miércoles, 21 de diciembre de 2011

Recuerdos para vivir

Hemos tenido motivos para recordar con el fallecimiento estas últimas fechas de banderilleros como Manolo Carmona y Almensilla y matadores de toros como Diego Puerta, al que a mi nunca me gustó llamarle “Diego Valor” porque creía que minusvaloraba su significado como primera figura del toreo en unos años 60 y 70, en los que era difícil entrar dentro de esa categoría, y la de César Faraco, también rebautizado con el rimbombante sobrenombre de “El Cóndor de los Andes”. Majestuoso ese vuelo sobre las montañas de Venezuela. Casi siempre estaba por medio la imaginación de Gonzalo Carvajal, buen aficionado, buen escritor y mejor lector que se consagró con el apelativo de “Niño Sabio de Camas” para Paco Camino frente al “Faraón” del mismo lugar que era, y es y que lo sea por muchos años, Curro Romero, pese a sus actuales circunstancias de esposo de la Tello, la amiga inseparable de la Duquesa de Alba. El que no admitió mote alguno fue Antonio Ordóñez Araujo. Ni el de” Niño de la Palma” de su padre, hijo del propietario de la zapatería “La Palma”, de Ronda como su tercer hijo Antonio. “Es de Ronda y se llama Cayetano”. Su hijo mayor sí llevó el famoso apelativo, otro hijo, Juan de la Palma, y los otros dos, como Antonio, Pepe y Alfonso. Juan y Alfonso dos excepcionales banderilleros. Antonio, la cumbre de la familia de toreros, de cuya muerte se han cumplido trece años el día 19 del presente mes de diciembre en su casa sevillana de la calle Iris, por donde entran los toreros a la Maestranza y en donde cortinas y faldas de mesas camillas estaban confeccionadas con tela de capote torero.

De Antonio Ordóñez tengo magníficos recuerdos y algún sinsabor muy particular. Un día de no sé cuantos años hace, fui a Sevilla a hacerle una entrevista acompañado de un fotógrafo. Nos encontramos cerca de la Real Maestranza y le propuse hacer las fotos con el fondo de la Torre del Oro. “Muy original”, me comentó en tono sarcástico. “Antonio, es que quiero que los lectores sepan que estamos en Sevilla”. Allí se hicieron las fotos. Hay dos documentos gráficos que siempre me vienen a la memoria cuando pienso en la figura del rondeño: uno se lo hicieron en Roma sobre una columna dando un lance y otro lo que disparó ese genio de la cámara que fue Arjona de una verónica ejecutada con la rodilla derecha sobre el albero de la Real Maestranza, lo que inspiró a otro artista, Pablo Ignacio Lozano, una escultura admirable. Antonio, indiscutible maestro del arte de torear, era un hombre complicado. Y puede ser que si yo tuviera capacidad sicológica encontraría los motivos de esa su especial manera de ser. En plena juventud asistió al derrumbamiento de su padre, “El Niño de la Palma”, que de gran figura del toreo pasó a tener que vestirse de banderillero porque, como confesó a mi padre en una entrevista, no tenía ni para tabaco. Menos para mantener a seis hijos, los cinco que serían toreros como él y una niña, Ana. A ello se añadieron las opiniones de Hemingway y algún comentario desafortunado de Luis Miguel cuando era el patriarca de los Dominguín el que apoderaba al de Ronda. Y algo que no entendí ni entiendo ahora: en la gran obra biográfica de Antonio Abad Ojuel no se menciona que la madre de Antonio era gitana y yo supongo que el de Tudela lo sabía, pero no se le autorizó a revelarlo. Tampoco figura en la relación de toreros gitanos de José Julio García y sí en la de Joaquín Albaicín (Joaquín Bernadó García) con el argumento de que está en las mismas circunstancias de los Gallo, padre torero y payo, y madre artista gitana, de los Cuco. Los Ordóñez, hijos de torero payo y madre artista y gitana, la hija de Coral de los Reyes y N. Araujo, Consuelo, cantante y actriz, protagonista de tres películas de los años 20, “La Reina Mora” (1922), “Quintín el Amargao” (1925) y “Cabrita que tira al monte” (1926). Después de esta película se casó con “El Niño de la Palma” y ya no conozco más episodios artísticos de Consuelo y su madre, Coral, de la que oí hablar en otros tiempos a Suarez Merino, vinculado con los Molina, Antonio y su parentela, y los Ordóñez.

Antonio Ordóñez tenía una corte selecta e incondicional. Un grupo de aficionados de más arriba del Ebro que le seguían por toda España a la manera de los seguidores de un equipo de fútbol. Furibundos, como los béticos antes de Lopera. Recuerdo un día, en Linares, en el que toreaba Ordóñez con Diego Puerta y Santiago Martín “El Viti” y en el que sucedió algo que retrata el fuerte carácter del torero. Antonio Galisteo, buen torero, lidiaba al primero de la tarde y, en un capotazo, el toro metió el pitón en la arena y se lo rompió, lo que no fue óbice para que luego el diestro le cortara una oreja. Pero, al iniciar la vuelta al ruedo, se volvió hacia Galisteo, le ordenó que se retirara al callejón y que no le acompañara en su paseo triunfal. En el cuarto toro estuvo colosal y entonces vino el gesto insólito de sus partidarios, la mayoría bilbaínos. Se levantaron a la vez y abandonaron la plaza porque, decían, “ya no querían ver nada más”. Entre los seguidores yo conocía en especial al aragonés Justo Rocafort y su esposa Amparo y al Conde de la Unión, en cuya casa de Buñuel, en Navarra, tuve el placer de charlar con un señor de la talla de Serrano Suñer. Pero Antonio Ordóñez fue un torero universal, del Norte al Sur, del Este al Oeste, Francia y América. Llegó a torear hasta en Estados Unidos, en un festejo en el que en la pantalla aparecía la voz de “olé” para que los espectadores acompañaran la labor del torero. “Papa Ernesto” había mediado en la disputa, se había puesto del lado del hijo de “El Niño de la Palma” y Luis Miguel se atrevía a decir que Hemingway no sabía escribir y menos de toros. El verano sangriento se hacía eterno. Y Antonio Ordóñez, al margen de su gran categoría, sufrió lo indecible en lo físico y en lo humano. Su apolínea silueta estaba marcada por las cicatrices y los huesos quebrados y fueron muchas las lágrimas derramadas por las anomalías familiares: su padre, su hermano Juan, su yerno Paquirri, su hija Carmina… Tuvo la gran suerte de casarse con Carmina González Lucas, la hija de don Domingo, el de Quismondo, y hermana de los tres Dominguines, un prodigio de mujer, inteligente, discreta, conciliadora, mano derecha o izquierda, siempre en el quite y en la atención a sus amigos, allá por Valcargado en Medina Sidonia o junto a los Nuevos Ministerios de la prolongación de la Castellana de Madrid, cuatro años mayor que Antonio, con el que se casó el 19 de octubre de 1953 en Villa Paz, la finca de Luis Miguel, camino de Cuenca. Murió a finales de agosto de 1984, creo que el 29, aniversario de la muerte de “Manolete”. Antonio contrajo segundas nupcias con otra gran mujer, Pilar Lezcano. En esto, al menos, Antonio Ordóñez fue un hombre de suerte. Con los nietos también, pero con sus misterios. Primero, Francisco Rivera. Un comienzo ilusionado y luego la sigilosa huída. Con Cayetano, ni intentarlo. Un hombre nunca sencillo, del gótico flamígero al barroco florido sobre la base de un románico de piedra berroqueña, nazareno de La Soledad. Muchas incógnitas que se despejan como una tremenda carcasa cuando explota y se lee en el oscuro de la noche: “Antonio Ordóñez Araujo, torero”

Alguna duda más: en un portal de la moderna comunicación que se titula Wikipedia se pone en duda el que Antonio naciera en Ronda, en la finca de El Recreo de San Cayetano, donde se esparcieron las cenizas de Orson Welles. Se apunta entre interrogantes a Majadahonda. De Rafael el Gallo decían que había nacido en Pozuelo de Alarcón y cuando le enseñaron el pueblo, alargo el brazo derecho y sentenció: “Pozuelo, que grande eres”.Otra duda es sobre el toreo al natural del rondeño, parecida duda que se plantea al hablar de Domingo Ortega y rechazo por mi parte del pase de costadillo por alto. Esto para certificar su humanidad. Y un recuerdo para don José María Jardón, el jefe del trío de Las Ventas de Madrid con Escanciano y don Livinio, que fue el destinatario del brindis del toro “Colombiano” de Pablo Romero en la primera despedida de Ordóñez el 12 de agosto de 1971 en San Sebastián, reaparición en 1981 y luego, las goyescas de Ronda, lugar al que peregrinaron todos los fieles creyentes de ordoñismo, “per saecula saeculorum”.

domingo, 11 de diciembre de 2011

EN CORTO Y POR DERECHO

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Ha muerto Diego Puerta, don Antonio Burgos. El jefe de cuadrilla de su admirado y también fallecido “Almensilla”. ¿No merece Diego un recuadro en ABC, al menos similar al del subalterno? Los tres mosqueteros: Diego Puerta, Paco Camino y Santiago Martín “El Viti”. También eran cuatro en mi opinión. Yo añadiría a Juan García “Mondeño”, que es el espejo mágico de José Tomás. Athos, agricultor, Porthos, casado con una viuda rica, Aramis y D`Artagnan. “Mondeño” , como Aramis, se hizo cura. Para Madrid, su plaza, también se prepara otro trío de cuatro. Lo que hace falta es saber quién es cada cual y si tenemos otro Alejandro Dumas que escriba la novela del arrendamiento de Las Ventas del Espíritu Santo. José Antonio Chopera es “rey de espadas” y se volverá a batir con Rochefort para vencerle por cuarta vez. Y es posible, con permiso del cardenal Richelieu, que también gane la plaza de Zaragoza en la encrucijada de su mala situación financiera. Hace unos treinta años, después de la gestión del amo de “Villa Heraclio”, hubo que buscar la tabla de salvación de la gestión interesada y de la amistad de Ángel Zalba con Palomo Linares para que los Lozano se hicieran con la plaza de Pignatelli y encontraran el apoyo del que había sido gobernador de Toledo y rectificara la decisión de no permitir los festejos populares por parte del señor Laína, presidente del Gobierno de España la noche del 23 de febrero. Las vaquillas han menguado el desastre. Pero es necesaria otra catarsis quizás más purificadora que la de los años 80 del siglo pasado. Los tres mosqueteros de Madrid, padre, hijo y el francés beatificado en los brazos de Sánchez Dragó, el de la lista telefónica de Gárgoris y Abidis, y el filósofo alicantino señor Esplá, con la ayuda del experto de salamanquino, hijo y hermano de calificados buscadores por los campos del toro. Todas las colaboraciones serán necesarias para que la ruina no anide entre piedras centenarias y el moderno mecano de teflón. En Madrid ya se conoce el pliego y en Zaragoza espero que no sea el parto de los montes como cuando unos cuantos se inventaron un Reglamento Taurino copiado del vasco y con la original y sesuda medida de que todas las banderillas que se ponen en las plazas de Aragón lleven los colores de la bandera de España, Aragón, Cataluña y Valencia. Más monotonía sobre la mortal monotonía de la encorsetada Fiesta. Oiga, y para salir a hombros en la capital del Ebro hay que cortar dos orejas en un toro. ¿Qué se creía usted?
Bueno, algo muy importante: el próximo día 21 de este mes de diciembre cumple 90 años Pepe Luis Vázquez Garcés. El Cossío dice que será el próximo 3 de enero del año que viene. Cada vez me fío menos de la Enciclopedia de los Toros. Pepe Luis me trae muchas cosas a mi memoria y creo que también a los aficionados que tuvieron el privilegio de admirarlo en los años 40 y 50 del otra vez evocado siglo XX. Pepe Luis no es descriptible. Y si usted tiene ese punto de sensibilidad necesaria para captar lo que es la gloria del arte de torear bastará que contemple algunos de los documentos gráficos que nos superviven. Da la casualidad de que esos tres dedos del lance de Morante de la Puebla se repiten en lances de Pepe Luis o en muletazos del ángel de San Bernardo. El cartucho de pescado de Jerez de la Frontera, firma de Arjona en el simpar documento, los lances a pies juntos y a compás abierto, el medio pecho, el remate del sello de rojo lacre a toda una obra de arte. Todos los días no se podía esculpir el Moisés de Miguel Angel . Tenía sus días tristes porque veía al toro a la primera y si no podía ser cogía el camino más corto y remataba la cuestión de media lagartijera. “Manolete” lo decía: “Si Pepe Luis lo hiciera todas las tardes ya nos podíamos ir a los albañiles los demás”. Cuando el tercer Califa volvía de su campaña americana, Pepe Luis hizo unas declaraciones en las que le retaba a torear juntos en Sevilla una corrida de Miura.” ¿Por qué no me invita a unas gambas con unas copas de jerez?”- le contestó Manuel Rodríguez. Los de Miura en danza. Pepe Luis era el único diestro que hacia los tentaderos en Zaheriche y casi todos los meses de abril, en la Feria sevillana, mataba la corrida de don Eduardo. Por esas extrañas circunstancias que tiene el destino, “Islero” era de Miura.
Y con Pepe Luis en mi pensamiento recordé a un banderillero gitano, natural de Tomares, provincia de Sevilla, lugar de nacimiento de los Bombita, que se llamaba Gabriel Moreno y que viene citado levemente y sin precisión ninguna en la Enciclopedia ya citada. A mi memoria venía una anécdota de este banderillero de tez oscura y hombros caídos que un día en Sevilla, a las órdenes de Pepe Luis, se fue al centro del ruedo y jugó sus brazos al unísono, metió el mentón en su pecho y ligó media docena de verónicas antológicas. Remató, se fue para la barrera y le dijo a su maestro, a Pepe Luis: “No me eches que me voy yo”. He buscado en libros y revistas y no he encontrado ninguna referencia. Solo Luis García Caviedes habla de este torero calé y de que un día le dijo a Curro Romero que no podía matar bien porque se rompía las muñecas al torear con el capote. Me atreví a consultarle a otro Manuel Rodríguez, este de San Bernardo y, en mi opinión, el más completo de los toreros de plata, si recordaba a Gabriel Moreno y lo ocurrido con Pepe Luis. Tito es el hombre más prudente del mundo. Me confirmó las excelencias de Gabriel Moreno y me dijo, además, que lo de los lances sucedió con un toro de Miura que los toreros consideraban burriciego. Y he logrado algún dato más, que el de Tomares hizo el paseíllo unas cuantas tardes en Madrid para acontecimientos importantes como las confirmaciones de alternativa de Pepín Martín Vázquez, otro que era celestial, “El Choni” y una doble celebrada el 10 de septiembre de 1944, con la particularidad de que en esta ocasión Paquito Casado confirmó a Carlos Vera “Cañitas” y Rafael Albaicín le entregó los trastos al también mexicano Arturo Álvarez, cosa que no creo que se haya dado muchas veces a lo largo de la Historia del Toreo. Gabriel Moreno también actuó en una novillada en junio de 1951, en la que dice Cossío que resultó herido y en la que participaron Juanito Posada, Jaime Bolaños y Juanito Bienvenida, que, al final del festejo, decidió retirarse del toreo. La novillada fue de Salvador Guardiola y la retirada de Juanito Bienvenida no fue tal, continuó en los ruedos y hasta llegó a tomar la alternativa. “El Papa Negro” decía que Juanito era el que mejor toreaba de sus hijos. Pepe Luis admiraba la gran naturalidad de Antonio. “Sin naturalidad no hay arte”. Si lo lee esto José Tomás se olvidara de dar chicuelinas y manoletinas con el compás abierto. Y mis mejores deseos, divino nonagenario. Solo he visto dos ángeles con el pelo blanco, el de “¡Qué bello es vivir!” que tenía que recuperar sus alas y el de San Bernardo que nos pone alas a todos los que soñamos con el Arte.
Estos días he repasado nombres de banderilleros que me dejaron un profundo recuerdo. Ahora solo quiero citar a uno: a Joaquín Delgado “Joaquinillo”, banderillero en la cuadrilla de Pepe Luis y mozo de espadas por necesidad de José Fuentes. ¡ Qué injusta es muchas veces la vida y su historia! Amén.

jueves, 1 de diciembre de 2011

MADRID, MADRID, MADRID, …

Hace más de treinta años que me fui de Madrid porque aquello se complicaba mucho. El trabajo, sobre todo. El periódico en donde trabajaba cambió de director y el conocido por “el Chino” sustituyó a Antonio Gibello, falanguista y buena persona. Yo era redactor jefe de la sección de Nacional y me mandaron al archivo. Al ostracismo o galeras, vamos. Hice el petate y regresé a mis orígenes, Aragón. Pero no he podido olvidar Madrid. Hace unos días fui a dar la tetadica revitalizadora y lo primero que hice fue acercarme a la calle Sevilla, a la playa por la que paseaban los toreros y recordé el bar donde estaba de camarero Francisco Sánchez “Frasquito”, la zapatería en donde se exponía el traje de luces de la alternativa de “El Príncipe Gitano”, el quiosco de la Once que le pusieron al picador Antonio Codes “Melones” porque se quedó ciego por culpa de una caída del caballo, la administración de loterías “El Trece”, la tienda de corbatas (no es lo que parece, de lejos, una calavera; de cerca, dos señoras de amplios sombreros en animada charla), el teatro y sala de fiestas Alcalá y el café “Marfil”, ya esquina a Cedaceros, en donde yo le hice una entrevista a Juanito Posada a principios de los 50. La calle Arlabán, paralela con la Carrera de San Jerónimo, el café “Las Cancelas” con acceso por las dos calles. Recuerdo al banderillero de las medias verdes que le quiso poner un par de banderillas de fuego al policía que le obligó a salir al ruedo en Carabanchel, o a Bojilla que, cuando veía a uno de sus acreedores, se iba decido hacia él y le decía airado “que te pienso pagar ¿eh? “. La mejor defensa es un buen ataque. En la esquina de Alcalá con La Virgen de los Peligros, un poco hacia Sol, “La Tropical”, bar, café y buen marisco, en donde el hervidero de gentes del toro era constante y alguno le daba propina a la telefonista para que le llamara por los altavoces y dijera que don Pedro Balañá le esperaba al aparato. Se vivían a tope los dramas y las comedias de cada día. Ahora la playa está desierta y el mar no baña mis pies. Solo se mantienen las cuadrigas de lo alto del Banco Bilbao y las amplias fachadas del Hispano y el Español de Crédito. Me fui despacio y triste hasta Lhardy, en la Carrera de San Jerónimo, y me tomé un caldito con un chorro de jerez para entrar en calor. Después de meditar sobre mis pensamientos, me convencí de que Francisco Sánchez Fernández, “Frasquito” en los carteles, no estaba de camarero en el “Fornos” de la calle Sevilla. Sí en el Fuyma de la Gran Vía, casi en la plaza de Callao, que se ha cerrado en estos días y que festejó en abril de 1948 el extraordinario éxito del torero nacido en Toledo y criado en Madrid, apoderado por Raimundo Blanco, sevillano publicista y padre de un famoso jugador de fútbol, y representado en Madrid por Ramón S. Sarachaga, padre de los Sánchez Aguilar, que administraron como pudieron la explosión del cohete, la gran llamarada primera y el ruido del trueno prolongado por los muchos comentarios que se dieron en la calle de las Sierpes y la revista “El Ruedo”, con un artículo de Barico que reflejaba el buen ambiente en el bar del dueño de la Fundición de Hierros Maleables. Dos cornadas seguidas, en Bilbao y Córdoba, desinflaron el gran globo del calificado como “la sombra de Manolete” o “el torero que había empezado de maestro”. Se presentó en Madrid el 7 de mayo de 1950 y el comentario más definitivo es el que apareció en “El Ruedo”: “Frasquito salvó su precioso terno a costa del menguado prestigio que tenía”. Se fue a México en 1952, le dio la alternativa Alfredo Leal en 1955 y se quedó a vivir por aquellas tierras. Allí murió el 24 de febrero de 1993 y la noticia de su muerte vino en ABC en una pequeña esquela que puso su hermana el 13 de marzo de ese mismo año y que anunciaba un funeral en la iglesia de San Juan Crisóstomo. Solo un leve apunte de Filiberto Mira en “Aplausos”.

Estaba en Madrid, en el protocolo del caldito de “Lhardy”, las cuatro calles, Carrera de San Jerónimo, a los dos lados, de la Cruz, Príncipe y Sevilla, “El Gato Negro” y el teatro de “La Comedia” de la calle del Príncipe, ” La Alemana” del Chino, el hotel Victoria o la casa de los Dominguín. Por la calle de Santa Cruz las capas españolas de Seseña, los vinos y las gambas de “El Abuelo” o las oficinas de la plaza de toros de Madrid, y un cocidito madrileño con don Marcial. Fui a ver la exposición de Delacroix, magnífica, y me decepcionó la de los rusos de San Petersburgo en el Museo del Prado. A la salida, un espectáculo de lo más edificante: dos tíarrones, en pie, impertérritos, se daban un beso de tornillo frente a la escultura de Goya con su maja desnuda y el boceto en piedra de “los sueños de la razón producen monstruos” en su pedestal. ¿Qué hubiera dibujado don Francisco de presenciar semejante escena? Los desastres de la cultura y la educación. Estuve en la presentación de los premios del Club Financiero de Génova, me encontré con Victoriano Valencia y hablamos de nuestros nietos, franceses y mexicanos fueron los más agasajados, presentó Vidal Pérez Herrero y adornó Palomo Linares, tuve el placer de darle un abrazo a Lola, la esposa de Salvador Sánchez Marruedo, Muriel Feiner siempre dulce y cariñosa, Blanca, la elegante señora de Vidal, saludé a varios amigos, a “El Puno”, a quién le ofrecían un homenaje, y me marché Goya arriba cantando bajo la lluvia. Unos días después, en La Arganzuela, Casa del Reloj, disfruté de las atenciones de Lola Navarro, su jefa municipal, en la presentación de la Agenda Taurina de Vidal Pérez Herrero, también maestro de ceremonias en esta ocasión, en la que nos obsequió con un apunte de César Palacios en homenaje de Antonio Chenel “Antoñete”. Por mi parte tuve la ocasión de hablar de los pintores ingleses del Romanticismo y de su interés por España y los españoles, Wellington, el hotel y el almirante, como último refugio de la tertulia taurina de Madrid, y de la importancia de Luis García Campos, el pintor bilbaíno que le puso luz a las sombras tétricas de Gutiérrez Solana, ambos continuadores de la fuerza narradora de don Francisco el de Fuendetodos y de la genial pincelada impresionista de don Roberto Domingo, y que murió el pasado mes de agosto al finalizar la feria de su pueblo. Este día también nos acompañó la expresividad de Sebastián Palomo Linares que, en lo que al arte se refiere, tiene su cuna en la Aragón de Viola. Los de Béjar y San Sebastián de los Reyes hablaron de las plazas de sus lugares, “la viejita” y la cincuentenaria, y José Luis Lozano, con su voz rota, que en palabras sabias nos contó la historia de su familia en los toros. Primero como toreros, luego como apoderados y empresarios y, al final, vuelta atrás a sus ancestros ganaderos. “Un ganadero que quiera formar su propia ganadería no cuenta con tiempo suficiente para lograr su empeño”. Su abuelo materno, Manuel Martín Alonso, tuvo tres años la ganadería de Veragua y se la vendió en 1930 a Juan Pedro Domecq.

Al comenzar el mes de noviembre murió Almensilla y Antonio Burgos pidió para él la Medalla de Bellas Artes y citó a Luis González, Blanco y “El Vito”. Después a Antonio Gallisteo, Andrés Luque Gago y Tito de San Bernardo, todos sevillanos y muy grandes algunos y grandísimos dos de ellos, el uno con los palos y el otro desde la montera a las zapatillas. Escribí una carta al director de ABC y ni caso. Citaba a toreros aragoneses como Mariano Carrato y Antonio Labrador “Pinturas”, los valencianos Blanquet , Honrubia o Alfredo David, el madrileño El Boni, el manchego Michelín o el también sevillano Antonio Chaves Flores que no aparecía en la lista del señor Burgos. Yo solo recordaba a toreros ya desaparecidos, pero para significarle al chispeante comentarista andaluz que los nacionalismos son malos para todo. Y más para el toreo, al que pretendemos universalizar todos los que pensamos que nos representa como españoles que somos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

A LA VERÓNICA

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Me ha sorprendido el estudio de José Luis Ramón sobre el lance a la verónica. O sea, el lance a dos manos por delante para tratar de grabar la imagen de Jesucristo, que así de pío es el arte de torear con el capote y más en su expresión fundamental. En ese artículo publicado en la revista 6TOROS6 aparecen nombres y documentos gráficos de los que, a juicio de José Luis Ramón, han sido sus más puros intérpretes y, por encima de los titulares, las verónicas de Curro Puya y Morante de la Puebla a ochenta años vistas pero profundamente iguales. Como es lógico, la foto de José Antonio Morante es más clara y luminosa que la de Francisco Vega de los Reyes, pero el sentimiento vibra en toda su magnitud en ambas, quizás más abierto el compás en el caso del gitano. Sin embargo, el mentón en el pecho, el toque del brazo encogido, los machos de las hombreras a plomo en su rectitud, la tela arrastrando por el albero, todo transmite paz y sosiego, eterna belleza. En los dos.
De pronto algo se alborota en mis meninges: ¡ay, Dios mío, la mano derecha de Morante, la de la salida o remate! La tela sostenida por el índice y el pulgar y los otros tres dedos a lo largo del percal como nervios de una gigantesca hoja otoñal, sin almidones ni aprestos. El lance de Curro Puya es por la izquierda y no se aprecia como toma el engaño. No es posible matizar a tal extremo cuando la técnica de la fotografía estaba en mantillas. “De Gitanillo de Triana a Morante de la Puebla, la historia del toreo a la verónica es la historia de un milagro”. Y luego José Luis Ramón cita a los siguientes: Antonio Montes, Juan Belmonte, Cagancho, El Soldado, Victoriano de la Serna, Fernando Domínguez, Pepe Luis Vázquez, Mario Cabré, Manolo Escudero, Antonio Ordóñez, Rafael de Paula, Curro Romero, Curro Vázquez y Fernando Cepeda. Y algunos más. Pura pedagogía, gracias, don José Luis. Es algo de lo que necesita la fiesta española para su reivindicación. Enseñar lo que es el toreo, su evolución, su técnica y significado. Belmonte se cruzó y trenzó los lances sucesivos, Francisco Vega de los Reyes, bajó los brazos y arrastró los vuelos por las arenas de los ruedos. De ahí vino todo lo demás, aunque unos se empaparan del barroquismo belmontista, Antonio Ordóñez o Rafael Ortega, y otros vibraran con el son gitano de Cagancho, Curro Puya y los modernos Curro Romero y Rafael de Paula. En la hidra del lago de Lerna muchas cabezas que la espada de Hércules ha ido segando con el paso del tiempo. Dicen que Rafael el Gallo, el aragonés Florentino Ballesteros, que Marcial Lalanda, Domingo Ortega, “El Calesero”, Pepín Martín Vázquez, Antoñete, Manolo Vázquez o … Antonio Gallardo, torero este último que no merece en el Cossío más de una docena de líneas, pero al que en los años 50 se consideraba por los mentideros sevillanos como el más destacado artífice de la verónica. No pasó de novillero y no se extendió su fama a todos los vientos del arte de torear, pero como en estos tiempos del ordenador todo puede estar al alcance de la mano, he encontrado unas fotos “mangadas” en el bar “La Esclavina” y en el restaurante ”Puerta Grande” de Sevilla tres fotos de otras tantas verónicas ejecutadas por este novillero sevillano. La primera de ellas se puede emparejar con las de Curro Puya y Morante, las otras, importantes para añadirlas a la antología de José Luis Ramón, alguna firmada por ese genio de la fotografía taurina que fue Pepe Arjona. Pero todo se quedó en Sevilla.
Y ya que hablamos de arte, confesaré mi ignorancia porque, hasta ahora, le atribuía a Bergamín el oximorón de la “música callada”. Don José se lo aplicó a Rafael de Paula, ese que decía que tenía “percha literaria”, como ahora se la aplican con profusión y entusiasmo necrológico a Antonio Chenel “Antoñete”. Bien está, pero que no decaiga. Que no pase como con otros toreros y madres de toreros desaparecidas recientemente y que tienen poco reflejo en las páginas de información general y hasta especializada. Cuatro líneas bastaron para dar la noticia de la muerte de la esposa de Julio Aparicio, madre de Julio Aparicio II. O la de Luis Gonzalez, Manolo Carmona o Almensilla con alguna que otra exageración. Almensilla no fue el más grande los banderilleros del siglo XX, si interpretamos que el más grande de los banderilleros lo tiene que ser con el capote y con las banderillas. En este sentido fueron más completos el propio Manolo Carmona o Antonio Chaves Flores y pongo solo ejemplos de toreros desaparecidos. Nada digamos de otros como Honrubia, el abuelo Boni, Michelín, Bojilla o David en cualquiera de sus diversos aspectos. La historia es muy larga y ahora no tengo tiempo de contarla. Vivo al día.
El caso es que por fin me enteré que de la “música callada” ya lo había inventado San Juan de la Cruz, casi nadie al aparato de la poesía:” El silbo de los aires amorosos/la noche sosegada/en par de los levantes de la aurora/ música callada/la soledad sonora/ la cena que recrea y enamora”. Cántico. Y en Canciones del Alma, esta que me aprendí en mis estudios de bachillerato: “En una noche escura/con ansias en amores inflamada/ ¡oh dichosa ventura!/salí sin ser notada/estando ya mi casa sosegada”.
Y, como decía Goya: “Y todavía aprendo”.

EFEMÉRIDES, SUCESOS Y COMENTARIOS

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Antes de entrar en los sucesos o comentarios confesaré la ilusión que me hizo leer en “Heraldo de Aragón” una anécdota que tuvo lugar hace cien años en Sevilla, por San Miguel. En aquellos días, Rafael “El Gallo” no coincidió con la inspiración en la Maestranza y hasta un astado de Miura la pegó un puntazo en la mano derecha. La bronca fue épica, de esas que acrecentaban la fama de don Rafael, y uno de los protestantes más furibundo fue el actor señor Lamas, que por aquellos días actuaba en el teatro Luque sevillano. Se percibieron de ello los partidarios del “Divino Calvo” y acudieron en masa al teatro para que cada vez que el señor Lamas (por aquel entonces a los actores se les trataba como señores y a las actrices como eximias) salía a escena los pitos y voces de los gallistas atronaban el patio de butacas y no permitían escuchar los parlamentos de la obra teatral. Tuvo que poner orden la policía, pero los partidarios de” El Gallo” volvían una y otra vez para reventar las actuaciones del que, a lo mejor, era partidario de Vicente Pastor. Lo decía Juan Belmonte para definir los gustos toreros de Antonio Díaz Cañabate: “En los tiempos de José (el hermano pequeño de Rafael) y yo, el Caña era partidario de Vicente Pastor”. Yo, y perdón por personalizar, por lo que he visto (fotos y alguna vieja película) y leído, hubiera sido de Rafael El Gallo. Y no quiero hacer comparaciones con los toreros de estos tiempos que me han llegado al corazón, que no son los mismos que ha admitido mi intelecto. Bueno, a consecuencia de la herida en la mano, Rafael no pudo venir a esa Feria del Pilar de 1911 y fue sustituido por “Cocherito de Bilbao” para completar el ciclo de tres corridas con el mentado Vicente Pastor y Martín Vázquez, la primera con toros de Villagodio en mano a mano del vizcaíno y el madrileño, la segunda con toros de Miura y los tres diestros y la tercera, toros de Félix Urcola y otra vez el mismo mano a mano. Eso era hace cien años la Feria de Zaragoza. No vale hacer comparaciones y sacar consecuencias. La crisis de hoy es crisis de caballo aunque se den nueve corridas de toros y una de rejones con veintiséis matadores en los carteles, más uno, el lesionado “Morenito de Aranda”, sustituido por el debutante David Mora, que este año se ha saltado a la torera la barrera del ostracismo y se ha colocado en la “pole” para la competición del año que viene. Su repetición se la ganó en las corrida de Antonio Bañuelos, “los toros del frío”, en la que se mereció las dos orejas del tercero de la tarde que no concedió el señor presidente, pero que se la compensó con la oreja del sexto, al que mató mal. Esa aparente compensación le quitó al torero la posibilidad de salir a hombros por la puerta grande porque el reglamento aragonés es así de austero y exigente. Ya lo decía Romanones: “Haced las Leyes y dejadme a mí los Reglamentos”. Es tan patriótico y nacionalista nuestro Reglamento que los banderilleros de las distintas cuadrillas actuantes solo pueden colocar garapullos o avivadoras con la bandera de Aragón y así ocurrió que, en el quinto toro de la corrida de Cuadri, el albero del coso de Pignatelli se sembró de hasta ocho banderas cuatribarradas.
La corrida de Cuadri fue premiada como la mejor presentada de la Feria y al cuarto toro, “Remendón”, negro, a punto de cumplir los cinco años y con 647 quilos y al que lució su lidiador Javier Castaño poniéndolo de largo en tres ocasiones aunque acudiera al caballo al paso y Tito Sandoval lo picara levemente al sesgo y marrara en el último puyazo, para “Remendón” fue el premio al mejor toro y el mejor puyazo para el varilarguero. En mi opinión, hizo mejor pelea el segundo y su picador, Rafael Sauco, derribado en el primer encuentro y contundente en el segundo más merecedor de la distinción. En realidad, no creo que Fernando Cuadri se sintiera muy satisfecho con su corrida porque no fue una corrida auténticamente brava y con la agresividad que se le supone a la ganadería de Trigueros. A mí me gustó más la de Bañuelos y su segundo toro, “Silencioso”, castaño y con solo 472 quilos, que demostró que para el trapío no son necesarios los quilos y que fue guapo, bravo y noble a lo largo de toda su lidia. Fue la corrida de la Feria y en ella se cortaron cinco orejas, una Serafín Marín, una y una Alberto Álvarez, que llevaba tres corridas toreadas en esta temporada (Ejea de los Caballeros, Tarazona y Corella) y bastante hizo con aguantar tanta bravura y las otras dos de David Mora, sobresaliente con el complicado tercero y premiado como triunfador de este ciclo puesto que también le cortó una oreja a un toro de “Las Ramblas”, corrida francamente negativa en la que nada pudieron hacer ni Ponce ni Castella. Tan negativa como las de Benjumea, Parladé y un poco menos la de Prieto de la Cal, que no encuentra el misterio de la bravura de los Veragua de otros tiempos. En la de Parladé salieron al ruedo diez toros por culpa de los titulares y la intransigencia del señor presidente. Bien presentada la de “Alcurrucén”, con la personalidad animal a lo Núñez, lo del Rincón. Y un toro de ensueño, el tercero, “Esparraguero”, jabonero claro, de Núñez del Cuvillo que alimentó la inspiración con música de mariachis de Talavante, premio a la mejor faena de la feria. Estuvo bien con el segundo de los Núñez José Mari Manzanares, que tuvo el mérito de llevarse al toro al centro del ruedo para matarlo como él sabe porque en el tercio andaba de costado, se descolocaba y echaba la cara al suelo. También mató bien Uceda Leal, aunque el premio fue para Serafín Marín. Loor y consuelo con barretina y todo.
Pero el suceso tuvo lugar en la corrida de Ana Romero, santacoloma, y la tremenda cogida de Juan José Padilla al banderillear al cuarto toro. Mala suerte y milagro porque el pitón estuvo a solo centímetros de acabar con la vida del jerezano. Fue una secuencia dramática que solo apreciamos los que estábamos frente al terreno en el que Padilla se reunió hacia las afueras con “Marqués”, clavó y cruzó sus piernas a la salida para caer de bruces en la arena y el toro, al humillar, herirle desde el lóbulo de la oreja izquierda hasta el ojo del mismo lado. Al levantarse, Padilla se llevó su mano siniestra a la cara y lanzó una exclamación al comprobar la sangre y la pérdida de visión. Val Carreres tomó la decisión acertada y envió al herido al hospital Miguel Servet, donde el magnífico equipo de cirujanas maxilofaciales y el oftalmólogo (doctoras Esther Saura y Victoria Simón y doctor Luis Pablo) llevaron a cabo una intervención que puede ser la base para que el bravo jerezano recupere la vista y la movilidad facial. Es lo que deseamos todos. Y entre todos, muchos toreros que han manifestado el cariño que le tienen a su compañero. Siempre he tenido especial predilección por los toreros de toreros. Pasa una cosa con los toros de procedencia de Santa Coloma: son toros de poco esqueleto y hay que lidiarlos en plazas de primera con la edad bien cumplida y bien criados y por esas y otras razones no se prodiga su lidia. Al no prodigarse su lidia, los toreros no están habituados a su juego y la mayoría ya no recuerda la técnica de Paco Camino que los entendía a la perfección. Hay que provocarles el viaje y meterles la muleta en el hocico para no dejarles “discurrir” y taparles con el engaño. Era el tercer par y Padilla bien pudo renunciar a ponerlo. Le pudo su orgullo profesional y, al final, menos mal que hubo milagro.
La actualidad es tan efímera que ya la noticia es otra. Ha muerto Antonio Chenel “Antoñete”. Panegiristas hay que han contado las excelencias del torero de Madrid. Mis recuerdos van más allá de las resurrecciones repetidas. Yo recuerdo cuando Antonio era un joven elegante, triunfador y con muchas ganas de vivir. Y también me acuerdo de su hermana, la esposa de Paco Parejo que veía los toros desde el tendido Preferente en los sillones de piedra de encima de los chiqueros de Las Ventas, donde aparecían también Curro Meloja y el general Millán Astray. Y recuerdo que la hermana se quejaba levemente de las aficiones del torero. Luego se casó, se olvidó del traje de luces y tuvo que venir su cuñado a despertarle del sueño de una placentera abulia.” Tú eres torero y todavía estas a tiempo de demostrarlo”. Mitad de los 60, el toro blanco de Osborne en la corrida que había visto Parejo en el campo. Esa podía ser. Y esa fue. Luego el empeño, la voluntad de no marcharse sin demostrar su valía, la necesidad … .Adiós a “Caché” y las tardes envueltas en humos, vapores y envidos a la grande y a la chica, serena y bien medida responsabilidad ya al filo de los setenta años, final de siglo. Lo consiguió. Ahí está.
No hace mucho que se publicó en ABC una esquela de Ana Cabré Esteve, viuda de Manuel Gas, madre de Mario Gas Cabré y hermana de Mario Cabré. Creo que ella era bailarina y su marido un bajo fenomenal que bordaba sus papeles en las zarzuelas de “La Tabernera del Puerto” y “Don Manolito” y que en el cine se especializó en los papeles de policía. Cito su fallecimiento porque me da la oportunidad recordar a Mario Cabré, el torero catalán de “las manos bajas” y sus variadas facetas artísticas: actor de teatro y cine, poeta e intérprete de boleros. También aprovecho la ocasión para recordar el disco de villancicos que grabaron Rafael Vega de los Reyes ( palmero y animador a lo “Picoco”), Curro Romero, agitanado, y “Antoñete” más en el estilo payo. Arte para todos.
Y como remate, el fallecimiento de Marino Tirapo “Chiquito de Aragón”, nacido en junio de 1933 en la villa de Uncastillo, Zaragoza, novillero en los años 50 y 60 que llegó a llenar la plaza de toros de Zaragoza en sus actuaciones junto a Paco Camino. Su carrera taurina se desarrolló más por tierras andaluzas y ha muerto el 17 de octubre último en Sabadell lejos del ambiente taurino. También merece nuestro recuerdo.

miércoles, 27 de julio de 2011

Tomás, el mesías mal vestido

No soy partidario de los mitos de carne y hueso y siempre he dicho que el buen aficionado no es monoteísta. Muy al contrario: es el que tiene la capacidad de comprender y admirar a más diestros, los de más variados estilos, aunque, en ocasiones, haya cometido leves pecados veniales por culpa de las genialidades de Cagancho, Pepe Luis, Curro Romero, Paula y, hoy mismo, Morante de la Puebla. El buen aficionado es al que más toreros le caben en su cabeza. Y, entonces, no me atrevo a hacer una lista que, a lo largo de mis más de setenta años de espectador y sesenta de comentarista taurino, sería interminable porque esta Fiesta Española ha supervivido tal como hoy la contemplamos más de tres siglos gracias a los muchos españolitos y algunos de más allá de nuestras fronteras que han sido capaces de vestirse de toreros y enfrentarse a los toros bravos con una tela como engaño y la espada en su mano derecha.

He dicho vestirse de torero. Torero hay que serlo y parecerlo. Y es lo que primero me ha sorprendido de la llamada resurrección del mesías (no oso ponerlo con mayúsculas): mal gusto en los bordados del vestido a juego con los del capote de paseo. ¿Tienen alguna significación esas mesiánicas medias lunas crecientes o menguantes, según se miren? La creciente significa esperanza; la menguante, decadencia. Espero que nos lo explique el señor Boix, cuyo último libro no he podido leer al completo. Un ladrillo. El pelo alborotado, la piel de cera brillante, la mirada perdida y el andar cuidado y exquisito más en la estética mondeñista que en la ampulosidad manoletista. Luego se queda quieto, que es doctrina menguada porque para eso vino al mundo del toreo el señor de Borox, que, a veces, no andaba, patinaba. Y en eso de los pies he leído y escuchado alabanzas a la postura de compás abierto de José Tomás en la interpretación de las chicuelinas y las manoletinas, que, sin los pies juntos, pierden mucha de su gracia sandungera, la de su creador, la de sus intérpretes más distinguidos, Puerta y Camino, caso del lance, o Manolete y Mondeño, caso del muletazo que en los tiempos del de Córdoba, para fastidiarle, decían que había inventado Llapisera y que el actual Zabala, Vicente, achaca a su abuelo, Victoriano de la Serna, lasernina. Y ya que hablo de Manolete recordaré que sus más recalcitrantes examinadores le echaban en cara el que se ayudara con el estoque (y, además, simulado) en la ejecución del pase natural. Es lo que también hizo el galapagueño en las dos faenas de su resurrección valenciana, en la que estuvieron presentes los cuatro ángeles regiomontanos homenajeados con un brindis emotivo y justiciero.

Pero esa tarde no era tarde de análisis. Los que acudieron a la cita, incluidas celebridades como Sánchez Dradó, Sabina, Senante, Rappael, Trapote, Paola Dominguín, Patricia Rato, El Juli, que pasaba por allí, Rita Barberá, Jorge Sanz, Boadella, Arévalo, al que le gusta un burladero más que una tiza a un tonto, Bruno Delaye, Feliciano López, José María Cano, autor del cartel, que no es precisamente Roberto Domingo, y el argentino Andrés Calamaro que compara a Tomás con Camarón de la Isla, todos estos y hasta más de diez mil estaban allí para vivir un acontecimiento en el que no entraban ni siquiera los compañeros de cartel Víctor Puerto y el mexicano Zaldívar que, al final, fue el que salió a hombros, si bien el triunfador para la mayoría y para la Diputación de Valencia fue el que salió a pie en olor de multitudes. Alguien manifestó con vehemencia que para el de Galapagar, “torear es vivir”. ¿Cómo es que torea (vive) tan poco? Este año, sólo nueve tardes. La clave la tenía el recordado Jaime Marco “El Choni” y me la contó un día junto a la ventana andaluza de “El Campo del Toro” de Zaragoza. Y el abuelo del torero que se desesperaba porque a su nieto le gustaba más el fútbol. Y, encima, rojiblanco. Como decían de los seguidores del Betis y Curro Romero: a sufrir en invierno y en verano.

Al grano: José Tomás tiene un magnetismo especial que en su silencio y dosificada presencia abona la garantía de supervivencia. Sus devotos pueden peregrinar con comodidad y luego contar maravillas puesto que para eso hacen el camino de catecúmenos fervorosos. A la vuelta, solo expresiones laudatorias: increíble, fabuloso, indescriptible, un sueño, lo nunca visto y de Valencia al cielo. O desde Huelva, Linares o Valladolid.¿ Y Sevilla, Madrid, Pamplona, Bilbao o Zaragoza? Manolete toreó en 1946 una sola corrida en España y lo hizo en Madrid con Gitanillo, Antonio Bienvenida y Luis Miguel. No hay análisis reflexivo: no estuviste allí y ya no puedes tener las sensaciones vividas por los elegidos. No puedes señalar los trallazos de ciertos remates con la muleta sea por afarolados o molinetes, la escasez de toreo fundamental y profundo y la elevación del tono medio en los circulares invertidos, en los pases del desdén o en las cuatro manoletinas de compás abierto, la novedad. ¿Crisis? ¿Qué es eso?

Y ya que me declaro devoto de Morante de la Puebla quiero destacar su faena de Vitoria. Me tenía un poco mosca porque es el rigor de las desdichas y los sorteos de la mala suerte. Me emociona su sentimiento, su elegancia e improvisación. Una falla, la de quitarse las zapatillas. Un torero de su elegancia no puede quedarse descalzo. Por lo demás, mi sueño de una noche de verano. Y para mayor felicidad, Pablo Hermoso de Mendoza. Este sí que es “el más grande”. Ahora tiene un caballo que ha desempolvado la pirueta de “Chicuelo”. Desterrado el galope, sus caballos andan y llevan la cara siempre hacia la del toro. Miran y se encogen o estiran según las embestidas del cornúpeto. En técnica pura, todos los caballos de Pablo Hermoso son parecidos. Otra cosa es la estampa, pero en todos ellos se nota la mano que los gobierna sin notarlo.

En fin, por fortuna no todo se acaba en la resurrección de José Tomás, cuya categoría defendí hace muchos años, cuando se presentó de novillero en Zaragoza de la mano de Santiago López y en el ciclo que organizó la Diputación Provincial en régimen de autogestión. El jurado de los premios prometidos daba ganador del ciclo novilleril a Luna, de nombre Tomás, natural de Huesca. Me opuse a semejante chauvinismo aragonesista y conseguí que, al menos, el premio fuera compartido con el otro Tomás, de apellido, y de nombre José. Lo digo por los conversos de hoy. A lo largo de mi vida he conocido a muchos arrepentidos y, sin embargo, es absurdo tratar de convencer a los demás. El Antón pirulero.

viernes, 8 de julio de 2011

Manolo Carmona Bazán

Ha muerto Manolo Carmona, matador de toros de la Macarena sevillana y, como marcan todas sus biografías, primo de los Manolo, Pepín y Rafael Martín y de Mario Carrión por el Bazán materno. Nació el 22 de febrero de 1928 y ha fallecido el pasado 29 de junio en el mismo Sevilla, donde siempre residió. De novillero con su debut en la Maestranza en 1948, de matador de toros y su alternativa en la misma plaza el Domingo de Resurrección de 1950 con toros de Guardiola Soto y la entrega de trastos por parte del madrileño de Paracuellos del Jarama Paco Muñoz y la presencia del de la Isla de San Fernando, don Rafael, el más perfecto estoqueador de mis tiempos ( de 1939 a hoy). Los mayores triunfos de Manolo Carmona tuvieron como escenarios la propia Maestranza y Las Ventas de Madrid. También las más graves cornadas. En Madrid, su debut como novillero tuvo lugar el 18 de septiembre de 1948 con novillos de Escudero Calvo, antes Albaserrada y después Victorino, con Paco Honrubia, valenciano a la altura de “El Vito” con los palos, y “Diamante Negro”, el “oscurito” venezolano Luis Sánchez Olivares. El 25 de marzo de 1951 confirmó su alternativa en la capital de España y sufrió una cornada grave. Los toros fueron de Enriqueta de la Cova y el doctorante, el mexicano Carlos Vera “Cañitas”, diestro valentísimo que acabó su carrera taurina con la amputación de una pierna, y la presencia de Manolo Escudero, el madrileño de Embajadores, exquisito intérprete de la verónica y clásico del pase natural, menguada su carrera por la cornada que sufrió en San Sebastián y que le afecto al pulmón. Manolo Carmona fue ovacionado en el toro de la confirmación, resultó herido en el sexto toro y, al retirarse a la enfermería, hubo petición de oreja. Los toros dieron un promedio de 25 arrobas (288 kilos a la canal) y asistieron 16.957 espectadores. Buena entrada.
Su éxito más cantado fue el 12 de octubre de 1952, en la corrida del Montepío de Toreros que tuvo su especial historia. Había una gran campaña contra el afeitado de los toros y Antonio Bienvenida encabezó el intento de su erradicación. Nadie quería acompañarle en la corrida de los toreros y entonces acudió al ganadero Conde de la Corte, al diestro mexicano Juan Silveti, el hijo de “El Tigre de Juanajuato” y a Manolo Carmona, que no andaba sobrado de contratos. La tarde fue triunfal y se les cortaron siete orejas a los toros “cortesanos”, apelativo más adecuado que el de “condesos” porque condes hay varios entre los ganaderos españoles pero de la Corte solo el de Tamarón y Parladé vía Eduardo Ibarra y pura casta Vistahermosa. Una oreja cortó Bienvenida en el primero, dos en el cuarto y sendas Silveti y Carmona en el resto de los toros. Naturalmente, se abrió la Puerta Grande de Madrid y por ella salieron los tres toreros triunfantes pero virtualmente condenados al ostracismo. Antonio Bienvenida se mantuvo con el apoyo de la plaza de Madrid, Silvetí vino unos cuantos años sin llegar a la cifra de festejos que merecía por su categoría artística y, a la postre, se quedó en México sin volver a nuestras plazas, y Carmona , tras dos cogidas en Madrid en 1953 y una en Sevilla en 1954 y la dura competencia con Aparicio y Litri, Ordóñez y Manolo Vázquez, Pedrés y Jumillano y la llegada de Diego Puerta y Curro Romero,, en 1959 cambio el oro por la plata en la cuadrilla de Manolo Vázquez y luego en la de Antonio Ordóñez, con el que estuvo tres temporadas.
Antonio Ordóñez había tenido la idea de, al final de la temporada, llevar a toda la cuadrilla a un monasterio no sé si a Cursillos de Cristiandad o Ejercicios ignacianos. Creo que eran esos Cursillos, al final de los que los que se llamaban “hermanos” besaban sus respectivos crucifijos y se hacían sus diversas recomendaciones y promesas. Fue a finales de 1961, ya con Camino y El Viti en el escalafón de matadores, cuando Antonio Ordóñez, místico e intimista, se dirigió a Manolo Carmona y le dijo:” Hermano Manolo, te tengo que decir que esta temporada de 1962 no vendrás en mi cuadrilla porque le he dado tu puesto al hermano Juan Antonio Romero”. Y Carmona, calmado pero contundente, le contestó al maestro: “Hermano Antonio, eres un “hijo”. Esto me lo dices antes y no vengo al Cursillo”.
El caso es que el puesto lo ocupó el jerezano Juan Antonio Romero, que había dejado la muleta y la espada y quería hacer carrera como subalterno. En 1967 volvió al oro, pero dos años después otra vez echó mano de las banderillas para morir joven, el 29 de diciembre de 1974, de un cáncer. Manolo Carmona estuvo nueve años con Diego Puerta y fue con “Chamaco” y el mexicano Antonio Campos “El Imposible”, de Puebla de los Ángeles (9 de marzo de 1936), que llevaba tal seudónimo por un pase con el que iniciaba sus faenas con un molinete por la espalada y giro que “parecía imposible”. También murió joven y como consecuencia de un cáncer de páncreas. En la última cuadrilla en la que estuvo Manolo Carmona fue en la de Luis Francisco Esplá y, una vez retirado, se dedicó a la tarea de veedor de reses bravas para distintos empresarios, tarea en la que se mantuvo hasta el año pasado. Sevillano y torero hasta su muerte.