncipe galaico Antonio D. (de Domínguez) Olano, que, antes que amigo de Picasso, Dalí, Luis Miguel o la Bosé fue amador puro e inocente de su príncipe angélico, “El Yiyo”, aquel de la paloma blanca que voló hasta el cielo de Zaragoza antes de que el cuerno atravesara su corazón en Colmenar Viejo. Recuerdo que, hace unos años, Antonio dio una vuelta a España con una conferencia en la que hablaba de bicicletas y otros utensilios que algo tenían que ver con los toros. Don Pablo, el de Málaga, hizo una cabeza de toro con un sillín y un manillar ciclistas. Antonio D. O. (Denominación de Origen) tenía un profundo sentido del humor a la gallega. ¿Antonio D., un artículo? Cuatrocientos. ¿Antonio D., una entrevista? Tropecientas. O ponía su puesto de vendedor callejero a la puerta de Correos, en la Cibeles, y dejaba en mantillas a los viejos charlatanes del crecepelo, las cuchillas de afeitar o la “suerte del militar que le han tocado las pelotas… de frontón”. ¡Ay, que solos nos quedamos los vivos!

Total que grandes y pequeños hicieron toreo de salón entre el Goya más cutre de Zaragoza y La Lonja y algunos le dimos vueltas al tema del arriendo del coso de don Ramón Pignatelli sin que nadie tenga conocimiento de la solución. Gestión interesada, gestión directa con 200 millones en la cuenta del Debe de hace unos cuantos años, nuevo empresario, Serolo, la mano que aprieta ahí, ahí precisamente, y los sueños de algunos aficionados que piensan que los empresarios son nuestros benefactores. Yo, pese a mi modestia, participé en la resurrección zaragozana de los años 80 y la no menos milagrosa de la plaza de Ejea de los Caballeros del 85 al 87. No es jactancia, es historia. Ahora, ochentón yo, solo se me ocurre decirle a Dios lo que le decía el guitarrista Andrés Segovia: “Déjame aquí un ratico más que me encuentro muy a gusto”. Pese al bisiesto que ya acabó y que me ha tenido medio año con el brazo izquierdo en cabestrillo. Al final, hace un par de semanas, mi dueña y señora se partió la muñeca derecha. “Eramos pocos y…”. Los Bentura Remacha somos seis hermanos. ¿Todos vivos? – me preguntó alguien. Solo la pequeña.

Y vuelvo a la cuestión y a Goya. Hay un busto del de Fuendetodos en la Plaza del Carmen, al principio de la calle Cádiz que es obra de Honorio García Condoy (en realidad el apellido materno era Condón y se lo cambiaron Honorio y su hermano Julio, pintor de cierta entidad, conservador del Museo Naval de Madrid, por aquello de las bromas de mal gusto), hijo de Elías García Martínez, de Requena (Valencia), profesor de Adorno y Figura de la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza y casado con doña Juliana Condón, de Villamayor (Zaragoza). Honorio, como escultor, puede estar tras el otro Pablo, Gargallo, pero, para mí, por delante de Serrano. Pues, bien, el padre de Honorio y Julio fue el autor del fresco del Santuario de la Misericordia de Borja, el Ecce Homo, inspirado en el de Guindo Reni y que mi contemporánea Cecilia Giménez Zueco, natural de la Denominación de Origen puerta del Moncayo, donde también nací yo, en el “eccemono” según “El Mundo”, o en la caricatura de “Paquirrín” según mi humilde opinión. Se me olvido incluir tamaña desventura en mi relación de “feísmos” contemporáneos y me lamento de que, encima, las autoridades de aquel lugar de mis entretelas digan que esto de doña Cecilia es una bendición de Dios para Borja, Campo de Borja, primer espumoso aragonés con el Bordejé de Ainzón, de la propia Borja y su alcalde de 1979 a 2007 salvo el paréntesis de 1991 a 1995, Luis María Garriga, campeón de España de salto de altura durante diez años y con el record de 2’13 centímetros, Juan José Nogués Portalín, futbolista en la portería del Barcelona de principios de los 30 del siglo pasado hasta los 40, defendió la puerta de España el 1 de junio de 1934 sustituyendo a Ricardo Zamora en un partido contra Italia, el músico Ramón Borovia, el poeta Herrero de Tejada, el maestro del dardo de la palabra española Lázaro Carreter, vinculado a Magallón, Alfredo Mañas, comediógrafo y su paisano Marcos Zapata, poeta, ambos ainzoneros. Y el vino. Antes los riojanos venían a comprar vino de Magallón para darle fuerza al suyo. Y los botijos, la alfarería de esta zona, portal bellísimo de la zona más bella de España, en donde Bécquer escribía versos y leyendas y trataba de curarse una galopante tuberculosis y su hermano Valeriano pintaba paisajes, tipos y sátiras allá por los claustros del Monasterio de Veruela. ¿Merece semejante paisaje fama de pinta monas?

Al final entré en La Lonja y se me cayeron los soportes de mi tinglado. ¿Cómo podemos darle espacio y tiempo a doña Cecilia, con todos mis respetos, señora, frente a Rubens, Bruegheal, el viejo y el joven, o David Teniers, también joven, con sus cuadros de monos imitadores de humanos y un “Paisaje con gitanos” de 1641-45, con un grupo de calós con pañuelos a la cabeza y a la puerta de su cueva frente a las viviendas rurales. Este señor estaba casado con una Bruegheal. No, doña Cecilia, no permita semejante esperpento. Borja y el Somontano del Moncayo no se lo merecen. Hasta Borja iba yo en un tren, un “escachamatas” más, desde Cortes de Navarra, cogía el auto de Mariano que iba a Tarazona y que cerraba la llave de la gasolina en las cuestas abajo y me bajaba en Vera de Moncayo para subir a pie hasta el Monasterio de Veruela. En serio, señora, no le meta el dedo en el ojo a tan maravilloso paisaje. En mi ojo.

Epílogo nacional: hace unos días – 29 del XII de 2012 - en Televisión Española primera dieron la noticia de que a una nonata que correteaba por allí le habían operado “en la barriga de su madre”. ¿No hubiera sido más elegante decir en la tripa o en el vientre? No digo ya en el seno materno. Sería demasiado pedir. Hemos perdido las formas y los fundamentos. La elegancia. El sex-appeal, diría yo si supiera hablar en francés. Me gustaría, pero ya no me queda tiempo aunque algo aprendo cada día, como decía mi adorado don Paco el de los Toros.

jueves, 20 de diciembre de 2012

LOS NIÑOS TOREROS

En esto de los toros hay que andar con cuidado porque la gente está muy predispuesta a la censura en cuanto de canteas mínimamente. Por ejemplo, en estos días hay muchos “padres de la iglesia taurina” que te ponen como hoja de perejil o se rasgan las vestiduras si defiendes que se cubra la plaza de toros de “Los Vientos”, si no te parece mal que los estoques de matar se fabriquen con fibra de carbono o le llames a la plaza de Zaragoza coso de don Ramón Pignatelli, hombre que hizo tantas cosas por esta ciudad: en el hospicio fabricaba lonas para que los acogidos se ganaran su sustento con el trabajo, trajo el agua hasta la Fuente de los Incrédulos, fundó la Asociación de Amigos del País que impulsó la industria y el comercio zaragozanos y construyó la plaza de toros para obtener beneficios con los que sostener el lugar de acogida de gentes desheredadas. Y lo de la espada se le ha ocurrido nada más y nada menos que a un torero de hoy que prodiga la suerte de recibir como casi ninguno de los buenos estoqueadores que yo he visto en mi vida, desde Manolete a Rafael Ortega, Pepe Bienvenida o Uceda Leal, Machaquito (a este no lo vi pero me inspiro en la escultura de “La estocada de la tarde”) o Paco Camino. No me importa si la espada pesa más o menos, me importa la mano que la maneja y el corazón que la empuja. Muchas veces leo que este o el otro diestro perdió las orejas por la espada. No es así. En ocasiones influye mucho la suerte, la buena o la mala suerte, pero nadie me puede discutir que José Mari Manzanares, el hijo, mata muchos toros por arriba y en lo que antes de “Costillares” era imprescindible: recibiendo. “A vuela pies” era un recurso. Y, en ocasiones, un defecto. Pongamos por ejemplo a Ostos, S. M. “El Viti” o “El Juli”. Lo que nada tiene que ver con el material con el que está fabricado el estoque. No creo que el temple de un hombre se mida por el temple del acero de su espada. Para mí, y no me canso de repetirlo, lo más fundamental es modificar el peto de los caballos, su forma y su material. Resucitar la suerte de varas puede ser el máximo aliciente para que vuelvan a los tendidos los viejos aficionados y arrastren a esa juventud que tanto se echa en falta en las plazas de toros.

Hace unos días tomó la alternativa Michelito Lagravere Peniche en Mérida, Yucatán, días antes de cumplir los quince años. Padre francés y torero, madre mexicana y empresaria de toros, y un hermano, André, al que apodan “El Galo” y sigue los pasos de su hermano. Michelito tenía 14 años, 11 meses y 25 días en la fecha en la que recibió muleta y espada de manos de Sebastián Castella, francés como papá, y en presencia de Juan Pablo Sánchez, mexicano como mamá, casualmente regidora de la plaza de Mérida en donde su niño mató al toro “Sureño” de Bernaldo de Quirós que pesó 610 quilos. La cortó una oreja. Pero “Michelito” no podrá lucir sus habilidades en el solar paterno ni de los Pirineos para abajo hasta 2014. Sin embargo, y, pese a la fino que hilan algunos y algunas, no se ha escuchado ni una voz de protesta. “El toro de 5 y el torero de 25”. Puede ser que el recuerdo de “Joselito”, el hermano payo de Rafael el Gallo que tomó la alternativa a los 17 años detenga los anatemas protestantes. “In ilo tempori” las cuadrillas de “niños toreros” se prodigaban por toda nuestra geografía y había una en Sevilla que formaban el pequeño de los Gallo y José Gárate “Limeño”, en cuya cuadrilla iba su hermano Manuel que murió en Santa Olalla del Cala, Huelva, cuando apenas había cumplido los 17 años. Con la cuadrilla de Niños Valencianos actuaba Enrique Berenguer “Blanquet”, que no murió tan joven, pero tuvo fama de agorero porque olía a cera y aquel día murió “Joselito”, el otro murió Granero y él mismo en el tren antes de partir hacia Ciudad Real para actuar en Valdepeñas con Ignacio Sánchez Mejías, inspirador del mejor canto fúnebre de García Lorca. Agustín de Foxá, gordo, fumador de habanos, aristócrata y aficionado a los toros, ¿cómo iba a ser de izquierdas?, aumentó su fama, la de Blanquet, con su cuento titulado “Olor a cera” y publicado hace años creo que en “Blanco y Negro”..

Y, como estoy en el capítulo de hechos dolorosos recordaré a un chavalillo que se llamaba Pedro Albillo Hurtado y que, aunque había nacido en Becerril de los Campos, Palencia, se le conocía como “Currito de Granada” porque su padre era guardia civil y, al poco de nacer el chaval, se trasladó a la sombra de la Alhambra, donde desde niño inició su aprendizaje de torero. Estuvo en la Oportunidad de Vista Alegre, Carabanchel, Madrid, hizo pareja breve pero prometedora con Jacobo Belmonte y, cuando marchó en solitario apoderado por Manolo Escudero toreó, el 7 de agosto de 1968 en Miraflores de la Sierra y sufrió un palotazo en el vientre. En principio no le dio ninguna importancia al golpe puesto que no se detectaba orificio de entrada del pitón, pero, al cabo de los días, ingresó en el Sanatorio de Toreros, fue intervenido el día 28 de agosto, se le apreció una perforación en el intestino delgado y falleció el 2 de septiembre, a los 17 años. Distinto caso pero también doloroso fue el de Faustino Inchausti “Tinín”, que tenía 15 años cuando en una novillada sin caballos en Los Vadillos, el 8 de mayo de 1960, se clavó la espada en la rodilla izquierda y hubo que amputarle la pierna por causa de una tromboflebitis. Años después, cogió el testigo su hermano José Manuel con el mismo apodo de “Tinín”, torero de grandes triunfos en Madrid, pero que, según propia confesión, no tenía cuerda para más de tres años. Le apoderaba don Pablo, el de “la boinita sabia”, pero no hubo forma de que el nuevo “Tinín” aprovechara su brillante porvenir.

Niños prodigio se han dado en muchas facetas del arte o el juego, el cine, la música, la pintura o la ciencia. De mis tiempos infantiles recuerdo a Shirley Temple y sus bucles y Mickey Rooney, protagonista de la primera versión del “Sueño de una noche de verano” y primer marido de Ava Gadner, si bien, o mal, el matrimonio no le duró ni un año. Sobre todos Mozart y en España Arturo Pomar, ajedrecista, Pierino Gamba, director de orquesta que se vino a vivir a nuestra tierra, “Joselito”, el pequeño ruiseñor, Pablito Calvo en “Marcelino Pan y Vino”, Marisol o Raphael. Bueno, junto a Mozart me permitirán que coloque a Picasso que, por cierto, en su niñez pintaba escenas de corridas de toros. Pero es que la lista de “niños toreros”, prodigios o no, es larguísima. Hasta un “Bebe Chico”, tío de “Manolete”, chicuelos, chicos, chiquilines, chiquitos, chicorros, chicotes, nenes y multitud de diminutivos en ito, ico o illo. Los “Niños” más grandes, el “Niño de la Palma” y “El Niño de la Capea”. De la Alhambra, del Barrio, Belén, Valencia, Toledo, Triana, Aranjuez, Villalpando, de Chamartín, Embajadores, la Bética, Segovia o Tenerife. De los Ángeles, de Dios, la Brocha, de la Curra, la Estrella, Huerta, Hospicio, la Venta, la Vergüenza, la Virgen, la Macarena o el actual de Santa Rita. De las Coles, de Oro, el Matadero, las Monjas, el Calvario, del Ateneo o del Bar Rosales, de la Taurina o de la Goya. Creo que hasta el de Jerez se llama Rafael de Paula porque su madre era la Paula. ¡Olé por la Paula!

No sigo aunque esté en la tentación de enumerar a los “Chicuelo” y no solo a los de la Alameda de Hércules. Al toro. A Paco Camino, Gonzalo Carvajal lo bautizó como “Niño Sabio” aunque su compadre Diego fue más precoz que él, si bien la palma la tenía en su poder Luis Miguel Dominguín por la alternativa que le concedió en Bogotá el veterano Domingo Ortega, muy lejos el de Borox de la imagen y el símbolo de la ninez. Aquello ocurrió el 23 de noviembre de 1941, pero, al llegar a España, hubo que repetir ceremonia porque por entonces no se consideraban válidos los doctorados otorgados en ciertas plazas. En Nimes, tampoco, y por eso no se tiene el título de matador de toros al aragonés Paco Bernard, que recibió la alternativa en el circo romano nimois en 1945. Años después, en ese mismo lugar, lo hicieron Litri y Camino, con sus progenitores de padrinos, Jesulín de Ubrique, Cristina Sánchez de manos de Curro Romero y “El Juli”. ¿Valen estas alternativas? Pues vale la de Bernard.

En la lista de matadores de toros menores de 18 años, mayoría de edad hoy, hay unos cuantos y buenos diestros: “Joselito”, José Gárate “Limeño”, Vicente Barrera, Marcial, Granero, Manolo y Pepe Bienvenida, Luis Miguel, Diego Puerta, Emilio Muñoz, José Miguel Arroyo “Joselito”, Enrique Ponce, Jairo Miguel y Julián López “El Juli”. La penúltima cuadrilla de niños toreros de la que yo tengo noticia fue la don José Martín Villapecellín, que se hizo con el apoderamiento de tres alumnos de la escuela taurina catalana de Pedrucho de Eibar, sí, sí , de Eibar pero hablaba en catalán, los vistió de corto y tocados con sombrero ancho, los paseó por España y les firmó una novillada de Isaías y Tulio Vázquez para Las Ventas. Todo iba muy bien, pero con los “isaías” o “tulios”, tanto monta, se acabó la historia y cada uno de los chicos de Villapecellín se buscó la vida. Eran Fermín Murillo, José María Clavel y Enrique Molina, los tres charnegos pero recriados en Barcelona.

Advertencia final: Todo lo dicho, salvo error u omisión. Por si acaso.

lunes, 10 de diciembre de 2012

PAPELES VIEJOS, PALABRAS ETERNAS

Tengo muchos papeles, los míos y los heredados. El otro día me encontré con una copia de un contrato que se firmó el primero de agosto de 1916 entre don Manuel Martín Cruz, gerente de la Sociedad de Espectáculos Almerienses, y don Manuel Pineda y Romero, apoderado de José Gómez “Gallito”, para que el famoso diestro actuara los días 5 y 6 de septiembre de ese año en Almería, con toros de Guadalest y Antonio Flores, alternando en ambas con Juan Belmonte, en la primera con “Cochero” y en la otra con “Relampaguito”. La mayor parte del documento está compuesto e impreso en tipografía móvil y se dejan los correspondientes espacios en blanco para reflejar a mano los detalles específicos de cada contrato. Por ejemplo, se dice que la cuadrilla de José estará compuesta por dos o tres picadores, tres banderilleros y un puntillero, que cobrará 6.500 pesetas por festejo, si el matador por enfermedad o lesión en otras plazas no pudiera cumplir este contrato tiene la facultad de mandar su cuadrilla y un espada que le representará en todos sus deberes y derechos (condición que quedará sin efecto caso de que la empresa le abone 1.600 pesetas al propio José, honorarios de su cuadrilla), el diestro y su cuadrilla utilizaran para dirigirse a Almería los trenes ordinarios, si por accidente o cualquier causa de fuerza mayor no pudieran llegar a tiempo, la Empresa tendrá que abonar al espada los gastos ocasionados, lo mismo en caso de suspensión por epidemias, sucesos políticos, incendios o causas de fuerza mayor. Si la tal suspensión fuera por responsabilidades propias de la Empresa, está abonará al torero el total de sus honorarios, si se suspendiera por lluvia o mal tiempo la Empresa tendrá que oír al espada pues no contando con su asentimiento para la suspensión tendrá que abonarle el total de sus honorarios, en caso de aplazamiento se le abonaran los gastos originados. Si la corrida se suspendiera una vez iniciada se le abonaran todos sus honorarios, como sucede en nuestros días. Más obligaciones de la empresa: el piso de plaza, las barreras y burladeros, nadie entre barreras que no tenga una misión, la enfermería tendrá el personal y el material que exigía la Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos Toreros por acuerdo del 11 de octubre de 1910. No obstante, el espada José Gómez “Gallito” tiene la facultad de designar los médicos-cirujanos que hayan de estar a su inmediato servicio y al de los individuos de su cuadrilla. Los caballos, tres de primera y dos de comunidad por corrida para cada picador y las puyas serán cortantes y punzantes, afiladas en piedra vuelta y arregladas al escantillón y tope determinados por la R. O. vigente, cuidado en el manejo del ganado, el señor Martín Cruz no podrá ceder o traspasar el negocio, tendrá que abonar las multas que le impusiera la autoridad al matador y miembros de su cuadrilla, impuestos de utilidades y pólizas con arreglo a la Ley del Timbre y 50 pesetas por cada corrida a los miembros de la cuadrilla de “Gallito” como gratificación por gastos de sus útiles de lidia. Curioso.

Sin embargo falta la sorprendente clausula número 14 de este contrato que, a la vez, es como un reglamento muy particular del señor Gómez Ortega. Es esta: “El Sr. Martín Cruz queda obligado a no permitir en los días en que han de celebrarse estas corridas que en la Plaza se introduzca algún aparato para impresionar películas con destino a proyecciones cinematográficas; pero si en contra de lo que aquí se establece resultase que, por distracciones de los empleados de la Empresa o cualquier otra causa, se contraviniese esta obligación, el Sr. Martín Cruz abonará al espada José Gómez “Gallito” la suma de 5 mil pesetas por cada vez que incurra en la falta de lo que aquí queda preceptuado”.

Han pasado casi cien años y parece que fue ayer. ¿Qué hubiera hecho “Joselito” con las televisiones de hoy? Hace unas semanas, un amigo me facilitó en vídeo la película de la faena de Antonio Ordóñez a un toro de Pablo Romero en Madrid. Se me “cayó el alma a los pies”. ¿Qué torero de cualquier tiempo puede resistir el examen frío y permanente de una película o un vídeo? Mucho de lo que significa el toreo es memoria y, sí se analizan los recuerdos con esta minuciosidad, el encanto se diluye como una nube de verano. ¿Comprenden, queridos lectores, a José Tomás?

Y pasamos al otro apartado, el de las palabras eternas. El lenguaje taurino es eterno y definitorio. Don José Ignacio Wert se ha hecho popular por ser el Ministro que quiere dignificar y unificar a los estudiantes de España en lo que llaman asignaturas troncales (del tronco común, España) y que en Cataluña puedan estudiar español en la misma proporción e intensidad que el catalán. Es un derecho de todos los españoles y me extraña muchísimo que un pueblo tan práctico como el catalán se niegue a facilitar el conocimiento de una lengua que hablan más de 500 millones de habitantes del Mundo. Y aquí viene la jauría humana a comerse al señor Wert, apellido no tan español. “Cataluña se enfrenta al ministro Wert”. Y a España y los españoles. Y a los taurinos ni los nombremos. Reacciona el señor Wert y dice con la fuerza de nuestro lenguaje: “Soy como el toro bravo y me crezco al castigo”. Me gusta que los ministros empleen el lenguaje taurino y no se escondan en el burladero. Y como acato los programas que me pone mi señora y dueña en la televisión de cada día, no hace mucho, me enteré de que en “El Secreto de Puente Viejo”, el señorito Olmo ha dejado embarazada a Pía y se refiere a su marido de forma despectiva: “Roque no es más que un tábano que quiere picar a un toro bravo”. En Aragón le quitamos el acento y lo dejamos en tabano, como aquello de que “en tiempo de los apostoles había unos barbaros que se subía a los arboles y se comían a los pajaros”. Menudo pájaro, gurrión de canalera, está hecho el señorito Olmo.

Y hace un par de domingos, Pedro J. Ramírez, en su carta semanal, para describir el fiasco del señor Arturo Mas puso cuatro ejemplos de grandes desengaños, el de Ambrosio y su carabina, el del emperador romano Vitelio, el del senador Bernard T. Casey y el de Joaquín Rodríguez Ortega, más conocido por “Cagancho” y su actuación en Almagro. No me parece justo: una mala tarde la tiene cualquiera y más “Cagancho”, al que un caricaturista de los años 30 del siglo pasado retrató sin dibujar su efigie. Dos ratones en un calabozo: “Las 8 de la tarde y “Cagancho” sin venir”. ¡Cómo sería cuando estaba inspirado que a Corrochano se le ocurrió aquello de “la talla de Montañes”, a la emperatriz Soraya se le humedecieron sus fantásticos ojos una tarde en Madrid y en México lloraron a lágrima viva cuando se cerraron los ojos verdes de aquel gitano escultural! Lo siento, me gustan los toreros gitanos, los Puya, “El Cuco” y los “Gallino”, Gabriel Moreno, Faroles, “Albaicín”, los Ordóñez (lo dice Joaquín, el hijo de la bailaora María: “La sangre gitana es como el agua bendita, a poca que lleves, la que te echan se vuelve toda gitana”), Gálvez, “El Caracol”, “El Coli” que murió en Las Ventas, “Antoñete el Chungo” y el niño de la Paula, de Jérez. Al que recuerdo con especial sentimiento es a Rafael Vega de los Reyes, hermano de Curro Puya, casado con la hija de Pastora y padre y abuelo de todos los Gitanillos que en el mundo han sido. Los Vega, como aquel que se trajo a Zaragoza al niño Camino y le puso los bueyes en el yugo para que tirara p’adelante. Lo demás lo puso el de Camas. Como el otro camero que no era gitano pero que se rompía la camisa a las 4 de la madrugada cuando escuchaba a “Camarón”. Por cierto que, por conducto de Gonzalito, Curro Romero me pidió que le hiciera una entrevista al de la Isla. Fue la primera que se le hizo cuando fue a Madrid a Torres Bermejas.

Prefiero hablar antes de estas cosas que de lo que cuentan los cronistas de hoy de los líos contractuales, de los pliegos de arrendamiento, lecciones prácticas, escuelas taurinas o del número de matadores en activo que había el año pasado: 756. Y me temo que, pese a algunas retiradas, la lista ha aumentado en el 2012. ¿Y la lista de ganaderos? Lo difícil es que unos y otros vivan del toro. Y la fiesta se mueve y vive por lo que crían los unos y los que los torean. Lo demás, músicas celestiales. En 1980 estaba yo en la Plaza de Toros de don Ramón Pignatelli de Zaragoza. Ya no existía la misericordia, luego vino la gestión interesada y, por capricho de un diputado del PSOE, la gestión directa. Creo que de esta etapa todavía no se han aclarado las cuentas. Dicen que el pueblo que no se sabe su historia está condenado a vivirla otra vez. ¡Ojo al parche!- que diría J.J. Padilla.