viernes, 29 de junio de 2012

COMPADRE, AQUÍ HAY TOMATE

¿Quiénes de los que asistieron a la corrida de lunes en Badajoz, al día siguiente de San Juan, podía admitir que aquello que ocurrió en el coso pacense no era el acontecimiento del siglo XXI? Nadie. Las revistas especializadas, las dos que yo compro, atrasaron un día su salida y el sandunguero Antonio Burgos le propuso a las mandatarios de todas las Españas que hicieran lo posible para llevar al de Galapagar a sus foros para salir de todas las ruinas. Una parte importante de la parafernalia tomasista es la que cuenta los dineros que su héroe aporta a las distintas administraciones. Lo que nadie comprende es como no se le obliga a José Tomás por Real Decreto a hacer cien paseíllos en otras tantas plazas como lo hicieron “Joselito”, Luis Miguel y hasta “Jesulín de Ubrique”. Eso es lo que propone Antonio Burgos en ABC aunque termina su artículo entre paréntesis y con este triste lamento: “Lo único malo de las tardes de José Tomás como factor de crecimiento económico es que luego viene Sánchez Dragó y te lo cuenta…”. Y lo ha contado, claro. Debajo de la crónica de Zabala y con citas a Borges, a los goces de Ava y Luis Miguel, uno, cien hubiera sido vulgar, el “aleph”, primera letra del alfabeto judío y el torero ecuménico. Dios se lo premie. A Dios con mayúscula también se refiere Carlos Ruiz Villasuso con este titular: “El día que Dios envidió al hombre”. Y en su colaboración de “Aplausos” de esta semana también se pone en manos de la Divina Providencia. Le ha debido pasar como a san Pablo al caer del caballo. Bendito sea el otras veces críptico cronista. Ha visto a Dios, con mayúscula.


Apenas una crítica, sólo dos leves apuntes en lo escrito por Juan Miguel Núñez y por Vicente Zabala de la Serna, que dicen que los fabulosos naturales del quinto toro fueron interpretados de uno en uno, no ligados y pienso que, desde hace más de un siglo, un factor fundamental del toreo es ligar los lances o los pases. Antonio Ordóñez, fabuloso en muchas cosas, utilizó la licencia del uno a uno al remate de su carrera torera. Un recurso. Entonces comprobé lo que me facilitaron los medios del moderno internet, los tres minutos de la esencia de José Tomás en Badajoz, en la hoguera encendida de su arrebatadora llamarada sanjuanera, y pude ver que, al final de cada natural, José Tomás quitaba de la cara del toro la muleta, la escondía tras su cadera y la balanceaba al modo del albaceteño Dámaso González en el péndulo que vino de las Américas. Y esa media docena de naturales era la almendra de la gran joya engarzada en la triunfal exaltación del mesianismo torero. Al referirse a estos naturales, Rosario Pérez en ABC decía que había que cantarlos “como Moratín cantó a Belmonte”. Yo solo conozco a un Moratín escritor y aficionado a los toros, Leandro Fernández, que murió en París en 1828 y, aunque le puso el guión a Goya para que dibujara la parte histórica de su “Tauromaquia”, no pudo conocer a don Juan, el “Pasmo de Triana” pese a nacer en la calle Feria de Sevilla. Y Sevilla no es Triana. Rosario Pérez, las prisas son malas para casi todo, remata así uno de sus párrafos: “La espada, pese a caer algo desprendida, desató la pañolada y dio una apoteósica vuelta al ruedo con el doble trofeo”. Lo juro, pese a llevar más de setenta años acudiendo a las plazas de toros, yo no he visto nunca a una espada darse un paseo por la candente arena. Recuerdo que estuve en la inauguración de la plaza de Badajoz que se anunció con un cartel de Pepe Díaz dedicado a Paco Camino puesto que iba a ser el “Niño Sabio de Camas” el que hiciera en solitario el primer paseíllo. No fue así. Sí recuerdo que el piso de plaza estaba imposible y que en aquel patatar era difícil olvidar la trágica fama de la anterior plaza que también conocí. Allí me confesó Curro Romero que cortaba la temporada porque llevaba no sé cuantas corridas y eso no era torear, eso era trabajar. Luego también estuve en la alternativa del torero lusitano “Pedrito de Portugal”, que amaneció de repente en la plaza de Zaragoza. Desde entonces no he vuelto. No estoy para estas aventuras aunque me pierda tan celestiales acontecimientos. Es seguro que tampoco iré a Huelva ni a Nimes y, como me aseguran que el señor Boix no se pondrá de acuerdo con la empresa del coso de Pignatelli para que su torero cierre por estos lares su liliputiense temporada, a mí no me quedará más consuelo que recordar a José Tomás de novillero, cuando le apoderaba Santiago López y yo me peleé con el jurado para que le dieran el premio de triunfador de aquellos festejos pese a que se le concediera al alimón con el oscense Tomás Luna. Chauvinismo puro.

Pero vuelvo a la actualidad, a lo del pasado 25 de junio, al día siguiente del desmeleno de Ferrera con seis toros de Victorino. Repito, apenas he leído alguna auténtica crítica. Dominan las hagiografías tomistas hasta desembocar en el paroxismo de los afectos y las pasiones. Y si no comulgas con su doctrina, eres un maldito y te condenan, ya que estamos en las hogueras del solsticio del verano, al fuego eterno. ¡Tú que sabrás de esto, chalao! Para disimular, un elogio a Julián López “El Juli” que, se supone, toreó con el hombro infiltrado, y otro algo más tímido a Juan José Padilla por aquello de taparse el ojo con un parche de diseño. Lucio Sandín no se lo tapó y tuvo que estudiar para óptico.

Pero ¡albricias! porque, gracias a José Tomás, no se cumple el vaticinio de don Enrique Tierno Galván, a quien sus amigos y alumnos conocían como “viejo profesor” y el malvado hermano de Juan Guerra calificaba como “la víbora con cataratas”. Atención a lo que escribía el alcalde de Madrid antes de que un coche funerario tirado por seis caballos negros y con negros atalajes se lo llevara por la calles de Madrid, con parada en la Cibeles, al cementerio de La Almudena: “A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado. Si algún día el español fuese o no fuese a los toros con el mismo talante que va o no va al “cine”, en los Pirineos, umbral de la Península, habrá que poner este sencillo epitafio: “Aquí yace Tauridia”, es decir, España”. ¡Viva España! ¡A los toros, a los toros!

jueves, 14 de junio de 2012

PREVISIONES TRUCULENTAS A MEDIO PLAZO

Al hablar de Madrid, del que hablo muchas veces por poderosas razones, por Madrid mismo y por mi larga estancia en la capital de España, me olvidé de contar que fui a ver la exposición de Chagal en el Museo Thyssen, al que llegué después de tomar un autobús hasta la Cibeles, bajarme junto a la verja del Ministerio de la Guerra, atravesar la concurrida calle de Alcalá y emprender la cuesta abajo por el Paseo del Prado, a la vera de las pétreas y cercadas paredes del Banco de España. Al otro lado de la repleta calzada, preciosos y monumentales árboles, a cuya sombra permanece la Fuente de Apolo o de Las Cuatro Estaciones. Y se me ocurrió pensar en que, si me dieran a elegir, antes derribaría el tremendo edificio de los arquitectos Adaro y Sainz de Lastra que talaría los imponentes y fornidos árboles. Me ofrecí mentalmente a encadenarme a uno de esos gigantescos vegetales junto a Tita Cervera, a la que yo casé con un torero malagueño del mismo nombre y apellido que el verdadero esposo, sin maliciar que, al final, sería el barón Thyssen el que reconociera y subsidiara al hijo nacido en este matrimonio efímero. Y, al final, resulta que el hijo está enfadado con su madre. Cosas.


Pero mi objetivo en el día de hoy es hablar de los muchos profetas con que cuenta la Fiesta de los Toros y examinar si alguno puede acertar las causas de esas nuestras tribulaciones que se extienden por todos los aspectos de este espectáculo con aires de ceremonia religiosa en su concepción más amplia de sacrificio. Ahí están, a nuestra disposición, los hombres y los toros. Al lado de los hombres se ha puesto la Ciencia y muchos traumatismos que en otros tiempos hubieran resultado mortales, hoy se resuelven satisfactoriamente gracias a la cirugía y los derivados de la penicilina. Por eso, en la explanada de la Monumental madrileña, se mantiene el perenne brindis en bronce de un torero al doctor Fleming. Al toro solo le salva el indulto presidencial y el tratamiento veterinario para la cura de las heridas recibidas en la brava lucha. Brava lucha muchas veces contra los elementos, como la Armada Invencible que Felipe II mandó a las costas de Inglaterra. Don Felipe, tan católico él y, según dice Henry Kamen, poco aficionado a los toros como supuestamente la generalidad de los españoles, no acató la bula de Pío V y permitió la celebración de corridas de toros aunque no asistiera a ellas pese a que las patrocinara don Juan de Austria. Si bulas papales, prohibiciones reales, guerras y personalidades como Jovellanos y Unamuno, en su lejanía temporal e intelectual, no acabaron con la corrida ¿en qué se basan los actuales profetas para anunciar su inmediato final? En un reportaje publicado en “El Mundo” del pasado domingo, 3 de junio, se afirma que “expertos auguran el exterminio del toro si esto no cambia”. Podríamos decir lo mismo del cordero, el caballo o el burro, como en tiempos lejanos, cuando el general Primo de Rivera impuso el uso del peto. En aquellos días, los aficionados levantaron airados sus brazos al cielo y aseguraron que aquello del peto iba a acabar con la fiesta. Fue al contrario: gracias al peto la fiesta ha llegado hasta nuestros días, pese a que a mí se me haya metido en la cabeza lo del peto anatómico para devolver a la suerte de varas la emoción de otros tiempos, la valía de los picadores, la bravura y fuerza del toro y la destreza y conocimiento de los toreros de a pie. Eso es primordial y algo apunta en este sentido Ruiz Villasuso en el último número de “Aplausos” dentro de su riqueza verbal y su gongorina complicación intelectual. Para mí, este es el tema primordial para reivindicar la brillantez y emoción del espectáculo taurino porque hay buenos toreros con el capote, matadores y subalternos que interpretan con variedad la suerte de banderillas, excelentes muleteros y magníficos estoqueadores de toros. Otra cosa es lo que sucede en el ruedo de San Isidro porque los privilegiados no eligen las ganaderías que embisten, las cuatro de garantía – Torrestrella, Baltasar, Alcurrucén y Cuadri – no las mataron las figuras, los autodenominados buenos aficionados tienen la mente cuadriculada y solo admiten un vetusto clasicismo, se dictan normas y consignas para no dejar crecer al triunfador de otras plazas y paralos del Foro no hay otra cátedra en el Mundo que la granítica de Las Ventas del Espíritu Santo.

Dos ganaderos hablan en “El Mundo” de la ruina ganadera. Uno tiene cuatro hierros, dos de procedencia de Murube, uno de Vega Villar y otro de Santa Coloma, todos avecindados en tierras salmantinas y con don José Manuel Sánchez García Torres y doña Teresa Sánchez Majeroni (o Sánchez – Cobaleda) como titulares de la propiedad de dos de las ganaderías, y la de Santa Coloma bajo el nombre de “Terrubias” y la otra, de Murube, al de “Castillejo de Huebra”. Dicen del señor Sánchez García Torres que su ganado era el preferido de El Litri y Paco Camino y que ha sacrificado 600 reses de sus ganaderías. ¿De todas? Es muy complicado seguir tantas líneas de origen si, como dice la tradición, los toros se parecen al ganadero.

Pero el más explícito es don Mariano Cifuentes que no está en la Unión de Criadores de Toros de Lidia, pero que se erige en el conservador del encaste de Coquilla pese a las reivindicaciones de Sánchez Fabrés y Javier Sánchez Arjona. Don Mariano, que dice que gozaba de la predilección de Espartaco, Paquirri y Niño de la Capea pese a iniciarse en estas lides en 1982 por compra del ganado de José Matías Bernardos “Raboso”, es el que habla con más contundencia.

Matías Bernardos también optó, como Sánchez Arjona, por la línea emblemática de lo santacolomeño de Coquilla y la generalista de don Juan Pedro con “Aldeanueva” y su fama de hombre rústico y astuto le elevó a los altares de la popularidad con el sobrenombre de “Raboso”, no por contar con un apéndice de pelos deshilachados y sí por su listeza de zorro nocturno y cazador. Mariano Cifuentes, al que no conozco personalmente y a sus pupilos de Coquilla por una perversa novillada sin caballos lidiada en Zaragoza, no es tan rústico como Matías Bernardos y se prodiga en las explicaciones que le han llevado a sacrificar 566 reses en el matadero más cercano a su finca de “Encina Hermosa”.

- ¿El futuro? No hay futuro, hay ruina. A la Fiesta le quedan cinco o seis años, ni uno más.

- ¿Sugiere que podría ser el fin de la casta brava? – le pregunta Paco Rego, autor del reportaje de “El Mundo”.

- Creo que es el principio del fin y no hay marcha atrás.

El resto de lo publicado en esa página de “El Mundo” son las lamentaciones de un hombre que llegó ya maduro a esto de la ganadería brava, que se erigió en paladín del emblema “Coquilla” y que, a sus 70 años, abandona la lucha sin haber alcanzado la meta que perseguía. Lamentable, sí, pero no tan universalmente trágico. Esperemos.

Dentro de la actualidad preocupante, me fijo en un hecho venturoso que sucedió al final de la pasada corrida de Beneficencia en Madrid. El imprevisible Talavante se inspiró en sus dos toros, les cortó sendas orejas y se ganó la salida a hombros a cargo de “El Chino” y compadres. Pero, nada más traspasar las puertas de salida del ruedo, aquello fue algo similar al salto de la verja de los almonteños con la Virgen del Rocío. Un ciudadano a hombros de otro quería quedarse con la hombrera izquierda de la chaquetilla del extremeño mientras que unos y otros tiraban, empujaban y arrancaban lo que podían del traje grana y oro que habían respetado los toros. Alamares, machos y zapatillas desaparecieron en la tumultuosa manifestación de júbilo y, al final, Talavante se hizo el retrato en el palco de honor junto a sus compañeros de cartel y la infanta Elena y la presidenta Esperanza como cuando El Lute fue detenido tras fugarse de un tren. Antes, los aficionados se podían llevar a un torero hasta la calle del Príncipe o la antigua General Mola en Madrid y hasta el Pilar en Zaragoza y no pasaba nada. ¿Ahora? Sin comentarios.

miércoles, 6 de junio de 2012

TOREROS CONCAVOS, CONVEXOS Y VERTICALES

Me hace ilusión ir a los toros en Zaragoza porque es una de las plazas más cómodas de España. Y algo he colaborado yo a ello. La cosa empezó el año 1979, cuando entré en la Diputación después de una fugaz experiencia periodística en el diario “Aragón Exprés”, en el que, desde el punto de vista taurino, resucité la cabecera de “El Chiquero” con dibujo del señor Unceta, don Marcelino, pintor historicista y torero; pero, en lo profesional, aquella aventura acabó tristemente y me salvé del ostracismo laboral en un giro copernicano hacia la nueva vía de los Gabinetes de Prensa. Allí me encontré con el gran aliciente de que la Diputación de Zaragoza era, y es, la propietaria de la Plaza de Toros que construyera en 1764 don Ramón de Pignatelli. Una gran reforma se hizo en 1917, al amparo del enfrentamiento de Herrerín y Ballesteros, dispar y contrastado y, por tanto, generador de emociones, devociones, altercados y discusiones. Llenaban la plaza y hubo que ampliar su capacidad. Luego, al socaire de los nuevos tiempos, se ha vuelto al anterior aforo pero se ha ganado en comodidades. ¿Quién te ha visto y quién te ve? Se empezó por lavarle la cara y se acabó por ponerle boina a su amplia, despejada y aireada cabeza. Nuevas viviendas para el conserje y el mayoral, puerta de cuadrillas a la inversa con nuevo palco para los presidentes, no más anuncios fijos en el interior, cuadras, recinto para el sorteo, desolladero, oficinas, luminoso con plena y práctica información ( se le dice al público hasta el nombre de los pasodobles que se tocan), bares, pasillos y capilla. Se colocó a Goya en su sitio, en el tendido tomando un apunte del salto de la garrocha de Juanito Apiñani, y la influencia de un ególatra empresario que siempre hablaba de si mismo en tercera persona lo condenó a un rincón del patio de cuadrillas, en el que le tapa cualquiera de los vehículos que allí aparcan. Nobleza aragonesa para con los nuestros. Espero que un día de estos, el señor Presidente de la Diputación de Zaragoza restituya a don Francisco al lugar para el que fue creado por el escultor Manuel Arcón. Merece la pena.

Estuve en la gestión de la cubierta que algún comentarista “visivo” y moreno de bote y de bigote calificó de preservativo. Que le pregunten a los toreros. El primer impulsor fue el arquitecto cubano Bernardo Díez, “Guajiro” en los “diez minutos” que intento ser novillero al amparo de Manuel Benítez, el segundo el empresario Arturo Beltrán y el que puso la base para que semejante obra de ingeniería se consolidara, el arquitecto José María Valero, un mágico restaurador de viejos edificios. Después de mi jubilación se han modificado los tendidos, gradas y andanadas y se ha bajado de 14 mil a 10 mil localidades, que confío que algún día se llenen en su totalidad, futuro que, por el momento, no se vislumbra, razón de más para cederle a Don Paco el de los Toros esas cuatro localidades, cuyo abono no creo que se niegue a pagar la propia Diputación de Zaragoza.

Ahí estaba yo el pasado domingo, 3 de junio de este año jacarandoso y bisiesto, para contemplar una corrida de toros en la que se anunciaron toros de Montalvo y acabaron viniendo los de Gerardo Ortega de tierras de Onuba, procedencia veragüeña, armónica presencia pese a que tres toros eran cuatreños, los tres primeros, y otros tres cinqueños. Negros todos, algún mechoncillo blanco por el braguero en el cuarto y en el sexto y pesos entre los 506 kilos de ese cuarto y los 556 del tercero. En cuanto a comportamiento, casi un denominador común: alegría a la salida al ruedo, impaciencia por acudir a los caballos al relance de los capotes y picotacillos señalados en las segundas entradas. Frágiles de temperamento. ¿O de casta, raza o bravura? Francisco Rivera Ordóñez, de azul intenso y oro, Manuel Jesús Cid, de azul profundo y oro, y César Jiménez, de helado de fresa y nata. Un banderillero vestía de tabaco e “hilo blanco”, Rafael Perea “El Boni” de gris pizarra y azabache y Jesús Arruga, naturalmente, de cariñena y azabache. Si el fenomenal Arruga hubiera nacido en Rioja y Burdeos bebería otros vinos. El caso es que soy algo daltónico, me hago un lío con esto de los colores de los vestidos de torear y me subo por las paredes cuando a un negro le llaman catafalco. Pura morbosidad. “Barquerito”, en su crónica de Madrid, asegura que Curro Díaz vestía de palisandro y oro (palisandro, madera de color rojo intenso). En esta misma corrida, Jesús Arruga, el mejor entre los mejores de su categoría, le hizo un quite auténtico a David Mora.

Del resultado del festejo del coso de Pignatelli, al menos lejos de Zaragoza, tendrán noticia los que me leyeran. En el resto de los medios de papel, un solitario telegrama en “El Mundo”. A los responsables de la plaza de Zaragoza, un ruego: abrán o cierren la cubierta al completo. Dejar una raya de sol entre dos sombras perjudica a la visión del toro y del torero. Compren banderillas de todos los colores y no hagan caso del particular Reglamento Taurino Aragonés. En la variedad está el gusto. Lo más brillante, el tercio de banderillas del tercer toro a cargo de los aragoneses Carlos Casanova y ese Jesús Arruga que va por los dos pitones. Estupenda la cuadrilla de “El Cid”, don Manuel Jesús, que tuvo la oportunidad histórica de resucitar a “El Cid”. Cortó una oreja a su primero y otra a su segundo, pero fue un torero cóncavo, hueco, distante, colocando el engaño en uve y llevando al toro hacia las afueras. Alvarito Albornoz, el de “Revoleras”, decía que Manuel Benítez era un torero convexo por la colocación de su tronco, cabeza y brazos, y por su toreo hacia los adentros. En la postura se le parece César Jiménez pero su toreo es centrífugo. Rivera Ordóñez vaga por los alrededores y tiene partidarios y detractores muy definidos. Ni cóncavo ni convexo, centrífugo o centrípeto. Se encuentra con un ambiente injustamente hostil y su voluntad, ahora con el aditamento de las banderillas, no encuentra la solución. Todo lo que contribuye a su descollante y privilegiada posición en la genealogía torera parece que se vuelve en su contra. Y en la de su hermano Cayetano. Torero vertical por antonomasia lo fue Manuel Rodríguez “Manolete”. Geometría taurina. Las orejas de “El Cid” (las concedidas a “El Cid”, una y una), en Madrid le hubieran servido para salir a hombros por la Puerta Grande como David Mora, primero en recibir tal honor este año. En Zaragoza, para nada. Ni siquiera para ocultar que se ha quedado manco de la mano izquierda, él que tantas glorias conquistó como “maestro de la siniestra”, y que cultiva el truco del ocultismo de la muleta al final de cada pase para no ligar unos con otros y para degenerar lo que era recurso de Antonio Ordóñez en sus últimos días como matador de toros en activo. Mató a su primero de metisaca y estocada y al quinto de bajonazo. ¡Qué más da! César Jiménez, el vestido de helado de fresa y nata, también jugó al escondite.

Noticias de última hora: en varios pueblos de España y por distintas circunstancias se ha puesto a votación lo de toros u otra cosa. En todos, hasta en la guipuzcoana Cestona, ha ganado el sí a los toros. Por otro lado se anuncia que le segunda corrida programada por el apoderado de José Tomás para esta su menguada temporada es un seis toros de diversas ganaderías, dos, para su solitaria presencia. Pero ... en Nimes. ¿Qué creían ustedes, que iba a ser en Madrid? En fin, una alegría, porque Nimes es un lugar emblemático y porque su desamparado paseíllo en aquel circo romano demuestra que el de Galapagar está en plenitud de facultades y que 2013 será el año de un más amplio desafío conforme a la categoría que se le asigna de primera figura del toreo. También José Tomás está en la verticalidad torera. A compás abierto o a pies juntos, pero en la línea “manoletista”, magnífica reivindicación de los valores de aquel que murió en Linares al final de un vía crucis humano, torero y sentimental. Una tarde, en aquel mismo ruedo, el propio Tomás, en su senequismo tomista, soñó con la muerte purificadora. “Don José, para llegar a la perfección, sólo le falta morir en las astas de un toro. Se hará lo que se pueda, señor Boix”. Recreación del diálogo entre el torero y el literato. Pura fantasía.

jueves, 31 de mayo de 2012

PACO CAMINO, FIGURA DEL TOREO

Es la edad, la mía, no cabe ninguna duda. Pero también me interesa la actualidad. No me sorprendió el gesto de Julio Aparicio de pedirle a su compañero David Fandila que le cortara la coleta aunque fuera simplemente por los pocos cabellos que sujetaban la castañeta. Buen gesto. En realidad era pedirle perdón a los espectadores y asegurarles que su negativa disposición frente a los toros no se volverá a repetir porque, al menos en aquellos dramáticos instantes, decidía no volver a vestir el traje de luces. Algunos protestaron airadamente y hasta lanzaron almohadillas al ruedo, pero de esas almohadillas de Madrid, que son más objetos arrojadizos dañinos que las de cualquier otra plaza de España. Sin embargo, la crueldad mental del público de Madrid no es de hoy. En estos días pasados se cumplieron los cien años de una actuación de Ricardo Torres “Bombita” en la plaza de toros anterior a la de Las Ventas. En el toro cuarto, el pundonoroso y sufrido diestro sevillano, al consumar la suerte de matar, se torció un pie y se retiró a la barrera haciendo expresivos gestos de dolor. Algunos espectadores creyeron que “Bombita” quería refugiarse en la enfermería y no matar al toro y le arrojaron, esta vez a dar, varias almohadillas que le impactaron en la cabeza. Según el parte facultativo firmado por el doctor Isla, el diestro de Tomares sufría rotura subcutánea del tendón de Aquiles por su tercio superior. ¡Y lo que duele eso! Tres de los valientes y enfurecidos espectadores fueron detenidos. ¡Qué tiempos aquellos! ¿Dónde estaba la libertad de expresión aunque fuera a almohadillazos? Ahora, ahora, es cuando se disfruta con la libertad querida y añorada por las multitudes. Suerte la nuestra.

Pero volvamos al principio: a mi edad se vive de los recuerdos y por eso me fijo mucho en las fechas y sus conmemoraciones: el lunes, 4 de junio, se cumplen cuarenta y dos años de una corrida en la que Paco Camino mató siete toros y cortó ocho orejas y a mí me retrataron a su lado deseándole suerte. Paco y su triunvirato (con Diego y Santiago) fueron las auténticas figuras de los años 60 y 70. A su lado, el misterioso halo de una antítesis de todo, Mondeño, siempre elegante y encantador. Por cierto, en 1964, se despidió en México del mundanal ruido y en la fiesta celebrada en una finca tuve la fortuna de participar toreando al a limón con el caballero don Juan García. De aquel maravilloso viaje recuerdo que coincidí con Paco Camino y su entonces reciente esposa Norma Gaona en el avión que nos llevó de Míami al D.F. mexicano. Se amontonan las vivencias, don Isidoro, conserje de la Monumental , murciano y masón, Alvarito Albornoz y sus revoleras, Sarita Montiel que, en el cine, cada noche cantaba mejor aquello de “fumando espero” y Enrique Vera paseaba su palmito por los rincones verbeneros de Madrid, mi primo José Luis Cerezo hacía sus pinitos de aficionado práctico y acompañaba a Santiago Martín a ver películas de Cantinflas y los mexicanos se empeñaban en crear una figura para oponerse al mandato del camero caminante, Jaime Rangel. No hubo modo. Camino triunfó y conquistó la “Rosa Guadalupana”, joya de puro oro que le mangaron cuando era sacado a hombros hacia la impresionante rampa que llevaba hasta la puerta coronada por el encierro del escultor valenciano Yuste. Hasta entonces, solo “Manolete” y “Cagancho” eran los españoles que habían mandado en aquellas tierras. Luego, “El Niño de la Capea”, Enrique Ponce y Pablo Hermoso de Mendoza, que se ha inspirado en los mariachis para vestir sus elegantes casacas y ha desechado las guayaberas de las Marismas andaluzas. Este señor de la navarra Estella lo ha cambiado todo en el arte de torear a caballo. Hacía falta.

Pero hoy mi objetivo era Paco Camino como fenómeno extraordinario de la Tauromaquia porque tengo la impresión de que los “llamados poderes fácticos” desvían su atención hacia otros objetivos y se olvidan hasta de que este año se cumplía el fatídico cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte. Existe una Comisión de homenaje a don Juan que ha organizado unos cuantos actos a su mayor gloria y, entre esos actos, figura la inauguración en la plaza de toros de Las Ventas de una placa de azulejos dedicada al centenario de la alternativa de “Joselito” y el cincuentenario de la muerte de “Juan Terremoto”, todo ello organizado por la Peña de “Los de José y Juan”. Discrepo. Está bien lo del hermanamiento de los antiguos “enemigos irreconciliables” a partir de la muerte de José, pero en las paredes de la Monumental madrileña creo que deben de figurar testimonios de sucesos ocurridos en su ruedo. José no pudo torear en esta plaza; Juan fue el que cortó las dos orejas y el rabo en la primera corrida de su inauguración oficial. La placa de azulejos debe estar destinada a recordar esta efeméride y la circunstancia de que el hijo de don Juan y el nieto de don Juan también salieron a hombros por la puerta grande de este templo de la Tauromaquia universal.

Estaba con Paco Camino y voy a continuar porque di con una poesía que le dedicó el bardo (¿?) de San Fernando, Cádiz, Mel Rodríguez Martín y que se titula “El torero Paco Camino en la plaza de El Espinar”: En este breve ruedo hay un camino/para librar la suerte a la memoria/y para andar del toro hasta la gloria,/a la luz del lucero vespertino./ Madura la sonrisa ya, y divino/el son de la muñeca transitoria, Camino va contándonos su historia/ante un toro veleto y astifino: / La soleá que entona un ángel triste,/el canto de la fuente en la enramada/y el olor de arrayán con que se viste./ Un golpe de clarín da la estocada./Y abriéndose en el duende que le asiste/cae Sevilla, en sus manos derramada.

Le debo el hallazgo a Salvador Arias Nieto y su obra “El Siglo de Oro de la Poesía Taurina”, y a la casualidad, mi recuerdo. Presencie aquella corrida y me entrevisté con el de Camas aquella mañana en un hotel del vecino San Rafael. Se había anunciado una corrida de Antonio Méndez, sevillano y señor de Los Remedios, amigo de Diego Puerta y con ganado de procedencia murubeña. Poco pudo el camero y cambió los de don Antonio por una corrida de Santa Coloma. Diego, Paco y José Manuel Inchausti “Tinín”. Me preguntó Paco que si había Guardia Civil en el lugar segoviano, a la salida del túnel de Guadarrama. Le tranquilicé. “Es que anoche me entró la nostalgia, me monté en el coche, me fui a la Cuesta de las Perdices y me senté en la piedra de no sé qué quilómetro a llorar. Y todavía me dura la morriña”. Creo recordar que Camino cortó cuatro orejas y Diego y “Tinín” se las vieron y desearon para acabar con sus toros. Eso tiene la casta de los de Santa Coloma, que no asustan por su volumen y armamento, pero hay que ser muy inteligente para dominarlos. ¿Quién duda de la inteligencia taurina de Paco Camino? Gonzalo Carvajal lo bautizó como “El Niño Sabio de Camas”. Y el niño se hizo hombre, perdió a su hermano en un ruedo y le dieron tres veces la Extremaunción. Pero al final, el eminente crítico (“más eminente que crítico”) le puso el sello de la “mandanga”. ¡Cuántas injusticias se cometen en nombre de la verdad y la gracia chispera!

Admirado Paco Camino: Eres uno de los más grandes de nuestra entrañable Historia Taurina y el lunes, 4 de junio, se conmemora el hito de tu gran hazaña: siete toros, ocho orejas y la Puerta más Grande de par en par. Aleluya.


viernes, 25 de mayo de 2012

MADRID, MADRID, MADRID

BENJAMÍN BENTURA REMACHA

El chotis de Agustín Lara se había bailado el día anterior, San Isidro Labrador, santo que se ha convertido en patrón del hombre agrícola que sueña con el ángel que llene el tractor de carburante y lo conduzca horas y horas en el surco interminable de la labranza mientras él juega la partida de guiñote en la taberna del pueblo. Hay quién piensa, equivocadamente, por la estampa del ángel enganchado al arado romano mientras Isidro descansa dormitando en el cercano ribazo, que el señor Isidro es también el patrono de los vagos. Injusto. Yo llegué a Madrid al día siguiente, a la aragonesa, “a dar la tetadica” del profundo recuerdo de más de cuarenta años de estancia madrileña. En Atocha cogí el metro para ir hasta Ventas, donde mi padre construyó una casa en los años 60, en la que viven mis hermanas. Y siempre me sorprende el gran contraste de los usuarios de este medio de transporte. Mozas bellísimas y elegantes junto a tipos marginales: un mastodonte con camiseta sin mangas y pantalón corto con hierros en las orejas y la nariz, tatuajes a toda piel, mascando chicle y soplando bombas ruidosas cada dos o tres minutos. La mayoría de los viajeros leen libros, revistas o folios de estudio y no se preocupan de los alrededores. Transbordo en Sol, admiro la obra de Mingote en Retiro y salgo a la luz en Las Ventas del Espíritu Santo, en la explanada guardada por casetas del 20 por ciento y los grupos escultóricos de Fleming, Antonio Bienvenida y “Yiyo”. Saco una entrada y me tomo una cerveza en Gambrinus, donde pasea su extraordinario palmito una morena tirando a negro de casi dos metros de altura y una armonía fabulosa. Una estatua con alma y movimiento. Fotos de la fábrica de cervezas y un reloj en el que en su parte baja se lee el nombre de Julio Camba. Pregunto la razón de tal presencia del famoso y ocurrente periodista. Sencilla respuesta: la calle que va de la de Alcalá a la Avenida de Los Toreros lleva el nombre del ilustre gallego. En mis tiempos jóvenes le llamábamos Cuesta o Escalera del Nuevo Madrid. Hace más de cincuenta años que vine a vivir aquí al lado y me entero ahora que se llama así, Julio Camba. La clamorosa diosa de ébano no sé cómo se llama, lo siento.

Voy a la corrida con mucho tiempo. Me paseo por los alrededores. Hay grúas, vallas, furgonetas, coches con tarjetas de estacionamiento especial, camiones sofisticados y llenos de cables y una gran carpa en la que se proclama la importancia de la Cultura con puerta exclusiva para los “vips”, exposición dedicada a Hemingway, gran barra expendedora de bebidas y un local para el lucimiento de gentes tan importantes como Mario Vargas Llosa y el clon de Toulouse Lautrec, Arrabal, que pronunció una conferencia titulada “Toros, rinocerontes y patafísica” (me gustaría recordar el título de aquella con la que se paseó España Antonio D. Olano), dos carpas en el Patio de Arrastre en la que reconozco a dos “vips” oportunistas, Sánchez Dragó y Caco Senante, vaso en mano, me encuentro con Luis Álvarez, “Andaluz chico” en sus tiempos de novillero, que me pone en habano, a José Luis Carabias que ameniza los almuerzos taurinos de cada día en “El Corte Inglés” y a Ignacio A. Vara “Barquerito” que, como tiene buena casta, se crece a las dificultades y tiene muy buen aspecto pese al agotador reto de hacer las crónicas de San Isidro, las mejores que yo leo junto a las del hijo de Vicente Zabala, también acuciado por las prisas pero con mucha clase y estilo. A muchos se los come el horario de cierre.

Subí a mi localidad y pude encender el habano porque estaba rodeado de fumadores y bebedores de altos y rebosantes recipientes. La corrida, de “El Montecillo”, don Francisco Medina, fiel “juanpedrista”, apenas un trofeo final para Fandiño y Manuel Cid y César Jiménez que no recuperan sus pasadas glorias. Para mí, una felicidad incierta entre las estrecheces graníticas de la localidad venteña. Quizá era yo el más antiguo de los espectadores de la plaza, desde 1939, confirmaciones de Juanito Belmonte y “Manolete” de la mano de Marcial Lalanda y presencia a caballo de Juan Belmonte. Y de Juan Belmonte quería hablar yo.

Me extraña que “ Madrid 2012” sea en ese “Espacio de Arte y Cultura” patrocinado por “Arte Taurino Tour”, “Taurodelta”, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid el “Año Hemingway” porque el cincuentenario de su muerte fue el año pasado. Este año es el cincuentenario de la muerte de Juan Belmonte, quién, entre otras cosas muy importantes, fue el primer matador de toros que cortó las dos orejas y el rabo a un toro en esta plaza. Fue el 21 de octubre de 1934, en la inauguración oficial, con toros de Carmen de Federico que lidiaron Juan Belmonte, Marcial Lalanda y “Cagancho” y don Juan le cortó los máximos trofeos al toro “Desertor”. El día 28 de octubre de ese año, el mismo Marcial le otorgó la alternativa a Pepe Gallardo y también obtuvo idénticos trofeos. Antes, el 17 de junio de 1931, se dio una corrida anunciada con la bandera republicana en la que actuaron Fortuna, Marcial, Nicanor, Fausto Barajas, Luis Fuentes Bejarano, Vicente Barrera, Fermín Espinosa “Armillita” y Manolo Bienvenida. Cómo estarían los accesos a la plaza que Bejarano y Bienvenida tuvieron que acceder hasta el coso andando desde Manuel Becerra y menos mal que en la lidia de los ocho toros no hubo ningún herido porque, desde el ruedo, no había comunicación con la enfermería. Aquello era un descampado desde el que se contemplaba la sierra de Navacerrada. En 1933 hubo dos corridas más, la del “paro obrero” en la que Antonio García “Maravilla” cortó cuatro orejas, y la de la Prensa que organizó don César Jalón “Clarito”, magnífico escritor taurino y conocedor del flamenco, riojano y ministro de Comunicaciones en la República. Pero la inauguración oficial fue la del triunfo de Juan Belmonte, quién volvió a Las Ventas ese 12 de octubre de 1939 en la confirmación de su hijo y de “Manolete”, como rejoneador. ¿Merecía “Terremoto Juan” el que este año en Las Ventas fuera su año? Más: ¿creen los que me leyeran que don Juan el de Triana, aunque naciera en la calle de la Feria, no merece un mosaico en las paredes de la plaza de Las Ventas? Un detalle que me contó Juan Carlos Becca Belmonte: En la Historia de la Monumental madrileña solo hay un apellido que pueda presumir de figurar tres generaciones en los anales de las salidas a hombros por la Puerta Grande, don Juan Belmonte García, Juanito Belmonte Campoy y Juan Carlos Becca Belmonte. Padre, hijo y nieto (por su madre, Blanca).

Juan Carlos Becca estuvo en el homenaje de “Los sabios del toreo” a su abuelo.” La escalera del éxito”, la de Salvador Sánchez- Marruedo que no podía subirla porque no se la habían dado nunca. Claro que Salvador se buscó un padrino de lujo, el ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert Ortega, receptor a su vez de otro trofeo similar de manos del propio Sánchez-Marruedo. Tan altos e ilustres receptores prestigian a los que ya teníamos tal honor. Y más honor para mí al figurar en la mesa presidencial junto al bibliófilo Rafael Berrocal, que estaba a la derecha del ministro. A la izquierda, Salvador, Becca Belmonte y su hija, biznieta de don Juan. Una pequeña decepción: Becca Belmonte no quiso tomar la palabra. Podía haber dicho muchas cosas de su abuelo y de la mala memoria de los “cultos”.

Era el 17 de mayo y la corrida de la tarde en Madrid, una de las de más expectación de esta Feria de San Isidro. Mi compañero de mesa, Jesús Rico Almodóvar, de Consuegra, como se habían agotado las localidades me propuso acercarnos al hotel de “tito Balta” para ver el festejo por televisión. Tuve la suerte de coincidir con Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” que iba acompañado de su esposa Carmen y la novia de su hijo, mexicana de la familia de los Armillita. Recordamos aquella novillada de su presentación con caballos en Castellón, final de feria, a la que sólo me quedé yo y que fue apoteósica. Buen recuerdo. La corrida de Madrid se recordará por la de la cogida de Castella y la intransigencia de los entendidos de Madrid para con los que han triunfado en otras latitudes y, sobre todo, para los que triunfan en Sevilla. Más papistas que el Papa. ¡Cuán chillan esos malditos, don Pedro! Y los que hablan.

Me paseé por los alrededores de la plaza. La carpa estaba a rebosar. Me fui cuesta arriba hacia el Parque de la Avenidas, hasta el pub de Ignacio. Estaba solo. Allí me juntaba yo antes y después de los festejos con mi compadre Fernado y su cuñado “Ninchi”, madrileño de Chamberí, los dos yernos de “Aguardentero” y cuñados del hijo de este y de “Tito de San Bernardo”. Fernando, cordobés de Cabra, de la Casa de Córdoba de Madrid, calle de Martínez Campos, en la casa de don Niceto Alcalá Zamora, presidida por don Felipe Solís, hermano de don José, “la sonrisa del régimen”, en donde, entre otras cosas, organizamos un concurso de toreo de salón que fue todo un éxito y al que acudían dos viejos amigos míos, Pepe Roger “Valencia” y Rafael Llorente y muchos buenos aficionados. Y creamos unos trofeos de San Isidro que creo que todavía se otorgan. Pero ahora no sé donde está la Casa de Córdoba de Madrid. Me pierdo.

lunes, 14 de mayo de 2012

EL ARTE EN EL VESTIR

No tengo más documentos gráfico sobre la elegancia de Francisco Montes “Paquiro” que el hermoso retrato que pintó en 1836 el valenciano Antonio Cavanna y litografiaron Palmaroli y Laujol . Un rostro serio y sereno, boca fruncida, amplias patillas en hacha, moño profuso más que recogida coleta y montera alta y moñuda que parece descansar sobre un gorro de satén nergro, camisa blanca con volante encañonado, chaquetón o capote sobre el hombro izquierdo, el brazo doblado y la mano del mismo lado que sostiene entre los dedos índice y corazón un cigarro encendido, la chaquetilla de cuello alto bordada en plata sobre seda azul oscuro, hombreras con flecos y un amplio macho que cae junto al pañuelo blanco que sobresale del bolsillo, pañoleta al estilo de las que usa en la actualidad Morante, faja de la misma tela y el mismo color marrón y la mano derecha apoyada en el bordado de la apuntada taleguilla. Ha cambiado mucho la imagen del torero desde el triunvirato fundador de Romero, Costillares y Pepe-Hillo, que ocultaban la poblada cabellera en las redecillas estampadas y se tocaban con sombreros de distinta índole, monteras variadas con barbuquejo, hasta llegar a Cayetano Sanz, que, menos barroco que Paquiro pero más cortesano, es un ejemplo de distinción en el vestir. Lo que no hay constancia visual es en el vestir de calle de estos famosos diestros, pero sí se ha prodigado la idea de que a los toreros se les distinguía hasta en su deambular cotidiano, cosa que se le censuró fuertemente a don Juan Belmonte.

Pero en realidad hubo un antecesor del “Terremoto” que rompió con todas las tradiciones. Fue don Luis Mazzantini el que se atrevió hasta a vestirse de frac, cubrirse con chistera de cien reflejos y pasear su oronda figura como gobernador de Guadalajara, si bien mucho antes ya se enfundaba en ternos veraniegos al estilo de los veraneantes de San Sebastián o la Costa Azul de los primeros años del siglo XX. Era un fracasado barítono italiano metido a torero porque de factor del ferrocarril no se haría rico en su vida. Luego, al final de sus días, las cosas no le fueron lo boyantes que prometían tanta grandeza. El caso de Juan Belmonte fue completamente distinto. No era un hombre arrogante ni un adonis mitológico, era un muchacho enclenque de largos brazos y piernas febles que no le permitían saltar la barrera, por lo que se impusieron los burladeros que antes de él eran aleatorios. En algunas ocasiones, ante protestas por el uso y abuso de los capoteadores al recabar la atención de los cornúpetos y provocar despuntes o roturas de pitones o cuernos enteros, yo he propuesto la colocación de los burladeros por la parte interior de la barrera y dejar como única salida la tronera correspondiente. Como casi todas las propuestas, esta tampoco ha sido admitida aunque fuera solo para ensayo. Belmonte, en realidad, se entrenaba para quedarse quieto y su personalidad indiscutible se agigantaba ante el dramatismo de sus menguadas fuerzas y su valentía de romper costumbres y mitos. Le gustaba la lectura y las convalecencias largas y dolorosas (la penicilina mitigó años después dolores y peligros, San Fleming) las sobrellevaba con horas y horas de Maupassant, Alarcón, Ayala, Valle Inclán, Palacio Valdés, Pérez Galdós y Benavente, solo vestía el traje corto en el campo, su cubría la testa con sombreros flexibles con las alas hacia abajo y vestía trajes de corte inglés y abrigos con trabilla en la espalda. Le gustaba el teatro y las tertulias con intelectuales en las que, entre cortos tartamudeos, sentenciaba con ingenio y autoridad. En lo del ingenio competía con Rafael el Gallo y ambos estaban en contraposición con el rectilíneo “Joselito”. Pero ni José ni Juan eran gitanos. Rafael, sí, y hablaba y toreaba, vestía y andaba como gitano. Al Guerra lo dejamos en su corte cordobesa y en su contraste con “Lagartijo”. Pero ya desde los años veinte los toreros evolucionaron drásticamente y mucho más en la postguerra. Victoriano de la Serna, estudiante de Medicina, Manolo Martín Vázquez, encantador, Mario Cabré que pasó modelos de caballero y era imagen de un fabricante de telas, el misterioso Albaicín, Luis Miguel, innovador, Manolete y su noche de “Lhardy” y Domingo Ortega que actuó en un festival de Madrid con chaqueta sport con aberturas en la espalda. Hoy lo hace Castella y hay algunos que le lanzan el anatema. El hábito no hace al monje. Pero, en el espectáculo, es importante el terno del artista. Hace unos días, en Madrid, en la corrida goyesca, Luis Carlos Aranda puso un buen par deslucido por un terno de color verde bordado en azabache. Las corridas goyescas tienen este problema. Pero en esta ocasión, el diestro Morenito de Aranda lució un terno azul cielo bordado en plata que destaca sobre todos los que hemos visto a lo largo de los años, desde 1927, entre los muchos y variados que se han paseado por los ruedos españoles. Enrique Ponce también lució un precioso traje en Antequera y recuerdo algunos más, goyescos o no, por parte de Curro Romero, en terciopelo grana, Paco Camino, proporción y buen garbo, Morante con reflejos viejos o el moderno Manzanares. Su padre estuvo en pecado mientras vistió un terno de color butano y “Jesulín” se condenó él solo con uno de color amarillo. Luis Miguel, en su reaparición y con la disculpa de mayor comodidad, se amparó en un diseño del poeta Alberti y usó trajes de seda con bordados muy ligeros y amplitud de chaquetillas livianas. En esa línea, pero de más burdo bordado, Juan José Padilla ha usado trajes de mal gusto en lo referente al diseño y los colores y parece que ahora ha rectificado totalmente. John Fulton dibujó bandas con inspiración en los frisos griegos y Fermín realizó durante algunos años esos trajes que vistieron muchos diestros, sin que llegaran a desaparecer los de cuajados y clásicos bordados, que son base y continuidad del traje de luces.

La primera corrida de toros goyesca de la Historia se celebró en Zaragoza el 12 de mayo de 1927. Al año siguiente se iba a celebrar el centenario del nacimiento de don Francisco Goya y la ciudad de Zaragoza organizó toda una serie de acontecimientos que recordaran tan gloriosa efeméride. El cartel de toreros lo encabezaba Rafael “El Gallo”, que vestía de rojo, Pablo Lalanda, de azul, y Nicanor Villalta, de amarillo. Simao da Viega, a la portuguesa, y Vicente Peris como sobresaliente. Los toros de Vicente Martínez, el famoso ganadero de Colmenar Viejo, favorito de “Joselito” (los siete toros de Martínez) y antepasado de Fernández Salcedo, biógrafo del semental “Diano”. Caos circulatorio en los alrededores de la plaza de Pignatelli y una oreja para Pablo Lalanda. El Gallo protestó lo suyo por el vestido que le hizo el sastre Uriarte y hasta aseguró que aquello “era vestirse de mamarracho” (alguien ha afirmado que algo parecido manifestó “Antoñete” en circunstancia similar) y le convencieron con buenas razones y el apoyo de don Ignacio Zuloaga, que proyectó la parafernalia del espectáculo. El precio de un tendido de sombra fue de 12 pesetas. Luego vinieron unas cuantas corridas más, entre ellas las que Bellas Artes organizaba en Madrid y que contaron con la colaboración de la Duquesa de Alba y de Carmen Sevilla, distinguidas y bellas amazonas.

Siempre me ha sorprendido el tremendo contraste que hay entre los caballeros rejoneadores portugueses y los españoles. Aquellos con brillantes y espectaculares casacas a la Federica y los españoles en traje de faena conocido como corto o campero con el aditamento rural de los zahones que acentúan el significado campestre de esta indumentaria. Y Pablo Hermoso de Mendoza, que ha roto con tanta mala normativa del toreo de a caballo dictada en tiempos “apoteósicos” no lejanos, ha vestido en sus últimas actuaciones mexicanas casacas bordadas y chalecos con botonaduras de plata que dan más brillo y elegancia al supremo arte de torear a caballo. Un punto más a favor del de Estella. Hace unos años, Alvaro Domcq hijo también lució algunas chaquetillas bordadas y se tocó con sombrero de catite o calañés de alta copa, sobre todo a partir del espectáculo del “baile de los caballos andaluces” que compartió con otro jinete excepcional, Manuel Vidrié. ¿Por qué, casi siempre, al torero artista le acompaña el gusto en el vestir? Porque, al final, esto es un espectáculo predominantemente artístico.



viernes, 4 de mayo de 2012

LOS NIÑOS VIENEN DE PARIS


En nuestra casa de Ejea de los Caballeros se respira el culto taurino a don “Francisco el de los toros” con el busto original de Burriel, los platos de la Cerámica de Muel y los carteles con los que se anunciaron las primeras Feria de la Oliva que organizó la Peña “Martincho” en la llamada “Plaza de Miguel Cinco Villas”. En síntesis, toda una mayúscula Historia. Fue Goya el director artístico de los festejos de la Plaza Mayor de Madrid de la Coronación de Carlos IV, en los que se lidiaron diez toros de don Francisco Bentura por parte de Pedro Romero, “Costillares” y “Pepe-Hillo”, el principio de la corrida de toros en su actual parafernalia. ¿Pudo intervenir el de Fuendetodos en el hecho de que se llevaran a Madrid para tal acontecimiento toros de Ejea de los Caballeros? No tengo testimonios fehacientes, pero se lo agradezco a don Frasco de todo corazón y porque, además, dejó para la posteridad el rostro y las maneras de Antonio Ebassun “Martincho”, de Farasdués, a 14 quilómetros de Ejea, naturaleza que descubrí en el registro parroquial de la capital cincovillesa en los años 50 del siglo pasado, que prediqué a lo largo de los años hasta que un sacerdote guipuzcoano (lo que le libera de toda sospecha ruralista) firmó una de las mejores bíografias taurinas (Salvador Ferrer dixit) para ponerle historia a los documentos gráficos de Goya. Ser goyista no tiene ningún mérito. Pero es que, por añadidura, después de todo lo que ocurrió con los ejércitos de Napoleón, el Genio se hizo afrancesado. No sé si se percató de que mejor nos hubiera ido a todos con José Bonaparte que con Fernando VII, el deseado. Me confieso taurinamente afrancesado sin entrar en otros muchos matices de los que en el siglo pasado me hablaba mi madre, que no estaba muy versada en historia pero era muy intuitiva. Llegué a la convicción de que los niños venían de París.

En estos momentos tengo un contacto casi diario con Marc Lavie, André Viard (ayer con lo de Parladé) y Marc Roumengou. En la “Semana Grande” de Lavie, con el apoyo del diccionario hispanofrancés, he encontrado un recuadro sobre Miura y Sevilla en el que apunta datos muy curiosos: Pepe Luis Vázquez, entre 1942 y 1950, toreó en la Maestranza diecinueve toros de los de Zaheriche, Ruiz Miguel, en veinte años (1971 a 1991), veintiséis; Ricardo Torres “Bombita”, treinta y cuatro; Rafael el Gallo, veinticuatro; J. J. Padilla lleva veinte toros y José Martínez “Limeño”, el de Sanlúcar, récord , les ha cortado once orejas a diecisiete toros miureños y ha salido a hombros por la Puerta del Príncipe tres años seguidos: 1968, 1969 y 1970. Curro Romero, por cierto, ni uno solo en Sevilla y en el resto de las plazas de toros del Mundo. Ya se conoce la respuesta del de Camas cuando Domingo Dominguín, a la sazón su apoderado, le propuso torear un encierro de don Eduardo jovencísimo, con dos plátanos, sin culata y con cara de no haber roto un plato. “De miura, ni resién nasidos” – fue su contundente respuesta.

Marc Roumengou me comentaba hace unos días que, repasando mi “Fiesta Española” del año 1967, se había encontrado con una entrevista que yo le hice en el avión de Sevilla a Barcelona a Josefa Camacho, la esposa de Rafael Ortega, que había resultado herido de suma gravedad en la Monumental catalana. He releído aquel trabajo mío y doy mi palabra que me he emocionado y hasta reconciliado conmigo mismo. “Pues no era yo tan malo”. Quizá el peor porque los que empezaron conmigo me superaron y yo me tuve que volver al pueblo a lamer mis heridas mercantiles. Al menos, supervivo, que no es poco, y tengo dos nietos que “no me los merezco”. Mi esposa me dice: “Pués – esto es muy aragonés- haz por merecértelos”. Y Roumengou, puntilloso, me preguntaba también por la crónica que firme desde Sevilla de una corrida en la que Manuel Benítez cortó tres orejas y “fue paseado a hombros”, sin aclarar si abrió la Puerta del Príncipe o salió por la de cuadrillas. No lo recuerdo. Con los adelantos modernos, desde mi casa he podido examinar las páginas de ABC de entonces y, en la edición de Madrid, sólo se publica la reseña de agencia, y, en la de Sevilla, “Don Fabricio II” asegura lo mismo: que “El Cordobés” fue paseado a hombros. Sucedió el 1 de octubre de ese año de 1967 y se lidiaron cinco toros de Benítez Cubero y uno de Torrestrella, tercero, que correspondió al de Palma del Río y al que le cortó una oreja. A Jaime Ostos le impuso la Cruz de Beneficencia Utrera Molina, entonces gobernador civil y luego ministro de Franco, Jaime García “Mondeño”, elegancia y personalidad exquisita, dio la vuelta al ruedo y “el de los pelos” le cortó las dos orejas al sexto. Tres orejas, salvoconducto suficiente para franquear la principesca cancela. Tengo mis dudas. Al aragonés Luis Mata, de novillero, en los tiempos de Paquito Casado y Pepe Luis, tampoco le permitieron salir por la famosa puerta en parecidas circunstancias. A su paisano Juan Ramos (Juan Lorenzo Bueno Ramos, de Cimballa, Zaragoza) le pasó lo mismo treinta y tantos años después, el 9 de mayo de 1976, en tarde en la que alternó con “Parrita” hijo y Luis Francisco Esplá. ¿Quién abre el afiligranado portón? Tengo idea de que la hipotética llave la administran los maestrantes. No es norma, es privilegio.

¡Qué bravura, don Nazario! Y pensé en don Nazario Carriquirri, en el de las ces mayúsculas y entrelazadas por la espalda, de origen francés, su padre fue un calderero que se estableció en Pamplona, y él, “self-made”, empresario, banquero y diputado en Cortes, se casó con Carmen Moso, pariente de los Espoz y Mina, se hizo con la ganadería de Guendolaín con orígenes en la del marqués de Santa Cara, lo retrato de Esquivel con bigote circunflejo y una mano, la derecha, en el pecho, y se hizo famoso por sus toros y por su apellido, Carriquirri, como Mazzantini o Nicanor. En esto de los nombres ha habido muchos ganaderos que no han necesitado de sus apellidos: Atanasio, Graciliano, Arcadio, Laurentino, Salustiano, Pío, Bernardino, Samuel, Alipio, Victorino, Isaías y Tulio o Abacuc. Pero a este Nazario ensalzado por su bravura, la de sus toros, claro está, hay que ponerle apellidos porque, en realidad, se trata de don Nazario Ibáñez, que el pasado día 1 de mayo lidió en Madrid seis novillos en sustitución de los anunciados de “Yerbabuena”, rechazados, supongo que con razón, por los veterinarios venteros. El primer novillo fue encastado; segundo y quinto, bravos y con mucha clase; tercero, manso, y cuarto y sexto, con buen fondo. Mario Alcalde mató de dos “medias tendidas” (llovería y se le mojaron), Antonio Puerta, de grana y oro, no respondió a la tradición de semejante vestido, y Rafael Cerro, pupilo del propietario de “Yerbabuena”, dio una vuelta al ruedo en el tercero y catorce descabellos en el sexto. El nuevo don Nazario, no digo joven pese a marcar su antigüedad desde el último año del siglo XX, cuenta con ganado procedente de lo de Rincón (Núñez) vía Manolo González. También tienen “Núñez” “Alcurrucén” y “Torrestrella”. Buena señal. Luego, hay ganaderos que “hacen” su ganadería. Parece que don Nazario está en el camino.

Y, a la vuelta de la esquina, la Feria de San Isidro y en ella un gran acontecimiento organizado por “Escalera del Éxito”: homenaje a la memoria de don Juan Belmonte en la persona de su nieto Juan Carlos Beca Belmonte y el intercambio de presentes entre el ministro José Ignacio Wert Ortega y Salvador Sánchez- Marruedo. “El Cultural”, que preside Luis María Anson, de la Real Academia Española, no olvidarlo, anuncia, por conducto de “Juan Palomo”, que en la zona de Las Ventas del Espíritu Santo se inaugurará el Espacio Arte y Cultura con la presencia del prestigioso Vargas Llosa, el soriano Sánchez Dragó que promete no leer su guía “Gárgoris y Habidis”, Arrabal que no irá acompañado por Diego Bardón porque este, que en su juventud fue novillero y pánico, se hizo anti-taurino desde que se metió en el “ataúd de terciopelo” con Raúl del Pozo, Savater, autor de “Arte, crueldad y tradición” y “El toro y el redentor” de Racionero. Añade Juan Palomo que “habrá conciertos, exposiciones, charlas entre toreros y sobre todo, fiesta”. Alegría, venga alegría ¿y cómo arreglamos esto? Que el espectáculo vuelva a interesar a los contribuyentes. El peto, señores del Jurado, ese que rechazaron algunos en principio y que salvó a la FIESTA (con mayúscula) y que ahora ha difuminado lo que antes era suerte fundamental. El peto, señores ganaderos, el peto. El anatómico e invulnerable.