miércoles, 21 de marzo de 2012

MEDIO SIGLO EN EL RETROVISOR (III)

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Duende y misterio de Juan Belmonte. Me copio a mi mismo: “Juan Belmonte encontró la definición del toreo arte. Y la encontró porque él no fue un hombre de oficio, torero; él ha sido el torero hecho hombre”. Bueno, casi me sentía como un nuevo Bergamín: quería grabar una frase y allí la tenía dispuesta a figurar en una lápida de mármol. Los aficionados a los toros habíamos reconocido a Manuel Chaves Nogales sesenta años antes que los políticos de izquierdas. El buen periodista sevillano había escrito la mejor biografía del “Terremoto” y nosotros la leímos. Pero con anterioridad, 1917, en un libro de López Pinillos “Parmeno” publicado por la editorial “Renacimiento”, aparece una entrevista que se titula “Belmonte en Capua” y en la que don Juan contesta a las muchas insinuaciones del escritor que duda de la afición taurina del héroe, exagera sus bacanales, su inclinación por las mujeres, sus sublimes lecturas , las veladas de medianoche en teatros y colmados y su afición a la moda masculina con la broma que le gastó el doctor Serrano una mañana, cuando fue a despertarle a su casa para enseñarle el abrigo que se había hecho con una trabilla en la espalda. No vestía, fuera del campo o la plaza de tientas, de corto y sombrero ancho y sí chaquetas deportivas y tocados flexibles. “Yo no sé las reglas – aseguraba Belmonte- , ni tengo reglas, ni creo en las reglas. Yo siento el toreo y, sin fijarme en reglas, lo ejecuto a mi modo. Eso de los terrenos, el del bicho y el del hombre, me parece una papa. Si el matador domina al toro, to el terreno es del matador. Y si el toro domina al matador, to el terreno es del toro. Esa es la fija. Y lo de templar, mandar, parar y recoger depende de los nervios del tocador y de la madera de la guitarra”. Parar al principio y recoger al final. Digo yo que, gracias a Belmonte, soy un agnóstico taurino. No hay más norma que la de que el torero domine al toro ni más ley que la que se anuncia en la cabecera de los carteles de toros.

Había pasado una semana desde que se conoció la noticia y ya se rumoreaba por todos los ámbitos que Juan Belmonte se había disparado un tiro en la cabeza con una pequeña pistola de bolsillo. Y se especulaba sobre las razones del velado suicidio: las limitaciones que le marcaban los médicos y el imposible amor con una rejoneadora colombiana de pelo negro azabache, ojos rasgados y oblicuos como tremendas almendras de negro carbón y juncal y estilizada figura. ¿Era Amina Assís Hernández? Hija de jordano, de ahí su rostro árabe, y colombiana, nacida en el departamento de Bolívar, serranía de San Lucas, al norte de Antioquía, el 28 de febrero de 1941, que con veinte años estuvo en Gómez Cardeña, la finca del falso Trianero (*) y sufrió una cogida de la que le curaron en la clínica sevillana de la Virgen de los Reyes en agosto de 1961. Algunos opinan que las veleidades amorosas de Juan Belmonte, a unos días de cumplir los setenta años, habían cambiado y en las fechas de la trágica despedida estaba prendado de una chavala sevillana que le anunció que se iba a casar con un joven de su edad. ¿Depresión? Sólo los que han sufrido esta enfermedad saben de la inclinación de los enfermos por la vía rápida. Pistola, cuerda o ventana de lanzamiento. ¿Qué pasó por la cabeza de don Juan Belmonte? Secreto sin desvelar. Alguien apuntó que aquella tarde se le oyó canturrear su “soleá” favorita: “A mí me gusta esta serrana/porque la encuentro a mi apaño, / siempre me han gustado a mí/ remedios del mismo paño”. (**)

FIESTA ESPAÑOLA tuvo la suerte de contar con la colaboración de Guillermo Sureda, mallorquín y uno de mis favoritos en las lecturas toreras. Mariano de Cavia, César Jalón, Pepe Alameda, Pepe Dominguín, “Barquerito” y Sureda. Este escribió un artículo para FIESTA sobre las cuatro etapas de la vida artística de “Terremoto” que se resume así: 1ª.-REVELACION: Primera novillada en Sevilla, 1915. Nace el temple en medio de la tragedia. Los toros le cogen todas las tardes. 2ª.- MAGISTERIO: De 1915 a 1920: Antes de la muerte de José en Talavera, “Don Modesto” y “Don Pío” definen a los máximos pontífices: “José, sereno; Juan, dionisíaco”. “José vence; Juan se entrega”. “José aprende el toreo de Juan; Juan aprende la lidia de José”. “Juan deja escuela”. 3ª.-PLENITUD: Años 1925,1926 y 1927. Lorca afirmaba que Juan tenía duende barroco, percha literaria y calidad de página: todo lo dramatiza y, además, mata bien. 4ª.- DESPEDIDA: Reaparece hacia los años 30 del siglo XX. Sentido estético, deslumbrante y magnífico. La suerte fue que Guillermo Sureda continuó su colaboración en Fiesta Española y se unió a la amplia y prestigiosa lista de sus colaboradores.

Como siempre pasa, la vida continuó y diversos acontecimientos se vieron reflejados en las páginas de la añoja publicación. Los de la Peña “Los de José y Juan” nos ofrecieron un homenaje por el primer cumpleaños a Vicente Zabala, Joaquín Jesús Gordillo y a mi persona. Al final del almuerzo hubo discursos de Joaquín Casas Vierna, Edmundo G. Acebal, Emilio Pérez Ruiz, secretario de la UNAT, y don Joaquín Roa, asomado a su “Ventanal” con sus anécdotas teatrales y cinematográficas y el recitado de un poema dedicado a su paisano Julián Gayarre. Veto de Antonio Ordóñez a Victoriano Valencia, carta del apoderado de este, José Ignacio Sánchez Mejías, polémicas sobre “EL Cordobés” que daban vitalidad a nuestro ambiente, inauguración de la nueva plaza de Bilbao que al arquitecto Gana levantó en unos meses tras el incendio en la noche de una actuación novilleril de Manuel Benítez (sus partidarios decían que el caluroso afecto del público bilbaíno había originado el fuego), disputas entre empresa de Madrid, Sindicato Nacional del Espectáculo y toreros sobre la televisión y la Feria de San Isidro (nada nuevo bajo el sol taurino) y la inefable María Pilar Fernández que le hizo una entrevista a don Rafael Sánchez “Pipo” porque su pupilo, el citado Manuel Benítez “El Cordobés”, le dio el mismo trato que el monstruo a su creador, el doctor Frankestein: se lo había merendado, él que ya había sido apoderado de “Capetillo”, Cascales, José Ramón Tirado, José María Montilla, y “Espartaco” padre ( el apodo se lo puso don Rafael) y todavía le quedaban por delante otros apoderamientos como los de José Fuentes, Pallares y Curro Vázquez, a los que llevó a la alternativa y las de otros diestros de no tan elevado fuste como estos tres artistas tan distintos y tan apreciables. Antonio Porras, de Lucena, por ejemplo.

Era el mes de junio de 1962. Falta otro medio año del cincuentenario de mi retrovisor y todavía no sé si continuará esta serie que para mí es muy evocadora , pero que, a lo mejor - a lo peor ,más exacto -, cansa a mis pacientes lectores. Espero su necesario apoyo. Uno escribe, desde luego, para que lo lean.

(*) Juan Belmonte nació en la calle Feria, en el 72, donde la familia tenía un puesto de quincalla, cerca de la Alameda de Hércules, donde nació Manuel Jiménez “Chicuelo”, otro de los “Arquitectos del Toreo Moderno” de Pepe Alameda porque este artista sevillano le ligó en Madrid no sé cuantos naturales seguidos al toro “Corchaíto” de Graciliano Pérez Tabernero, los miuras de Salamanca, pasando del toreo en ocho al toreo en redondo

(**) En el espíritu de Francisco Umbral, me permitirán que hable de mi libro “Amores y Desamores Toreros - La vida sentimental en el mundo del toro”, que se publicó en 2004 en la colección “Los Sabios del Toreo” que dirige Salvador Sánchez Marruedo. En este libro se cuentan muchas historias sentimentales y, entre ellas, la de don Juan Belmonte. Tiene, en mi lógica opinión, su interés. Y una tremenda errata: junté a Carmen Cervera, la baronesa Thyssen de hoy, con el matador de toros malagueño Manolo Segura y le atribuí a este la paternidad del niño Borja. Estaba equivocado. En realidad el compañero de Tita Cervera, baronesa Thyssen, era también malagueño y también se llama Manuel Segura, pero no es torero. He leído que Tita Carmen Cervera y baronesa Thyssen le ha regalado al auténtico padre Manuel Segura un viejo Masseratti descapotable. No es un hijo, pero es un regalo muy apreciable. El que no se apellida Segura es el tal Borja, al que prohijó el barón Heinrich Hans von Thyssen, concedió apellido, fortuna y algunos óleos ilustres por los que ahora pleitean madre e hijo. ¡Con lo que ella ha hecho por su retoño!

domingo, 11 de marzo de 2012

MEDIO SIGLO EN EL RETROVISOR (II)

BENJAMIN BENTURA REMACHA

Le he cogido el gusto a esto de volver la cabeza atrás y recordar aunque me vuelva estatua de sal. Más bien voy para momia mal enterrada porque, a mi edad, no se puede ir metiendo el dedo en el ojo de los demás. Pero es que estoy vivo, siento los hervores de la afición y me molestan muchas cosas, muchos lugares comunes y no pocas fantasías de los que creen que van a salvar la fiesta. Y la fiesta solo se salva con toros y toreros. Pero toros bravos y toreros con ganas de torear. No es admisible que una figura tan relevante como José Tomás esté ausente de Valencia, Castellón y Sevilla y el empresario de Málaga confiese que no aparece en los carteles de su plaza porque el de Galapagar no quiere hacer el paseíllo. No por dinero, ganaderías o compañeros de cartel. No quiere. ¿Lo dejará todo para Madrid? Sigue sin ejercer como tal figura del toreo. Y lo que me alegró estos días es que le dieran a Woody Allen el Oscar al mejor guión original por el de su película “Midnight in París” (“Medianoche en París”, en español, o ”Au milieu de la nuit à París”, en francés). ¿Y la razón de esa alegría? – se preguntarán mis pacientes lectores. Muy sencillo: que en la vuelta a los años 20 del siglo pasado del protagonista de la película se encuentra con Hemingway, Picasso, Luis Buñuel, Dalí, Juan Belmonte y Gertrude Steín, esta última fue la que le recomendó a Papa Ernesto que fuera a Madrid a ver una corrida y en ese festejo actuaban dos aragoneses, Nicanor Villalta y el primer, aunque no auténtico, Gitanillo, Braulio Lausín, el de Ricla. Gitanillo de Ricla para distinguirse de los que vinieron después, los de Triana. He hablado de Hemingway que el año pasado por el mes de julio se cumplió el cincuentenario de su muerte, y quiero hacerlo de Juan Belmonte, cuyo trágico cincuentenario se conmemorará el próximo día 8 de abril. Celebramos, más en el sentido de festejar, también por estos días, el 6 de marzo, el 150 aniversario del nacimiento de Rafael Guerra “Guerrita”, que no es efeméride como para olvidar y el 20 de abril, conmemorar, la misma cantidad de años de la muerte de “Pepete” en Madrid.

Para estos acontecimientos vuelvo a echar mano de la revista “Fiesta Española” que yo fundé y dirigí no sé si dignamente, pero les aseguro que con un entusiasmo digno de mis treinta años. Primero recordaré a la murcianica Encarnita López Molina, de cuya mano vino a “Fiesta” Manolo F. Moles, que murió muy joven de leucemia y que en estos tiempos hubiera arrasado en los medios más exigentes de la llamada “prensa del corazón”. Lo mismo entrevistaba a Sofía Loren que a Fabiola Mora de Aragón, reina de Bélgica, ganaba el concurso de “Guapa con gafas” o me presentaba al arquitecto cubano Bernardo Díez, que hizo sus pinitos de novillero como “El Guajiro” y bailaba el “agarrao” con “El Cordobés” ante las becerras, magnífico contrapunto de la doctrina purista de “Fiesta”, y, años después, me pedía que le propusiera a Arturo Beltrán techar la plaza de toros de Zaragoza con una cubierta de madera. Edmundo González Acebal, orador sagrado que explicaba los toros como si estuviera en el Sermón de las Siete Palabras y que decía en la peña de “Los de José y Juan” “que “Manolete” fue el triunfador de una época decadente”. Las charlas de este prestigiosa peña taurina las presidía don Joaquín Casas Vierna y, a veces, aparecía por allí la duquesa de Alba, que el año anterior, 1961, encabezó a caballo el paseíllo de una corrida goyesca, el conde de Villafuente Bermeja, padre del torero y ganadero Sancho Davila y presidente de la Federación de Fútbol cuando aquello de “hemos ganado a la pérfida Albión”, el señor Elola, delegado de Deportes y el resto de componentes de “Los de José y Juan”, los Bollaín, Fernández Salcedo y Fidel Perlado, belmontista de hueso colorado. La Casa de Córdoba, por el entusiasmo torero de mis amigos Fernando Sánchez Murillo y José María Mialdea, también formó una estupenda peña taurina y creó unos trofeos para los triunfadores de San Isidro que me parece que todavía perduran. Presidía esta entidad don Felipe Solis Ruiz, hermano del ministro al que se le conocía por “la sonrisa del régimen” y a cuyas tertulias y conferencias acudían don Carlos de Larra “Curro Meloja”, su sobrino político Lozano Sevilla, Vicente Zabala, Joaquín Jesús Gordillo, Rafael Herrero Mingorance y Lisardo Lozoya Escribano, un cartero apasionado por el toreo de Manolo Vázquez, al que un día le lanzó al ruedo su tremenda valija profesional con los dineros de giros y las cartas correspondientes, y que escribía crónicas y artículos en la revista. Por aquellos días se jubiló en “Informaciones” don Cesar Jalón “Clarito”, un riojano conocedor profundo del flamenco y prodigioso comentarista taurino, y el 15 de marzo se publicó el Nuevo Reglamento del que aseguran que no opinó Juan Belmonte porque tampoco se había leído el anterior. ¿Ustedes creen que para ser un buen torero es necesario saberse el Reglamento, ahora “los Reglamentos”?

Pero la tremenda noticia se conoció la noche del domingo, 8 de abril de ese año de 1962: Juan Belmonte había fallecido en su finca de “Gómez Cardeña”, en el término sevillano de Utrera. A la finca había llegado en aquella mañana con su chófer y dos señoras que le atendían para su alimentación, arreglo de la casa y aseo, Asunción y Dolores. Había montado a caballo, acosado algunas reses, almorzado y reposado tras esa comida y leído los periódicos. Hacia las 8 de la tarde, cayó por la escalera de su residencia (eso dijo la agencia EFE) y no se sabía si como consecuencia de un angina de pecho o por el golpe que se produjo en la caída había fallecido. Le atendió inmediatamente su administrador, Carlos Navarro Pérez (más pienso que era José de los mismos apellidos, un novillero natural de Olivares, Sevilla, que se retiró después de una fuerte cornada que sufrió en la madrileña Carabanchel) que avisó al párroco de Santa María de la Mesa, don Miguel Román. A las 10 de la noche llegó a la finca desde Sevilla el hermano de Juan, Rafael, médico, que declaró que no podía dar pormenores del sorprendente desenlace. También hicieron acto de presencia su sobrino Manuel Alonso Belmonte y mi colaborador Luis Bollaín. A mí sólo me quedaba la mañana del lunes para preparar el número de “Fiesta Española” que salió el martes 10 de abril con una impactante portada. Un primer plano del rostro barroco de don Juan que me prestó Fidel Perlado y en el que se adivinaba una personal dedicatoria fue la portada toda en negro, sin el rojo habitual de la mancheta. Impresionante. En el Cossío figura reproducida a toda página y como referencia a mi publicación. En ese número venía un artículo de Bollaín, Luis, en el que afirmaba que el temple era el eje de la gran revolución torera alumbrada por Juan. “Concordancia de movimientos, sí; pero con ejecución lenta y soberanía sobre el toro”. “Puedo asegurarle – le confesaba Belmonte a Bollaín – que mi temple –lentitud arranca de un sentimiento íntimo de pura sustancia artística. Yo concebí el toreo como la antítesis de la lucha, de la brusquedad de la violencia, de la rapidez”. Este artículo de Luis Bollaín lo recibí el viernes anterior al domingo trágico. La tragedia, base de la vida y hasta de la fiesta. Sobre todo de la fiesta, de los toros. Ayer, hoy y siempre. Sea la tragedia definitiva o la tragedia circunstancial superada momentáneamente como en el caso de plena actualidad que ha sido la vuelta a los ruedos de J.J. Padilla con un parche en el ojo izquierdo y su habitual mal gusto en el vestir de torero: corona de laurel sobre el verde esperanza de una realidad comprobado a lo largo de los muchos años de alternativa del jerezano. ¿Ha cambiado algo? El símbolo: el parche de color catafalco, al gusto de Fernando Fernández Román, inventor también del burladero de la segunda suerte. Vicente Zabala, atento a la actualidad, escribió sobre la “Brujeria Torera” de don Juan Belmonte, al que había conocido seis años antes, el niño Vicente, de la mano del conde de Colombí, los Bollaín, Fidel Perlado y Joaquín Casas Vierna, cuando ya bebía los fervores de la casa del “Papa Negro”. Pero el homenaje de “Fiesta Española” a la memoria del “Terremoto de Tríana” que no nació en ese barrió sevillano, vendría al número siguiente. Sobre un precioso dibujo en colores de Rafael Amézaga el lema “Duende y misterio de Juan Belmonte”. Ahora también lo dejo para mañana. Por aquel entonces, estaban prohibidos los suicidios en España. Lo de Hemingway había ocurrido allá lejos, al otro lado del Océano.

jueves, 23 de febrero de 2012

MEDIO SIGLO EN EL RETROVISOR

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

A mi edad, lo más socorrido es recordar, mirar por el retrovisor sin dejar de ver hacia adelante. Y es que un periodo de cincuenta años es perspectiva suficiente para sacar consecuencias y hacer algunas precisiones. Yo estaba entonces, 1962, con la yerba en la boca, en el segundo año de la publicación de “Fiesta Española”, revista mucho más importante por su contenido que por su continente, y apenas tenía que escribir otra cosa que las crónicas de los festejos taurinos madrileños y contestar a las cartas de ambos signos que me enviaban con variadas argumentaciones. Casi no tenía espacio para incluir a todos los que me hacían el honor de colaborar. Estaban en primer lugar los colmenareños Adolfo y Luis Bollaín, aquel con su repetido pronunciamiento de que “hoy (entonces) se torea peor que nunca” y este, desde su sede notarial sevillana, con un exhaustivo estudio de la obra de Pepe Alameda “Los Arquitectos del Toreo Moderno”, y el gran conocedor del toro en su intimidad, don Luis Fernández Salcedo, “Los Cuentos del Viejo Mayoral”. Otro Salcedo, también de Colmenar Viejo y que remató su carrera de aficionado como seguidor de José Tomás, tenía una especie de lechería detrás del oratorio de Caballero de Gracia en la que alargábamos la conversación las tardes de invierno, entre la Virgen de los Peligros y la Gran Vía, en donde estaba la redacción y la administración de la revista. Tenía dos corresponsales admirables, en Francia, Paco Tolosa y, en Colombia, Papa Guerrero desde Cartagena de Indias. Antonio P. de Cominges (Uno del 5) me escribía desde Barcelona, Salvador Asensio desde Aragón, Lozano Sevilla desde el poder, Joaquín Roa abría su divertido ventanal con decorados teatrales y aventuras cinematográficas, Antonio García-Ramos Vázquez (Antonio de Onuba) pontificaba sobre los reglamentos, María Pilar Fernández entrevistaba a Conchita Márquez Piquer meses antes de casarse con Curro Romero o a Pepe Blanco ya sin Carmen Morrel, José Antonio del Moral, este de Colmenar de Oreja, me enviaba su primera carta taurina , José Vega hacia historia y Francisco Abad Boyra se esforzaba en ver los toros como el gran veterinario que era. Antonio Martín Maqueda se hizo lusitano por escrito y en dibujos y Gonzalo Torrente Malvido, el hijo de Torrente Ballester (“Los gozos y las sombras”), nos volvía locos a su padre y a mí. Pero el equipo de guerrilleros lo componían Joaquín Jesús Gordillo, que cada vez firmaba de forma distinta, Vicente Zabala, el príncipe impaciente, y Rafael Herrero Mingorance, un místico soñador y poeta enfrascado en sus oraciones ante el altar de las mil imágenes de “Manolete”. Los tres nuevos en la plaza de la crítica taurina y los tres, como elegidos, en los correspondientes altares desde hace unos cuantos años. Yo, como cuarto mosquetero, aquí sigo. Todavía no me he ganado el cielo. Manuel Francisco Molés, recién llegado de Alquerías del Niño Perdido, firmaba su primera entrevista teatral a María Asquerino y se estrenaba en lo taurino con otra entrevista a su paisano Antonio Rodríguez Caro, matador de toros en paro. Los ilustradores eran Félix Puente, buen dibujante, Rafael Amézaga, extraordinario pintor barroco y todo, Pepe Puente, luego encaramado a las alturas de su estudio de la plaza de Santa Ana, frente a “Viña P”, encima de la cervecería de “La Alemana”, donde “El Chino” calentaba el puchero del que comían los Dominguín de la calle Príncipe. Más abajo, “El Gato Negro”, antesala del teatro de la Comedia, escenario del acto fundacional de la Falange y refugio nocturno de don Tirso Escudero, empresario y octogenario con delicado paladar para las jovencitas. También se publicaron portadas de López Canito, Martín Abad y José Antonio Bollaín, de la saga colmenareña. A muchos de mis colaboradores los había conocido yo en la tertulia de “El Gato Negro”, entre ellos a Alfredo Marqueríe, extraordinario crítico teatral, forofo del circo y comentarista taurino de “El Ruedo” con su sección “Desde el Tendido”.

A Marquerie le hice una entrevista en una sección en la que alternaba con Vicente Zabala y en la que tratábamos de charlar con intelectuales interesados en el tema del toro, el propio Torrenter Ballester, el doctor Blanco Soler, Jaime de Foxá, Luis María Anson, del equipo juanista de Zabala, o el arquitecto Miguel Durán-Lóriga que se le ocurrió decir que Luis Miguel, al lado de “Manolete”, parecía un futbolista. De todas esas entrevistas he elegido para diseccionarla un poco la que Vicente Zabala le hizo a José Bergamín. El discípulo de Unamuno había vuelto del exilio en 1958 y le gustaba hablar de toros. Ya conocía por San Juan de la Cruz el oximorón de “la música callada”, pero no había descubierto a su intérprete, Rafael de Paula, que no se atrevía a salir de su refugio bandolero, sierras de Rondas y Pueblos Blancos cercanos a su Jerez de nacimiento. Pero Bergamín hablaba de toreros y les buscaba vidas y figuras paralelas. A Antonio Fuentes, como precursor de Joselito lo emparentaba con el poeta Machado y el cantaor Chacón. José Gómez Ortega era creador y su hermano Rafael retórico. Admiraba a Gaona y de Vicente Pastor aseguraba que “hacía muy mal el toreo y lo decía peor”. A él añadía los nombres de Nicanor Villalta y Marcial Lalanda, que hacían un belmontismo de quinta categoría, Carlos Arruza, deportista, y Julio Aparicio que le parecían los peores toreros conocidos. Su trío favorito era el de Pepe Luis, extraordinario gusto,” Manolete”, personalidad (hacía mal el toreo, pero lo decía muy bien) y Antonio Bienvenida, clase y maestría. Y de entre los mexicanos, tras larga estancia en aquellas tierras, hablaba de Armillita, Fermín, torero largo pero frío, la mano izquierda de Lorenzo Garza, el capote de Luis Castro ”El Soldado”, la gitanería de Silverio Pérez y no sé cuales méritos de Luis Procuna, improvisador, cuya hazaña más distinguida fue la de interpretar el miedo de “Torero”, la película de Carlos Velo. A “Manolete” lo comparaba con Fray Luis de León, Azorín o, con más fuerza, con El Greco.

Tenía sus contradicciones y siendo pepeluisista se declaraba enemigo del toreo a pies juntos porque Villalón, el ganadero poeta que buscaba toros con los ojos verdes, decía que eso era como querer hablar con la boca cerrada. Bueno, esto es lo que intentan el buen ventrílocuo y no consiguen ni José Luis Moreno ni Mari Carmen y sus muñecos. Más acertado estaba al afirmar que “el público forma parte de la fiesta. El ruedo no está abajo. El círculo mágico se cierra en el tejado, no en la barrera. El espectador tiene que integrarse en la fiesta”. Abominaba de la concesión de orejas y sentenciaba que los premios hacían tanto daño en los toros como en la literatura.

“El arte de birlibirloque”, “La estatua de Don Tancredo” (“ahora – entonces - no hay Don Tancredo porque todos los toreros lo son”), “El Mundo por montera”, “la suerte del torero en la plaza es no tener donde caerse muerto”, “vivir de milagro es la suerte de verdad del toreo y de lo que de torero o dominio, señorío, de la suerte por la verdad, hay en toda verídica y veraz vida humana”.

Bien, don José Bergamín completó su ciclo taurino con el éxtasis paulista. Es una gran aportación a la estética del arte de torear. Pero se equivocó en su último suspiro. Renunció a ser español, se hizo simpatizante de Herri Batasuna y pidió que le enterraran en Fuenterrabía porque no era tierra española. Ahora ni siquiera es Fuenterrabía.

Prometo continuar con la vista en el retrovisor Fiesta Española. Es que en el mes de abril se cumple el cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte y tengo algunas cosas que contar ante tal efeméride.

miércoles, 15 de febrero de 2012

NADA NUEVO BAJO EL SOL (...NI SOBRE LOS TOROS)

Con matices, pero lo piensas y es cierto: no hay nada nuevo bajo el Sol … ni sobre los toros. En otros tiempos, principios del siglo XX, no había televisión pero Mosquera, empresario de Madrid, no quería pagarles más a los toreros por enfrentarse a toros de Miura. Unos diestros, entre ellos Bombita y Machaquito, se negaron a lidiar los toros de Zaheriche porque, para aumentar su negocio, el ganadero le ponía su hierro a todo lo que pasaba por allí y su camada no se acababa nunca. “Nosotros, señor Mosquera, toreamos lo de Miura si nos paga más que en las otras corridas”. Don Ricardo Torres y don Rafael González fueron borrados de la lista de Madrid y surgió “el pleito de los Miuras”. Muchos más pleitos hubo y habrá porque en esto de la fiesta española hay, como en lo laboral, dos bandos: empresarios y obreros; empresarios y toreros. Luego hay otros que se agarran a la cuerda (ganaderos, subalternos, apoderados y gacetilleros) pero los que tiran con fuerza son los que montan las corridas y los que las torean. El toro puede ser el símbolo del trabajo, en este caso convertido en arte: torear es lidiar a un toro con arte. Y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.

Hay muchas noticias y su antesala, los rumores: el G-10 y los carteles de Sevilla y Madrid, el cierre de la plaza de toros de San Sebastián, Illumbe, por inspiración del grupo municipal de Bildu pese al pensamiento vasco de que fue su pueblo el que inventó el juego del hombre y el toro, la contratación de J.T., las ausencias de El Juli después de su apoteosis mexicana, los mosqueos deportivos franceses y las tribulaciones de su embajador en España, Bruno Delaye, melena rubia al aire de cualquier callejón de cualquier plaza de toros, o la apoteosis torera de Juan José Padilla que va a reaparecer con parche negro sobre su ojo izquierdo en Olivenza a principios de temporada y va a estar en todas las ferias de tronío: Valencia, Castellón, Sevilla o Madrid. El capitán pirata se sube al mástil de la nave capitana, mira por el catalejo y grita entusiasmado: ¡Tierra! ( Es igual: es arena dorada, albero).

Todo fantástico, glorioso, bellísimo, interesante. Y, sin embargo, la noticia que más me ha sorprendido es la de que la empresa que se prevé que va a quedarse con el arrendamiento del coso Pignatelli de Zaragoza es la de Serolo, que, entre otras cosas, ha prometido que llevara a la capital del Ebro aragonés – hay más Ebros – al toro “Ratón”, toro que dicen que es de lo más fiero, que a sus quince años (algunos insinúan la existencia de un clon) está como si fuera cuatreño, que tiene dos muescas marcadas en sus pitones correspondientes a la vida de dos insensatos que intentaron burlarle y que no se mueve en balde, solo si puede hacer carne con sus bien formados pitones. Antes, cuando un toro producía la muerte de un torero, se mataba hasta la vaca que lo parió. Pero tampoco esto es nada nuevo bajo el sol: hace muchos años, en el primer tercio del siglo XX, por las plazas de carros y tablones de Las Cinco Villas de Aragón corría una vaca a la que unos llamaban “La Peluda” y mi padre nombraba en uno de sus artículos como “La Pelos”. Era una birria de vaca, pero tenía las mismas intenciones que “Ratón”: esperar hasta tener la pieza a punta de pitón y, en algún caso, sacar a bocados al atrevido de entre las ruedas de las galeras y rematar la tarea con un certero derrote. Morbosos ayer y hoy, “Ratón” y “La Pelos” resultan importantes bazas para el desarrollo de la fiesta. La Zaragoza de don Francisco, el exiliado, piensa en el parto ( un ratón ) de los montes, los del Moncayo o la Sierra de Santo Domingo, en Longás, estos días cubiertos de una nieve que no sé si nos dejará agua para el verano. Así cantaba “Barico” a “La Pelos” en un libro, “Mirador”, publicado en Madrid en 1950:

Esta tarde habrá miedo
en todos los rincones de la plaza;
miedo de patas negras,
miedo de alas pesadas,
miedo viscoso y frío
que pasmará las almas,
porque “La Pelos” tiene ya su historia,
historia voceada
con teorías fúnebres
de una aureola trágica.

Ha muerto Antoni Tapiés, según algunos, “el mejor pintor del siglo XX”. Me enseñaron de pequeño, cuando los profesores del instituto “Ramiro de Maeztu” nos llevaban al Museo del Prado, que nunca dijera si una cosa era buena o mala, un cuadro, una escultura, una casa, una cosa. Podía confesar tímidamente que me gustaba o no. Pero desde que Marcel Duchamp convirtió un urinario de loza en una “Fuente” ya hasta es posible que un calcetín gigante con “tomate” y todo o una bandeja con una soga y una cruz son obras de arte. Las cruces de Tapiés, dicen los expertos, no son símbolos cristianos. Y el salto de la rana ¿qué? Que conste que a mí me gustan Pepe Luis, Curro Romero y Morante de la Puebla, triunvirato de la quintaesencia de la lucha del hombre con el toro.

Otro tema que me tiene sorbido el seso es el del lenguaje. Al margen de que en las emisoras en las que se habla español se nombre o Yirona, Lleida y Ourense por Gerona, Lérida y Orense, me trae a mal traer los del “hat trick” (la trampa del sombrero) del fútbol (balompié) o el doble-doble del baloncesto ( ¿será el cuadruplé?). Con lo bonito que es “subirse a la tapia”, “taparse tras el burladero”, “ver los toros desde la barrera”, “apretarse los machos”, “para torear y casarse hay que arrimarse”, “no me torees”, “los cuernos y los dientes duelen al nacer pero luego hasta sirven para comer”, “tener mano izquierda”, “coger al toro por los cuernos”, “brindis al sol”, “las cornadas donde más duelen es en la cartera”, “soltar trapo o dar largas”, “no me toques los costados”, “estar para el arrastre”, “tragarte un embolao”,” hacer novillos”, “ser un maleta”, “dolerse al castigo”, “estar fuera de cacho”, “pinchar en hueso”, “vergüenza torera”, “torear desde la barrera”, “blandear al hierro” o “crecerse al castigo”. ¿Me entienden? Es que hablo español.

jueves, 9 de febrero de 2012

Los reflejos de paulov y los toros

Iván Petrovich Paulov (1849-1936) fue un médico ruso premiado con el Nobel por su descubrimiento de una escuela psicológica que pretendía explicar la conducta de los hombres y animales, especialmente el perro, el reflejo condicional que en el ser humano puede referirse a la manera de ser, actuar o pensar y que por lo que respecta al animal sólo puede aplicarse al actuar como psicología de la conducta de los seres irracionales, no el alma, el espíritu, la mente o la moral de seres racionales, pueblos y naciones. Y el ejemplo más conocido es el de los perros de Paulov, a los que se les sometía a la prueba de su salivación mediante condicionamientos varios, la campanilla, la persona que vestida de bata blanca le traía la comida siempre a la misma o cualquier otro signo que al hambriento can le movía a tener conocimiento de que la comida estaba cerca y, entonces, aumentaba la segregación de saliva. El reflejo condicional de Paulov. ¿Qué le pasa al toro cuando le cercenan un trozo de pitón? Que durante un tiempo no llega a alcanzar su objetivo porque está condicionado su logro a una determinada distancia. Sucedía que, cuando transcurría un tiempo entre el llamado afeitado y la lidia de ese toro manipulado, había que volver a cercenar sus pitones porque ya había ajustado su reflejo condicional a la nueva distancia. Hay ejemplos famosos y funestos. No sé si totalmente ciertos.


Pasé de los tiempos de la acción directa a los del razonamiento y llegué a la madura reflexión. Por eso he consultado con mi oráculo preferido la cuestión de las fundas de los toros impuestas para la casi generalidad de nuestras ganaderías. Solo, que yo sepa, tres de las famosas no acceden al enfundado de los pitones de los toros. En principio yo me preocupé del asunto un poco a la ligera por la belleza que pierde en el campo el toro enfundado y por el hijo de Pepe Arjona, Agustín, maravilloso retratista de bravo que ve como desmerecen sus bucólicas estampas como ocurriría si las modelos de los desfiles (¿para qué sirven?) salieran a las pasarelas cruzando las piernas como caballitos bien domados, pero con los rulos puestos. La estética, lo primero. Luego el efecto del reflejo condicional: si el toro está acostumbrado a una distancia superior por la funda y esa especie de tuerca que se asoma por lo que debería ser la punta del pitón ¿qué ocurre si antes de lidiarse se le quita el añadido? Teóricamente, no alcanzará su objetivo.


Los argumentos ganaderos apuntan a que con las fundas se salvan del anatema muchos toros que se dañán en algún obstáculo, que pulen en la arena su cuernos o que luchan, hieren o se matan entre ellos. Algunos criadores no se fían ni de la posibilidad reglamentaria de limpiar los pitones astillados con presencia y conocimiento de las autoridades. La funda es más segura y el descubrimiento de Gallardo con sus toros de Fuente Ymbro lo han seguido con entusiasmo ganaderos como Álvaro del Cuvillo, sobre todo con lo de procedencia Osborne, Garcigrande, Juan Pedro Domecq y hasta Victorino Martín. Están en contra de esta innovación inspirada en las fundas de los toros portugueses Eduardo Miura, que dice que el efecto es psicológicamente similar al del afeitado, Dolores Aguirre y Fernando Cuadri, que apuntan a la desmoralización del toro cuando no alcanza el objetivo pretendido. Unos y otros puede que tengan razón y no creo que la investigación pertinente se lleve a efecto porque estamos en tiempos de otro tipo de tribulaciones y nadie se va a parar en el detalle de averiguar los efectos que este fenómeno pueden producir en la conducta de los toros. Más sencillo será averiguar si, como aseguran algunos, el vendaje de los cuernos modifica el crecimiento, forma y consistencias de las astas, cosa que si fuera negativa para la buena presencia de los cornúpetos haría dudar de su eficacia a los propios ganaderos. Reflexiono y me arrepiento: ¿quién puede estar interesado en mermar los reflejos de los toros? Nadie que sea buen aficionado y amante de la fiesta española. Y los ganaderos de reses bravas son aficionados y amantes de la fiesta y habrán puesto en la balanza los pros y las contras de las fundas corneas y habrán ganado las ventajas a los inconvenientes.


Creo que en España no se ha discutido este tema y que los más profundos estudios han llegado desde la vecina Francia, cosa casi natural porque en los últimos tiempos muchas de las buenas ideas que surgen en los toros nos vienen del otro lado de los Pirineos. Cuidan más de nuestra supervivencia que nosotros mismos.


Una noticia sorprendente: reaparecen Ruiz Miguel, Víctor Méndez, Vicente Ruiz “El Soro”, Rafael Camino y alguno más que no recuerdo en este momento. Van a engrosar el escalafón de matadores de toros más hipertrofiado de todos los tiempos frente a una temporada en la que los festejos van a disminuir palpablemente porque las entidades locales, provinciales, autonómicas o nacionales han tenido que reducir sus presupuestos y recortar de capítulos primordiales y, antes, los que servían para subvencionar los festejos feriales en general y los taurinos en particular. Tiene razón José Luis Lozano cuando afirma que peor estábamos en el 39 del siglo pasado, cuando no había ni comida para todos, pero entonces pocos tenían coche y nadie televisión. “Cine o sardina” que titulaba Guillermo Cabrera Infante, o colchón o toros, la disyuntiva del aficionado tieso de los años 40. ¿Está don José? No, está pensando. Don José se apellidaba Ortega y Gasset. A mi nieto, cuando le castiga su padre, le manda a meditar. Y yo me voy con él. Reflexiono.


ANÉCDOTA ACLARATORIA – Un diestro ya retirado se fue un día hasta “Los Corales”, en Sevilla, a charlar con Juan Belmonte y le confesó con entusiasmo que volvía a los ruedos. Don Juan, con su leve tartamudeo, escueto y demoledor, le hizo la siguiente pregunta: ¿Te han “llamao”?

miércoles, 1 de febrero de 2012

SER FIGURA Y DEMOSTRARLO

En mi vejez y sigo siendo un insensato. En mi pueblo, que no es en el que nací pero sí el que he elegido como adoptada cuna, me invitaron a la inauguración de una peña taurina a la que querían poner el nombre de José Tomás. Por mi ya larga experiencia, les aconsejé a los peñistas que lo de poner a estas entidades nombres de toreros era limitarles su vida porque casi ninguna supervive al esplendor de su titular si se exceptúan unas cuantas como la del “Club Guerrita”, “Los de José y Juan” o el “Club Cocherito” que, por diversas circunstancias, han permanecido en actividad brillante y provechosa, sobre todo la de Bilbao ya centenaria.


-Yo creo que sería mejor que a la peña le pusierais el nombre de la calle donde está el bar de su domicilio social, El Toril.


- De acuerdo: Peña El Toril.


Y allí que acudí para hablar de la calle, del pueblo, de su tradición ganadera y de aquella corrida extraordinaria de 1809, en la que una columna de soldados franceses que acudían al lugar para cobrar tributos y realizar incautaciones de alimentos para las tropas de Zaragoza, se encontró encerrada dentro de sus muros y frente a los toros que se soltaron desde los distintos corrales y desde ese toril que lanzaba los toros a la plaza del pueblo. Los que escapaban de la cornada recibían el plomo de las armas de los hombres que ocupaban balcones, ventanas y tejados. Y, después de mi entusiasmo historicista, intervinieron mi compañera taurina Isabel Sauco y el matador de toros Alberto Álvarez para ampliar los temas a asuntos más polémicos. A alguien, seguramente partidario del torero de Galapagar, me preguntó si yo consideraba a José Tomás como figura del toreo.

Sí considero a Tomás como figura del toreo, pero no ejerce como tal. Hubo un año, 1946, en el que Manuel Rodríguez “Manolete” no toreó en España nada más que una corrida de toros. Pero fue en Madrid, en la corrida de la Beneficencia y con Gitanillo de Triana, Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín. José Tomás ha completado una temporada con nueve corridas de toros en dos plazas amables de primera y el resto de segunda, con ganado de dos divisas y con compañeros de indudable valía aunque poco relieve. Eso no es ejercer como tal figura del toreo.


Hubo sus discrepancias y Alberto Álvarez me argumentó que no había toreado más el de Galapagar porque venía de una cornada mortal y porque no podía alternar con primeras figuras porque no había dinero para pagarles a los otros diestros. Primero, la cornada, gracias a Dios, no fue mortal y los dineros hay que compartirlos con el resto de los componentes del cartel. Comprendo que el hacerse acompañar por los más débiles es muy caritativo y provechoso para él, pero la fiesta de los toros es un espectáculo y la gente quiere ver en acción a los mejores frente a frente. Y en Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao o Zaragoza. En resumen: José Tomás es figura del toreo pero no ejerce. Lo que si tiene es un gabinete de promoción de lo más eficaz. En estos días, los que enredamos en los caminos del internet misterioso nos hemos encontrado con la divulgación de una faena de Tomás considerada como de la máxima perfección. No creo que resista la comparación con alguna de Morante de la Puebla en esta última temporada, incluida la labor con el capote. Primero, fue una faena completamente derechista, ligados los muletazos al pico del engaño a favor de la entrega del cornúpeto, algunos enganchados y con desarme final. Estatuarios y remates y ni una sola serie de naturales. Buen acompañamiento musical y el remate del indulto para el toro. Está bien lo de indultar a los toros bravos aunque nos priven de contemplar lo que desde tiempos inmemoriales se califica de suerte suprema. Y, por mi parte, que se indulten los toros bravos donde aparezcan, sea en plazas de primera, de segunda o de tercera. ¿O es que en estas últimas no pueden lidiarse toros bravos? Ya dirá el ganadero si sirve para las tareas de la procreación. No hay que ponerle puertas al campo ni reglamentos a la bravura. ¡Fuera los reglamentos! Repito: me fastidian los reglamentos. Ya lo decía el conde de Romanones: “Haced las leyes y yo haré los reglamentos”.

Hoy mismo aparece en los medios de difusión que los toros estarán en la Dirección de Bellas Artes y Bienes Culturales y de Archivos y Bibliotecas. Buena noticia si ello sirve para considerar a la Fiesta Española como lo que es: un bien cultural consustancial con nuestra condición de españoles. De todos los españoles, incluidos los catalanes que en estos días de prohibición de las corridas de toros abogan por la protección de los bous del fuego y de las calles. Se quedan en las cavernas. Es como si en otras regiones de España se permitieran los recortadores, los saltadores, los roscaderos y los toros ensogados y se prohibieran también las corridas de toros que resultan de la evolución de esos festejos populares y la transformación de los torneos caballerescos en los festejos de a pie. Como si se obligase a viajar en diligencia en lugar del AVE o el avión. Sea usted moderno, sea usted del Pepe. El Pepe era el hermano de Ángel Teruel cuando lo apoderaba Nacional, aquel matador de toros, Octavio Martínez, que, ya retirado, se dedicó a la tarea de lanzar nuevas figuras. Sea usted, pues, moderno, sea partidario de la FIESTA ESPAÑOLA. Y espero que el ministro don José Ignacio Wert, pese a su apellido poco torero, nos ponga en el lugar que nos merecemos: en el Olimpo del Toro Mitológico.

jueves, 26 de enero de 2012

EL OJO TAPADO DE PADILLA

Estamos abonados a la tragedia y queremos arreglarlo todo con la burocracia. Andrés Amorós publica hoy, 23 de enero, en ABC un artículo que titula “Qué puede hacer Cultura por la fiesta de los toros”. Veamos: reducir el IVA, subvencionar a las empresas, crear una Dirección General de Asuntos Taurinos, coordinar a las Comunidades, fomentar y divulgar la fiesta, propiciar gestos simbólicos como que vayan a los toros el Rey y la infanta Elena con sus hijos y que Rajoy, además de ir a la plaza de Pontevedra, se deje ver en Las Ventas del Espíritu Santo, y transmisiones e informativos taurinos en la televisión de España. Pura burocracia. Y la burocracia sobra en esto y en otras muchas cosas. Menos reglamentos y menos pliegos de condiciones. Hace falta más libertad y que los empresarios organicen sus espectáculos a su leal saber y entender con la simple exigencia de que se cumpla lo que anuncian: Seis toros que serán lidiados, picados, banderilleados, pasados a muleta y muertos a estoque por unos matadores de toros o novillos concretos acompañados por sus correspondientes cuadrillas. Ese es el único reglamento necesario. Y que el empresario organice las corridas de toros, de novillos o de rejones que crea convenientes, que no se impongan concursos de ganaderías con el ruedo pintado como una cancha de baloncesto, que el cartel de diestros sea del grupo primero y naturales de la propia región o de triunfadores del año anterior, en Madrid o en Calatayud. Fuera reglamentos y cortapisas. ¡Libertad! Y luego arreglar la buena marcha de la lidia, sobre todo el primer tercio. Lo que llevo repitiendo desde hace más de medio siglo: el peto anatómico. Y que sean los picadores que saben montar a caballo tirar el palo, sujetar el empuje del toro, manejar las riendas para salvar al caballo y contar con la ayuda de los toreros de a pie. Necesitamos recuperar la suerte de varas. Después, cada cual pondrá las banderillas de los colores que quiera. Variedad, señores, variedad. Tenemos toreros para satisfacer todos los gustos, los del paladar, la valentía consciente, la técnica, la naturalidad o la sabiduría. Los descendientes de Pepe Luis,” Manolete”, Luis Miguel, Antonio Bienvenida o Domingo Ortega. Hoy, Morante, José Tomás, “El Juli”, Manzanares o Enrique Ponce. Podría citar a otros, pero creo que con esa decena de toreros puede valer como muestra.


Estos últimos días, el tema general fue el anuncio de la vuelta a los ruedos de Juan José Padilla tras el largo y doloroso periplo recorrido desde el 7 de octubre, cuando un toro le rompió la cara desde la oreja izquierda hasta el ojo del mismo lado. Las informaciones, similares, y las fotos, impactantes. Un Padilla elegante, vareado, con un traje de chaqueta cruzada y raya diplomática, gesto serio y parche de piel negra tapando el ojo sin luz. Volverá el 4 de marzo próximo en la plaza de Olivenza, con Morante y Manzanares de compañeros y toros de Núñez del Cuvillo. Ángel Solís, en “Heraldo de Aragón”, ponía el estrambote a la noticia con estética azoriniana y técnica gongorina: “Vuelve Padilla. El héroe. El villano, el transgresor de la formas. El lidiador que se anunciaba con la casta, con la fuerza de la sinrazón: el toro”.


No conozco personalmente a Juan José, al que algunos motejan de “Ciclón de Jerez”, pero tengo muy buenas referencias de él puesto que goza de las simpatías y el favor de sus compañeros. Es muy buena señal. Y me alegra que, con voluntad y sacrificio, haya superado el gran trauma sufrido y empiece una nueva temporada con todas las garantías. Solís titula su comentario como “El negocio Padilla” y lo termina así de críptico: “Vuelve, hoy, con lo bueno, lo comercial, lo pastueño, lo que siempre anheló y se lo negaron. El negocio lleva su nombre, pero no es para él. Que la suerte le acompañe”. Está bien, que le acompañe la suerte, claro. Pero no es el primer caso de un torero en estas circunstancias. Allá por el 1816 nació en Gelves, Sevilla, Manuel Domínguez, al que apodaron “Desperdicios”, unos dicen que porque lo vio Pedro Romero y afirmó que ese muchacho no tenía desperdicio y otros, seguramente con exceso de imaginación, porque, después de estar casi veinte años en las Américas practicando los más diversos oficios y aficiones – militar, torero, chulo, mayoral, cabecilla e industrial –, regresó a España en 1852, renovó sus afanes toreros y el 1 de junio de 1857, en la plaza de toros de El Puerto de Santa María, un toro de Concha y Sierra bien llamado “Barrabás”, en la ejecución de la estocada le derribó y le metió el pitón en el suelo entre la mandíbula y el ojo derecho, que se lo vacío. El toro se emplazó en la entrada de la escasa enfermería y el herido y la cuadrilla hubieron de esperar largo rato hasta que “Barrabás” se fue. Alguien aseguró que Manuel Domínguez recogió en su mano lo que había quedado de su ojo y lo lanzó a la arena con un despectivo ¡Ná, desperdicios! Más verosímil es lo que se contaba después: que el médico fue a visitar al herido al día siguiente y se encontró con la buena nueva de que Domínguez había cogido trozos de papel de estraza y había confeccionado una especie de tapones con los que rellenó sus heridas de la mandíbula y la órbita vacía y los conductos de la nariz y ello puede que le salvara la vida e hiciera posible que Manuel Domínguez “Desperdicios” reapareciera, tres meses después de la cogida, en Málaga y con toros de Concha y Sierra. Otro torero tuerto fue José Antonio Calderón “Capita”.


El más terrible de los antecedentes de este tipo de lesiones fue el de Manuel Granero en Madrid. El pitón le entró directamente al cerebro por un ojo y murió en el acto. Antes a este tipo de cornadas sin las consecuencias trágicas del valenciano se les llamaba cornadas de espejo y es fama que la que en Santander sufrió Pepe Luis Vázquez menguó sus afanes. Al enterarse de lo que había ocurrido, Manolete, que también lucía en su cara una cicatriz recordatoria, comentó: “No es posible, ¿le habrá tirado un cuerno el toro?”


Ya avanzado el siglo XX, tenemos los casos de Eladio Peralvo, matador de toros cordobés que en Los Navalmorales, Toledo, se vacío la órbita ocular izquierda con el arpón de una banderilla el 15 de septiembre de 1973, Lucio Sandín, madrileño de la Escuela Taurina de Madrid y compañero del infortunado “Yiyo”, al que un novillo de Baltasar Ibán hirió en el ojo derecho el 12 de junio de 1983. Reapareció en septiembre y tomó la alternativa el 7 de abril de 1985 con Curro Romero y Rafael de Paula en el cartel. Hubo un tiempo en que fue apoderado por Diego Puerta y tuvo relaciones con una hija de este. Tuvo un grave accidente de automóvil, se apartó de los toros y se hizo especialista en óptica. Lo apropiado. También sufrieron lesiones oculares Carlos Collado “Niño de la Taurina”, golpeado con el palo de una banderilla al dar un muletazo, y Javier Vázquez, al que el 9 de abril de 1988, en Algeciras, al entrar a matar, un novillo le destrozo un párpado sin pérdida de visión. Como ejemplo de cornadas de espejo tenemos las de Franco Cadena en Sevilla y Luis de Paulova. Con más suerte y menos consecuencias visibles las de Julio Aparicio y Sergio Aguilar. El lado amargo de la fiesta que parece que necesita de la tragedia para justificar su brillo. Pinturas negras con mucha luz. La luz de la esperanza.